13

Quesada abandonó el Asilo y se alejó tristemente. Poco después, se internaba una vez más entre los caseríos del Tambor. Llegó a la casa de Baigorria. O a la de Tumba, porque era la mujer negra quien ahora vivía en ella, sola.

Entró. Tumba estaba allí. Estaba sentada cerca de una olla humeante. Vestía esa tela leve que excitaba a Quesada y cosía alguna ropa. No se molestó en elevar su mirada cuando entró el teniente. Siguió con su tarea, sin más.

Quesada apartó la cortina y entró al otro cuarto. Se quitó la chaqueta, el sable y se acostó sobre el camastro. Desde allí, nunca podría olvidarlo, había escuchado los quejidos y hasta los gritos incomprensibles y salvajes de Tumba mientras Baigorria la poseía. Este recuerdo le demoró el sueño.

Aunque luego durmió excesivamente; se despertó con las primeras sombras del anochecer. El cuarto estaba en penumbras, pero una certeza lo inquietó: otra persona había allí. Alguien, desde las sombras, lo miraba. Buscó y enseguida descubrió el brillo de los ojos de Tumba. También podía oír su respiración agitada. Encendió una vela. Una luz vacilante y rojiza iluminó el cuerpo de la mujer.

Quesada se puso de pie y se acercó a ella. Tumba pareció erizarse, como si supiera que el hombre, ahora, iba a tocarla y temiera o rechazara ese contacto. Quesada extendió su mano, buscándole el cuerpo. Tumba giró repentina, eludiéndolo. Quesada, entonces, la golpeó brutalmente en la cara. Tumba cayó sobre el camastro. Y allí quedó, mirando al teniente, con la respiración exaltada. Un hilo de sangre se deslizaba desde su boca. Quesada se le acercó, se acostó junto a ella y le recorrió el cuerpo con sus manos. Tumba lo dejó hacer: algo se retorció, buscando ya con su cuerpo las manos del teniente, y algún quejido gozoso salió de su boca sangrante. Quesada le buscó esa sangre: la bebió del manantial de sus labios carnosos, excesivos, y con ella le humedeció el sexo. Después la penetró.

Hubo entonces un dilatado festín de los cuerpos. Y luego, cuando se hubieron apaciguado, mientras yacían uno junto al otro, desnudos, Quesada dijo:

—Baigorria me confesó que tenías una historia. —Y preguntó—: ¿Cuál es? —Y añadió—: Quiero conocerla.

Tumba se puso de pie. Buscó la tela con la que se cubría y abandonó el cuarto.