Capítulo 48

En la sala de reuniones de los juzgados, sentada a la cabecera de la mesa, Judy preparaba el plan B para salvar a su cliente.

—Tony Palomo, escúcheme. Todavía puede salir de esta con vida. Usted sabe que se le acusa de homicidio en primer grado, que es el peor delito que puede haber.

—Sí, sí... —contestó en tono fatigado, casi dejándose caer en la silla frente a Judy. Era evidente que su intervención lo había agotado, y la tensión del juicio empezaba a hacer mella en él. Frank se sentó a su lado, el rostro crispado, y apoyó un brazo en el respaldo de la silla de su abuelo. Bennie escuchaba de pie, apoyada contra la pared con los brazos cruzados. Judy contaba con su aprobación para aquel último y desesperado intento.

—Podemos proponer a la sala, pedir al juez como quien dice, que le acuse de un delito menos grave, como por ejemplo homicidio en tercer grado. Aquí tengo la definición de ese delito: ocurre cuando una persona mata a otra —leyó en el bloc de notas— sin justificación legal, movida por una súbita e intensa pasión resultante de una provocación explícita.

—¿Una provo...?

—Es lo que pasó cuando Coluzzi le dijo que había matado a su hijo y a la esposa de este. Lo provocó de un modo explícito.

Provocare —tradujo Frank, y Tony Palomo asintió, más animado.

—Coluzzi provoca a mí, é vero.

Judy asintió.

—Claro que lo provocó, y usted lo mató impulsado por una súbita e intensa pasión. ¡Todo encaja! Ahora la sala debe comunicar al jurado qué delito se le imputa, de acuerdo con la ley. Si pedimos que se cambie la acusación a homicidio en tercer grado, no creo que lo condenen por homicidio en primer grado.

El rostro de Frank se iluminó.

—¿Cuál es la diferencia, Judy?

—Una fundamental: no pueden condenarlo a la pena de muerte. El homicidio en tercer grado se castiga con una pena que oscila entre diez y veinte años.

—Mmmm... —Frank movió la cabeza en señal de negación—. En su caso, eso sería casi lo mismo que cadena perpetua. Pero al menos no lo matarían.

—Exacto —confirmó Judy, animándose por momentos—. Es una solución intermedia que el jurado no tendría inconveniente en aceptar. Si quieren castigarlo, no necesariamente tienen que hacerlo con la pena capital. No todo es blanco o negro.

Frank asintió.

—Me gusta.

—A mí también —añadió Bennie, todavía apoyada contra la pared.

Judy se sintió aliviada.

—Usted tiene la última palabra, Tony Palomo, pero le aconsejo que me deje seguir adelante. —Judy consultó su reloj—. Tengo que ir a ver al juez dentro de cinco minutos para discutir el tema, y luego hay que presentar los alegatos finales. Después el juez leerá los cargos al jurado, que se retirará a deliberar. En resumen, tiene que decidir ahora mismo. Diga que sí.

Tony Palomo pestañeó, y sus párpados se movieron más despacio de lo habitual.

—Repite.

—¿Que repita el qué?

—Lo que tú dice antes —explicó Tony Palomo, señalando el bloc de notas de Judy—. Lo que tú lee.

Judy volvió la vista hacia el bloc de notas. La definición de homicidio en tercer grado.

—Matar a alguien sin justificación legal.

—¿Qué significa?

—Significa que, desde el punto de vista legal, no había ningún motivo para el asesinato.

Tony Palomo la miró con ojos desorbitados.

—¡No es asesinato! ¡No, no, no!

—Tony Palomo...

—¡¡No!! —bramó.

Se había terminado. Judy sabía que nunca lograría persuadirlo. No tenía ningún plan C, y había llegado el momento de volver a la sala.

Desde la tribuna, Judy se quedó unos instantes en silencio ante el jurado, pensando en lo que diría en su alegato final. Era evidente que las declaraciones de Tony Palomo habían puesto en entredicho el argumento de la duda razonable que Judy había preparado con tanto esmero, y sobre el que pensaba fundamentar su alegato final. Tampoco le quedaba ningún as en la manga. Dependía exclusivamente de sí misma.

Levantó la vista y observó a los miembros del jurado. Parecían descansados y expectantes. La maestra le sonrió, pero Judy tenía que dirigirse a la fila de atrás, a los que ya habían decidido que Tony Palomo era culpable. En cierta ocasión, ella había estado en la misma tesitura, y se le ocurrió que quizá no fuera un mal punto de partida.

—Señoras y señores del jurado, han escuchado ustedes algo realmente extraordinario en esta sala de juicio. Me refiero al testimonio de Tony Palomo. Yo misma lo escuché por primera vez cuando conocí a mi cliente. Ahora todos ustedes le han escuchado porque él ha insistido en subir al estrado para hablarles y decirles la verdad. No ha querido ocultarse detrás de mí, ni de un experto, ni tan solo de los derechos que le asisten de acuerdo con la Constitución. Debo confesar que, cuando Tony Palomo me explicó lo que había pasado en aquella habitación, del mismo modo en que se lo ha explicado hoy a ustedes, me sentí consternada. En aquel momento no supe si debía representarlo. Al fin y al cabo, había matado a un hombre. Entonces lo consideraba culpable.

Tras una pausa, Judy prosiguió como si estuviera pensando en alto.

—Pero luego lo fui conociendo, y me fui enterando de sus peripecias vitales, las mismas que ustedes han escuchado hoy a través de su testimonio. Empecé a comprender el calvario por el que había pasado. Primero, asesinan a su mujer en un establo, el día del cumpleaños de su hijo, y luego su hijo y su esposa mueren carbonizados en una camioneta que cayó entre llamas desde un paso elevado. Tony Palomo es un hombre al que han arrebatado todos sus seres queridos. —Judy elegía sus palabras con cuidado, porque Santoro estaba sentado en el borde de la silla, listo para saltar a la que ella pisara la raya. No podía decir que Ángelo Coluzzi había cometido aquellos asesinatos porque no lo habían declarado culpable de los mismos, pero tampoco necesitaba hacerlo, o eso esperaba.

»Con el tiempo, empecé a comprender hasta dónde puede llegar una persona cuando se ve empujada hasta tales extremos. ¿De qué sería yo capaz, o cualquiera de ustedes, si nos atormentaran como lo hicieron con Tony Palomo, si hubiéramos perdido a nuestros seres más queridos? ¿Acaso no habríamos reaccionado del mismo modo si nos hubieran provocado de un modo tan explícito, convirtiendo en ira nuestro inmenso dolor? Recuerden las palabras de Ángelo Coluzzi: «Yo maté a tu hijo y...».

—¡Protesto, irrelevante! —tronó Santoro, y Judy giró la cabeza bruscamente. La mayoría de los abogados jamás interrumpirían el alegato final de la parte contraria, y menos con una objeción de tan poco calibre.

—Señoría —replicó Judy—. Me he limitado a citar la declaración de Tony Palomo, y tengo derecho a comentarla.

—Denegada. —El juez Vaughn lanzó una mirada de advertencia a Santoro, que se sentó.

Judy hizo una pausa para poner en orden sus pensamientos. Si lo que pretendía Santoro era hacerle perder el hilo, no se lo iba a consentir.

—Al oír aquellas palabras, Tony se abalanzó sobre Ángelo Coluzzi y lo empujó, rompiéndole el cuello. Justo después, Tony Palomo gritó, horrorizado por lo que había hecho. Ustedes lo han oído decir que lamentaba la muerte de Coluzzi. Lo lamentaba y lo sigue lamentando.

Judy se enderezó.

—Pero están ustedes aquí para juzgar a Tony Palomo, y el juez Vaughn les comunicará los cargos que se le imputan de acuerdo con la ley, y les dirá que son ustedes quienes, en última instancia, deben dilucidar los hechos expuestos en esta causa. Solo ustedes pueden decidir si Tony Palomo cometió o no asesinato al acabar con la vida de Angelo Coluzzi.

Judy hizo una pausa y miró a los miembros del jurado, de uno en uno.

—Cuando estén en la sala de deliberaciones, su mejor aliada será la siguiente pregunta: ¿qué es la justicia? Porque la justicia es lo que ha hecho venir hasta aquí a los abogados, al personal auxiliar, al juez Vaughn, a los Lucia, a los Coluzzi y demás asistentes, a los periodistas y, por supuesto, a todos y cada uno de ustedes. Los jurados se constituyen con un solo fin: el de impartir justicia. La justicia es la razón de ser de este sistema, y de las protestas de los letrados, y de los alegatos iniciales y finales. La justicia es, de hecho, la razón de ser de la ley.

Judy reflexionó sobre sus propias palabras, y a medida que hablaba se le iban aclarando las ideas.

—Tony Palomo no ha conocido la justicia en su vida, y tiene setenta y nueve años. Creció bajo el fascismo, en la Italia de entreguerras, y no espera que se haga justicia con él. Se ha acostumbrado a no contar con la justicia. Pero conserva un último resquicio de esperanza, y ha llegado el momento de que se le haga justicia. —Judy hizo una pausa—. Demuéstrenle qué hace de este país lo que es, díganle en qué consiste ser estadounidense. Aunque solo sea una vez en su vida, demuéstrenle que la justicia existe. Declárenlo inocente. Haciéndolo, no solo no estarán incumpliendo la ley, sino que estarán sirviendo su más elevado y noble propósito. Gracias. —Judy saludó al jurado con un breve saludo, y luego volvió a su asiento sin mirar a nadie mientras Santoro se dirigía a grandes zancadas a la tribuna y la golpeaba sonoramente con su bloc de notas.

—No puedo creer lo que acabo de escuchar —dijo con indignación, mirando al jurado—. Esperaba que la defensa apelara a su compasión, pero jamás se me pasó por la cabeza que tuviera la desfachatez de apelar a su sentido de la justicia. ¿Acaso es justo matar a un hombre inocente, a sangre fría con la disculpa de su pasatiempo preferido? ¿Cómo puede nadie en su sano juicio llamar a semejante atrocidad un acto de justicia?

Santoro alzó un dedo en el aire.

—La señorita Carrier les ha dicho que la justicia es la razón de ser de la ley, y en eso le doy la razón. Pero la ley que cabe aplicar en este caso ya ha sido determinada y es muy clara. Por favor, quieran escuchar lo que les voy a leer. —Santoro cogió su bloc de notas—: «Un homicidio constituye delito de asesinato en primer grado cuando se comete de forma intencionada». —Santoro volvió a golpear la tribuna con el bloc de notas, sobresaltando a los miembros del jurado que ocupaban la primera fila—. Así lo establece la ley vigente en este estado. Y si se atienen ustedes a la ley, como es su deber, no podrán sino declarar al acusado Anthony Lucia culpable de homicidio en primer grado.

Santoro estaba lanzado.

—El acusado, no lo olviden, reconoció haber matado a Ángelo Coluzzi. Es más: reconoció incluso que deseaba poder matar a Ángelo Coluzzi y, dejando a un lado las sutilezas gramaticales, no lamenta haber matado a Ángelo Coluzzi. Tal como lo entiendo yo, eso significa que volvería a hacerlo si tuviera ocasión. La señorita Carrier quiere que se pongan ustedes en la piel del señor Lucia, pero yo les pido que intenten ponerse en la piel de Ángelo Coluzzi, porque estarían ustedes en su misma situación si en este país consintiéramos que las personas se mataran unas a otras por motivos que creen válidos aunque carezcan de base real. Que se pudieran matar por desaires imaginados, por una venganza sin razón de ser, porque creen que tienen derecho a hacerlo y punto, por una antigua rencilla, por sus creencias culturales.

Santoro hizo una pausa.

—La señorita Carrier les ha hablado a título personal, y yo también lo haré. Soy italoamericano, y les aseguro que la actitud del acusado me ofende sobremanera, porque no estamos en la Italia de entreguerras, sino en Estados Unidos. No vivimos en una época de guerra y caos, sino de paz y tranquilidad. Estados Unidos no es una tiranía, sino una democracia que se rige por leyes, y todos los ciudadanos de este país debemos atenernos a esas leyes si queremos garantizar la seguridad y el bienestar de todos. Cuando el acusado llegó a este país procedente de Italia, al igual que mi propio abuelo, aceptó la responsabilidad de acatar las leyes de la tierra que lo acogía, del mismo modo que acepta sus beneficios y riquezas.

Santoro miró al jurado, primero a la fila delantera y luego al fondo.

—Al empezar este juicio, les dije que todo caso de asesinato encierra una historia. Esta está a punto de llegar a su fin. Todos nosotros estamos aquí para escucharla y ser testigos de ella, todos excepto un hombre: Ángelo Coluzzi. La ley les guiará a la hora de decidir, y el juez Vaughn les leerá a continuación los cargos que, de acuerdo con la ley, se imputan al acusado. Haciendo cumplir esa ley estarán ustedes haciendo justicia, no solo por todos nosotros, sino también por Ángelo Coluzzi. Gracias —concluyó, y se alejó de la tribuna.

Judy sintió que se le encogía el estómago cuando el juez Vaughn empezó a leer en alto el primer párrafo de la ley, donde se ensalza al jurado como el máximo responsable de depurar los hechos objeto de causa. Aunque aquella cantinela siempre le había sonado a clase de repaso de derecho elemental, en aquel momento las palabras pronunciadas por el juez cobraron para Judy un significado especial. Tony Palomo escuchaba atentamente, erguido en su silla, y Judy tuvo la certeza de que el juez Vaughn leía más despacio de lo habitual para que él pudiera entenderlo. Hasta que había escuchado su confesión en el estrado, Tony Palomo le había resultado simpático, y Judy esperaba que el jurado no fuera de su misma opinión.

Miró fugazmente a los miembros del jurado mientras el juez seguía leyendo. Había gravedad en todos los rostros, que de vez en cuando miraban a Tony Palomo y a Judy, y luego a Santoro y de nuevo al acusado y su abogada, Como si trataran de llegar a una conclusión a través de la observación de unos y otros. Judy calculó mentalmente el resultado de la votación. La maestra de los Abruzzos votaría a favor de Tony Palomo, y quizá también la anciana que estaba a su lado. Todos los demás votarían en su contra, y la fila de atrás quería verlo muerto... a ser posible junto con su abogada. Judy desistió de hacer el cálculo.

Creía que le iba a estallar la cabeza. Mientras, el juez seguía leyendo la definición de homicidio en primer grado, el único grado de culpabilidad sobre el que tendría que deliberar el jurado, por insistencia de Tony Palomo, aunque el juez Vaughn hubiera cuestionado esta decisión en la entrevista que había mantenido poco antes con Judy. Ella le había dicho que su cliente así lo quería, y el juez no había tenido más remedio que dar su conformidad. Con la ley en la mano, no podía añadir un grado menor de culpabilidad a los cargos imputables sin que hubiera una petición formal en ese sentido por parte de la defensa o del estado. En la entrevista a puerta cerrada que Judy había mantenido con el juez había quedado claro que Santoro estaba tan convencido de poder ganar la acusación de homicidio en primer grado que no se molestaría en pedir una condena menor. El caso llegaría a manos del jurado como una apuesta al todo o nada.

Judy estaba hecha un manojo de nervios. Se culpó a sí misma, culpó a Tony Palomo, luego culpó a Italia en general y a Mussolini en particular, para terminar recriminándose a sí misma otra vez. Miró a Tony Palomo, pero su cliente estaba absorto en la lectura de los cargos. Judy se sentía incapaz de fingir de cara al jurado una profesionalidad que distaba mucho de sentir, así que apartó los ojos.

En la primera fila del público, al otro lado de la mampara de cristal blindado, estaba Frank, tan afligido como ella. Sus miradas se cruzaron y él forzó una sonrisa tensa, pero Judy no encontró fuerzas para sonreír. No quería ni pensar cómo reaccionaría Frank cuando su abuelo fuera sentenciado a muerte, o a cadena perpetua. O lo que ocurriría entre ellos cuando Judy se convirtiera en la abogada que lo había dejado morir o pudrirse en la cárcel. Se volvió hacia la parte frontal de la sala, donde el juez Vaughn estaba terminando de leer los cargos y se disponía a ordenar al jurado que se retirara a deliberar.

—El alguacil les dará una hoja para el veredicto que deberán llevar con ustedes a la sala de deliberaciones —dijo el juez, entregando varias hojas de papel al alguacil, que llevó una al jurado, luego se encaminó a la mesa de la acusación para entregar otra a Santoro y finalmente dejó la tercera hoja sobre la mesa de la defensa, delante de Judy—. Les doy las gracias de antemano por su tiempo y su esfuerzo. Se levanta la sesión.

El juez golpeó la mesa con el mazo mientras el jurado se levantaba y abandonaba la sala de juicio por la puerta corredera que se abrió a un lado del estrado.

Solo entonces se atrevió Judy a posar la mirada en la hoja del veredicto, que constaba de una sola pregunta:

Homicidio (primer grado): ¿Culpable o inocente?