DEDICATORIA

Vino la mañana, sus pasos temía

el suave sueño que dulce me rodeaba

y desperté, de mi cabaña tranquila

fui montaña arriba nueva el alma;

A cada paso dábame alegría

la nueva flor que con gotas colgaba;

el nuevo día se alzaba con encanto

y todo me reanimaba reanimado.

Cuando subí, se alzó de los prados del río

en bandas suave hacia arriba una niebla.

Se retiró cambiando y a rodearme vino,

creció volando sobre mi cabeza:

un turbio velo me cubría aquel sitio,

ya no podía gozar de la vista tan bella;

pronto me vi de nubes como inundado

y conmigo mismo en lo oscuro encerrado.

De pronto pareció que el sol traspasaba,

se hizo ver en la niebla una claridad.

O bien se hundía suave mientras bajaba;

o se partía al subir por monte y matorral.

¡Cómo el primer saludo hacerle esperaba!

La esperaba aún más bella tras la oscuridad.

La aérea lucha no tenía aún su término,

me rodeó un esplendor y quedé ciego.

Pronto hizo que mis ojos despegara

un impulso interior del corazón decidido,

sólo podía osarlo con rápida mirada,

pues todo parecía arder encandecido.

Allí en vilo con las nubes transportada

una mujer divina ante mis ojos vino.

Nunca imagen más bella vi en mi vida

me miró y en vilo quedóse sostenida.

¿No me conoces? Dijo una voz dejando

un timbre del mayor amor y de fidelidad:

¿Me reconoces? La que el puro bálsamo

en alguna herida de la vida vínote a echar.

Bien me conoces, soy a quien tu afanado

corazón en eterna alianza vínose a atar.

¿No te vi con ardientes lágrimas del corazón

ya de muchacho anhelarme con pasión?

Sí, grité, mientras dichoso me inclinaba

hacia la tierra, te he sentido tanto;

me diste paz, cuando la pasión agitaba

por los jóvenes miembros sin descanso,

tú me has como con celestiales alas

en el día de ardor la frente refrescado.

Tú me diste los dones mejores de la tierra

y cada dicha sólo por ti quiero tenerla.

No te nombro. Bien que por muchos te oigo

a menudo llamada, y cada uno te dice suya,

que a ti se dirige créese cada ojo,

casi a cada ojo tu rayo es tortura.

Como te conozco estoy casi solo,

antes tuve muchos amigos de aventura.

Sólo conmigo he de gozar de mi dicha

ocultar y encerrar tu luz propicia.

Sonrió, habló: ¡Ves, qué cuerdo entonces,

necesario, fue sólo un poco descubriros!

Apenas estás seguro del engaño más pobre,

apenas eres señor de infantiles albedríos,

y ya te crees lo bastante superhombre,

dejas del hombre el deber incumplido.

¿Cuán diferente eres tú de los demás?

Conócete, vive con el mundo en paz.

¿Perdóname, grité, no lo hice adrede,

debo sin más dejar los ojos abiertos?

Vive en mi sangre un albedrío alegre,

el valor de tus dones bien lo aprecio.

En mí el noble bien para otros crece,

ni puedo ni quiero esconder el talento.

¿Por qué el camino fue tan añorado,

si no debo enseñarlo a los hermanos?

Y cuando hablé me miró la alta criatura

con una indulgente mirada compasiva,

estaba en sus ojos toda mi lectura,

lo que mal hecho y lo que bien había.

Ella sonrió y ya sentí mi ventura,

mi espíritu se alzó a nuevas alegrías:

Pude ahora con íntima confianza

acercarme a ella y de cerca mirarla.

Entonces estiró la mano en las bandas

de nubes ligeras y de vapor cercano,

cuando lo cogía prender se dejaba,

se dejó tirar, la niebla ya fue en vano.

Por el valle entonces paseó mi mirada,

hacia el cielo miré sublime y soleado.

Sólo a ella vi, un puro velo sosteniendo,

la envolvía, miles de pliegues haciendo.

¡Yo te conozco, conozco tus defectos,

sé lo que en ti de bueno vive y arde!

Así dijo, oigo su hablar eterno,

recibe lo que ha tiempo te guardase;

quien toma este regalo con ánimo sereno,

a ese dichoso, nada puede faltarle.

De vapor de mañana tejido y de luz solar,

el velo de la poesía de manos de la verdad.

¡Y si tú y tus amigos al mediodía

sentís el bochorno, lanzadlo al aire!

Enseguida susurra el fresco de la brisa

olor a especias y flores y aroma os trae,

calla del sentimiento terrenal la angustia,

un lecho de nubes la tumba se hace.

Toda ola de vida deviene calmada,

el día se vuelve suave y la noche clara.

¡Venid pues, amigos, si en vuestros caminos

la carga de la vida más y más os dobla,

o si vuestro camino con flores guarnecido

un renovado bien de frutos de oro adorna,

hacia el próximo día avanzamos unidos!

Así vivimos, fortuna pisa nuestra hora

y además si los nietos nos añoran con dolor

debe para su gusto perdurar nuestro amor.

1784

La vida es buena
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