Capítulo 44

Pasaba de las seis de la tarde cuando volvieron al bufete, donde apenas quedaba nadie. Judy acababa de hacer pasar a Bennie y Tony Palomo al cuartel general de Rosato y Asociadas cuando Frank tiró suave pero insistentemente de la manga de su traje.

—¿Puedo ver esos informes ahora? —preguntó en voz baja. No había abierto la boca desde que Judy y él habían abandonado los juzgados en taxi con un guardia de seguridad.

—Claro —contestó, mientras dejaba la cartera y el bolso sobre la reluciente mesa de nogal. La petición no le sorprendía lo más mínimo. Abrió la cartera y sacó el expediente completo, incluido el informe policial y el que había elaborado el experto en reconstrucción de accidentes. Leer aquello podía ser un mal trago para Frank. Judy no lograba quitarse de la cabeza la lúgubre conclusión del informe pericial, y eso que los Lucia no eran sus padres—. ¿Seguro que quieres leer esto?

—Sí.

—Vale. —Judy dejó sobre la carpeta de los informes la cinta de vídeo con la reconstrucción del accidente realizada por ordenador. A ella la había convencido, y esperaba que también convenciera a Frank—. Puedes mirártelo todo en la otra sala de juntas, allí también hay una tele con vídeo incorporado. Está al fondo del pasillo, a mano izquierda. Supongo que no querrás que te pida algo de cena, ¿verdad?

—No, gracias. —Frank la miraba a los ojos pero parecía ausente. Judy decidió no hacer ningún comentario. Era normal que Frank se mostrara algo distante.

—Ve tirando —sugirió ella—. Tengo que hablar con tu abuelo, explicarle lo que vamos a hacer mañana.

—Vale, gracias. —Frank cogió los informes y la cinta de vídeo y se fue, cerrando la puerta tras de sí mientras Judy invitaba a Tony Palomo a tomar asiento y Bennie descolgaba el teléfono del aparador situado al fondo de la habitación para escuchar los mensajes de su buzón de voz.

—¿Frankie está bien? —preguntó Tony Palomo, y Judy se encogió de hombros.

—Eso espero.

— Mi dispiace. —Tony Palomo miraba hacia abajo, apesadumbrado—. Esto no bueno. No bueno para Frankie. No, no ha sido nada bueno. —Tony Palomo alzó la mirada; en sus ojos oscuros había una tristeza infinita—. No. No día bueno para él.

Judy sintió una punzada de angustia. Era evidente que Tony Palomo no se refería solo a Frank. Se ordenó a sí misma tranquilidad y trató de serenar su mente.

—¿Le apetece una taza de café?

—Mejor un vaso de chianti.

Judy soltó una carcajada.

—No tenemos, pero tampoco le hace falta. ¿Un poco de agua, tal vez?

Va bene.

—Hecho. —Judy se levantó y cogió el jarro de agua que descansaba sobre el aparador, donde Bennie seguía aferrada al teléfono. Debía de tener por lo menos trescientos mensajes. Judy llevó el jarro hasta la mesa, llenó un vaso de poliestireno y se lo ofreció a su cliente.

—Tenga, buen mozo.

Grazie, Judy. —Tony Palomo bebió un sorbo y Judy vio subir y bajar su nuez ostensiblemente, como si le costara tragar —. La mía esposa, Silvana... capisci?

Judy asintió, preguntándose a qué vendría aquello. Pero había notado que cuando Tony Palomo estaba cansado o muy nervioso se confundía y le daba por recordar el pasado. Ella no podía imaginar lo que era pasar una guerra, o perder a tus seres más queridos. Se sirvió un vaso de agua, se quitó los zapatos y se dispuso a escucharle.

—Silvana, ella cabezota. El piccolo Frank, él cabezota. Io no cabezota —añadió con una sonrisa, que Judy secundó.

—¡Nooo, qué va! Usted es un trocito de pan.

Tony Palomo soltó una pequeña carcajada, un discreto «je je je» que le iba como anillo al dedo, una risa hecha a su medida. Luego terminó la frase, al tiempo que mecía la cabeza con aire melancólico.

—¡Silvana, ella preciosa...!

—Estoy segura.

—¡Yo dice juez lo preciosa que es Silvana!

Judy bebía a sorbos su vaso de agua, mientras los ojos de Tony Palomo se iluminaban con un brillo especial, como si sus pensamientos lo hubieran transportado a otro lugar, a otro tiempo. Judy había visto la misma reacción en su abuela, pero sin aquella intensidad. O quizá el problema era que nunca se había sentado a escucharla mientras tomaba un vaso de agua caliente. Tendría que haberlo hecho, pero ahora era demasiado tarde.

Io dice juez cuando io ve a Silvana por primera vez, en la carretera con Coluzzi, el día de la carrera. ¡Qué hermosa! ¡En un carro! Silvana tiene... —Tony Palomo se llevó su pequeña mano a los labios y les dio unas palmaditas mientras trataba de dar con la palabra—. Tiene... eso, ¿cómo se llama? Rossetto per le labbra. Tú lleva, cuando io ve a ti en la cárcel.

—¿Lápiz de labios? —sugirió Judy.

Ecco!

Judy sonrió, porque a decir verdad lo que llevaba aquel día no era exactamente lápiz de labios.

—¡Rojos como el vino, los labios de Silvana! ¡Io la besa, mucho!

—¡Madre mía! —Judy se echó a reír—. ¡Eso no se lo puede contar al juez!

Tony Palomo alzó un dedo.

—¡No, no! ¡Nosotros besa con un tomate! ¡E vero, un tomate!

Judy no entendía nada, pero Tony Palomo estaba demasiado emocionado para detenerse a explicarlo.

—¡Tantos tomates! ¡Muchos, muchos tomates! ¡Hasta que ella me quiere! ¡Todos mis tomates! —Tony Palomo soltó una de sus carcajadas—. Je je je... todos los días, la mía mamma pregunta ¿dónde mi pomodori?. ¡Io no tengo pomodori para ensalada! ¿Por qué io no tengo pomodori? Io ríe como descosido.

Judy sonrió, con un nudo en la garganta. No sabía exactamente de qué hablaba Tony Palomo pero, de algún modo, comprendía lo que intentaba transmitirle.

—Entonces Silvana, ella come conmigo, nosotros hace picnic. ¿Capisci, picnic? —Tony Palomo miró a Judy en busca de confirmación, y ella asintió—. En el bosque. Todos los días. Nosotros habla y habla, y besa también.

—¿Sin tomates?

—Sin tomates. ¡Besa! ¡Besa una mujer! La bella femmina! Ahhh... —Tony Palomo dio una palmada en el aire y el recuerdo le iluminó el rostro—. ¡Qué beso! ¡Qué mujer! ¡Más delicioso que el pomodoro! Io dice a mí mismo: Tony, ¡tú casa con esa mujer! ¡Tú feliz para siempre!

Judy sonrió, olvidando por un instante el trágico final de la historia, pero entonces Tony Palomo se inclinó hacia delante y le tocó la mano.

Io dice al juez, io dice que ella casa conmigo, que ella elige a Tony Palomo, y él entiende. —La voz de Tony Palomo cobró un tono urgente, grave—. Io dice al juez que Coluzzi pega boticario, pega a mí, en la calle, en el torneo. ¿Capisce, el torneo?

—No —contestó Judy, imaginando a Tony Palomo enfundado en una armadura medieval.

Io dice al juez, él sabe. Io dice a los otros, cómo se llaman, el jurado, ellos saben. Io dice, io hace ellos ven que Coluzzi es un asesino, que él asesina a la mía Silvana. Asesina al mío piccolo Frank. Asesina a Gemma, su mujer. ¡Io hace ellos ven!

Judy movió la cabeza en señal de negación. Estaba tan obsesionado por testificar que no podía razonar con él.

—Tony, lo que usted haría si subiera al estrado sería hablarles de Silvana, contarles lo maravillosa que era, y luego les hablaría de Coluzzi, y de lo cruel que era...

—¡Sí, sí! Y cómo él mata a la mía Silvana, y cómo io encuentra ella, en el establo, con el piccolo Frank. —Tony Palomo empezó a respirar aceleradamente—. El piccolo Frank, él es un bebé y ve a su mamma, ¡muerta! —Los ojos de Tony Palomo se llenaron de lágrimas, y Judy le apretó la mano para intentar traerlo de vuelta al presente, a un país distinto.

—¿Y luego qué? ¿Qué más les dirá? ¿Que Coluzzi le dijo que había matado a Frank y a Gemma aquel día en el club? ¿Que lo atacó y le rompió el cuello?

—¡Sí! —Tony Palomo asintió vigorosamente—.¡Io dice! ¡Io mata Coluzzi! ¡Io hace ellos ven no es asesinato!

—¡Pero sí que lo es! ¡Aquí sí! Si les dice eso, lo meterán en la cárcel. ¿No lo entiende? —Judy se oyó a sí misma gritando, fuera de sí, y solo entonces se dio cuenta de que Bennie había colgado el teléfono y la miraba fijamente. Judy se calló y se volvió hacia ella—. Eh... ¿qué tal?

—Regular —dijo Bennie, forzando una sonrisa—. Para empezar, tal vez fuera buena idea que dejaras de gritar a tu cliente.

Judy se recostó en su silla.

—Bien visto.

Tony Palomo miró a una abogada y luego a la otra mientras Bennie se acercaba a él bloc de notas en mano, se sentaba en el borde de la mesa y lo miraba fijamente.

—Señor Lucia —empezó—, usted y yo no hemos hablado demasiado hasta ahora porque Judy es su abogada y lo está haciendo estupendamente. Tiene una línea de defensa que el jurado puede entender y creer. Según lo que haga mañana en la sala, puede incluso que gane el caso, y eso es algo muy difícil de hacer. Judy le aconseja que no salga a declarar, y si yo fuera usted le haría caso. También debe tener en cuenta que en Estados Unidos son muy pocas las personas que, estando en su misma situación, deciden subir al estrado y testificar. Yo he llevado muchos casos de asesinato y jamás he hecho declarar a ningún acusado.

—Sí, sí...

—Sin embargo, como ya le ha explicado Judy, si insiste usted en declarar, estará en su derecho. Lo que yo propongo es que lo consulte con la almohada. —Tony Palomo frunció el entrecejo, y Bennie cayó en la cuenta de que no había entendido la frase hecha— Lo que trato de decirle es que intente descansar esta noche, y que deje la decisión para mañana. Si entonces todavía quiere declarar, podrá volver a hablarlo con Judy. ¿Le parece bien?

—¡Sí! —dijo Tony Palomo rápidamente, asintiendo con energía.

—Judy hablará este tema con usted todas las veces que haga falta, porque se trata de una decisión muy importante. De hecho, es la única decisión verdaderamente importante de cualquier defensa. Y usted tiene la última palabra. ¿Lo ha entendido?

—Sí, sí. —Tony Palomo parecía más tranquilo.

Judy suspiró, resignada.

—Por mí, de acuerdo.

Bennie la taladró con la mirada.

—Da igual que estés de acuerdo o no.

Vaya. Judy aventuró una sonrisa.

—Ya, pero mejor así, ¿no? Como que lo hace todo más llevadero.

Bennie puso los ojos en blanco y sonrió a Tony Palomo.

—Verá, señor Lucia, a veces Judy se emociona un poco más de la cuenta, pero eso es porque se preocupa por usted. Y porque todavía es joven. No como nosotros.

Tony Palomo rompió a reír.

—¡Tú joven, Benedetta!

—Tengo cuarenta y cinco años, amigo mío. Dejé de ser joven hace cuarenta años. —Bennie saltó de la mesa y se volvió hacia Judy—. Estaría bien que le dieras algo de cenar a tu cliente antes de entrar en materia.

—Sí, claro. —Judy se recordó a sí misma que tenía que esmerarse más en la faceta de alimentación y cuidados varios. Era tan mala madre que hasta había perdido la custodia de su perra—. Tony, ¿quiere que le pida algo de cena antes de que nos sentemos a hablar?

—Cena, sí.

—¿Le apetece comida china? Ayer probó el pollo a la cantonesa.

Tony Palomo arrugó su nariz morena.

—Pasta mala.

Judy sonrió.

—¿Qué tal una pizza?

—Sí, sí.

Judy asintió. Era solo la trigésima pizza a domicilio que pedía en lo que llevaba de semana.

—Vale, marchando una pizza.

Judy se dirigía al teléfono de la sala de reuniones cuando de pronto la puerta se abrió y todos levantaron la mirada.

Frank entró y arrojó sobre la mesa la carpeta de los informes, que resbaló sobre la reluciente superficie. En su rostro había una expresión grave, pero al mismo tiempo parecía aliviado.

—Mis padres sí murieron asesinados —dijo sin más.

Judy lo miró boquiabierta.

—¿Qué? ¿No has leído el informe del experto?

—Sí. Por eso lo digo.

—¿A qué te refieres? Él llegó a la conclusión de que fue un accidente.

Frank esbozó una media sonrisa.

—Pero yo sé algo que él ignoraba.

Judy colgó el teléfono, sin salir de su asombro.