Introducción
Vivimos una auténtica revolución en el conocimiento humano. Desde que nuestra especie es capaz de elaborar un razonamiento complejo, nos hemos preguntado de dónde venimos, por qué nos comportamos como lo hacemos, cómo actúan nuestros cuerpos en la enfermedad y la salud, y por qué nos parecemos tanto unos a otros aunque, al mismo tiempo, somos muy distintos y poseemos una maravillosa individualidad. La filosofía y la psicología, la biología, la medicina y la antropología, e incluso la religión, han intentado ofrecer, con cierto éxito, respuestas a estas preguntas. Sin embargo, hasta hace muy poco carecíamos de una pieza fundamental de este rompecabezas, una pieza de gran significación en todos los aspectos de la existencia humana: el conocimiento de nuestro código genético.
La genética es una ciencia joven. Han transcurrido algo más de 50 años desde que Crick y Watson descubrieran el «secreto de la vida»: la estructura de la molécula del ácido desoxirribonucleico (ADN). El primer borrador del genoma humano, incompleto, se publicó en 2001. No obstante, esta rama incipiente del conocimiento ya está empezando a cambiar nuestra manera de entender la vida sobre la Tierra al demostrar la realidad de la evolución y permitirnos rastrear nuestros orígenes hasta los primeros seres humanos que, desde África, poblaron el mundo.
La genética también nos ha ofrecido nuevas herramientas forenses; además, nos explica cómo se forja un individuo a través de los mecanismos naturales y de la cultura. Por otra parte, estamos entrando en una nueva era de la medicina genética, que augura tratamientos diseñados a la medida del perfil genético de cada paciente, la regeneración de tejidos nuevos a partir de las células madre, los tratamientos de terapia genética para la corrección de las mutaciones peligrosas y el diseño de pruebas diagnósticas que permitan detectar y reducir los riesgos hereditarios para la salud.
Pero también plantea graves problemas éticos: la ingeniería genética, la clonación, la discriminación genética y los bebés de diseño indican a menudo que la abreviatura ADN no solamente significa ácido desoxirribonucleico, sino también controversia.
Cada individuo es, por supuesto, mucho más que la suma de sus genes; otras partes del genoma, como los segmentos previamente denominados «ADN basura», también son importantes y —quizá— fundamentales. Por todo lo señalado, el estudio de la vida sin la consideración de la genética representa sólo la mitad de la historia. Tenemos la enorme fortuna de vivir en una época en la que la humanidad puede llegar, por fin, a conocer la otra mitad.