Reparto y almoneda

REPARTO Y ALMONEDA

La guerra era una actividad económica importante y, en consecuencia, el reparto del botín estaba regulado al detalle. Muchos fueros dedican capítulos a los intercambios de rehenes, a las multas a los remisos a acudir a la guerra y a los castigos a aquellos que escondan botín. Estipulan qué ha de recibir cada cual, sea en tierras, en reparto o en numerario, en cuyo caso se hacía almoneda de bienes y luego se dividía el dinero. También estaba estipulado cuánto se había de percibir en caso de sufrir daños en vida o hacienda por causa de haber acudido a la guerra. Había indemnizaciones por heridas, invalidez y también por la muerte del caballo.

A la vista de las primeras patrullas nazaríes a lo lejos, como manchas rojas al galope, los de Castro se rezagaron. A ojos de un ave de paso, habrían parecido como peladuras de piel de legumbre que se abriesen para dejar que las semillas —la columna de vencidos— siguiese camino hacia la protección de los suyos.

Pero para entonces el ricohombre gallego ya se había dado la vuelta con todos sus pendones. Y ya antes que él se marcharon los asaltadores frustrados. También los navarros, una vez satisfecha su curiosidad. Cabalgaban ahora de vuelta al real, deseosos de saber si había novedades sobre el botín. Ese que los hombres del rey estaban amontonando en el interior de Teba como paso previo a hacer reparto y almoneda.

A su vez, Abarca y Beaumont se apartaron de sus compañeros ya a la vista de las tiendas. Fue decisión del primero, al ver cómo algunos mocosos, de aquellos que tan buenas informaciones les habían dado ya antes, rondaban cerca de la almofalla como perrillos inquietos.

—Esos tienen algo para nosotros. Vamos a ver qué es y si merece la pena.

Y así estaban ahora los dos navarros apeados de los caballos, junto a los pillos, lo bastante lejos como para que nadie pudiera oír por azar de qué hablaban. Porque ofrecían una estampa que sin duda llamaba la atención. Dos hombres de armas junto a media docena de golfillos de senda, harapientos y vocingleros. Abarca había abierto sus alforjas para repartir galleta dura de soldado.

Roían los chicos como ratones, sin dejar escapar ni una miga, y el que llevaba la voz cantante, como sabía qué le picaba a Abarca, pronunció solo un nombre:

—Aznar Téllez.

—¿Qué es lo que hay con ese malnacido?

—¿Te interesa?

El navarro le enseñó los dientes por entre las barbas.

—No juegues conmigo, que te sacudo. Sabes de sobra que todo lo relativo a Téllez me interesa. Cuenta.

—¿Y qué nos vas a dar a cambio?

—Depende. Tú desembucha, que ya decidiré yo. Sabes que cicatero no soy.

Pese a sus actitudes entre desenvueltas y displicentes, los mocosos estaban tensos como gatos, lo que hacía pensar al hombrón que tenían algo de veras interesante. O al menos así lo creían ellos. Indicó a su primo que repartiese más galleta y él echó mano de la bota.

—Desembucha.

El chico no se olvidó de coger su porción de galleta antes de hablar.

—Téllez y los suyos han partido hace un rato hacia el este.

Abarca echó la cabeza para empinar la bota. Se secó las barbas de posibles salpicaduras antes de contestar.

—¡Pues vaya noticia! Habrán salido a atajar.

—¿Con mulas y bagajes?

El navarro lo miró con el ceño fruncido. Entre arrearle con la bota en la cabeza o darle cuerda optó por lo segundo.

—Explícate de una vez, que no estamos regateando.

—Han desmontado su almofalla. Lo han cargado todo en dos mulas y lo que no se han llevado lo han malvendido a ropavejeros.

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo?

—Lo he visto con estos ojos. Han aceptado por sus trastos lo que les han querido dar y eso lo hacen los que tienen prisa.

Abarca dio otro trago, ya no por sed, sino para darse tiempo a pensar. Buena observación la del chico. Así que Téllez y los suyos habían salido del real casi a uña de caballo, sin esperar siquiera al reparto del botín.

—¿Cómo es que una salida así no ha extrañado a nadie?

—Están todos haciendo cuentas sobre cuánto se sacará del reparto y lo demás les tiene sin cuidado. He oído decir a uno que Téllez se ha marchado en gesto de hidalguía. Que vino a luchar por su honor, a lavar el nombre de su linaje. Y que para demostrarlo se marcha ahora sin tocar una moneda.

El hombrón se echó a reír a carcajadas.

—¿Quién es el imbécil que ha dicho eso? —Miró entre risotadas a su primo, que también reía—. ¡Por Cristo! Pero si ese desgraciado es un malandrín, un mercenario. Antes se dejaría destripar que dejar escapar un grano de trigo que viese en el suelo.

El pillo removió los pies ante ese ataque de hilaridad algo tenebrosa.

—Bueno. He oído decir a otros que se ha fugado. Que ha huido por miedo a Vega. Una vez tomada Teba, se acabó la prohibición real de batirse. Decían que se ha marchado corriendo para no tener que luchar con Vega.

—¡Otros idiotas! ¡Cuánta tontería sale por las bocas! Téllez tiene muchos defectos, pero la cobardía no es uno de ellos.

—Pero decían que cogió miedo a Vega cuando venció a Balban el Tuerto…

—¡Bah y bah! Aunque hubiese vencido al mismo diablo. Téllez no le tiene miedo a nadie y odia a los Gamboas.

Le lanzó la bota a su primo, que se la requería para dar un trago. Habló el mocoso, luego de consultar con la mirada a sus compinches.

—¿No se merece la noticia algún premio?

El hombrón echó mano a la bolsa sin ni siquiera mirarle, pues tenía la cabeza en otra cosa.

—Sí, hombre. De sobra.

Al amparo del velo, María Henríquez oyó la historia que le traían los dos navarros. Aunque estos no pudieron concluir el relato porque ella, apenas su hizo idea de lo ocurrido, estalló como un tonel de furia. Se puso a dar paseos nerviosos de un lado a otro, agitada y sujetándose el velo contra el rostro, lanzando maldiciones contra Téllez, sus vilezas y sus malas artes.

—¡Ese, ese, ese…! —Se atragantaba de ira sin encontrar las palabras—. ¡No se saldrá con la suya! ¡No se saldrá! ¡Veré cómo los verdugos del rey le arrancan el corazón a él!

Gome Caldera se adelantó para reconvenirla.

—¡María! ¿Qué comportamiento es este? Recuerda quién eres.

La dama se giró hacia él bufando.

—Tengo presente quién soy en todo momento. Soy hija de Henrique Gamboa, de Estepa, y procuro hacer honor a ello. No consentiré que el que le infamó a él y a la memoria de mis hermanos muertos se salga con la suya.

Esa cólera desatada podía echar algo atrás a los navarros, pero no así al desgarbado Caldera, que para algo era padrino suyo y la conocía desde que nació.

—Pues no consientas tampoco que te vean así en público, tan alterada. Estamos al aire libre. Nos están mirando.

Eso era cierto. Discutían al pie de la almofalla y ya más de uno de tiendas vecinas se había parado a observar con disimulo. Alargaban la oreja a ver si pescaban el motivo de que la hija de Gamboa estuviese tan enfurecida. Porque puede que el velo le ocultase las muecas, pero sus ademanes no dejaban lugar a dudas.

Los reproches de Caldera dieron en la diana. Al menos dejó de pasear como un tornado y contuvo los aspavientos. Pero la satisfacción del veterano duró poco. Lo que tardó María, tras recuperar un poco el control sobre sí misma y encararse con los navarros para hablar con cólera ahora contenida:

—¿Me haríais el favor de ir a buscar al de Sangarrén y los dos ballesteros? ¿Sí? Armaos todos para salir en pos de esos malandrines. Id y decid que vayan a la entrada norte del real. Vega estará allí esperando.

Asintió Abarca por los dos. Se fueron prestos y, no bien se alejaron, le tocó a hablar a Caldera. Recordando lo que acababa de recriminar a su ahijada, contuvo el tono.

—¿Se puede saber qué pretendes? ¿Enfrentarte con tres jinetes y dos ballesteros a todo el ejército de Granada?

—Con los de Granada no tengo nada. Sí con Téllez.

—En este caso viene a ser lo mismo. Téllez les lleva el relicario.

—Por eso hay que perseguirle.

—No le darás alcance antes de que se reúna con Ozmín. ¿Y qué más da? Ya se ha destapado. Es un traidor, lo demostraremos ante todos y tu honor quedará vengado.

Ella pareció a punto de perder otra vez los estribos.

—¿Así de fácil, padrino? ¿Y qué pasa con el relicario? Él fue la causa de que el rey denigrase a mi padre en público. Por su causa lo desposeyó de su oficio y eso le provocó la congestión.

Caldera resopló como si estuviese agotándosele la paciencia.

—¿No ves que la fuga de Téllez da sustancia a la sospecha de traición? A saber si no fue también él quien ayudó a tender la celada a los escoceses. Ahora me explico por qué había tantos moros aquel día a este lado del Guadalteba…

—¡No me basta! —Ella manoteó ante el rostro del veterano—. ¡Tenemos que recuperar el relicario!

—No es posible. No tardará en estar en manos de Ozmín…

—No tenemos certeza de ello. Tenemos que intentarlo.

Caldera bufó como un toro.

—¡No seas testaruda! No puedes luchar tú sola contra toda la caballería de los voluntarios de la fe. —La miró atravesado—. ¿Y por qué no has pedido que avisen a Bailoque?

—Porque no podemos contar con él. Los escoceses están dentro de Teba. Ellos y los alguaciles reales están registrando cada palmo de las estancias de los zenetes.

—Voy a mandar que le llamen.

La dama se echó a reír de mal humor.

—Hazlo. Yo no voy a esperar. ¿Pretendes retrasar con tretas mi partida? Que nos conocemos, padrino. No me líes.

Se sujetó el vuelo de la falda para marcharse.

—Volveré a ser Vega una vez más. Si Dios quiere, la última. ¿Pedirías a alguien que ensille el alazán, ya que tú no puedes con ese brazo? Pero te agradecería que fueses tú el que lo llevase a la tienda de Vega.

Se marchó sin dar lugar a más réplicas del veterano, que se quedó unos momentos en el sitio, gruñendo. Luego, mientras iba a por el alazán, se cruzó con un vecino de Estepa. Le espetó:

—¿Conoces a Bailoque?

—¿Que si…? Tú estás tonto, Caldera. ¿Cómo no lo voy a conocer, si se pasa el día rondando a tu ahijada? Muy amigos se han hecho.

—Eso no es asunto tuyo. Déjate de chismes y hazme un favor. Vete a buscarle y, si no puedes, manda a alguien de confianza. Hay que darle un recado confidencial.

—¿Qué recado?

—Que Aznar Téllez se ha ido con demasiada prisa del real y Jufre Vega va a perseguirle. Creemos que tiene el relicario, así que dile que no pierda el tiempo buscando dentro de Teba. Dile que venga a verme lo antes posible. Por el tema del relicario y po… —Algo gruñó entre dientes—. Y también porque Vega, que es tan burro como mi ahijada, está a punto de meterse en la boca del lobo.