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—¿Pérdidas?
—Pérdidas. En estos dos años solo han registrado pérdidas —murmuró Elvio Azócar desde su escritorio, que navegaba en el espacioso recinto del tercer piso del Servicio de Impuestos Internos—. Es normal, no hay empresa que registre ganancias en los primeros años, ahí se les va la inversión inicial.
Cayetano Brulé se sintió desconcertado. Echó una mirada al chocolate con nueces que le había traído al funcionario y luego fijó sus ojos en la bahía. El cielo seguía nublado. Soplaba el viento norte y todo, salvo el pronóstico del tiempo, presagiaba que la lluvia arreciaría. Le saldrán escamas a la gente, pensó el detective con alarma, y alegó:
—Pero Kindergarten está exportando.
Azócar se ajustó la corbata azul de florecitas pasadas de moda —si es que las flores pueden pasar de moda— y obturó un botón en el teclado de su computadora. Levantando la vista hacia el detective dijo en tono perentorio:
—Las pérdidas son las primeras ganancias de las empresas.
No sonaba mal, pensó Cayetano, pero no le servía. Dejó pasar unos instantes, después preguntó:
—¿No podrías conseguirme datos sobre el hotel El Bergantín del Caribe?
Azócar tamborileó con sus dedos sobre la superficie de la mesa y resopló.
—Necesito un par de días —dijo—. Ahora tengo mucha pega pendiente, porque estamos reorganizando el servicio. Vivimos de reorganización en reorganización. Al final nos ocupamos de nosotros mismos, nomás.
—¿De quién es Kindergarten? —preguntó el detective cambiando de tema. No le parecía conveniente abrir un nuevo frente, el del hotel, durante la conversación. Tanto trabajo podría enredar aún más las cosas y hacer titubear al funcionario.
Azócar fijó sus ojos en la pantalla, tecleó algo y repuso:
—De la Sociedad Gran Bergantín.
—Está bien, está bien —replicó Cayetano impaciente—, pero lo que deseo saber es a quién pertenece esa sociedad.
—Eso no aparece aquí —respondió encogiéndose de hombros.
—¿Y cómo puedo averiguarlo rápidamente?
—Por medio del RUT puedes ubicar la época aproximada en que fue creada la empresa —precisó el funcionario, y sus manos regordetas, en las que el anillo nupcial asfixiaba al anular izquierdo, se apoderaron del Costa Nuss y comenzaron a desnudarlo—. Después te vas al Diario Oficial de la época y allí encontrarás la constitución de la sociedad comercial.
A Cayetano le pareció un proceso largo y engorroso.
—¿Alguna forma más expedita de lograr esos datos? —preguntó.
Azócar partió la barra y devoró un trozo. Le venía de perilla, pues no había almorzado.
—Escucha, cubano, hay gente que se dedica a eso —gruñó. El chocolate no dejaba huellas en su rostro de quijada protuberante y labios arqueados hacia abajo—. Cualquier corredor de propiedades se encarga del trámite por diez mil pesos.
—¿Conoces a alguno que lo haga por cinco mil?
El funcionario envolvió cuidadosamente el chocolate en el papel de aluminio y lo depositó en una de las gavetas de su escritorio. Luego volvió a teclear. Una pizarra verde con las iniciales del Servicio de Impuestos Internos cubrió la pantalla. Se puso de pie y dijo:
—Dame siete mil y vuelve en un par de días.