EL JURAMENTO
Los chicos de la ciénaga pasaron los días siguientes buscando nidos de pájaros y sacudiendo los tojos para levantar otra liebre. Para sorpresa de Fergus, Luke no mencionó a nadie el saqueo de la granja, y Fergus no sacó a relucir el tema, agradecido de que no surgiera y confiando en que Luke lo olvidara. Había encontrado un mango de madera de la pala de un cortador de turba y estaba haciendo un arado, un arpón, afilando el extremo hasta sacarle punta y recortando dientes en el mango.
Mientras él trabajaba, Luke recogía mostaza silvestre y otras hierbas.
Shamie se divertía disparando muy cerca de los niños que sacudían el tojo, y que chillaban de risa cuando las balas les pasaban silbando.
—Es un idiota —le dijo Fergus a Luke, enfurecido.
—No te preocupes. Shamie tiene cuidado.
—Está malgastando munición.
—Le viene bien practicar.
Cuando Johnny Grace, uno de los chicos de la ciénaga, levantó una liebre, Shamie la mató en plena carrera y ellos la llevaron triunfalmente al campamento, en una marcha encabezada por Johnny con la liebre muerta a la espalda.
Fue rápidamente desollada y troceada y la carne añadida a las gachas. Mientras la olla hervía a fuego lento, Luke y Fergus, sentados, fumaban sendas pipas.
—Es hora de que hagas el juramento —dijo Luke de pronto. Miró a los demás alrededor—. ¿Qué os parece, chicos? ¿Le tomamos juramento a Fergus?
—No, no..., todavía no —advirtió Shamie—. Vigila a ese chico, Luke. No es de los nuestros. Que antes de jurar ponga algo de carne en la cazuela.
—No, que jure ya —decidió Luke. Se levantó—. Dame la mano, Fergus.
Los chicos formaron alrededor un corro ansioso, como si el juramento despidiera un aroma tentador. Chupándose los dedos, miraban con los ojos como platos, primero a Luke y después a Fergus.
—Repite lo que yo diga —empezó Luke—. Juro defender a la reina...
—Juro defender a la reina...
—... y a la religión verdadera, perdida en la Reforma.
—... y a la religión verdadera, perdida en la Reforma.
—Soy un rebelde forzoso en la vida y la muerte.
—Soy un rebelde forzoso en la vida y la muerte.
—Sangre por sangre, o que el diablo se lleve mi alma.
—Sangre por sangre, o que el diablo se lleve mi alma.
—Ya está —dijo Luke. Besó a Fergus en la mejilla, y a continuación a Shamie. Los chicos empezaron a besarse entre ellos. Mary Cooley, al lado de Shamie, le cogía de la mano y se chupaba el pulgar.
El desertor había presenciado el juramento con una expresión agria. Ahora Luke tomó la mano de Shamie y de Fergus y las unió.
—Ya está, chicos, ahora somos todos hermanos.
—Otra boca para comer lo que es nuestro —dijo Shamie.
—No seas arisco, Shamie.
Mientras la olla desprendía el olor de la carne que hervía a fuego lento, Luke empezó a hablarles de la granja a los chicos de la ciénaga.
—Habrá jamones tan grandes como cualquiera de vosotros, de color rosa y con un rollo de tocino amarillo. Habrá nabos y manzanas en cestas. A mí me gusta comer una manzana con la carne. Cordero para un spoileen. ¿Cuándo lo comisteis por última vez?
—¿Habrá mantequilla? —preguntó Johnny Grace.
—Sí, a montones. —Luke se arrodilló, depositó una turba en el fuego y sopló los carbones. Cuando las llamas chisporrotearon se levantó y se volvió hacia los chicos—. No tiene sentido que seamos proscritos si no entramos en acción.
Fergus había confiado en que Luke hubiera olvidado la idea de saquear la granja de Carmichael, pero vio que la llevaba encima como un animal dotado de olor y peso.
—¿Maíz? —preguntó Johnny.
—Maíz, por supuesto. Y avena. Una caja de té...
—¿Patatas? —preguntó un niño al que los demás llamaban Curilla.
—Pues claro que habrá patatas. Y un bote o dos de arenques. Me encantan los arenques con patatas.
—¿Hay algún plan? —preguntó Johnny Grace—. Me apuntaría a cualquier acción, pero te seguiría al infierno con un plan, Luke.
—Claro que hay un plan. Fergus y yo hemos preparado uno muy militar.
No. No era verdad, no había ningún plan, que él supiese.
Comprendió que para Luke un deseo era lo mismo que un plan.
—¿Matarán a alguno de los nuestros? —preguntó Johnny Grace—. ¿Nos colgarán si nos cogen? ¿Nos deportarán? No es que me importe mucho que me maten. Sólo que sería cruel morirme sin haber probado antes el cordero y otras cosas.
—¡Que te ahorquen es cruel! —gritó Shamie, furioso.
Todos alzaron la vista hacia el desertor sentado en la cima de la trinchera, con las piernas colgando. Tenía el mosquete sobre las rodillas y frotaba el cañón con grasa. Mary Cooley estaba a su lado.
—Todos sabemos que no vales para el combate —dijo Johnny Grace, sonriendo a los demás.
—¡Cuidado con lo que dices!
—Estamos hartos de marchitarnos aquí sólo porque tú seas una mariquita.
—¡Es a mi cabeza a la que han puesto un precio! ¡A mí me dieron los veinte latigazos!
—Los demás estamos impacientes —dijo Johnny Grace—. Tú has matado dos conejos en dieciséis días y eso no te convierte en jefe. Si Luke y Fergus tienen un plan, yo me uno a ellos. Tú quédate aquí comiendo hierba.
—¡Callaos, chicos! —dijo Luke—. No os peleéis.
—Queremos comida, ¿no? —dijo Johnny Grace—. Queremos patatas, ¿no?
—¡Patatas! ¡Patatas! ¡Patatas! —empezaron a gritarle al desertor los chicos de la ciénaga.
—Patatas y cordero —dijo Johnny Grace.
—¡Patatas y cordero! ¡Patatas y cordero! —gritaban los chicos. Johnny Grace agarró de la mano a Curilla y empezaron a bailar, girando y brincando alrededor del fuego. Otros se les unieron, el baile cobró ímpetu y los chicos gritaban y saltaban rodeando la hoguera, y Fergus comprendió que no podían parar. Algo feroz y famélico se había desatado. Bailarían hasta caer muertos si no les detenía.
Irrumpió en el corro y, dirigiéndose hacia Johnny, le agarró y le tiró al suelo. El baile se interrumpió tan rápidamente como había empezado, y Fergus inmovilizó a Johnny, que gritaba y se retorcía, poniéndole un pie encima del pecho.
Los chicos iban cayendo alrededor de la hoguera y, a cuatro patas, jadeaban y tosían como caballos derrengados.
—¡Chicos, chicos, ésta no es forma de comportarse! —dijo Luke, al borde de las lágrimas.
Fergus levantó el pie y Johnny se incorporó lloriqueando y resoplando; el pecho le palpitaba y se frotó los ojos con los puños.
—¡Caray, si seguimos así, chicos, no hay nada que hacer! —les dijo Luke—. No veréis un alboroto semejante en un ejército disciplinado.
—¿Ocho pastores? ¡Eso no es un ejército! —exclamó Shamie—. Si hubiese una batalla, huirían aullando como franceses.
Luke miró al desertor. Habló con voz serena.
—En mi caso, supongo que preferiría que me matasen a tiros o me colgasen a morir de hambre. Pero a ellos, que tienen puesto un precio a su cabeza, en fin, no les echaré en cara que no se arriesguen.
Shamie frotó airadamente el cañón del mosquete.
—En cuanto a mí... —Luke se quitó el gorro de soldado y lo arrojó al suelo. Deslizó dos esquirlas de hueso de vaca que sujetaban su pelo negro, se lo soltó y lo alisó con los dedos—. Todos recordáis que nací chica. Moriré como una chica si hace falta. Prefiero morir que llevar una vida tan mísera como la nuestra. Todos los que piensen como yo, que avancen un paso y me den un beso.
Nadie se movió, al principio. Fergus oía el crepitar del fuego.
Johnny Grace se puso en pie. Era endeble, tenía la cara amarilla, llevaba andrajos a modo de pantalones y las nalgas escuálidas al descubierto cuando rodeó la hoguera para llegar donde Luke: la besó, se colocó a su lado y miró fieramente a sus compañeros.
Uno tras otro, los chicos de la ciénaga se levantaron y rodearon el fuego para besar a Luke, hasta que sólo quedaron Shamie, Mary Cooley y Fergus.
—Vamos, los que faltan, no os quedéis ahí en el frío.
Luke miraba directamente a Fergus desde el otro lado del fuego.
—Los Carmichael lucharán.
—Han robado la tierra y nos han quitado la comida de la boca. Tenemos pleno derecho a defendernos.
—Shamie tiene razón, Luke. Son pastores, no soldados.
—Tampoco los granjeros son soldados. La comida nos pertenece. Sólo tomamos lo que es nuestro. Si tratan de detenernos, es sangre por sangre, Fergus. Venganza: ¿no es lo que quieres? Danos tu corazón. No lo lamentarás. Sabrás que estás vivo.
De repente, Mary Cooley saltó de su sitio junto a Shamie y rodeó corriendo la hoguera para besar a Luke.
—¡Mal rayo te parta, perra! —gritó Shamie—. ¡Traidora!
Luke miró al soldado.
—¿Y tú, Shamie?
—¡Sois vosotros, no yo, los que queréis que os ahorquen!
—Pero si te quedas solo morirás solo, Shamie.
—¡Quizá, pero no me azotarán!
—Ahora te estoy diciendo la verdad. Veo la llegada de la muerte, Shamie, tan clara como mi mano.
Shamie prorrumpió en feos sollozos.
—Lo sabes, Shamie querido. No quieres estar solo. Ven. Únete a nosotros.
—Pero no quiero que me azoten, Luke, no soportaría más azotes.
—No te azotarán. Ven a unirte con nosotros, Shamie querido.
El desertor se bajó de un salto y aterrizó pesadamente, sujetando el mosquete con las dos manos. Miró a Luke desde el otro lado del fuego.
—Prométeme que no me capturarán, Luke.
—Sí, te lo prometo. Ahora danos un beso.
Llorando, Shamie rodeo el fuego y besó a Luke, que le tomó la cara entre las manos.
—Sé que serás fiel. —Después miró a Fergus—. ¿Y tú?
Con o sin juramento, aún podría haberse ido.
Quizá hubieran intentado detenerle. Quizá no.
No quería morir solo, al igual que el soldado. Por eso pasó al otro lado del fuego y por eso besó a Luke. Por eso se convirtió en el último de los chicos de la ciénaga.