CAPÍTULO I - Genealogías

La familia materna

EL primer recuerdo que evoca Virginia Woolf es la imagen de unas flores rojas y moradas sobre un fondo negro. Se trata del vestido de Julia, su madre. Virginia viaja en tren o en autobús sobre su regazo, y cree que las flores podrían ser anémonas.

Ese recuerdo llama a otro y a otro más, hasta que todos se entretejen para contar su historia familiar. La historia es peculiar ya que los integrantes de la familia de Virginia no escaparon a la tendencia que tenemos, como individuos o grupos, a mistificar personajes o anécdotas y a construir nuestra identidad a partir de esos núcleos significativos. A la hora de contar la propia vida y de establecer una identidad, esos mitos son fundadores. Es importante, entonces, detenerse en el mito genealógico de Virginia Woolf. Por vía materna, su historia familiar se remonta a Pierre Antoine, Chevalier de l’Etang, Garde du Corps de Luis XVI, un caballero de la corte de María Antonieta que dominaba las artes ecuestres y los modos corteses. Ciertas relaciones peligrosas —algunos decían que lo habían sorprendido in fraganti en intimidad con la reina; otros, que con una de sus damas— lo impulsaron al exilio. Esta circunstancia le fue propicia; gracias al destierro, el caballero se salvó de la Revolución y probablemente de perder su cabeza. En Pondicherry se casó con Thérése Blin de Grincourt, una bella francesa con sangre bengalí; finalmente entró al servicio del Nabab de Oudh, y dirigió con éxito la actividad de sus caballerizas. Al fallecer, Pierre Antoine dejó tres hijas. Una de ellas, Adeline, contrajo matrimonio con James Pattle, nacido en Bengala y miembro del Bengal Civil Service, “conocido como el embustero más grande de la India, bebió hasta morir y fue enviado a la patria en un tonel de alcohol que, al estallar, arrojó el cadáver no embotellado ante los ojos de su viuda, la volvió loca de terror, prendió fuego al barco y lo dejó varado en el canal de Hooghly”

Cada tanto esta historia y sus diferentes versiones volvían en las conversaciones y escritos de Virginia Woolf, orgullosa como toda su familia del charm que le legaron sus antepasados franceses.[17] Haya estallado o no el tonel de alcohol que transportaba a su marido, lo cierto es que Adeline, viuda de James Pattle, partió de la India y alrededor de 1840 regresó a Londres, con siete hijas que sentarían las bases de la estirpe familiar y su legado. Aunque criadas en la colonia, las jóvenes habían perfeccionado su educación viajando a Versailles, donde su abuela Thérése sobrellevaba su viudez. Las hermanas Pattle se enorgullecían de no ser víctimas de la moda, proclamaban que jamás habían usado vestidos de crinolina y solían conversar entre ellas en hindi.

 

«Contemplar a una de las hermanas Pattle hubiera sido notable; encontrarse con siete de ellas en el mismo salón de baile era abrumador. No se inquietaban en lo más mínimo por la opinión pública (su propia familia era tan grande, que contaba con todos los elementos de interés y crítica). Tenían reglas no convencionales para la vida, que les sentaban a la perfección y que, además, estimulaban a otras personas. Eran artistas instintivas que presentían la belleza y convivían con ella.»

 

Una de las siete hermanas, Virginia Pattle, considerada la más bella, y admirada por el celebrado escritor William Thackeray, se convirtió por matrimonio en condesa de Somers y vivió una aristocrática vida en Eastnor Castle. Se trataba de una mujer excéntrica y con mucho estilo, que supo infligir a sus hijas, primas hermanas de la madre de Virginia Woolf, “tales torturas que, en comparación, el potro y la bota o zapato chino eran insignificancias, a fin de que una de ellas se casara con el duque de Bedford y la otra con lord Henry Somerset”. Este último era un hombre encantador pero irremediablemente infiel: las relaciones que mantenía con su lacayo segundo colmaron la paciencia de su esposa, quien puso el asunto en manos de su madre. Acto seguido, lady Somers organizó un escándalo público que culminó con el feliz exilio de lord Henry en la India, y con la no tan feliz exclusión social que signó a su hija, lady Somerset. De todas maneras, ambas se mostraron muy estoicas, se alejaron de la vida social y lady Somerset se dedicó con mucha energía a la recuperación de mujeres alcohólicas.

Sarah, otra de las bellas hermanas Pattle, casada con el administrador angloindio Thoby Prinsep, tuvo gran influencia en la historia de Virginia Woolf. Instalado en las afueras de Londres, el matrimonio convirtió su granja, la Little Holland House (la pequeña Casa Holland) —en lo que hoy es Melbury Road, en Kensington—, en un lugar de encuentro entre aristócratas de cuna y de intelecto. Eran habitués de la casa políticos y escritores como Disraeli, Tennyson, sir Henry Taylor y William Thackeray, también pintores de la talla de William Hunt y Edward Burne-Jones. El ambiente que generaban las Pattle irradiaba excentricidad y servía de escape a la rigidez y las formalidades de la sociedad victoriana. Para muchos, la casa era también un enclave donde frecuentar la belleza; así lo notó John Ruskin en una carta de 1859, en la que resaltaba que lady Prinsep y su hermana eran “por cierto, dos de las mujeres más bellas en toda la extensión de la palabra —los mármoles de Elgin[18] con ojos oscuros—, que podemos encontrar en la vida moderna”.

En la Little Holland House, Sarah también albergó al reconocido pintor George Watts, a quien solían llamar il Signor y que representaba, para todos ellos, una suerte de prócer. Pero además de bella y hospitalaria, Sarah tenía injerencia en la vida privada de sus huéspedes. El pintor prerrafaelista Burne-Jones la describía como lo más parecido a una madre que él hubiera conocido, y no debió asombrarse cuando ella consideró su deber aprobar a su prometida.

En su obra teatral Freshwater[19] Virginia recreó el ambiente que se vivía en Little Holland House y señaló indirectamente el fracaso de los esfuerzos casamenteros de su tía abuela, responsable de urdir el corto y malogrado matrimonio de Watts con la joven actriz Ellen Terry. Mucho más que una casa, la Little Holland House terminó convirtiéndose en una leyenda familiar de importancia, ya que allí transcurrió gran parte de la infancia y juventud de Julia, la madre de Virginia, cuyo porte y exquisita apariencia conquistaban a los pintores y eran motivo de orgullo para sus tíos. Como Mrs. Ramsay, en Al faro, Julia “sabía llevar con elegancia la antorcha de la belleza, y se sabía bella; exhibía esa antorcha con orgullo dondequiera que entrara”.

La leyenda de la belleza de las mujeres de la familia materna se convertiría, por varias generaciones, en un tema recurrente, ya que en un sinfín de cartas y testimonios de contemporáneos se alude una y otra vez al atractivo de las Pattle y su descendencia. Menos hermosa que sus hermanas, pero muy notable, fue Julia Margaret Cameron, que adoptó la fotografía como profesión. Ella descubrió casualmente su vocación cuando cumplió cincuenta años y su hija le regaló una cámara fotográfica para que se entretuviera mientras su marido estaba en Ceilán, supervisando sus plantaciones de café. Las Pattle eran mujeres apasionadas e incluso despóticas, y Julia Cameron[20] sometió a largas sesiones de fotografía a cuantos pudo. Tanto Tennyson como William Gladstone fueron algunas de sus víctimas. La fotógrafa, que alimentó su vocación retratando a sus modelos en determinadas poses y con diferentes vestuarios, se convirtió en una de las primeras y mejores retratistas de la sociedad victoriana. La madre de Virginia Woolf fue su modelo preferida, por lo que la influencia de Julia M. Cameron no debe subestimarse. Virginia admiraba su singular estilo: ella nunca retocaba las fotos —cosa habitual en la época—, ni aunque estuviesen fuera de foco. En la comedia Freshwater, cuya protagonista es su tía abuela, Virginia le hace decir: “Llévate mis lentes fotográficas, se las dejo a mis descendientes. Asegúrate de que estén siempre apenas fuera de foco”.

El mandato es claro y parece anticipar una clave de la modernidad literaria que obsesionó a Virginia Woolf. Si damos por cierto que “ where there ’s a will there S a way ” (querer es poder),[21] arribamos a la conclusión de que las tías abuelas le legaron la posibilidad de tener una vida en la que lo doméstico y lo cotidiano adquirieran rango artístico. Aunque Virginia Woolf apenas conoció a Sarah Prinsep, y Julia Margaret Cameron murió años antes de que ella naciera, a lo largo de su vida, conservó el interés y la curiosidad por sus antepasadas y por las historias protagonizadas por mujeres. Tanto por las que “sin ser famosas, parecen reunir las cualidades de una época y representarlas mejor que nadie”, como por aquellas otras personalidades relevantes y excéntricas que supo rescatar en cuentos como “El foco”, en Freshwater o en el ensayo con el que en 1926 la Hogarth Press acompañó la publicación de Victorian Photographs, donde se reunieron fotos de Cameron. El entusiasmo de estas féminas, y las anécdotas que de ellas derivaban, fueron las fuentes de inspiración más importantes para Virginia.

Sin embargo, ninguna opacaría la centralidad de su madre Julia, que nació en 1846 en la India y fue la tercera hija del médico angloindio John Jackson y de Maria, una de las bellas hermanas Pattle. A fines de la década del cuarenta, Maria y sus hijas viajaron a Inglaterra; pero el doctor Jackson, dedicado con fervor a su profesión —durante veinticinco años no visitó Londres ni una sola vez—, recién se reunió con ellas en 1855. Dado que entre los dos y los nueve años no vio a su padre, Julia estableció un fuerte lazo filial con su tío Thoby Prinsep. Tanto él como el ambiente generado en Little Holland House influyeron en su educación, y por pertenecer a la estirpe de las Pattle, fue tan admirada y homenajeada como sus tías. Ese fue su mundo, “un mundo de tarde de verano”, que Virginia ubicaba alrededor de 1860, imaginando mesas de té sobre el césped y grandes tazones de frutillas con crema. Y allí estaba Julia, luciendo su belleza entre aquellos “hombres eminentes […] autoridades de la India, hombres de Estado, poetas, pintores”.

Muchos años después, cuando en Melbury Street, el lugar donde se levantaba la casa, se irguieron una serie de edificios nuevos y una calle atravesaba lo que fue el jardín de Little Holland House, Julia “dio un pequeño salto hacia adelante, juntó las palmas de las manos y gritó: ‘¡Aquí es donde estaba!’, como si el país de las hadas hubiera desaparecido”.

Sus antepasados, íntimamente ligados al gobierno de la India durante la colonia británica, también ejercieron influencia en Virginia Woolf. Le transmitieron costumbres y tradiciones; le legaron curiosos objetos y memorias a los que cada tanto se refirió en su obra. De todas maneras, esta delectación no impidió que más tarde cuestionara la visión romántica del imperialismo y del papel paternalista de Inglaterra respecto de sus colonias; es así como en la novela Al faro, se refiere a la India cuando desea demostrar el quiebre generacional entre Mrs. Ramsay y sus hijas. Tal como podría haberlo hecho la madre de Virginia, Mrs. Ramsay “extendía su protección a todos los miembros del sexo opuesto; por razones que no sabría explicar, por su caballerosidad y valor, porque negociaban tratados, gobernaban la India, controlaban el mundo financiero”. El paralelismo entre la madre de Virginia y Mrs. Ramsay se extiende al que podemos establecer entre Virginia y las hijas de la protagonista de la novela. En las jóvenes “habían brotado dudas inexpresadas acerca de la deferencia, la caballerosidad, el Banco de Inglaterra y el Imperio de la India”. Sin embargo, nada quiebra la unión entre madre e hijas; atraídas por “un componente fundamental de belleza”, las muchachas respetan y se dejan influenciar por su madre y, respondiendo a una suerte de compleja alianza, las mujeres nunca llegan a enfrentarse abiertamente.

El caso de Maria, la abuela de Virginia, da testimonio de una relación o alianza similar; si bien Maria quería mucho a sus tres hijas, tenía un vínculo muy estrecho con Julia, a la que le escribía entre dos y tres veces por día. En su correspondencia tan extensa como la de su nieta, aunque no de la misma calidad, Maria prefería los temas relacionados con la salud y la enfermedad. Como muchas esposas de médico, diagnosticaba y trataba las enfermedades de sus conocidos y tenía un amplio repertorio de sus propias enfermedades. “Mrs. Jackson —escribió uno de sus descendientes— era buena como el oro, pero no hay un solo pensamiento original, muy poco sentido común y ni la más ínfima destreza en el uso de la lengua en todos los cientos y cientos de cartas”. Julia supo acompañarla y consolarla en sus múltiples dolencias, al punto que el incomparable lazo que unía a la madre y a la hija dejaba al doctor Jackson en segundo plano. Al enviudar, Maria se apoyó en Julia; solía pasar largas temporadas en su casa y fue una presencia importante en la vida de Virginia hasta que falleció, cuando ella tenía diez años.

A pesar de ser la preferida de su madre, Julia siempre se sintió muy unida a sus hermanas Maria y Adeline. La muerte de esta última —poco antes del nacimiento de Virginia— fue un duro golpe para la familia. Con el tiempo, sus hijos Marny, Emma y William se convirtieron en compañeros de juegos de Virginia y sus hermanos.

Mientras tanto Maria, la otra hermana de Julia, se casó con Herbert Fisher, tutor y secretario privado del príncipe de Gales, con quien tuvo once hijos. Esa tía fue una presencia poderosa, pero también rechazada y temida, una suerte de censora vigilante de las buenas costumbres, que Virginia llegó a aborrecer. Tampoco sintió mucho afecto por sus primos, y aunque de mayor solía visitar en Oxford a Herbert, presidente del Board of Education (Consejo de Educación), y a F. W. Maitland que, casado con su prima Florence, escribió la biografía de su padre, Virginia evitó a sus primos Fisher cuanto pudo, incluso a su prima Adeline, casada con el compositor Ralph Vaughan Williams.

Lo cierto es que para Virginia el centro y la figura femenina más misteriosa fue su madre, sobre quien escribió que “fue feliz como pocas personas lo son, pues había pasado, como una princesa en un desfile, desde su juventud de suprema hermosura al matrimonio y a la maternidad, sin despertar”.

Testimonio de la belleza de Julia es el cuadro donde el pintor prerrafaelista Burne-Jones la retrató como a la Virgen María en el momento de la Anunciación. Poco después de rechazar las propuestas matrimoniales del pintor William Hunt y del escultor Thomas Woolner, y mientras visitaba a una hermana en Venecia, Julia conoció a su primer marido Herbert Duckworth. Virginia cuenta que “se enamoró perdidamente de él, y él de ella, y, en consecuencia, se casaron. Esto es todo lo que sé, y quizá nadie sepa más ahora, del hecho más importante que le ocurrió en su vida”.

En forma sorpresiva, cuatro años después del matrimonio, y tras hacer un leve esfuerzo al intentar alcanzar un higo que pendía de una rama, Herbert Duckworth murió en el lapso de pocas horas, a causa de una septicemia producida por la explosión de un absceso no diagnosticado. Sola, con dos hijos, George y Stella, y otro en camino —Gerald nació seis semanas después de la muerte de su padre—, Julia concluyó que había sido “todo lo infeliz y todo lo feliz que puede llegar a ser un ser humano”. Para Virginia y sus hermanos, la madre, esencial y misteriosa, fue un ser mítico, una princesa de leyenda que se convirtió en el personaje de un drama inexplicable. A partir de su temprana viudez, a los veinticuatro años, Julia se dedicó a atender a su familia; también desarrolló una particular vocación por cuidar enfermos, además de visitar y asistir las necesidades de los pobres. Pero mientras se dedicaba a lo que se ha dado en llamar buenas obras, Julia perdió la fe.

A esta conclusión —señala Virginia — llegó “como resultado de un pensamiento solitario e independiente. Eso demuestra que en ella había algo más que sencillez, entusiasmo, romanticismo, y de ese modo da sentido a sus dos elecciones incongruentes: Herbert y mi padre”. Para Virginia, cabía la posibilidad de que la “propia superabundancia” de Julia hiciera que encontrara satisfacción “encubriendo las deficiencias” de su primer marido. Por boca de su padre, supo que Herbert Duckworth había sido el típico muchacho educado en public school,[22] el perfecto prototipo del gentleman inglés. Ejercía la abogacía, pero no se la tomaba demasiado en serio. Además era seductor, y según una tía de Virginia, “¡un rayo de luz…!”¡Y cuando sonreía…! En definitiva, era un tipo de hombre muy diferente de Leslie Stephen, el segundo marido de Julia y padre de Virginia. La familia paterna carecía de los rasgos de mundanidad y excentricidad que caracterizaban a la rama materna, y en la estrictamente clasista sociedad inglesa ocupaban otro estrato social.

La faceta artística y excéntrica que les legaban las Pattle fueron las preferidas por Virginia y su hermana Vanessa, que desdeñaron el carácter rústico que provenía de los Stephen; no obstante, Stephen al fin, las dos serían incansables trabajadoras como ellos.

La familia Stephen

Vale detenerse en cada una de las personas con las que, al menos durante su infancia y primera juventud, Virginia estuvo ligada de una u otra manera. Inmersa en una gran red familiar, fue conformando su identidad pugnando también contra características que le desagradaban. Es un hecho que, lejos del misterio y del encanto con el que Virginia revestía la figura de sus ancestros maternos, su visión de Leslie Stephen y de sus parientes paternos adquiría un cariz muy diferente.

En 1924 Virginia le escribió a Jacques Raverat refiriéndose a sí misma y a su hermano Adrian, que atravesaba una crisis matrimonial: “Nosotros, los Stephen, somos difíciles, sobre todo cuando la carrera empieza a definirse hacia el final: semejantes dedos fríos, tan quisquillosos, tan críticos, semejante gusto. Mi locura me ha salvado”.

Los primeros Stephen de los que se tienen noticias aparecen a mediados del siglo XVII. Eran granjeros, mercaderes y contrabandistas. “Uno de ellos, William Stephen, se estableció en las Indias Occidentales y prosperó en el desagradable comercio de comprar esclavos enfermos y luego curarlos apenas lo suficiente para poder venderlos en el mercado”.

De modo que si por la rama materna Virginia tenía antepasados asociados con la nobleza, gracias a los Stephen contaba con parientes piratas. Uno de ellos, James, era un hombre de gran fortaleza: una noche de tormenta, cuando su barco —que transportaba vino de Bordeaux— naufragó en Dorset, salvó su vida y la de cuatro compañeros gracias a su constitución física y a una petaca de coñac. Después de semejante hazaña, los náufragos treparon por un acantilado casi imposible de escalar, y James consiguió que los hospedara el recaudador de aduanas del lugar; finalmente logró recuperar parte del cargamento de su barco y casarse con Sibella, la hija de quince años del recaudador, sin el consentimiento de sus padres. La vida de James continuó por azarosos caminos que incluyeron el fracaso matrimonial y el financiero. Sus deudas lo llevaron a la prisión de King’s Bench, donde asumió la defensa de su propio caso ante los tribunales e inició la actividad literaria que habría de caracterizar, a partir de entonces, a las sucesivas generaciones de los Stephen. Fue perseverante, y cuando salió de la cárcel quiso convertirse en abogado; pero ni su posición social ni la fortuna lo acompañaban y debió conformarse con asociarse con uno de ellos. Conseguía muchos de sus clientes en las tabernas, y no hizo dinero ni obtuvo prestigio. Finalmente, se hundió en la bebida y murió en 1779. Dejó seis hijos y escaso dinero para pagar las deudas.

Mejor suerte corrió su hijo James II, que nació en 1758. A pesar de tener a su padre en la cárcel y de contar con pocos recursos económicos, pudo ingresar en el Mariscal College de Aberdeen. Avanzaba en sus estudios hasta que un examen de latín le hizo temer que no pasaría de ahí. Intrépido, a los diecisiete años se le ocurrió una idea salvadora y logró que se modificaran las normas del colegio y que se eliminase dicho examen.

De muy joven, James II tuvo un hijo ilegítimo. Estaba de novio con Nancy Stent, pero tuvo un desliz con una joven llamada Maria, de la que estaba enamorado el hermano de Nancy. Después de obtener el perdón de Nancy y de su hermano, James y Nancy se casaron y partieron a las Indias Occidentales.

En cuanto a Maria, se casó con otro hombre, mientras que William, el hijo ilegítimo de James, llegó a ser vicario en Buckinghamshire. Cabe destacar que cuando escribió la historia de sus antepasados, Leslie Stephen evitó referirse a estos hechos —a pesar de conocer a William— y que Virginia descubrió, encantada, el secreto.

De joven, James II había sido admirador de George Washington, pero, inglés al fin, cuando en las Indias Occidentales vio cómo los franceses y los norteamericanos burlaban el bloqueo británico, escribió su famoso panfleto War in Disguise (Guerra enmascarada). Si bien esa no había sido su intención, el panfleto fue uno de los factores influyentes que condujeron “al bloqueo continental y, para gran mortificación y asombro de Stephen, a la guerra de 1812” con los Estados Unidos.

Hombre de acción, James Stephen II abrazó una noble causa; había sido testigo del maltrato a los esclavos negros en Barbados, y a partir de entonces formó parte de grupos antiesclavistas. Tomó contacto con William Wilberforce,[23] y su compromiso llegó a tal punto que renunció al Parlamento cuando se hizo evidente que el gobierno inglés no pensaba abolir la esclavitud. Apasionado por la causa de la que se sentía abanderado, James II se unió a un grupo del barrio de Clapham, cuyos integrantes, liderados por su vicario, fueron conocidos como los santos de la Secta Clapham. Se trataba de una agrupación de evangelistas con intereses y convicciones políticas, que luchaban por la abolición de la esclavitud. Más que teólogos, eran activistas que trataban de influir en la opinión pública a través de panfletos y por medio de la creación de comités y de presentaciones públicas. Lejos del dogmatismo, los santos de Clapham supieron aliarse con miembros de otros grupos y convicciones religiosas con los que compartían los mismos intereses antiesclavistas. Los integrantes de la Secta Clapham representaban “la conciencia de la clase media británica y, en consecuencia, [tenían] un enorme poder político”. Muchos años después, su bisnieta Virginia Woolf, se casará con un hombre que dedicó su vida, con similar fervor y entrega, a la acción política.

Es evidente que James II fue un personaje muy representativo de Clapham, y muy considerado entre los antiesclavistas, ya que cuando enviudó se casó con Sarah, hermana de William Wilberforce. Finalmente, James falleció en 1832, poco tiempo antes de la abolición de la esclavitud en el Imperio británico. Los hijos del matrimonio fueron abogados; uno de ellos, también llamado James, es el que nos interesa.

Nacido en 1789, James III fue padre de Leslie y abuelo de Virginia. Su casamiento con Jane Catherine Venn, perteneciente a una familia de clérigos —uno de los cuales escribió la base de la doctrina de la Secta Clapham—, lo asoció aún más con este influyente grupo. El hogar que formaron Jane Catherine y James Stephen moldeó la infancia de Leslie, el adorado y conflictivo padre con el que Virginia Woolf llegaría a identificarse. El carácter de Leslie y muchas de sus particularidades pueden entenderse a la luz de la personalidad de sus progenitores. Jane era una mujer que la historia familiar definió como “muy sensata… Al mismo tiempo, era atractiva y cordial, con una fuerte tendencia a ver siempre el lado bueno de las cosas”. Además, Jane llevaba un diario íntimo que tiempo después Virginia leería con interés porque brindaba claves para comprender la vida cotidiana de sus antepasados y a su propio padre.

En cuanto al abuelo paterno de Virginia Woolf, James III, fue un exitoso abogado que dejó su lucrativa profesión para emplearse en la Colonial Office (Oficina Colonial) y así poder seguir con la cruzada familiar contra la esclavitud. Como un quijote, y con su trabajo como misión, debió enfrentar la gran oposición de las minorías blancas dirigentes en las colonias y a sus aliados en el gobierno. Lo cierto es que James imponía respeto por su gran capacidad de trabajo, pero había quienes lo encontraban antipático. “Su larga relación con la Oficina Colonial llevó a los periódicos a llamarlo ‘Mr. Madre Patria Stephen’, puesto que era él quien utilizaba la metáfora doméstica de Inglaterra como Madre Patria, y comparaba a las colonias con ‘hijas solteras’”.

Trabajador incansable, James hacía colaboraciones periodísticas dictando alrededor de tres mil palabras antes del desayuno. “Sus colegas lo apodaron rey Stephen, y con sir Henry Taylor ‘prácticamente gobernó el imperio colonial’ durante varios años cruciales”. A pesar de ese poder, el abuelo de Virginia era tímido y tenía “tics nerviosos” en los ojos, al punto de que hubo quienes, al verlo por primera vez, lo creyeron ciego.

Como les sucedería a su hijo Leslie y a su nieta Virginia, consideraba que sus logros estaban lejos de sus aspiraciones. Otro rasgo significativo de James tuvo gran influencia en sus descendientes. Cierta vez probó un cigarro y, como le gustó, decidió no fumar otro nunca más. Leslie heredaría el ascetismo de James, y Virginia, que incluso compararía a su padre con la figura de un “profeta hebreo”, compartió con ellos la hiperexigencia y la austeridad.

También heredaría su característica hipersensibilidad. De hecho, James era un excelente orador, pero fundamentalmente era un hombre austero, de personalidad difícil y sensible en extremo. Solía caer en depresiones, y no soportaba mirarse en el espejo. Como dejó asentado, tenía la sensación de ser dos personas en una, situación que se volvía particularmente extraña cuando ambas partes se sentían compelidas a sostener un diálogo entre ellas:

 

«Al vivir solo, a veces me siento muy abrumado por mi propia presencia. Tengo la sensación de que entro demasiado en contacto conmigo mismo. Es como [sentir] la presencia de un visitante, inoportuno, familiar, y sin embargo desconocido. […] supongo que todos nos hemos sentido en algún momento como si fuéramos dos personas en una, forzadas a sostener un discurso en el cual el soliloquio y el coloquio se mezclan en forma extraña y terrible.»

 

Además de reconocer su especial sensibilidad, James poseía una fuerte imaginación; creía en los seres espirituales, recelaba de los fantasmas, era en extremo supersticioso y experimentaba fuertes sentimientos de culpa. Leslie Stephen, el padre de Virginia, estaba convencido de que había heredado muchas de sus características; sobre todo, cuando a la muerte de su madre, llegó a pensar en el suicidio. Es evidente que el temperamento irritable y nervioso caracterizaba a los Stephen, incluso Leslie había escuchado decir que “su padre había nacido sin piel”.

Lo cierto es que James III sufrió crisis nerviosas en 1824, 1832 y 1847. Poco antes de la última, escribió en su diario que le hubiera gustado “ser un auténtico hombre de letras”, una capacidad que muchos de los Stephen desarrollaron. La última crisis fue tan severa que sus amigos y sus doctores le aconsejaron la jubilación anticipada de la Oficina Colonial.

James no fue un padre fácil para sus hijos. De los cinco que tuvo, lo sobrevivieron tres: James Fitzjames, Leslie y Caroline Emelia, quien decía que tenía la sensación de haberse criado en una catedral.

Tanto James Fitzjames como Leslie heredaron la hiperexigencia de su padre.

Como hermano mayor, James Fitzjames protegió al delicado y tímido Leslie en el campo de batalla de la escuela de varones a la que ambos asistieron. De ese modo, se ganó su admiración y despertó en él deseos de imitarlo. Después de recibir los maltratos de sus compañeros de Eton, James Fitzjames concluyó “que ser débil era equivalente a ser desgraciado” y no paró hasta convertirse en un líder. Sus anchas espaldas le valieron el apodo de “Gigante Inflexible”.

Pero Fitzjames también se destacó por su carácter e inteligencia. Fue el preferido de su padre, y sus compañeros de Cambridge lo eligieron para integrar la Sociedad de los Apóstoles —un grupo elitista que incluía a los intelectos más brillantes— y del que formarían parte el marido de Virginia y algunos de sus más íntimos amigos. Como ya era tradicional entre los Stephen, Fitzjames se dedicó a la abogacía y llegó a ser juez de la Corte Suprema y baronet, dignidad de rango algo inferior a la de barón. Además de ejercer el periodismo, hizo honor a la prolífica capacidad literaria de los Stephen y se convirtió en autor de numerosas obras, entre ellas A General View of the Criminal Law of England (Consideraciones generales acerca del derecho penal de Inglaterra) y una historia de la ley criminal. Abiertamente antifeminista, Fitzjames polemizó con John Stuart Mill acerca de los derechos de la mujer. La prensa se ensañó con él por la manera en que llevó un caso de adulterio: atacó alevosamente a la acusada, asegurando que las mujeres que cometían adulterio eran criminales por naturaleza, y poco después debió renunciar a su cargo.

Pero otro suceso lo afectaría profundamente. Como padre, Fitzjames depositaba sus esperanzas y su orgullo en su exitoso hijo James Kenneth, estudiante destacado y atleta cuyo porte imponente se aprecia en un retrato del pintor Charles Furse. James Kenneth fue el sobrino dilecto de Julia y de Leslie. La tragedia lo alcanzó mientras viajaba con unos amigos; un objeto le golpeó la cabeza y aunque consideraron que se trataba de una conmoción leve, al poco tiempo su salud mental comenzó a deteriorarse. Leslie siempre relacionó aquella herida con la locura, pero para Thomas C. Caramagno, que examinó la historia clínica de James, sus trastornos se correspondían con un cuadro maníaco-depresivo como el que afectó a varios miembros de la familia Stephen.[24]

Para Virginia, su tío Fitzjames fue el cabal representante del sistema patriarcal, una voz perentoria e irritante asociada al autoritarismo; por su parte, Leslie reconocía los sentimientos ambivalentes que su hermano le inspiraba. Cuando este murió afectado por una demencia senil, Leslie escribió su biografía donde señaló que su fin se debió en parte a su excesiva dedicación al trabajo y al trágico destino de su hijo.

El caso es que además de oír las leyendas familiares relacionadas con el carácter de los Stephen, con apenas seis o siete años, Virginia fue testigo de las cada vez más perturbadoras extravagancias de su primo. Mucho después escribió: “Jim Stephen se había enamorado de Stella. Ya estaba loco en ese entonces. No se hallaba en sus cabales. Era capaz de tomar un coche de alquiler, pedirle al conductor que lo llevase a toda velocidad por Londres hasta la casa de Leslie, quien debía pagarle al cochero”.

Virginia siempre recordaría aquella vez en que Jim entró como un rayo en el cuarto de los niños y ensartó un pan con una espada; como también la ocasión en que fueron a su departamento y pintó su retrato en un pequeño trozo de madera. En sus recuerdos, ella escribió: “Durante un tiempo fue un gran pintor. Supongo que la locura le hacía creer que era omnipotente. Otra vez vino a la hora del desayuno y, riendo, dijo: ‘Savage [su médico] acaba de decirme que corro el peligro de morirme o de volverme loco’”.

Aunque el comportamiento de Jim se hacía incontrolable, Julia decía que no podía cerrarle las puertas de su casa;[25] por su parte, Fitzjames negaba la locura de su hijo. El joven, que había sido atleta destacado en Eton, alumno de Oscar Browning[26] y formaba parte de su círculo homosexual, también fue miembro de los Apóstoles y autor de la colección de versos Lapsus Calami, algunos de carácter “extremadamente misógino”. A su manera, estaban orgullosos de él, y la familia sufría impotente su deterioro.

En noviembre de 1890, el doctor Savage, el mismo médico que atendió a Virginia y a toda su familia, le escribió una carta a James advirtiéndole “que a medida que su enfermedad progresara, gastaría y pediría dinero imprudentemente ‘para comprar cosas inútiles’, ‘se vestiría de manera informal’, y consideraría el hecho de tener que pagar sus deudas como ‘un agravio’, típicas características maníacas”. Tres años después, afectado seriamente su equilibrio, James sufría “de ataques de pérdida de autocontrol seguidos de ataques de depresión e inactividad”; los médicos comprobaron que padecía una severa depresión “que duraba algunos meses, seguida de períodos de inusual excitabilidad”. Al final, terminaron internándolo; el episodio determinante sucedió una mañana, cuando James “tiró un espejo a la calle y permaneció desnudo delante de la ventana: creía que había una orden judicial para su detención por crímenes no especificados”.

Años antes, James había sido tutor del duque de Clarence, nieto de la reina Victoria. Cuando durante su internación se enteró de la muerte del duque, dejó de comer. Tenía apenas treinta y tres años. A las tres semanas murió en el hospital de St. Andrews? [27]Desolado, su padre falleció dos años después.

¿Cómo influiría este drama en la niña que entonces era Virginia? De mayor dirá que su primo le hacía evocar la imagen de “un toro torturado y también la imagen de Aquiles —Aquiles, apoltronado sobre su lecho, rugiendo un aplauso profundo—”.Lo cierto es que esta imagen estilizada no debió de ser la que Virginia percibió de pequeña cuando debió enfrentarse con la locura de Jim y mentirle si lo encontraba en la calle, asegurándole que su hermana Stella no estaba en la casa.[28]

Es interesante señalar que Michael Harrison, biógrafo del duque de Clarence, revistió a James con rasgos novelescos y sugirió que era, ni más ni menos, Jack the Ripper (Jack el destripador) y que, al descubrirlo, Leslie sufrió un colapso. Aunque esta teoría no afectó a Virginia, ya que recién fue publicada después de su muerte, en la década del setenta, es evidente que Virginia Woolf tenía motivos para temer el legado de los Stephen, ya que en su entorno era aceptado que la capacidad intelectual que los caracterizaba iba acompañada de un cono de sombras. Es así como al referirse a su primo Herbert —otro de los hijos de Fitzjames, que se casó a los setenta años y fue nombrado juez del Tribunal Supremo de Calcuta en 1901, cerca de los cuarenta— afirmaba: “Nosotros, los Stephen, maduramos tarde”[29]

Es un hecho que Virginia tomó características de sus parientes para delinear sus personajes, características que suelen ser negativas cuando provienen de los Stephen. Uno de sus modelos fue Harry, otro de los hijos de Fitzjames también abogado, que vivió en Calcuta y se casó con una escritora feminista, sobrina de la famosa enfermera Florence Nightingale.

Hay huellas de “Harry Stephen […] abriendo y cerrando su gran navaja e imponiéndose con el egoísmo propio de todos los Stephen” en Peter Walsh, el antiguo pretendiente de Clarissa venido de la India, que en La señora Dalloway suele jugar con un cuchillo, tal como Virginia había visto hacer a su primo.

Como Virginia no asistía al colegio y carecía de compañeras o amistades más allá de la familia y sus relaciones, observaba a sus parientes con particular curiosidad. Su mundo de infancia y adolescencia se limitaba al ámbito familiar. En ese sentido, las cuatro hijas de su tío Fitzjames captaron también su interés y fueron sus modelos identifícatenos. Virginia recordaba a una de ellas, Helen, tocando Beethoven como al paso de “un regimiento de dragones”, y solía ridiculizar a Rosamund y a Dorothea. Esta última llegó a enseñar religión en la India, y escribió un libro, Studies in Early Indian Thought (Estudios del pensamiento indio primitivo), que obtuvo reseñas desfavorables en The Times en 1919. Sus contadas apariciones en la vida adulta de Virginia siempre fueron motivo de mofa o crítica.[30] En La señora Dalloway, la austera severidad de Doris Kilman, la preceptora de la hija de la protagonista, mujer aferrada a la religión y al resentimiento y que no tiene ningún gesto cordial con Mrs. Dalloway, saca de quicio y despierta —como le sucedía a Virginia en relación con Dorothea— una piedad forzada en Clarissa.

El caso de su prima Katherine era diferente, y Virginia reconocía sus méritos como directora de Newnham College y la respetaba por ser una de las pioneras en la educación de las mujeres. Podría decirse que Virginia Woolf trasladó a la escritura aspectos relevantes de la personalidad de sus parientes, pero también le interesó destacar, en sus personajes, lo difícil que resulta escapar a los encasillamientos impuestos por la familia y la sociedad.

Así, en la segunda parte de Al faro, Lily Briscoe se define como figura contrapuesta a la victoriana Mrs. Ramsay, y en Noche y día, la joven protagonista trata de escapar, estudiando en secreto matemáticas, del destino tejido a su alrededor por su madre, hija de un prócer literario. En el ensayo Tres guineas, el problema se plantea desde un encuadre político: se reivindica a las “hijas de los hombres con educación” que, en contraposición con sus afortunados hermanos, no recibieron educación institucional, y se da cuenta de los sacrificios que ellas debieron hacer para mantener un statu quo que garantizara que prevalecieran los privilegios masculinos.

Lo cierto es que, a su manera, los Stephen resultaban personajes notables; ya en agosto de 1899, a los diecisiete años, Virginia describió una excursión con ellos:

 

«Todos ostentan la atmósfera de la sala de lectura; son severos, cáusticos y absolutamente independientes e impasibles […] Un signo de carácter notable en esta casta es que tienen la capacidad de sentarse en silencio sin sentir ni la más mínima incomodidad, mientras que el éxito de la fiesta a la que invitaron depende de ellos»

LOS PADRES DE VIRGINIA: LESLIE Y JULIA

Es evidente que Leslie, el padre de Virginia, tenía muchas de las particularidades de los Stephen. Su niñez había transcurrido entre los cuidados de una madre cariñosa y la autoridad de un padre caracterizado como un “tirano doméstico”. Según el diario de su madre, Leslie tenía un temperamento violento y sensible; podía estallar en lágrimas ante cualquier reproche, e incluso negarse a escuchar historias con finales tristes. Su madre lo definió como el “niño más impresionable que he conocido”.

En Cambridge, frustrado tras no ser elegido miembro del elitista grupo de los Apóstoles, Leslie se esmeró por superar su debilidad física. En ese empeño quiso ser fuerte como su hermano mayor, se convirtió en remero, e incluso llegó a destacarse como un gran montañista y escalador. Virginia heredó de él no solo el gusto por los largos paseos, sino la facultad de construir frases mientras andaba, como también lo hace el personaje de Mr. Ramsay en Al faro, durante sus caminatas, cuando puede “expulsar, en completa soledad, las preocupaciones a fuerza de pensar en ellas”.

Mientras que la brillantez de su hermano lo destinaba a seguir la tradición familiar de la abogacía, el carácter retraído de Leslie parecía más apropiado para un clérigo, pero aunque fue ordenado en 1859, pocos años después, en 1862, a la edad de treinta años, debió hacer frente a su incredulidad. Como la pérdida de la fe fue acompañada de la añoranza por una vida diferente, decidió abandonar su puesto en Cambridge. Entusiasta partidario de los unionistas —yanquis—, Leslie viajó a los Estados Unidos en 1863 y otra vez en 1868; entrevistó a Lincoln e hizo allí amistades que lo acompañarían durante toda la vida.

Entre ellas, cabe destacar a James Russell Lowell, padrino nominal de Virginia.

Una vez de regreso en Londres, su hermano Fitzjames lo ayudó a iniciarse en el periodismo y Leslie comenzó a frecuentar a personalidades famosas, como el economista John Stuart Mill y escritores como Tennyson, Robert Browning, Thomas Carlyle, George Eliot, George Meredith y Aldous Huxley. Por entonces se consideraba a sí mismo un solterón. Los años pasaban y vivía rodeado del afecto de su madre y de su hermana Caroline Emelia, que había sufrido una desilusión amorosa en su juventud y se dedicaba al cuidado de sus padres y a tareas filantrópicas.

Pero en su fuero íntimo, Leslie debía de aspirar a tener su propia familia. Lo cierto es que mientras lo observaba conversar con Harriet Marian — apodada Minny—, una de las hijas del fallecido escritor William Thackeray, la novelista Mrs. Gaskell tuvo el presentimiento de que Leslie y Minny se casarían. Así fue, y después de su luna de miel en los Alpes el matrimonio retornó a Londres donde vivió con Anne, la adorada hermana mayor de Minny, escritora como su padre. Sin tener una gran belleza, Minny, la primera esposa de Leslie, era una mujer tierna, una especie de ser angelical y hogareño, que no se destacaba por su intelecto y que lo atrajo a por su “sencillez y sinceridad”. Durante toda su vida, subrayaba Leslie, su candor fue el de un niño, sin que por ello fuera aniñada o infantil. Aunque podía sentirse celoso del afecto que Minny le demostraba a su hermana Anne, los tres vivieron juntos y su vida transcurría plácidamente. A Leslie le sentaba bien la rutina de hombre casado y su trabajo como escritor y periodista. En 1868, el matrimonio viajó a los Estados Unidos, y en 1870 nació su hija Laura.

Leslie y Minny eran vecinos de la viuda Julia Duckworth. Como él, Julia había perdido la fe y leía los libros de Leslie “intentando resolver el agnosticismo a través de la lógica”.

Cierta vez, Julia visitó al matrimonio, pero pronto decidió dejarlos solos ya que se sintió una intrusa en medio de esa pareja que irradiaba armonía y felicidad. Parecían “reconocer y compartir los deseos del otro con solo mirarse”. Con esa visión idealizada de Leslie y Minny, embarazada de su segundo hijo, sentados ante el fuego de la chimenea, Julia volvió esa noche sola a su casa. Al día siguiente se sorprendió al saber que, después de sufrir convulsiones, Minny había fallecido.[31] Aquel día de 1875 Leslie cumplió sus cuarenta y tres años.

Poco después, la relación de amistad que Julia había establecido con sus vecinas Anny y Minny terminó por acercarla al viudo. Pero, en verdad, Leslie había apreciado la belleza de Julia por primera vez en 1866, cuando ninguno de los dos estaba casado. En ese entonces, con un vestido blanco y un sombrero con flores azules, Julia había llamado poderosamente su atención.

Por otra parte, la familia de su esposa estaba relacionada con la de Julia desde hacía tiempo. Anny y Minny frecuentaban especialmente a la fotógrafa Julia Cameron, e incluso se hospedaron en su casa cuando murió su padre, hallando consuelo al amparo de la generosa mujer, a la que un mes atrás le habían regalado la cámara fotográfica que la haría famosa. Y Julia Duckworth había encontrado alivio en la amistad de Anne Thackeray desde las primeras semanas de su repentina viudez. En esos momentos, la desesperación de Julia era total, solía recluirse en soledad, yacer sobre la tumba de su difunto marido y casi nunca hablaba de sus sentimientos. Respetando esa necesidad de silencio, Anne logró hacerla partícipe de su vida. En abril de 1871, Julia la ayudó con las pruebas de su novela Old Kensington, en la que el personaje de Dolly Vanborough está basado en Minny. Como Julia reconoció en sus cartas, el apoyo y el consuelo que Anne le brindó fueron inestimables, y cuando Minny murió, ella estuvo en posición de retribuir sus atenciones y afecto. Además, ayudó a Leslie y a Anne a mudarse al 11 de Hyde Park Gate, a pocos pasos de la casa donde ella acababa de trasladarse con sus hijos.

Pronto se convirtió en una fuente de ánimo y consuelo, tanto para su amiga como para el viudo. Sin la mediación de Minny, se hizo evidente que Anne y Leslie se irritaban mutuamente y que la convivencia entre ellos se hacía difícil. Mientras que a Anne le fastidiaban la demanda permanente y el egocentrismo de su cuñado, Leslie también tenía sus quejas. Reconocía en ella cierto genio, pero le molestaba que no apreciara sus libros, se sentía abrumado por su ignorancia, por su carácter expansivo y por su forma de manejar la economía doméstica.

Lo cierto es que Anne era una persona interesante, toda una personalidad. Su madre, Isabella Thackeray,[32] había comenzado a mostrar signos de desequilibrio después del nacimiento de Minny, hasta que finalmente cayó en la demencia, y Anne debió madurar pronto. Convertida en una hija devota y en una hermana ejemplar, se hizo cargo de Minny. Sin educación formal, desorganizada, presa de desequilibrios emocionales, Anne fue una suerte de modelo-antimodelo para Virginia Woolf. En 1863, el mismo año en el que falleció su famoso y adorado padre, Anne publicó su primera novela, The Store of Elizabeth (La tienda de Elizabeth), y ya no se detuvo. Pero su desorden llegó a complicar su trabajo. Un equívoco con las pruebas de Miss Angel (1875) —su novela sobre la pintora Angelica Kauffmann— enviadas a Australia motivó que el último capítulo quedara inserto en medio del libro.

Leslie consideró este error una prueba fehaciente de su falta de organización —incluso dijo que un uso más inteligente de sus recursos podría haberla equiparado con Jane Austen—,y aunque también criticaba su falta de rigor histórico, reconocía que Anne era la persona con más empatía que había conocido. Por su parte, cuando ella murió, Virginia Woolf admitió que la había “admirado sinceramente”, y escribió su obituario en el Times Literary Supplement (suplemento literario del diario Times)[33]. Si bien pensaba que ninguna de sus novelas podía considerarse una obra maestra, creía que eran indiscutiblemente “el trabajo de una escritora de genio”. Como Virginia reconoció en cartas a amigos, el personaje de Mrs. Hillbery de Noche y día está inspirado en Anne Thackeray. En la novela, Mrs. Hillbery es la hija de un laureado poeta victoriano, cuya biografía “escribía con facilidad y todas las mañanas llenaba varias cuartillas de una manera tan instintiva como otras personas cantan”. Como Anne, Mrs. Hillbery no puede sistematizarse y finalmente es incapaz de finalizar su trabajo. La voz narradora advierte que la razón “no era la carencia de datos ni la falta de interés y ambiciones, sino algo más profundo y grave:su falta de aptitudes y su temperamento”. Como podría decirse de Anne Thackeray, sus “raptos de inspiración no seguían un orden coherente, sino que saltaban caprichosamente de un tema a otro, sobre una multitud de asuntos distintos”.

Sin ser una pariente directa, Anne Thackeray tuvo influencia en Virginia Woolf; ofició como una especie de contramodelo que la impulsó a construir su propia figura de escritora y a reconocer la necesidad de contar con un andamiaje teórico coherente. La dispersión[34] de Anne y su falta de formación le sirvieron para diferenciarse de ella. Tampoco Virginia había recibido educación formal, pero a diferencia de su tía —la llamaba así aunque no tuvieran lazos de sangre—, desde muy joven hizo lo imposible por proporcionarse un marco de lecturas y de estudios ordenado.

Pero mucho antes de eso, a principios de 1877, en la misma época en que la convivencia con Anne se le hacía cada vez más engorrosa, Leslie descubrió que estaba enamorado de la viuda Julia Duckworth y le declaró su amor. Y aunque ella reconocía que albergaba sentimientos afectuosos hacia él, por un tiempo insistió en señalar que no deseaba volver a casarse.

Entre tanto, y en secreto, Anne Thackeray se involucraba sentimentalmente con Richmond Ritchie, su joven primo que aún no se había graduado, carecía de fondos, y al que le llevaba diecisiete años. Cuando el affaire quedó en evidencia, nadie en la familia, y menos aún Leslie, estuvo de acuerdo con la relación, pero Anne deseaba casarse y Julia la ayudó a convencerlo. Con el tiempo quedó demostrado que no estaba equivocada al socorrer a su amiga, ya que a pesar de los agoreros pronósticos y alguno que otro desliz, el matrimonio tuvo dos hijos y nunca se separó.[35]

Mientras la relación de Anne y su joven primo avanzaba, Julia seguía rechazando a Leslie, pero le escribía cartas que dejaban lugar a la esperanza:

 

«Si pudiera estar muy cerca de ti y sentir que me abrazas, moriría contenta. Puesto que me conozco a mí misma, no me siento inclinada a casarme contigo con la idea de hacer tu vida más feliz o radiante… No creo que debiera. De modo que si deseas una respuesta, solo puedo decirte que tal como estoy ahora, sería un error casarme contigo…, Todo esto suena frío y horrible —pero bien sabes que te amo con todo mi corazón—, solo que parece un pobre corazón tan muerto.»

 

Durante varios meses Julia mantuvo el suspenso, pero las cartas que se enviaron uno al otro durante la Navidad —él estaba en Brighton y ella en Saxonbury— pronosticaban cambios. Por fin, una noche de principios de enero, casi un año después de la propuesta matrimonial de Leslie, mientras estaban sentados frente al fuego volvieron a hablar del asunto. La conversación culminó con un silencio, y Leslie estaba por retirarse cuando, de pronto, Julia lo miró y le dijo: “Seré tu mujer y haré todo lo posible por ser una buena esposa para ti”. Contrajeron matrimonio el 26 de marzo de 1878.