Malandrines
MALANDRINES
La palabra es de origen francés y designaba a los hombres de armas errantes que iban ofreciendo sus servicios a los señores y a los bandos en armas. Puesto que eran gente de mala vida, nada de fiar y dada a cometer todo tipo de fechorías por donde pasaban, la palabra acabó tomando el sentido negativo que en la actualidad tiene.
El relente del alba y no el canto de los gallos o las esquilas de los centinelas despertó a los navarros. El primero fue el adalid, Guillermo Ximénez, que abrió los ojos tiritando. Y ya él se ocupó de despabilar a los suyos con empellones, reniegos y algún que otro puntapié.
Los hombres se frotaban las manos, se echaban el aliento en las palmas. Puede que los alrededores de Teba fuesen durante un día un infierno de calor, pero había noches muy frías. Y esa era de las que más, o eso sentían ellos en las puntas ateridas de los dedos y en los pies helados.
Clareaba. Los navarros dejaron aquel paraje de mesas sucias y fogatas apagadas para volver a su almofalla. Iban como almas en pena, destemplados, con mal sabor de boca y más de uno dando traspiés.
Juan de Beaumont era de los de paso inseguro. Había dormido sobre la mesa, entre charcos de vino, y el helor nocturno le había dejado entumecido. Era como si los pies no quisieran responderle, como si llevase clavos al rojo en la cabeza. Vomitó a un lado con grandes arcadas.
—No te salpiques las botas.
Martín Abarca se había parado a mirarle. Reía entre dientes, con los ojos rojos y las barbas alborotadas.
—Templa ese estómago, primo. Y ni se te ocurra rezagarte.
Beaumont se secó los labios con el dorso de la mano.
—¿Por qué?
—Porque ese Aznar Téllez tiene fama de malo. La dama le cortó anoche la cara y a nosotros nos la juró. ¿O ya no te acuerdas de nada, borracho? Es adalid de un puñado de malandrines, todos tan malos como él.
»No me extrañaría que tratase de darnos una mala sorpresa. Es lo propio en gente de su calaña. Así que procura no salir solo durante unos días.
Retomaron el paso entre dos luces. Beaumont se metió las manos en las axilas. Le castañeteaban los dientes.
—Lo siento, Martín.
—¿Qué sientes?
—Que por mi culpa tengamos que andar a partir de ahora vigilando las espaldas. Siento haberme inmiscuido en una riña sin pensar y haberos comprometido a todos.
El hombrón, ahora displicente, descolgó la bota de vino que llevaba al hombro. Echó un trago largo e hizo gárgaras sin dejar de andar.
—¿Crees que obraste mal?
Tendió la bota a Beaumont, que rehusó con la cabeza al tiempo que sentía cómo el estómago se le daba vuelta.
—No. Estaba borracho, actué sin pensar. Pero ese buscapeleas…
—Pues ya está. Si crees haber hecho lo correcto, no sé por qué andas pidiendo disculpas por ello.
Siguieron unos pasos en silencio. Iban a la zaga de los demás, que se arrastraban como un ejército vencido, aunque no por armas enemigas sino por el vino, el sueño y el frío.
—Martín, ¿qué es lo que había detrás de esa disputa de anoche?
—A saber. Ese Téllez tiene alguna cuenta pendiente con el maestro Gamboa. Eso está claro. Y me da que es cuenta de familia, no personal. Procuraré enterarme, ya que la pendencia nos incumbe ahora a nosotros también. Y hay más cosas detrás.
»¿No te diste cuenta de la cantidad de puñales que salieron a relucir anoche? Ahí estuvieron también de por medio las antipatías entre fronteros y allegadizos. Están siempre a la greña. Y aquí es como en Navarra, primo. Los bandos son capaces de acuchillarse incluso en plena batalla o con un enemigo a las puertas.
Se echó a reír a carcajadas, pasándose los dedos por la barba para desenmarañarla.
—Y ya que hablamos de cuchilladas… ¡Menuda le tiró la dama a ese fanfarrón! Si no se llega a apartar, lo deja en el sitio.
—Ya lo vi. Ni que supiera de lanzas.
—¡Y sabe! ¡Por Dios que sabe! ¿No viste cómo le alanceó? Directo al cuello. Esa conoce de hierros y del matar.
—¿Cómo es posible? ¿Una dama?
—Dama de frontera. La frontera es dura, primo, y duros son los fronteros. Aquí todos tienen muertos y daños a los que vengar. Estas tierras están llenas de varonas que saben cómo defender sus casas si se produce un ataque de moros estando los hombres fuera.
Dio otro trago al vino.
—Una mujer de armas tomar. Y guapa, ¿eh?
—Ya lo creo.
—Esa es de cuidado. Cuentan que teniendo catorce años le pegó tres puñaladas a uno que la quiso acorralar. Uno que por ser pariente de guzmanes creyó que podía coger lo que le viniese en gana. Lo dejó casi muerto. Imagina, a uno de los de Guzmán…
—Mucho sabes de ella.
—No tanto, pero he procurado informarme. ¿Cuántas veces tendré que decirte que el conocimiento puede ser un arma tan…?
Se paró en seco al tiempo que echaba mano al cuchillo. Beaumont, al girarse sobresaltado, distinguió entre dos luces a una silueta con lanza o partesana en la mano. Buscó su cuchillo, pero ya para entonces su primo había extendido el brazo de la bota, para frenarle en el pecho. Y un instante después el joven advirtió que el que había salido a su encuentro no era otro que aquel veterano que guardaba la noche pasada a la belicosa dama.
—Buenos días. Perdón si os he sobresaltado.
—Disculpa tú. No te reconocimos con esta luz.
—Es que es hora muy temprana. Pero quise daros las gracias por socorrernos anoche.
—Fue un placer. Ese Téllez tiene la boca sucia. Se ganó con creces el tajo que le pegó tu ama en la cara.
—No es mi ama, sino mi ahijada. Y a ella le gustaría platicar con vosotros de cierto negocio.
—¿Con nosotros? —El hombretón señaló con la bota a los demás navarros, que se habían parado y vuelto para observar, curiosos—. ¿Con todos?
El veterano celebró la ocurrencia con una sonrisa amplia.
—Con vosotros dos solo. En privado.
—No seré yo quien desaire a una dama. Pero mejor hablamos luego, si no tienes inconveniente. Venimos del banquete. No estamos presentables ni en condiciones de conversar. Necesitamos dormir.
—Claro. Buscadme a lo largo del día por el real. Buscadme. No lo dejéis, que lo que mi ahijada tiene que deciros os va a interesar.
—No lo dudo. Descuida. Hoy mismo iremos a vuestra almofalla. Hacer esperar a alguien como tu ahijada sería descortés.
Se echó a reír.
—Descortés y, en vista de cómo las gasta, tal vez poco prudente.