Capítulo 15
El sol picoteaba entre las hojas del roble, dibujando manchas sobre la alta hierba, y una brisa fresca recorría la arboleda en penumbra. Judy estaba demasiado enfadada para sentarse, pero Tony Palomo se acomodó sobre la nudosa raíz del árbol, con su raída camisa a cuadros y su pantalón holgado, y dejó a un lado una bolsa de basura que había insistido en coger de la furgoneta. Se había quitado el pañuelo rojo del cuello y, tras alisarlo sobre la hierba, había empezado a vaciar la bolsa de basura, disponiendo sobre el cuadrado de tela una serie de objetos envueltos en lo que parecían camisetas de caballero. Judy no tenía ni la más remota idea de lo que podían ser, ni por qué estaban envueltos en la colada.
—Tony, necesito que me escuche con atención.
— Sí, sí. io escucha-repuso, mientras forcejeaba con el diminuto nudo del primer hatillo hasta que logró deshacerlo, descubriendo un generoso bocadillo de crujiente pan italiano con mozzarella de búfala y pimientos rojos asados. Tenía un aspecto delicioso pese al envoltorio, pero Judy procuró no fijarse demasiado.
—Quiero que me mire cuando le hable. Esto es importante.
— Va bene, va bene. Hay que comer —repuso Tony Palomo. Ahora que el sombrero caía sobre su espalda, resultaba evidente que solo se lo había puesto cuando el sol ya le había abrasado la piel. Desenvolvió el siguiente hatillo, que contenía un puñado de aceitunas negras cuyo aceite había empapado el suave algodón—. Todo el mundo come. Trabaja, come, trabaja otra vez.
—Estupendo —suspiró Judy—. ¿Puede comer mientras yo le hablo?
Pigeon Tony movió la cabeza con ademán de negación. El siguiente hatillo contenía una manzana roja perfecta. Tony Palomo volvió a hurgar en el interior de la bolsa de basura y sacó un pequeño frasco de vidrio y una botella mediada de chianti. Una rústica funda de mimbre con asidero en forma de aro recubría la botella.
—Pues lo siento mucho, porque va a tener que escucharme. —Judy se sentó de rodillas en la hierba, apoyando el peso del cuerpo sobre los talones—. Acabo de venir del depósito de cadáveres. ¿Sabe lo que es el depósito de cadáveres?
—Che? —Tony Palomo giró el corcho de la botella de chianti, lo vertió a borbotones en el frasco y se lo ofreció a Judy—. Bebe.
—No, gracias —repuso, rechazando el vino con un gesto de la mano, pero el impasible anciano lo dejó sobre la hierba delante de ella—. Es donde van los muertos antes de que los entierren.
—Ah, certo, certo. —Tony Palomo cogió el bocadillo de mozzarella y pimiento y se lo ofreció—. Come, Judy.
—No voy a comer su almuerzo.
—Esto no mi almuerzo. Es para ti. Primero come, después trabaja. —Tony Palomo volvió a ofrecerle el bocadillo—. Io lo hace para ti. Trabaja, come, y trabaja otra vez.
—Entonces, ¿esto no es su almuerzo? —preguntó Judy. No lo entendía, ni quería entenderlo. Había ido hasta allí para ponerlo contra las cuerdas, para pedirle cuentas. Acababa de ver a su víctima. Tony Palomo era un asesino.
—No, no. No es mi almuerzo. Io come antes —dijo, al tiempo que señalaba la manzana y las relucientes aceitunas—. Todo es para ti.
Judy no quería el bocadillo. Volvió a dejarlo sobre su envoltorio de algodón blanco.
—Tony, he visto a Angelo Coluzzi en el depósito de cadáveres. Quiero que me explique exactamente cómo lo mató. ¿Lo ha entendido?
—Sí, ho capito. —Tony Palomo frunció el ceño y un sinfín de arrugas surcaron la piel curtida de su frente—. ¿No come, Judy?
—No he venido a comer, sino a hablar. Quiero que me lo cuente todo. Quién más había allí, cómo lo encontró, todo.
—¿Io habla y luego tú come?
—Vale, primero hablamos y luego me lo como todo —accedió Judy. Menudo negociador le había salido el abuelo. Se lo imaginó en Italia, regateando para vender al mejor precio los productos que había cultivado con sus propias manos, ya fueran tomates, aceitunas o cualquier otra mercancía—. Pero primero hablamos, y le toca a usted empezar.
Tony pareció reflexionar un instante, y luego su rostro se ensombreció.
—Io ve a Coluzzi en el club. ¿Capisce, el club?
Judy asintió. La asociación colombófila.
—¿Qué hora era exactamente?
—Eh... por la mañana. Sí, viernes, ocho en punto de la mañana. —Tony asintió en silencio, su pequeña boca convertida en una línea tensa—. Todos los criadores de palomas van al club. En el club dan anillos, para las piernas de las palomas. Para las carreras, capisce?
Judy asintió. Ella era la que hablaba inglés. Ella sí lo entendía.
—Todo el mundo, Tony, Pies, tutti quanti están en el club. Io, Tony Palomo, entra y va al cuarto del fondo a pedir anillos, y allora ¡pam! —Los ojos de Tony Palomo centelleaban—. ¡Io ve a Coluzzi!
—¿El cuarto del fondo? ¿A qué se refiere?
—El cuarto del fondo, donde juegan a las cartas, capisce?
Judy no sabía a qué se refería, pero podía imaginarlo.
—¿Y a qué dice que había ido a la habitación del fondo?
—Io busca anillos, para las mías palomas. En el club dan anillos, y cuentan anillos, para que nadie hace trampas. Todos en el club piden anillos antes de las carreras.
—Perfecto —asintió Judy, aunque todo aquello no podía importarle menos—. ¿Había alguien más en el cuarto del fondo?
—Coluzzi.
Judy insistió.
—Me refiero a si había alguien más aparte de Coluzzi y usted.
—No.
—Así que estaban los dos a solas, usted y él, en el cuarto del fondo. —Judy intentó imaginárselo. Pronto tendría que pasar a la escena del c rimen. ¿De dónde iba a sacar el tiempo que necesitaba? ¿Qué pasaría con sus demás casos?—. ¿Cómo de grande es ese cuarto?
—Piccolo. Es un cuarto pequeño.
—¿Y qué hay, aparte de anillos?
—Muchas cosas, para las palomas.
—¿Se refiere a provisiones?
—Eso, sí.
Judy no tenía más remedio que tomar notas mentales. Estaba tan enfadada al llegar que se había dejado la mochila en el coche.
—Vale, así que usted entra en el cuartucho del fondo y se encuentra con Coluzzi. Y entonces, ¿qué?
—¡Allora Io ve a Coluzzi y lo odia! ¡Lo odia! —Tony Palomo se puso rojo de ira y apretó los puños—. Lo odia aquí dentro, aquí dentro —añadió, golpeándose el pecho con el puño cerrado—. Desde el fondo del corazón, lo odia. ¿Sabes qué cosa es el odio?
—Sí, lo sé —contestó Judy, aunque para sus adentros dudó de que alguien de lengua materna inglesa supiera exactamente a qué se refería su cliente.
—Y allora Io lo mata.
Judy se estremeció al oír estas palabras.
—Ah, o sea, que usted lo ve, lo odia y acto seguido lo mata. —Sonaba como un fenómeno de combustión espontánea, pero Judy se sentía incapaz de traducirlo a palabras inteligibles—. ¿Así, sin más?
En la mirada de Tony Palomo había confusión.
—Estoy tratando de entender por qué lo mató. He visto su cadáver, su cabeza desnucada. Es un espectáculo horrible. No entiendo cómo ha podido usted hacer algo así.
—Sí, sí —asintió Tony Palomo—. Io dice antes, lo mata. Él mata a la mía Silvana. Io lo dice.
Judy se pasó una mano por la frente. Si no fuera porque se trataba de una conversación confidencial, le pediría a Frank que hiciera de traductor. Sin camiseta.
—Estoy intentando comprender lo que pasó. ¿Ha dicho usted que, nada más ver a Coluzzi, se abalanzó sobre él y le rompió el cuello?
—Sí, sí. Nosotros pelea, y allora Io rompe su cuello. Capase?
Judy no acababa de entenderlo.
—¿A qué se refiere cuando dice «nosotros pelea»?
—Nosotros pelea. —Tony Palomo ladeó la cabeza—. Come se dice «pelea»?
—Un momento —atajó Judy. Si aquello seguía así, se vería obligada a contratar los servicios de un traductor debidamente vestido. Sería menos emocionante que la primera opción, pero al menos podría concentrarse en su trabajo—. Creo haberle entendido, pero usted no me había dicho que se hubieran peleado. ¿Cómo empezó la pelea?
—Coluzzi dice a mí... una cosa.
—¿Qué le dijo?
Los oscuros ojos de Tony Palomo parpadearon repetidamente.
—Dice... cosa terribile.
—Ya, pero ¿qué? —Judy no podía disimular su irascibilidad—. ¿Le insultó, qué le dijo?
Tony Palomo no contestó, la mirada fija en un parche de hierba soleada que se avistaba desde el robledal. Los pájaros gorjeaban en el prado, pero tampoco parecía escucharlos.
—Tony Palomo, necesito saber qué le dijo Angelo Coluzzi. Sé que me entiende perfectamente. A mí no me engaña.
El interpelado se volvió despacio para mirar a Judy y pareció esperar a que sus ojos la enfocaran debidamente para retomar la palabra.
—Coluzzi dice que él mata al mío hijo.
Judy no podía dar crédito a sus oídos.
—¿Su hijo? ¿Lo reconoció?
—El mío Frank, y su mujer, Gemma. En la camioneta.
—¿Se refiere al accidente de tráfico?
—¡No es un accidente! Coluzzi mata al mío hijo. A la mía mujer. ¡El lo dice! ¡Dice que él quiere destruirme porque Silvana me ama! Dice que él destruye a Frankie, a toda la mía familia. —Hablaba con voz rota y sus ojos oscuros se llenaron de lágrimas, pero Judy necesitaba comprobar que había entendido bien sus palabras.
—¿Le dijo que él había matado a su hijo? ¿Le dijo que también mataría a Frank? ¿Frank, su nieto?
—¡Sí, sí! —Tony Palomo la miraba pero no la veía, absorto en sus recuerdos. Las lágrimas anegaban sus ojos pero se negaban a brotar—. ¡Cuando él dice esto, io enloquece de odio! Io empuja, io rompe cuello! ¡Io lo mata, por el mío hijo! ¡Por la mía mujer! ¡Por el mío Frankie! ¡Io mata con estas manos!
Judy lo comprendió al fin. Casi podía verlo, ciego de dolor y rabia, vengando todos aquellos asesinatos y salvando la vida de Frank.
—¿Lo mató allí mismo, después de que él dijera eso?
—¡Sí, sí! Io lo mata y él cae al suelo y allora vienen todos. Todo el mundo viene. Tony, Pies... tutti quanti.
Judy había empezado a pensar de nuevo como un abogado defensor.
—¿Le amenazó Coluzzi con matarlo a usted también?
—No, no. El no mata a mí. Él destruye a mí.
Judy lo entendió. Coluzzi sabía que, con lo que acababa de decirle, la vida de Tony Palomo sería un infierno. Probó suerte por otra vía.
—Cuando le dijo todo eso, ¿lo hizo en voz alta? ¿Lo escuchó alguien más?
—No, no habla alto. Habla bajito, y se ríe. —Tony Palomo se enjugó las lágrimas que se resistían a brotar de sus ojos, y Judy se estremeció.
—¿Está seguro? ¿No podía haberlo oído alguien? —Necesitaba un testigo de aquella conversación—. ¿Ese cuarto tiene puerta?
—Sí.
—¿Estaba abierta o cerrada?
—Cerrada.
Judy reflexionó durante unos segundos. Un bombazo de aquellos y no tenían ni un testigo.
—¿Cómo es que yo no estaba al tanto de esto? ¿Por qué no me lo había dicho?
—Ogni ver non é ben detto.
—¿Qué?
—No todas las verdades se dicen.
—¿Cómo? —Judy esperaba no haberlo entendido bien—. Tony, tiene usted que contármelo todo. ¡Si quiere que yo lo represente, tiene que ser sincero conmigo! ¡Tiene que decírmelo todo! ¡Todo!
—Perché? —replicó Tony Palomo, en tono desafiante.
—¡Porque yo lo digo, por eso!
—¿Tú dice al juez?
—No, claro que no.
—Pffff... —resopló Tony Palomo con un ademán displicente que Judy tradujo como «Entonces, lo mismo da». Por desgracia, no se le ocurrió el modo de explicarle que, desde el punto de vista jurídico, no era lo mismo en absoluto.
—¿Hay algo más que no me haya contado?
—No, no.
Judy entornó los ojos.
—¿Me lo promete?
Tony Palomo se santiguó, y Judy consideró que, para el caso, valía igual que un juramento.
Entonces recordó algo. La conversación con Frank al pie de la tumba de sus padres, cuando le había comentado las sospechas de su abuelo sobre la muerte de estos, pero en ningún momento le había dado a entender que lo supiera a ciencia cierta. ¿Por qué no se lo había dicho a Frank? A lo mejor no había tenido ocasión de hablar con su nieto tras la muerte de Coluzzi. Pero ¿por qué no se lo había dicho más tarde, aunque fuera por teléfono?
—¿Por qué no le ha contado nada de todo esto a Frank?
— Io no cuenta a Frank.
Judy se quedó boquiabierta.
—¿Por qué no?
Tony Palomo manoteó el aire con brusquedad.
—Por su propio bien.
—¿Cómo? Estamos hablando de su familia, de sus padres.
—Tú no dice nada, capisce? Niente! —De pronto, Tony Palomo señaló a Judy con tal severidad que ella se sintió intimidada.
—No le diré nada que usted me haya dicho. No puedo. Pero ¿por qué no se lo ha contado?
—¡No! \Io no dice nientel ¿Para qué? Solo rompe su corazón.
Judy se vio obligada a reconocer que el anciano tenía parte de razón. No había duda de que aquello podía hacerle mucho daño a su nieto. Aun así...
—¿Pero no cree que tiene derecho a saberlo?
—Che?
—Derecho, que tiene derecho a saberlo. —Judy hurgó en su memoria en busca de un sinónimo adecuado. ¿Cómo iba a explicar el concepto de derecho jurídico a alguien que no creía en las leyes? ¿Cómo explicar qué era un derecho moral a alguien que creía poder justificar moralmente un asesinato?—. No es justo que Frank no lo sepa. Debería saberlo. Es su vida.
—¡No! Es la mía vida, no la de Frankie. ¡Io hace vendetta, no él! —La melancolía se desvaneció del rostro de Tony Palomo mientras se levantaba con un pequeño gruñido y gesticulaba a Judy para que se levantara—. Andiamo!
—¿Qué? —preguntó confusa, pero Tony Palomo la cogió por la muñeca con sorprendente fuerza, la hizo levantarse de un tirón y la arrastró hasta la hierba soleada. Curiosa, Judy dejó que la guiara como si fuera una niña, aunque Tony apenas le llegaba al hombro.
Dejaron atrás la pila de guijarros y se detuvieron frente al solar enfangado, todavía cogidos de la mano. En medio del barrizal se alzaba la excavadora amarilla, cuyo enorme brazo chirriante seguía allanando la tierra entre las pálidas mariposas. Frank manejaba los mandos, absorto en su trabajo.
—¡Mira! —Tony Palomo señaló la excavadora con su mano libre—. Es una señal, capisce?
—¿Una señal? —Judy no veía nada que se pareciera a una señal. Miró a su alrededor hasta que se fijó en las letras pintadas sobre el parabrisas de la excavadora: mamposteros lucia—. ¿Se refiere al nombre de la empresa?
—¡Sí, sí! E vero! E Frankie. Todo es Frankie. La macchina, l'automobile, tutto. Todo es Frank. Todo es Mamposteros Lucia. —Los ojos de Tony Palomo relucían de emoción y su mano apretó con fuerza la de Judy—. Capisce? Frankie, él construye... come se dice? Construye un... che? —Se volvió hacia ella en busca de la palabra que le faltaba.
—¿Una empresa?
—No, no. —Tony Palomo soltó la mano de Judy y agitó las suyas impacientemente—. Frankie construye un...
—¿Un edificio?
—¡No, no!
—¿Un muro?
—¡Ma no, Madonna, no! —Tony Palomo se volvió hacia la excavadora y abrió los brazos en un ademán de frustración—. Non capisce? Judy, ma ¿qué pasa contigo?
—¡Yo cómo voy a saber qué demonios está construyendo! —explotó, tan frustrada como él, pero Tony Palomo la obligó a mirar de nuevo hacia el solar.
—¡Mira, Judy! Mira, la macchina. ¡Mira señal, mira todo!
—¡Estoy mirando!
—¡Frankie construye il suo avvenire¡ L'avvenire¡
Judy lo entendió al fin. No era una empresa, ni una pared lo que Frank estaba construyendo, sino su porvenir.
—El futuro.
—¡Sí, sí! —Tony Palomo casi se desmayó de alivio—. ¡El futuro! Frankie construye su futuro. Aquí, para sus hijos. Para todos los que vienen después de él.
—Entiendo. —Judy tenía un nudo en la garganta, pero Tony Palomo no le daba un momento de tregua. Ahora agitaba el dedo índice á un palmo de su cara.
—Capisce? Judy no dice nada a Frankie sobre su padre, el mío hijo. Si no, no hay futuro para Frankie. Solo vendetta. Solo asesinatos. Solo muerte. Capisce?
Judy asintió en silencio.
—¿Me lo promete?
Judy no pudo reprimir una sonrisa. Había creado un monstruo.
—Sí, se lo prometo.
—Bene —dijo Tony Palomo, dando el asunto por zanjado. Se volvió hacia la ruidosa excavadora y se tranquilizó viendo cómo Frank se labraba un futuro.
Judy también lo observó, sintiendo la cálida caricia del sol en la espalda, y pasados unos minutos, sin saber por qué, buscó la pequeña y curtida mano de su cliente.
Quince minutos después, Judy estaba sentada al volante de su escarabajo verde, siguiendo la camioneta blanca en la que viajaban Frank y Tony Palomo por la sinuosa carretera que los conduciría de vuelta a la ciudad. Judy había sustituido su ajada margarita por un ramillete fresco de nomeolvides azules, pero no lamentaba demasiado dejar atrás los paisajes y aromas del campo. Ahora que volvía a tener cliente, lo primero era preparar su defensa. Aunque tampoco las tenía todas consigo.
Pisó el acelerador y dejó atrás los campos abiertos y soleados, que fueron dando paso a urbanizaciones de hormigón sobre las que pendía un cielo gris, pero Judy estaba demasiado absorta en sus pensamientos para percatarse del cambio de paisaje. La imagen de Angelo Coluzzi en el depósito de cadáveres seguía acudiendo a su mente, pero ya no lo veía todo blanco o negro. Como artista que era, sabía que existían incontables tonalidades de gris, y siempre se había considerado afortunada por ello. El gris oscuro subrayaba un cielo tormentoso en sus paisajes, mientras que el gris claro le servía para dar volumen a los pómulos en sus retratos, así que ¿por qué no iba a haber zonas grises en la defensa de un caso de homicidio? Se consideraba artista y abogada a partes iguales. La forma de plasmar un paisaje y el modo de enfocar una defensa eran en esencia actos creativos, así que tenía derecho a elegir los tonos con los que pintaba sus casos. Le gustó la idea.
Judy dio un mordisco a su almuerzo, hincando los dientes en la crujiente corteza del pan y en la mozzarella esponjosa y suave, y por alguna extraña razón se convenció de que el bocadillo la ayudaba a poner sus ideas en orden. La mozzarella tenía súper poderes. Se adentró en la vía rápida siguiendo la gran camioneta de Frank, viéndolo charlar animadamente con su abuelo mientras conducía. Ambos gesticulaban mucho al hablar, y Judy se preguntó si los italianos tendrían más accidentes de tráfico que las demás personas.
Las grandes manos de Frank cortaban el aire, y Judy recordó la conversación que habían tenido junto a la tumba de sus padres. Así que era cierto, habían sido asesinados. Le conmovía el hecho de que Tony Palomo hubiera decidido no contárselo a Frank pero, aunque entendía sus motivos, no podía evitar que ese secreto pesara en su conciencia. Judy se había criado en el seno de una familia estadounidense bastante típica, patriótica como suelen ser las familias encabezadas por un militar de carrera, y se había educado en el respeto a la ley, a un código de derechos y deberes. En su opinión, Frank tenía derecho a saber cómo habían muerto sus padres. Era un hecho que no se le debía ocultar. ¿Y por qué pensaba Tony Palomo que estaba bien ocultar una verdad (cómo habían muerto los padres de Frank) pero no la otra (cómo había muerto Angelo Coluzzi)? Aquel caso le planteaba más conflictos culturales que jurídicos, por no hablar de los conflictos éticos. Necesitaba una nueva dosis de mozzarella.
Le dio otro mordisco al bocadillo. Si comía bastante queso, tal vez se le ocurriera la forma de terminar todo el trabajo pendiente que había arrinconado durante el fin de semana. Recordó el artículo inacabado que la esperaba en su ordenador portátil. Tendría que ponerse manos a la obra aquella misma noche, porque el domingo no le daría tiempo de terminarlo y no quería tener que vérselas con Bennie el lunes. Judy miró por la ventanilla y vio que el cielo se había teñido de gris.
No pudo evitar pensar que era lo apropiado.