TERNURA Y VIOLENCIA

Un pasajero borracho estaba pegando a su hija. Nadie intervino; tumbados en las literas, oían la paliza.

Delante de la puerta de Muldoon, con una pistola cargada, no había sido el miedo lo que le impidió intervenir, aunque el temor existía: todo el mundo en la choza temía a Muldoon. Lo que le había contenido fue la sensación de que entrometerse entre un hombre y su chica era allanar una propiedad ajena. Sin embargo, si se hubiera tratado de caballos se habría inmiscuido, habría atacado a un individuo con los puños, un cuchillo, un arma de fuego.

No estaba acostumbrado a reflexionar sobre sus propias incoherencias, pero de repente le pareció que en aquélla había algo tan vergonzoso —tan frío, débil y sin procesar— que se incorporó y se golpeó la cabeza contra la parte inferior de la litera de los Coole.

—¿Qué haces, chico? —susurró Molly.

Sin responder, él apartó la cortina, sacó las piernas y palpó el suelo con los pies. En el punto de luz procedente de un quinqué colgado de una viga vio al hombre dando vueltas alrededor de la chica, que se acurrucaba con las piernas encogidas y la cabeza metida entre las rodillas mientras él la azotaba con un cinturón.

—Toma, coge esto —dijo Molly, y le tendió la vara de endrino. Él la cogió y fue hacia el padre y la hija, empuñando la vara con las dos manos. Todas las cortinas de la fila estaban corridas, pero él sabía que la gente tenía que estar despierta. El palo era flexible y lo sentía ligero en las manos. Con una cuchilla acoplada a la punta habría sido una pica pasable.

El hombre se limpió la boca con la manga y no prestó atención a Fergus cuando éste le empezó a pinchar con la vara para que se alejara de la chica. Tenía los ojos incrustados en una grasa amarilla y la ropa le apestaba a poitin y a sudor. De pronto soltó el cinturón, agarró la punta de la vara de Fergus y la sujetó con los puños cerrados como nudos, como si fueran deformaciones de la madera. Fergus intentó girar el palo para arrebatárselo y luego, lanzándole una estocada, le pinchó la barriga. El hombre soltó la vara y Fergus empezó a asestarle una andanada de golpes y le flageló las pantorrillas cuando el otro se precipitó a la escalera y desapareció en cubierta.

La madre y las hermanas de la niña salieron a recogerla y transportaron casi en andas hasta la litera a la pobre criatura que lloriqueaba.

¿Formas parte del mundo, como un pájaro, un manzano, un pez o el mar mismo? ¿O estás aquí para juzgarlo, todo lo que contiene, tú incluido?

La vara se había partido con la última tanda de golpes. Recogió las dos mitades y volvió al camastro. Molly estaba incorporada, con la manta alemana alrededor de los hombros.

—Aquí la tienes, tu magia de no-me-toques, ya la he roto.

Arrojó los pedazos en la cama y se subió a la litera.

Extendió la mano para correr la cortina y notó que el pecho de Molly le tocaba el brazo.

—Vendrá por ti, ya sabes. Tendrás que andarte con cuidado.

Se tumbó en su lado, se tapó con la manta y le dio la espalda a Fergus.

Él sentía los brincos enfermizos y alocados que le daba el corazón en el pecho, un motor de congoja. ¿Por qué ella le había ofrecido la vara de endrino, por qué se la había puesto en la mano si no quería que él rompiese lo que les estaba separando?

Pasión. Despertó en la oscuridad cuando ella le estaba desatando los botones de la camisa. Empezó a sacarse el vestido por la cabeza y después la enagua, y él presintió el calor de su piel. Se quedó desnuda. Él la tocó lentamente, los pechos blandos y los pezones tiesos. Los besos de Molly, al principio delicados, se volvieron hambrientos. Tenía los labios mojados y frescos. Le desvistió toscamente, sacándole la camisa por encima de la cabeza, y le arrancó botones de los pantalones, se los sacó de las piernas, le cogió la polla con el puño y le besó la angustiada punta. Cuando él estuvo dentro, ella susurró y le tocó la espalda con dedos ligeros y acariciantes. Le apresó una oreja con los dientes, se la mordió suavemente y movió las caderas al ritmo de las de Fergus.

¿Es esto lo que se siente, que tienes la vida en tus manos?

Lo más cerca posible.

Prácticamente todo.

La ley de los sueños
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