ELEGIA

Y cuando el hombre en su tormento calla,

un Dios me dio a decir lo que padezco.

¿Qué puedo ahora esperar del reencuentro,

de la en este día aún cerrada floración?

Paraíso e infierno se te abren desde dentro;

¡cuán inconstante se agita el corazón!

¡Sin duda! Ella sale a las puertas del cielo,

hacia sus brazos alzándote en un vuelo.

Así en el paraíso fuiste recibido,

como si fueses digno de la vida eterna,

deseo, esperanza, afán ya no has tenido,

aquí era la meta de aspiración más tierna

y la contemplación de esta belleza ingente

de añorantes lágrimas cerró la fuente.

Cómo agitó el día sus veloces alas,

los minutos delante volaban puros.

El beso vesperal un sello fiel dejaba:

así ha de quedar para soles futuros.

En suave pasar se semejaban las horas

tal hermanas, pero ninguna igualadora.

El beso último, cruel dulce, cortando

un hermoso trenzado de enlazados amores.

Ya acucia, duda el pie el umbral evitando,

como si lo impulsara un querube en ardores.

Triste el ojo se fija en la senda desierta,

mira hacia atrás, cerrada está la puerta.

Y ya en sí mismo cerrado tal si no se hubiera

este corazón nunca abierto, y felices horas

con cada estrella del cielo no sintiera

porfiando junto a ellas brillante otrora;

y enfado, arrepentir, reproche, alma apenada

le pesan en una atmósfera cargada.

¿No sigue el mundo? ¿Muros de roca plenos

de santas sombras no son ya coronados?

¿La cosecha no madura? ¿Un verde terreno

no se extiende junto al río por monte y prado?

¿Y no se curva la grandeza ultramundana

en formas rica, pronto sin formas vana?

Cuán suave tejida, grácil, tierna y clara,

tal serafín en vilo el coro de nubes puras,

tal si en el éter azul arriba la igualara

de claro aroma alzada una fina figura:

así la viste en danza alegre airosa,

la más hermosa de todas las hermosas.

Pero sólo momentos debes dejarte a ti

en vez de a ella abrazar una quimera,

Vuelve al corazón, la habrás mejor allí,

allí se mueve en formas pasajeras;

en múltiples una sola viene a dar,

mil veces mil y siempre a su gustar.

Tal recibiendo en las puertas estaba

y a mí grada a grada a la dicha me alzó;

tras el último beso incluso me alcanzaba

y el último de todos en los labios me dio:

tan clara y ágil queda la imagen del amor

escrita con fuego en el fiel corazón.

En el corazón que tal almenado muro

para ella se guarda y en sí ella guarda,

por ella se alegra en constancia seguro,

de sí sólo sabe cuando ella le aguarda,

en tan amado cerco libre se siente

latiendo para ella agradecidamente.

Si la capacidad de amar, el afecto

del otro se nos iba, se apagaba,

la esperanza de alegres proyectos,

decisiones, rápida acción, se daba.

Si el amor alguna vez al amante inspira

en mi se cumplió con las más lindas miras.

¡Y en verdad por ella! Un miedo interior

en cuerpo y espíritu, gravedad indeseada:

en el desierto vacío del corazón en pavor

de imágenes horribles rodeada la mirada.

Ya surge la esperanza de conocido umbral,

ella misma aparece en suave luz cenital.

A la paz de Dios, que a vosotros aquí más

que la razón os colma de dicha —lo leemos—

comparo yo del amor la alegre paz

en presencia del ser que más queremos.

Ahí descansa el corazón y nada mella

el más hondo sentido, pertenecer a ella.

En lo puro de los pechos se agita un afán

a algo más alto, más puro, más velado,

por agradecimiento quererse entregar,

desenigmándose a lo eterno innombrado.

Lo llamamos: ser piadoso. Tal santa altura

siéntome compartir si estoy ante su figura.

Ante su mirada, como ante el poder del sol,

ante su aliento, como ante brisa de primavera,

se funde, en tanto helado y rígido permaneció,

el propio sentido si en cripta invernal fuera.

Ningún provecho propio ni propia voluntad

dura, todos a su venida estremecidos se van.

Es como si ella dijera: Hora tras hora

la vida nos es amablemente ofrecida,

del ayer mínima noticia nos demora,

la ciencia del mañana está prohibida.

Y si yo una vez ante la tarde me asustara,

el sol se puso y vi lo que me deleitara.

Por eso haz como yo: ¡mira sensato y jovial

del instante a los ojos! Sin aplazamiento.

Ve rápido a su encuentro, benévolo y vital,

sea en la acción o en el amor, por contento.

Sólo donde tú estés sea todo, vea y hable

el niño en ti, así eres todo, eres insuperable.

Tú puedes hablar, pensé, por compañía

te dio a ti un dios la dicha del instante

y cada uno a tu lado propicio se confía

por instantes del sino elegido en amante.

Tu gesto de adiós me deja el alma muda,

tan alto saber aprender qué me ayuda.

¡Ahora estoy lejos! El minuto presente

¿qué sentido tiene? No lo sabría decir;

para lo bello de algo bueno deferente,

tan sólo es carga, de él heme de huir.

Un anhelo indomable a mí me agita,

sólo sirve un consejo: lágrimas infinitas.

¡Así pues brotad y corred imparables

no lograrán apagar la brasa interior!

Ya hay calma y brío en mi pecho indomable,

donde muerte y vida luchan con ardor.

Hierbas podrían al cuerpo apagar la aflicción,

pero falta al espíritu voluntad, decisión,

falta el concepto: ¿cómo debe faltarle?

Él repite su imagen miles de veces.

Ésta vacila unas, otras viene a dejarle,

ya bien indefinida, ya radiante aparece.

¿Cómo puede ser ni mínimo consuelo

este ir y venir, ya en claridad, ya en velo?

¡Dejadme aquí, fieles compañeros de camino!

Dejadme solo en musgo, piedra y pantano;

adelante, descubrir el mundo es vuestro sino,

la tierra inmensa, el cielo sublime y soberano;

Contemplad, investigad, reuniendo los detalles,

el secreto de la naturaleza en repetir se halle.

Pero yo el universo, y a mí mismo he perdido,

yo que aún ayer de los dioses fui el amado,

me pusieron a prueba, Pandoras me han tenido,

ricas en bienes y ricas en peligros. Empujado

me han hacia la boca de dichosas gracias,

me separan y me han sumido en la desgracia.

1823

La vida es buena
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