41 Mundos felices
En 1932, Aldous Huxley publicó un libro que se convirtió en un paradigma de las ideas distópicas respecto al futuro. En Un mundo feliz la sociedad se dividía en cinco castas, desde los Alfas dominantes hasta los serviles Epsilones. Cada individuo era incubado en un útero artificial, dentro de una especie de criadero, y después se le adoctrinaba para que aceptara su lugar en la sociedad. Las castas más bajas eran contentadas con el sexo promiscuo y con el consumo de una droga alucinógena llamada soma. La comodidad y el orden habían abolido la ambición y el arte, el amor y la familia, la individualidad y la curiosidad intelectual, e incluso la libre voluntad.
Sin embargo, no era una visión fundamentada en los males potenciales de la genética. Huxley redactó su obra dos decenios antes del descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, y puso de relieve los horrores de un condicionamiento social extremo, más que la eugenesia. Tal como ha destacado el escritor científico Matt Ridley, Huxley describió «un infierno ambiental, no genético». A pesar de todo, a menudo se señala que la clonación, la ingeniería genética y la evaluación del ADN nos están llevando hacia un «mundo feliz» en el que la libertad del cuerpo y de la mente podrían desaparecer.
Quizá el mejor ejemplo de ello sea la película Gattaca, cuyo título recoge las cuatro letras del código genético. En ella, las clases privilegiadas utilizan métodos de selección de los embriones para tener hijos «válidos» con las mejores características genéticas posibles, unos niños que después monopolizan la sociedad a expensas de la clase genéticamente inferior, constituida por los «no válidos». Kazuo Ishiguro ha propuesto una perspectiva ligeramente diferente en su novela Nunca me abandones, en la que los niños clonados se utilizan como reserva de órganos que permiten prolongar la vida de las personas a partir de las cuales fueron creados.
Nuestro futuro poshumano El concepto de que la biotecnología representa una amenaza para los valores humanos no se limita a la ficción. Los filósofos que buscan limitar las aplicaciones de la genética ya esgrimen este argumento. Desde la tendencia conservadora, Francis Fukuyama, de la Universidad Johns Hopkins, ha ideado el concepto de un «futuro poshumano» en el que las modificaciones introducidas en el ADN podrían alterar los sistemas morales y éticos fundamentados en una naturaleza humana universal.
Fukuyama señala que, incluso las aplicaciones de la tecnología genética dirigidas al tratamiento y la prevención de la enfermedad o el sufrimiento, podrían socavar la idea de que hemos sido creados iguales, un principio fundamental de la democracia liberal. Algunos especialistas en bioética de tendencia conservadora, como Leon Kass, se han hecho eco de sus argumentos, y contemplan la clonación y la ingeniería genética aplicadas a las células germinales como un ataque a la dignidad del ser humano.
Figuras destacadas de la izquierda política, como el filósofo Jürgen Habermas y el experto en medio ambiente Jeremy Rifkin, comparten también muchas de estas ideas, y temen que la biotecnología amenace la «ética de la especie» que nos hace respetar las vidas, las intenciones y las aspiraciones de los demás seres humanos. En su libro de 2003 Enough: Staying Human in an Engineered Age («La humanidad en la era de la ingeniería genética»), Bill McKibben plantea la posibilidad de que la potencia de la tecnología conlleve la desaparición del vínculo entre las personas y su pasado, llegando a poner en cuestión el significado del ser humano. McKibben es muy crítico con las técnicas de ingeniería genética aplicadas a las células germinales, y considera que van a hacer que los niños se pregunten si sus logros y sus aspiraciones son realmente suyos o el resultado de los impulsos genéticos que les implantaron sus padres.
Un motivo de preocupación es el de que las tecnologías genéticas lleguen a estar al alcance de las personas acaudaladas, creando una línea divisoria marcada por el ADN. Los ricos podrían tener libertad para mejorar sus genomas y los de sus hijos, con objeto de prolongar sus vidas y de afianzar las ventajas sociales. Los pobres quedarían marginados, estableciéndose así conflictos entre los «aristócratas genéticos» y el resto. Muchas personas discapacitadas también consideran que este tipo de tecnología les califica como ciudadanos de segunda clase que no deberían existir.
¿Inmortalidad?
Algunos transhumanistas, como el teórico británico Aubrey de Grey, consideran que la biotecnología podría acabar con el envejecimiento. Las células madre y la manipulación genética nos permitirían sustituir las partes de nuestros cuerpos a medida que se desgastaran. De Grey cree que incluso la muerte es un reto de ingeniería genética a la espera de ser superado.
Sin embargo, la mayor parte de los biólogos de la corriente dominante son escépticos, principalmente porque la eliminación del envejecimiento supondría saltarse la selección natural. Una vez que alcanzamos la edad en la que ya no podemos reproducirnos, dejan de aplicarse las presiones evolutivas que fomentan una buena salud. Los errores genéticos que contribuyen a la aparición del cáncer y la cardiopatía en nuestros últimos años de vida no se han eliminado de nuestro patrimonio genético, dado que sus efectos perjudiciales sólo se inician cuando ya ha sido transmitido. No estamos diseñados para vivir eternamente.
La longevidad extrema también podría tener consecuencias sociales negativas, y una de las más evidentes sería la superpoblación. Como ha señalado Richard Dawkins, también se modificarían las actitudes ante el riesgo. Incluso si pudiéramos evitar la muerte como consecuencia del envejecimiento y la enfermedad, todavía seríamos vulnerables a los accidentes. Con una esperanza de vida de 80 años, tiene sentido arriesgarse; sin embargo, con una esperanza de vida de 800 años, incluso cruzar la calle podría ser considerado inaceptablemente peligroso.
Transhumanismo Los defensores de la biotecnología humana tienden a contrarrestar estos argumentos con tres preguntas: ¿por qué no?, ¿estas preocupaciones están realmente justificadas? y ¿sería posible interrumpir este progreso?
Con respecto a la primera pregunta, filósofos como John Harris y Julian Savulescu, autores como Ronald Bailey y Gregory Stock, adoptan una postura liberal. Si los tratamientos con células madre, las técnicas de evaluación genética y los métodos de ingeniería genética son suficientemente seguros y no causan daños a otros individuos, no hay ninguna razón convincente para prohibirlos. La mayoría de la gente acepta con agrado los medicamentos que pueden incrementar tanto la duración como la calidad de sus vidas y las de sus familiares, y las técnicas que se aplican al ADN o a la reproducción no van a ser distintas en ese sentido. La decisión de utilizarlas o no debería corresponder a los individuos, no a la sociedad.
Con respecto a la segunda pregunta, la respuesta de muchos biólogos y especialistas en ética sería negativa, pero por dos razones muy distintas. Uno de estos grupos, los «transhumanistas», argumentan que la tecnología genética no debería ser proscrita, sino todo lo contrario. Si la ciencia puede ayudar a las personas a disminuir su sufrimiento e incrementar sus logros, ¿no es algo positivo? Harris incluso sugiere que no sólo está moralmente justificado diseñar métodos más adecuados para luchar contra la enfermedad y la discapacidad, mejorando al mismo tiempo los cuerpos y las mentes de las personas, sino que es obligatorio desde un punto de vista moral.
«Dado el gran valor que se otorga a la vida, considero que su protección ante el fallecimiento prematuro o el ofrecimiento de una mayor esperanza de vida saludable representan una obligación manifiesta.»
John Harris
Otras autoridades señalan que muchos problemas relacionados con la genética se deben a que se le atribuye una capacidad excesiva de determinación. Por supuesto, el ADN es importante para la naturaleza humana, pero no la determina igual que lo hace la secuencia de aminoácidos de la insulina. Según vimos en el capítulo 17, la condición humana está fundamentada tanto en los genes como en el ambiente. Es imposible reducir las identidades individuales, como tampoco la de nuestra especie, a este o aquel gen. Tal como propuso el escritor científico Kenan Malik, la unicidad de la especie humana radica en nuestra capacidad de ser agentes conscientes. No es probable que haya nunca ningún tipo de técnica de ingeniería que pueda anular esta capacidad.
En respuesta a la última cuestión, los tranhumanistas insisten en las lecciones de la historia. Una vez inventadas las tecnologías, raramente se han abandonado y nunca durante mucho tiempo. Si las técnicas genéticas transmiten la esperanza de una existencia mejor, las personas siempre van a querer utilizarlas, y algunas lo van a conseguir. Quizá sería mejor regular estas aspiraciones, en lugar de establecer prohibiciones de carácter impracticable. La dificultad real radica en garantizar un acceso equitativo y seguro a todas estas tecnologías.
Cronología:
1932: Aldous Huxley (1894-1963) publica Un mundo feliz
1997: Estreno de la película Gattaca
2001: Finalización de los primero bocetos del genoma humano
2002: Francis Fukuyama publica Our Posthuman Future («Nuestro futuro poshumano»)
2005: Kazuo Ishiguro publica Nunca me abandones
La idea en síntesis: la genética es tanto una oportunidad como una amenaza