Capítulo 42
Inexplicablemente, la sala de reuniones de los juzgados parecía mucho más pequeña de lo que Judy la recordaba, aunque podía ser porque estaba a punto de discutir con el hombre al que quería. Se había sentado a un extremo de la mesa, y Frank al otro. Los fluorescentes proyectaban una luz cruda y cegadora. Sobre la mesa descansaba una pizza, intacta y humeante en su caja de cartón. Sentados en sus sillas giratorias, Tony Palomo y Bennie se habían visto reducidos a dos convidados de piedra.
—¿Cómo has podido ocultármelo, Judy? —le espetó Frank en tono acusatorio, los labios tensos en un rictus de dolor, los ojos enrojecidos tras haber pasado la noche en blanco—. Sabías que Coluzzi había matado a mis padres y no me lo dijiste.
Judy notó que se ruborizaba.
—Tu abuelo te ha contado lo que le dijo Coluzzi.
—Sí. No quería hacerlo, pero acabó cediendo.
Tony Palomo movía la cabeza con pesar.
—Lo siento, Judy. Él no para. Él pregunta, pregunta, pregunta. Grita y grita. No se rinde. Como su padre.
Frank hizo caso omiso de las palabras de su abuelo.
—También me contó lo de la camioneta de mis padres, que tú recuperaste y tienes en tu poder, por increíble que parezca, y lo del informe sobre el accidente que encargaste a un experto. Sabes más sobre la muerte de mis padres que yo, Judy. ¡Lo sabías desde el principio, y me lo ocultaste!
—Tenía que hacerlo. Era información confidencial.
—¡Y una mierda! —Frank levantó la voz, y luego miró nerviosamente hacia la puerta de la sala de reuniones—. ¡Podías habérmelo dicho! ¡No me vengas ahora con el cuento de la información confidencial! —Frank recobró el dominio de sí mismo y bajó la voz—. No eres mi abogada. Se supone que eres mi chica, mi amiga, todo. Yo me lo tomé en serio, pero salta a la vista que tú no.
Judy sentía que le ardían las mejillas de vergüenza. No quería discutir aquel asunto en un juzgado, delante de otras personas, y mucho menos delante de Bennie, así que lo dijo.
—Pues yo sí creo que este es el momento y el lugar, Judy. No me contaste lo del asesinato de mis padres porque temías que decidiera tomar venganza. ¡Ambos lo temíais! —Con una sola mirada desdeñosa, consiguió abarcar a Judy y a su abuelo—. Por eso mantuvisteis la boca cerrada. Suponíais cuál sería mi reacción, y como no era la que queríais, me lo ocultasteis. Pero ninguno de vosotros tenía derecho a decidir por mí. ¡Eran mis padres! ¡Soy su único hijo! ¡Tenía derecho a saber que fueron asesinados!
—Pero ¡no sabemos si lo fueron! —Sin quererlo, Judy levantó la voz—. Intenta pensar fríamente. Coluzzi le dijo a tu abuelo que él los había matado, y yo quizá tendría que habértelo dicho pero no lo hice. De acuerdo. Pero antes de montar en cólera debes comprender que no tenemos ninguna prueba de que Coluzzi estuviera diciendo la verdad. Yo creo que mentía.
Tony Palomo negaba con vehemencia.
—No miente.
—¡Lo hizo! —recalcó Frank.
—Eso no lo sabéis —repuso Judy—. Tengo, o mejor dicho, tenía en mi poder unas cintas en las que salía Coluzzi hablando la misma noche en que tus padres tuvieron el accidente, y en ellas no se decía una sola palabra sobre el asesinato, ni sobre tus padres. Nada.
—¿Cintas, qué cintas? —preguntó Frank, y hasta Tony Palomo se volvió para mirar a Judy, que no había mencionado la existencia de las cintas a ninguno de los dos—. ¿De dónde las has sacado? ¿Cintas de vídeo?
—No, de conversaciones telefónicas.
—¿Conversaciones telefónicas, de Coluzzi? ¿Con quién?
Judy pensó dos veces antes de contestar. No quería que Frank se abalanzara sobre Jimmy Bello, no antes de que ella lo hubiese interrogado.
—Eso da igual. Pero las escuché, y no había nada en ellas que hiciera suponer que Coluzzi mató a tus padres. Y el experto al que contraté dijo que el accidente no había sido más que eso, un accidente, lo mismo que la poli. No pueden estar todos equivocados, Frank. Intenta pensar con la cabeza, no con el corazón.
Pero Frank no atendía a razones. Estaba cegado por su propia ira.
—¿Con quién hablaba Coluzzi? ¿Y de dónde sacaste esas cintas?
—No puedo decírtelo, y tienes que confiar en mí. Las cintas no demostraban nada. Yo creo que fue un accidente. No lo creía así antes del informe del experto, pero ahora sí lo creo.
—Yo no necesito ninguna prueba. Coluzzi lo admitió.
—Eso no significa nada. Piénsalo bien.
Frank alzó las manos al aire.
—¿Por qué iba a decir que lo hizo si no lo hizo?
—Para volver loco a tu abuelo. Para hacerle perder la chaveta. Para presumir de algo que no había hecho, porque era un bravucón. —Judy se sentía más serena. Cuanto más lo pensaba, más claro lo veía—. Hay millones de explicaciones, Frank. Coluzzi era un sádico.
—¡Lo hizo!
—Lo hizo —repitió Tony Palomo, y Bennie le lanzó una mirada asesina.
Judy empezaba a estar harta.
—Escucha, Frank, ahora mismo estoy en medio de un juicio por asesinato, así que mi prioridad en este momento no sois ni tú ni tus padres, por mucho que lamente su muerte. Ahora mismo mi prioridad es tu abuelo. Se le acusa de homicidio en primer grado, y te aseguro que la cosa no pinta demasiado bien para los buenos de la película. O los malos, o lo que seamos nosotros. —Todo aquello resultaba un poco confuso.
Frank tragó saliva. Se había quedado sin palabras, y Judy aprovechó la oportunidad para zanjar la discusión, por mucho que le doliera hablarle en aquel tono.
—¿Quieres saber la verdad, Frank? Puedes leerla. Esta misma noche tendrás el expediente del caso sobre la mesa. Mis informes, los de la policía, todo. Si quieres, puedes incluso hablar con el experto. El es completamente imparcial, y dijo que la barrera de seguridad de la autopista era insuficiente, y que no había nada que llevara a sospechar que la camioneta hubiera sido manipulada. Pero ahora mismo yo tengo un cliente al que defender y tú no nos estás ayudando en lo más mínimo a ninguno de los dos.
Las facciones de Frank se endurecieron y miró a Tony Palomo, que sostenía su diminuto rostro entre las manos. Frank permaneció en silencio durante unos instantes, y luego suspiró audiblemente.
—Muy bien. Ya hablaremos más tarde.
Judy supuso que aquello era lo más parecido a una disculpa que podía pronunciar un italiano.
—Y no harás ningún disparate hasta que nos sentemos a hablar.
—No te prometo nada.
—Ni yo te lo he pedido —repuso Judy, dando el asunto por cerrado. Frank no podía estar tan loco como para pensar en cometer un asesinato, ¿verdad? Además, ¿a quién iba a matar? Angelo Coluzzi ya estaba muerto—. Bien, volvamos a la sala, donde solo me tengo que enfrentar al estado de Pensilvania. —Judy miró fugazmente a Bennie—. ¿Tienes algo que decirme antes de que volvamos ahí dentro?
—No. Tú mandas, jefa —dijo Bennie con una sonrisa de alivio, y Judy agradeció sus palabras de ánimo.
—En ese caso, a por ellos.
Desde el estrado de los testigos, enfundado en un traje de tres piezas de fina lana gris, el doctor Patel transmitía la misma sensación de rigor profesional que Judy recordaba de su visita al instituto anatómico forense. Pelo negro lustroso, grandes ojos marrones parapetados tras las gafas, sonrisa afable y un acento británico que hacía más impresionante todavía su ya de por sí notable curriculum. Era el tipo de hombre que habría sonado elegante hasta encargando una pizza por teléfono.
—Veamos, doctor Patel, usted es el médico forense que examinó el cadáver de Ángelo Coluzzi, ¿no es así? —preguntó Santoro.
—Correcto.
—Y redactó usted un informe basado en el examen post mortem, ¿verdad?
—Así es, sí.
Santoro se acercó al estrado.
—La acusación pide permiso para acercarse al estrado, señoría —solicitó por pura formalidad. Vaughn dio su consentimiento—. Le voy a enseñar una copia del informe forense que usted preparó tras examinar el cadáver de Angelo Coluzzi, y me gustaría que lo identificara.
—Sí, es el informe que yo elaboré.
Santoro añadió el informe a la lista de pruebas aportadas por la acusación sin levantar protesta alguna por parte de Judy, y luego se dirigió al testigo.
—Por favor, resuma el contenido de este informe, a ser posible en términos accesibles.
—Intentaré ser breve. El primer paso de una autopsia es el examen externo —empezó el doctor Patel, y luego pasó a describir detalladamente el procedimiento que Judy había presenciado en el depósito de cadáveres, empezando por la inspección de las ropas del difunto y terminando por la disección y pesaje de los órganos internos. La descripción sonaba incluso más repugnante que la autopsia en sí, pues la imaginación se ponía en marcha y producía por su cuenta toda clase de detalles truculentos. Cuando el doctor Patel finalizó su declaración, Santoro empezó a exhibir las fotografías de la autopsia como haría un padre orgulloso.
Judy hizo amago de levantarse.
—Protesto, señoría. La acusación intenta predisponer al jurado en contra de mi cliente.
—Desestimada —replicó el juez Vaughn.
Al parecer, asquear al jurado se había convertido en una práctica tan común que había acabado sentando jurisprudencia.
—Gracias, señoría —dijo Santoro, e incorporó las fotos a la lista de pruebas sin más objeciones. Luego colocó la primera foto delante del doctor Patel y la reprodujo en la pared gracias al proyector—. Señor Patel, la que ahora estamos viendo es la prueba número diez de la acusación. ¿Confirma usted que se trata del cadáver de Ángelo Coluzzi?
—Sí.
—¿Ha llegado usted a alguna conclusión, con un grado razonable de certeza médica, sobre la causa de la muerte de Angelo Coluzzi?
—Sí.
—¿Y cuál es?
—He llegado a la conclusión de que se trata de una muerte por homicidio, causada por una fractura en la columna vertebral, concretamente la vértebra C3.
—¿Y cómo llegó a esa conclusión, doctor?
—A través del examen forense y las radiografías.
Santoro se conducía con la mayor gravedad, y Judy tuvo la impresión de que había ensayado sus movimientos.
—¿Cuál fue, concretamente, la causa de la muerte, doctor?
—Un fuerte traumatismo provocado por un golpe seco y contundente que le partió el cuello. La muerte fue instantánea.
Santoro asintió.
—Doctor Patel, le ruego explique al jurado en qué circunstancias suele producirse esta clase de traumatismos.
—Se trata de un traumatismo cervical similar al que se produce en los accidentes de tráfico cuando un coche es alcanzado por detrás, o también en los casos de malos tratos infantiles, en lo que se conoce como síndrome del bebé sacudido. La causa de la muerte es el exceso de presión ejercido sobre las vértebras cervicales, que se rompen, como ocurrió en el caso del fallecido.
Judy garabateó algo en su bloc de notas. Debería haber protestado pero no lo vio venir. Lo último que quería era que Angelo Coluzzi se convirtiera en un inocente y desvalido bebé a los ojos del jurado.
Santoro pasó la siguiente diapositiva, que mostraba la parte superior del torso de Angelo Coluzzi, concretamente el cuello y los hombros. La cabeza aparecía grotescamente torcida. La reacción del jurado fue instantánea.
—Doctor Patel, la que ahora presento es la prueba número once de la acusación. ¿Qué nos dice esta imagen?
—Es evidente que se ha producido un desprendimiento del cuello, puesto que se halla en un ángulo anormal respecto al resto del cuerpo, del que se ha separado. La fractura cervical no siempre es fácil de detectar. A menudo, no produce más que un pequeño hematoma, y es necesario recurrir a las radiografías para confirmar el diagnóstico.
Santoro pasó entonces la diapositiva de una radiografía, y Judy se abstuvo de protestar pese al carácter reiterativo del interrogatorio. El juez no aceptaría su protesta, y además, la radiografía tenía un punto de abstracción del que carecían las fotos, al reducir la figura del ser humano a un esqueleto en blanco y negro. De hecho, era un alivio contemplar algo que no fueran las fotos de la autopsia, y hasta los miembros del jurado recobraron la compostura. Judy supuso que Santoro no tardaría en quitar la radiografía del proyector.
—Doctor Patel, lo que ahora vemos en pantalla es la prueba número doce de la acusación. ¿Qué se desprende de ella?
El doctor Patel se giró para coger un puntero metálico que descansaba sobre el estrado.
—Como se puede apreciar, las vértebras humanas se engarzan unas en otras formando una especie de cadena, pero en este caso uno de los eslabones se ha roto. —El forense señaló el punto en que la secuencia había quedado interrumpida—. Este es el hecho que determina sin lugar a dudas que la columna vertebral está rota.
—Gracias —dijo Santoro, asintiendo—. No tengo más preguntas.
Judy se levantó, armada con sus notas y el informe emitido por un osteópata cuya opinión médica había solicitado en las diligencias previas al juicio.
—Buenas tardes, doctor Patel. Me llamo Judy Carrier y, supongo que lo recordará, estuve presente en el examen post mortem del señor Coluzzi.
—Cómo no. Encantado de volver a verla, señorita Carrier. —El doctor Patel esbozó una sonrisa.
—No le haré más que un par de preguntas. Doctor Patel, ¿recuerda usted qué edad tenía Ángelo Coluzzi en el momento de su muerte?
El testigo asintió.
—Ochenta años, si no me falla la memoria.
—En su opinión, ¿en qué difieren los huesos de un octogenario respecto a los de, pongamos por caso, un hombre de treinta años?
—Bueno, la masa ósea de las personas mayores es, por lo general, muy distinta a la de los jóvenes. Con la edad, los huesos se vuelven más frágiles. Pierden masa y capacidad de recuperación. —Llegados a este punto, el doctor Patel se aclaró la garganta y se removió incómodo en su silla, consciente de que Santoro lo estaría mirando con cara de pocos amigos. Judy sabía que el fiscal del distrito no estaría precisamente contento con aquella pequeña charla médica, pero el doctor Patel era un hombre objetivo e independiente, algo peligroso en un experto.
—Concretamente, ¿en qué se diferencia la columna vertebral de un octogenario de la de un hombre de treinta años?
—Al igual que ocurre con todos los demás huesos del cuerpo, la columna vertebral suele debilitarse con el paso del tiempo, volviéndose más quebradiza. Esto se debe a que, con la edad, las vértebras pierden parte de su contenido mineral, por lo que cada hueso se va haciendo más delgado. Además, entre vértebra y vértebra existe una cosa llamada disco intervertebral, una almohadilla rellena de una especie de gel que va perdiendo paulatinamente su contenido, por lo que también se hace más fina. La consecuencia de este proceso degenerativo es que la columna vertebral se dobla y se comprime. Además, a medida que envejecemos, aumenta el riesgo de padecer artritis y osteoartritis.
Bingo. Judy hizo una pausa. Había contratado a su propio experto, un gerontólogo que esperaba no tener que llamar al estrado. Pero para eso el doctor Patel tenía que proporcionarle la respuesta que buscaba.
—¿No es cierto que las vértebras cervicales de Ángelo Coluzzi presentaban esos síntomas propios del envejecimiento?
—Sí, es cierto.
—¿No es verdad asimismo que había indicios de osteoartritis en su columna cervical?
—Sí. El difunto presentaba síntomas de artritis y osteoartritis en la zona cervical, lo que no es de extrañar dada su edad. A partir de los sesenta y cinco años, la mayor parte de la población padece dolor y rigidez en las articulaciones. La osteoartritis se da con idéntica frecuencia en hombres y mujeres. Las manos y las rodillas suelen ser las zonas más afectadas en el caso de las mujeres, y las caderas en el caso de los hombres. Pero también se puede manifestar en el cuello, como ocurría en el caso del señor Coluzzi.
—¿Y no es cierto que todas estas circunstancias, su edad, la artritis y la osteoartritis, hacen que su cuello fuera más fácil de romper que el de un hombre más joven y sano?
Santoro se puso en pie.
—Protesto, irrelevante —dijo, pero antes de que terminara de hablar el juez había ya empezado a mover la cabeza de un lado a otro.
—Denegada. —El juez volvió a centrar su atención en el testigo, apoyando el mentón en su enorme mano.
Judy se volvió hacia el doctor Patel.
—Puede contestar a la pregunta.
—Sí, la edad y la osteoartritis del señor Coluzzi lo hacían bastante más propenso a sufrir un traumatismo de este tipo.
Judy decidió ir hasta el final.
—Hace un momento, doctor Patel, declaró usted que el traumatismo cervical que originó su muerte era similar al que se produce en ciertos accidentes de tráfico o en el síndrome del bebé sacudido, provocado por situaciones de abuso infantil. ¿Lo he entendido correctamente?
—Sí.
—Sin embargo, y le ruego que aclare este punto para evitar confusiones a los miembros del jurado, ¿no es cierto que, teniendo en cuenta el estado de salud y la avanzada edad de Ángelo Coluzzi, un impacto mucho menos violento que el descrito en dichos ejemplos sería suficiente para romper su cuello?
—Sí, por supuesto. —El doctor Patel se dirigió directamente al jurado, como si hubiera leído el pensamiento de Judy—. No he pretendido confundir a nadie. Lo único que he querido decir es que los tres casos pertenecen a la misma familia de traumatismos, no que se produjeran del mismo modo. El traumatismo del difunto podía haberse producido con muy poca fuerza o violencia, en una fracción de segundo.
—¿Como, por ejemplo, durante un forcejeo? —sugirió Judy, pero Santoro ya se había levantado.
—Protesto, señoría. Irrelevante.
—Denegada —dictaminó el juez en tono cansino, y Santoro volvió a sentarse.
Aquello era más de lo que Judy podía esperar. Su buena estrella volvía a brillar en todo su esplendor. Debía de ser por las medias. Alguien que se sacrificaba hasta el punto de llevarlas día tras día merecía que la suerte le sonriera de vez en cuando.
—Volvamos a la pregunta, doctor Patel. ¿Teniendo en cuenta que estamos hablando de un hombre de ochenta años que padecía artritis y osteoartritis, es posible que este tipo de traumatismo se produjera durante un simple forcejeo?
—Sí.
—Gracias, doctor Patel —dijo Judy, y lo decía de todo corazón. Ni siquiera tendría que llamar a declarar a su propio experto. Había conseguido lo que quería del testigo de la acusación—. No tengo más preguntas.
Judy cogió sus notas y se sentó mientras Santoro se levantaba apresuradamente y se apoderaba de la tribuna.
—Doctor Patel —empezó—, ¿podría ese traumatismo deberse asimismo a un impulso violento propinado por delante, como el que se hubiera producido en el caso de que alguien hubiera atacado al difunto?
Judy lo dejó pasar por alto. Conocía la respuesta. Era lo que había ocurrido, pero no era lo único que podía haber ocurrido, y eso era lo que contaba a la hora de establecer una duda razonable.
El doctor Patel reflexionó un momento.
—Sí, el traumatismo podía haberse producido a consecuencia de un impulso violento propinado por delante, como en el caso de un ataque frontal.
Santoro suspiró, a todas luces satisfecho.
—Gracias, doctor Patel.
Pero Judy también se sentía satisfecha. Aquel podía ser el primer paso hacia la salvación de Tony Palomo, siempre y cuando consiguiera machacar a Jimmy Bello, que sin duda sería el siguiente testigo.