EL HOSPICIO DE NOCHE
El tráfico nocturno más allá de los muelles era más recio y violento que en Dublín. Traqueteaban carros en los dos sentidos del camino, ruedas de hierro rechinaban y chasqueaban sobre los adoquines. Nevaba ligeramente. El grupo se rezagaba. A algunos pasajeros del Ruth les costaba seguir a los demás.
—Ya no está lejos —dijo el peón, mirando alrededor—. No se separen. Liverpool está lleno de rateros.
Fergus miraba las calles oscuras por las que pasaban.
Otra ciudad de piedra.
—Ahí es. —El peón se paró en una esquina y señaló un edificio de piedra en la acera de enfrente—. El hospicio de Fenwick Street.
Una larga cola daba la vuelta al edificio.
—¿Es el asilo? —preguntó Fergus.
—Dan sopa, así que ¿qué más te da? —se rió el peón. Ya se estaba alejando. Fergus ansiaba acompañarle pero no tenía fuerzas para seguirle y tuvo miedo de que el otro se burlase si lo intentaba. Cruzó la calle y se unió a la cola.
Eran todos emigrantes llegados en los vapores. Lo sabía por los chales y las capas rojas que llevaban las mujeres, y por la forma de los sombreros de los hombres.
Un soldado con un uniforme azul, plantado en la puerta, admitía a grupos de cuatro o cinco personas. La cola avanzaba despacio.
Olía la sopa cada vez que se abría la puerta. Procuraba no pensar en Luke, que le ocupaba el pensamiento: su voz, sus ojos claros, sus huesos.
Tus aspiraciones tenían que sacarte adelante.
—Nada de charlas dentro —advertía el soldado, manteniendo abierta la puerta. Ya en el interior, la cola avanzaba lentamente a lo largo de un corredor de ladrillo hasta una mesa donde un empleado sentado a una mesa tachaba nombres en un libro y entregaba billetes para la sopa y la cama.
El olor a sopa era intenso; veía el vaho brillando sobre los ladrillos. El hambre le hacía salivar.
Lápiz en mano, el empleado ni siquiera alzó la vista.
—¿Nombre? ¿Procedencia?
—Irlanda.
—¿De qué parte?
Vaciló.
—Dublín.
—¿Qué barco?
—El Ruth.
La luz zumbaba en las lámparas de gas. Olía el vapor y la comida. Nunca se había sentido más solo.
Los emigrantes comían en largas mesas. En la gran sala reinaba un silencio sólo interrumpido por niños que lloraban y el rascar de las cucharas. Le dejaron coger un pedazo de pan de una cesta.
La sopa era amarilla, con trozos de pescado. Desmenuzó el pan sobre el cuenco, mirando alrededor mientras comía. Todo el mundo estaba concentrado en su plato. Hasta los niños pequeños comían vigorosamente.
Terminada la sopa, de repente sintió que le vencía el cansancio y descansó la cabeza en las manos. Un retortijón le traspasó la barriga. Como persistía, respiró una bocanada y sufrió otro.
En el paso había estado dispuesto a morir, pero no aquí. No estaba dispuesto a morir en Inglaterra envenenado.
Los retortijones eran dolorosos y le atenazaban cuando salió trastabillando del enorme comedor.
En el patio abierto, había una docena de hombres y chicos acuclillados sobre unos tablones encima de un pozo, aliviando el intestino. Se despojó de lo que quedaba de sus pantalones y se agachó.
Un líquido punzante manó de sus entrañas hasta que creyó que el corazón, el alma, el hígado se habrían licuado y vaciado. Confiaba en que dentro no hubiese quedado nada, pero sí quedaba.
Mi porción de sangre, pensó, mi porción de veneno. Me estoy muriendo como todos ellos.
No. No se moría. Los retortijones ya estaban remitiendo y tenía la cabeza un poco más despejada. Al cabo de unos minutos pudo subirse los pantalones, entregar el segundo billete a otro soldado de azul y entrar en el hospicio, en cuyo suelo había colocadas cajas de madera con hombres dormidos dentro. Deambuló de un lado para otro y se detuvo cuando por fin encontró una caja vacía. A la luz anaranjada de la lámpara vio a otros que recorrían de arriba abajo las hileras, como hombres que seleccionan ganado para la matanza, o que examinan lápidas antiguas.
Detestaba la idea de que unos desconocidos le vieran dormido.
Demasiado cansado para seguir de pie, al final se metió en la caja y se tumbó mirando al techo, haciendo un gran esfuerzo para no pensar en nada, y al cabo de un rato se quedó dormido.