Capítulo 24

La sala de reuniones de Rosato y Asociadas nunca había estado tan llena, y menos un domingo por la mañana. Los micrófonos negros se arracimaban debajo de la barbilla de Judy, y había más de veinte cámaras apuntando a su cara. Los fotógrafos cambiaban el carrete, los presentadores de la tele le daban a la sinhueso por el móvil y los periodistas comprobaban que las pilas de sus dictáfonos negros no estuvieran gastadas. Los corresponsales rondaban la mesa del fondo, en la que había galletas al queso, bagels y café caliente. Judy esperaba en el estrado dispuesto para la ocasión, con un humor de perros, al reportero del canal WCAU-TV, que había ido a buscar algo que se le había olvidado.

Intentó reprimir su mal genio. Nunca había dado una rueda de prensa, pero sabía que todo habría ido mucho mejor si la noche anterior se hubiese ido a la cama con un italiano. De hecho, irse a la cama con un italiano habría hecho que todo fuera perfecto, sobre todo a la mañana siguiente, antes de que el hechizo se hubiera desvanecido. Los polvos mágicos que seguirían adheridos a su piel se encargarían de liberar su fuerza interior y desbloquear sus fosas nasales. En vista de los evidentes beneficios, algunos de los cuales eran tal vez permanentes, cuando no eternos, ¿a quién se le ocurriría decir que no a un italiano para pasarse toda la noche trabajando? Solo un imbécil haría algo así. O un abogado. El cámara buscó la mirada de Judy y levantó un pulgar, así que ella dejó de pensar en sus frustraciones sexuales y se aclaró la garganta.

—Buenos días a todos. Gracias por venir —empezó, mientras se estiraba el traje azul marino.

Lo llevaba con una camisa blanca de seda y los zapatos marrones de Bennie, que había reparado con cinta aislante de la que se usaba en el bufete para precintar los paquetes postales. Las medias la ceñían como un cinturón de castidad, lo que en su caso, pensó Judy, era incluso redundante. No podía ser más casta aunque se hubiera enrollado en cinta aislante de la cabeza a los pies. ¡Maldita sea! ¿En qué estaría pensando cuando dijo aquello de «No, Frank, tengo que trabajar»? No podía dejar de pensar en lo estúpida que había sido, incluso delante de todas aquellas caras recién afeitadas y maquilladas que la miraban fijamente. A juzgar por el cutis resplandeciente, la agilidad mental y el buen humor del que hacían gala, se diría que todos se habían ido a la cama con un italiano la noche anterior.

—Les hemos hecho venir para anunciar públicamente que esta mañana nuestro bufete ha presentado tres demandas judiciales contra la empresa Construcciones Coluzzi y contra John y Marco Coluzzi. La primera de estas demandas viene motivada por una repetida violación de la ley contra las organizaciones corruptas y afines al crimen organizado de mil novecientos setenta, artículos de mil novecientos sesenta y uno a mil novecientos sesenta y ocho. —Judy hizo una pausa para que la jerga legal surtiera efecto, y la verdad es que la espabiló hasta a ella, ahuyentando de su mente las imágenes de músculos protuberantes y espaldas atléticas. La ley era el antídoto perfecto contra la lujuria—. El demandante es Dan Roser, promotor del centro comercial de Philly Court situado en la margen del río, quien sostiene que John y Marco Coluzzi, junto con otros altos cargos de Construcciones Coluzzi, Pavimentaciones y Excavaciones McRea y un sinfín de subcontratistas más urdieron en una compleja trama de fraude, cohecho, soborno, intimidación y otras prácticas ilícitas en relación con la construcción del mencionado centro comercial.

Judy hizo una pausa para recobrar el aliento y permitir que los periodistas tomaran notas.

—Entre los demandados se encuentran asimismo el ayuntamiento de Filadelfia y varios de sus departamentos, incluyendo entre otros el de inspecciones y concesión de permisos de obras, así como las dos instituciones bancarias que financiaron la construcción del citado centro comercial, Marshallton Bank y ConstruBank. Hoy mismo se enviarán citaciones a todos los demandados. Si se les ha escapado algo, no duden en coger una copia de las demandas, que encontrarán en la mesa del fondo. Toda la información que hallarán en esos documentos es de carácter público. Por favor, háganmelo saber si necesitan más copias.

Los periodistas empezaron a levantar el brazo y a formular preguntas a voz en grito, pero Judy alzó una mano con la resolución de un agente de tráfico. Tenía que terminar sin interrupciones, pues quería que los Coluzzi escucharan todas y cada una de sus palabras.

—Por favor, contestaremos a sus preguntas después de la declaración —anunció, y entonces vio a Bennie, que en ese momento entraba discretamente en la sala abarrotada de periodistas. Habían acordado que Judy haría la declaración y que Bennie se uniría a ella más tarde para contestar a las preguntas. Judy no podía sino agradecer la confianza que Bennie depositaba en ella, aunque la había pillado por sorpresa. Era el nombre de Bennie lo que había atraído a todos aquellos medios de comunicación. En cierto modo, también ella se estaba jugando el tipo—. He interpuesto asimismo, a título personal, una demanda en el tribunal estatal contra John y Marco Coluzzi, así como contra otros miembros de su familia, por varios delitos contra mi persona, entre los que se incluye un intento de asesinato mediante la colocación de un aparato explosivo.

Judy pasó entonces a describir de modo sucinto los detalles de las demandas judiciales, siempre con la barbilla bien alta. A medida que hablaba, iba perdiendo el miedo a los Coluzzi, sintiéndose fortalecida por la propia ley. Estaba echando leña al fuego, casi podía sentirlo, y por muy peligroso que fuera, resultaba emocionante. Cuando por fin concluyó su declaración, Bennie se colocó junto a ella y se enfrentaron juntas a la prensa, las cámaras de televisión y los Coluzzi con sus dos pares idénticos de zapatos marrones.

—¿Alguna pregunta? —inquirió Judy, y empezó el bombardeo. Un periodista alto que estaba en primera fila agitó el brazo frenéticamente.

—Adelante —dijo Judy, pues eso era lo que había oído decir en la tele.

—Señorita Carrier, ¿habría que tomar esto como algún tipo de represalia o venganza?

Judy apretó los dientes.

—Las demandas son perfectamente legítimas y se presentan para denunciar una serie de delitos contemplados tanto en la legislación federal como estatal, y le aseguro que este bufete seguirá denunciando cualquier delito que se cometa contra mi persona en el futuro.

El periodista garabateó a toda prisa.

—Entonces, ¿no está tratando de enviar un mensaje a los Coluzzi?

Judy dudó un segundo.

—Por supuesto que sí.

Cuando se fueron los periodistas, vasos de polietileno vacíos llenaban la mesa de la sala de reuniones, y las copias sobrantes de las demandas yacían desperdigadas por todas partes. Había un diario tirado sobre la mesa, junto a los pies desnudos de Judy, que los había puesto en alto. El espectáculo se había acabado, así que se había quitado los zapatos y se había liberado de sus medias como una serpiente que cambia de piel.

—Bueno, la suerte está echada —observó Judy, y Bennie cruzó la estancia hasta la pequeña televisión blanca Sony que descansaba sobre la cómoda, junto al teléfono—. Vaya un aluvión de preguntas, ¿no?

—Pues sí, y creo que nos hemos salido bastante bien del trance. Vamos a dar mucho que hablar, eso te lo aseguro. Si no salimos en las noticias de las doce, es que estoy perdiendo facultades —dijo Bennie, al tiempo que encendía la tele, donde justo empezaba Action News, el telediario de mediodía—. Allá vamos.

Bennie se sentó en el borde de la mesa mientras una atractiva presentadora afroamericana aparecía en pantalla. El fondo de maquillaje suavizaba sus rasgos, ocultando cualquier imperfección, y resaltaba sus relucientes labios pintados de morado.

—Hoy, nuestra noticia de portada es la imparable vendetta que se ha desatado entre las familias Lucia y Coluzzi del sur de Filadelfia —informó la presentadora—. La policía aún no ha detenido a ningún sospechoso en relación con el intento de asesinato de la abogada penal Judy Carrier y su cliente, el acusado Anthony Lucia, así que al parecer la letrada ha decidido tomarse la justicia por su propia mano, interponiendo una serie de importantes demandas como medida de represalia.

—¿Represalia? —gruñó Judy mientras empezaban a emitirse las imágenes grabadas en la rueda de prensa, en las que ella aparecía más bien rígida con su traje azul marino, pero Bennie la mandó callar alzando la mano. Un segundo después la imagen había cambiado. Ahora se veía a un periodista entrevistando a un ayudante del procurador municipal, un joven abogado de pelo corto y aspecto inteligente que apareció en pantalla con gesto de preocupación oficial.

—Empezaremos a investigar de inmediato las acusaciones presentadas, empezando por la oficina de inspecciones y concesión de permisos de obra. Combatiremos cualquier actividad ilícita con la máxima determinación y no descartamos la posibilidad de llevar ante los tribunales a los eventuales responsables de cualquier delito. El ayuntamiento desea transmitir a los ciudadanos de Filadelfia y a los empresarios del sector de la construcción un mensaje de confianza en la integridad y equidad de los órganos municipales en lo relativo a la concesión de obras públicas.

Judy esbozó una sonrisa.

—Están preocupados.

Bennie asintió.

—Tienen motivos para estarlo. Los hemos pillado con el culo al aire.

Lo siguiente que apareció en pantalla fue la imagen de un atildado hombre de negocios que lucía traje y chaleco, sentado al otro lado de una inmensa mesa de cristal en cuya reluciente superficie se espejaban una serie de trofeos, también de cristal. Judy subió el volumen para escuchar sus palabras:

—Como una de las principales entidades financieras al servicio del sector inmobiliario, ConstruBank ha recibido con gran preocupación estas acusaciones, que desde luego investigará a fondo.

Bennie sonrió.

—Ahora todos volverán la espalda a los Coluzzi. Dentro de nada empezarán a lavarse las manos. Esto ya no hay quien lo pare.

Bennie alzó una mano abierta, y Judy la chocó con ímpetu.

—¡Lo hemos conseguido! —exclamó, y entonces se dio cuenta de que su malhumor de antes había desaparecido. ¿Sería porque en el fondo prefería una buena batalla legal a una noche de sexo? Ni hablar.

—¡Así se hace! Te lo has currado, y ha valido la pena.

—Tú también, jefa.

—Mira, mira —dijo Bennie, señalando la pantalla con gesto sonriente—. Territorio enemigo.

Judy miró la tele. La presentadora cerraba la información a pie de calle, delante de un modesto edificio de obra vista de South Philly, embutido entre una sandwichería y una panadería. La cámara enfocó un viejo letrero pintado. Ponía construcciones coluzzi y estaba envuelto en un crespón negro. La presentadora se acercó el micrófono a sus labios satinados.

—Hemos intentado ponernos en contacto con los directivos de Construcciones Coluzzi, pero no han podido atender nuestra llamada. Sus oficinas han permanecido cerradas a lo largo de todo el día en señal de duelo, puesto que hoy se celebra el funeral del fundador de la empresa, Ángelo Coluzzi.

Los ojos de Bennie estaban a punto de saltar de sus órbitas, más azules que nunca.

—¡No me lo puedo creer! ¿Qué funeral? ¿Lo entierran hoy? No tenía ni idea, ¿y tú?

—Tampoco, pero no podíamos retrasar la presentación de las demandas. Teníamos que reaccionar enseguida, tú misma lo dijiste.

—¡Maldita sea! —Bennie arrojó su vaso de café vacío a la papelera con tanta fuerza que falló el tiro—. ¿Entierran a su padre el mismo día en que los hemos demandado?

Judy no comprendía la reacción de Bennie.

—Vale, no vamos a quedar muy bien...

—¡No se trata de cómo vayamos a quedar!

—No teníamos muchas opciones, Bennie. Los Coluzzi me estaban disparando cuando se suponía que debían estar eligiendo ataúd.

Bennie se levantó.

—De acuerdo, tienes razón. Teníamos que presentar las demandas el lunes a primera hora, pero eso no impide que me sienta fatal. Dios no lo quiera, pero el día que tengas que enterrar a tus padres sentirás lo mismo —añadió, mientras cogía el vaso del suelo y volvía a tirarlo a la papelera—. Por cierto, ¿les has llamado?

—¿A mis padres? Todavía no.

—Hazlo —insistió Bennie, y abandonó la sala de reuniones a grandes zancadas, cabizbaja.

Judy vio el resto del informativo sin prestar demasiada atención a los reportajes que se siguieron, sobre huelgas laborales, almacenes en fuego y un accidente de barco. Estaba convencida de que habían hecho lo correcto demandando a los Coluzzi. Eran unos asesinos. Habían puesto una bomba en su coche. Judy suspiró. Su mirada se posó en el diario que descansaba junto a sus pies desnudos, convertidos en lamentables muñones rojos después de haber pasado horas comprimidos en el interior de unos zapatos rígidos.

Volvía a sentirse baja de ánimo. Había pasado de irse a la cama con un italiano, al parecer para nada. ¿De veras se había celebrado el funeral? Judy cogió el periódico desechado aprisionándolo entre los dedos del pie y lo acercó a su mano. Lo abrió, buscó la página de las notas necrológicas y encontró la de Ángelo Coluzzi.

a la memoria de nuestro querido padre, rezaba la primera línea de la esquela, y fue suficiente para tocar la fibra sensible de Judy, que nunca había tenido lo que se dice una buena relación con su padre. Imaginó la esquela que le dedicaría: «A la memoria de mi severo padre», «belicoso padre», «mal padre, aunque intachable teniente coronel». Decidió que no haría la llamada de teléfono que Bennie le había ordenado. Si el coronel no se había enterado por la prensa de que habían abierto fuego contra su hija y que casi la habían matado, no sería ella quien le amargara el sándwich de rosbif con mantequilla.

Judy leyó por encima el resto de la diminuta esquela pero no sintió el menor remordimiento. ¿Cómo podían decir tantas cosas maravillosas de un hombre tan pérfido? ¿Cómo podían sus hijos lamentar su pérdida si en sus horas libres se dedicaban a hacer prácticas de tiro con pequeños ancianos desvalidos? La última línea de la nota decía que se podían hacer donaciones a la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, y que el velatorio tendría lugar en la capilla ardiente de la funeraria Bondi de South Philly, donde también se celebraría un responso aquel mismo día.

Judy tuvo una idea.