CAPÍTULO XXX - 1927
Entre dos mujeres: nace Orlando
A principios de enero, Leonard leyó Al faro y opinó que se trataba de una obra maestra, algo “enteramente nuevo; ‘un poema psicológico’”. Aliviada por esas palabras, mientras decidía si viajaría a Nueva York, donde la habían invitado a dar una conferencia, Virginia pasó unos días en Monk’s House y dos noches en el castillo del padre de Vita, en Knole. Con su amiga como guía, visitó los cuatro acres del edificio y anotó impresiones que utilizaría en su Orlando:
«“Habitaciones más bienpequeñas que dan a otros edificios, ninguna vista; pero quedan una o dos cosas: Vita caminando majestuosamente con su vestido turco por la galería, acompañada por niños pequeños, llevándolos en su estela como un esbelto barco de vela; una especie de grupo de vida inglesa aristocrática”».
Menos impresionada por sus libros que por su porte, Virginia analizaba la escritura de Vita y concluía: “El método de escribir una narrativa suave no puede ser adecuado; las cosas no suceden así en la mente”. Por su parte, considerando que era menos exigente escribir crítica literaria que ficción, proyectaba “un libro sobre narrativa” que le permitiera ganar dinero para viajar a Grecia y comprar un coche. Como siempre que terminaba un libro estaba ansiosa, y si bien se consolaba pensando que, de no ser bien recibida la novela, le quedaba la posibilidad de dedicarse a la crítica o a las memorias, en su fuero íntimo sabía: “Después de unas vacaciones me volverán las viejas ideas, como de costumbre, me parecerán más frescas y más importantes que nunca; y me pondré en marcha de nuevo, sintiendo ese extraordinario júbilo, ese ardor y ese deseo vehemente de crear”.
Pero no tuvo que esperar a que pasaran las vacaciones: el 14 de marzo dejó constancia en su diario “de la concepción de un nuevo libro anoche entre las 12 y la 1”. Deseaba escribirlo como redactaba sus cartas, a máxima velocidad y sin ningún intento de crear personajes; sugeriría el lesbianismo en una historia cuya nota principal sería la sátira y el disparate. En tanto observaba cómo esa idea adquiría el ritmo necesario, se parapetaba “vigilante para ver los síntomas de este proceso extremadamente misterioso […] Mi propia vena lírica ha de ser satirizada”. Si bien deseaba descansar “después de estos libros experimentales, poéticos, serios, cuya forma ha de ser siempre considerada con gran atención”, también necesitaba reflexionar acerca del nuevo proyecto: “Quiero echar una cana al aire y lanzarme. Quiero dar cuerpo a todas esas innumerables ideas mínimas y diminutas historias que cruzan mi mente en todas las estaciones del año. Creo que esto será muy divertido de escribir; y dará un descanso a mi cabeza antes de empezar la obra muy seria, poética que quiero que sea la siguiente”.
Liberada de Al faro —“corregir las últimas pruebas de un libro es siempre un tormento”—, deseaba viajar, e incluso hacer cambios en su imagen. En consecuencia, Virginia se cortó el pelo a la gargon, lo que Clive catalogó como la decisión más importante de su vida, después de casarse. Al primer entusiasmo le siguió la desilusión, la sensación de inadecuación física, y se vio “demasiado ancha, alta, plana, con el pelo colgando”. Podría tratarse de una coincidencia, pero llama la atención que se sintiera poco atractiva mientras que las dos mujeres más importantes de su vida se encontraban fuera de Inglaterra. Nessa había partido a Francia precipitadamente, junto con su hija Angelica y su niñera, Grace, después de enterarse de que Duncan, que estaba allí con su madre y una tía, se había enfermado.[313] Cuando las hermanas se despidieron en la puerta de Gordon Square, Virginia supo captar la angustia de Nessa y reflexionó acerca de su relación con Duncan, “un matrimonio de la mano izquierda” en el que la expresión natural de los sentimientos debía ceder a la necesidad “de tener que ocultar la angustia, la inseguridad”.
Entre los matrimonios atípicos que conocía, destacaba el de Vita, que se había marchado a Persia para acompañar por un tiempo a su marido, a quien intentaba convencer de que continuase su carrera en Inglaterra. Este matrimonio funcionaba según cánones propios. De hecho, Harold le había escrito a Virginia que se sentía contento de que Vita hubiera caído “bajo una influencia tan estimulante y tan sana”; el condescendiente marido también señalaba: “No debes preocuparte de que yo tenga otro sentimiento más que un anhelo de que la vida de Vita sea lo más rica y sincera posible. Detesto los celos al igual que detesto todas las formas de enfermedad”. Por su parte, en otra muestra de liberalismo, Vita sugería y planeaba un viaje conjunto de los dos matrimonios. “Vivo para ello”, le escribía a su amiga desde Persépolis.
Si bien en su diario Virginia se decía a sí misma “debo quererla de verdad”, también reconocía que extrañaba más a su hermana. Y dispuesta a asumir un rol infantil, reconociendo las sensaciones de pérdida y abandono que remitían a su infancia y a su relación con Julia, la madre adorada pero ausente, le preguntaba a Vita: “¿Por qué pienso en ti tan incesantemente, te veo tan claramente cuando me encuentro ante el menor displacer? Un extraño rasgo de nuestra amistad. Como un niño, creo que si estuvieras aquí, yo sería feliz…” Con Vanessa y Vita en el extranjero, las cartas de Virginia se prodigaban en ambas direcciones, situación que despertó los celos de Nessa, quien le reclamó la prioridad que creía corresponderle. También Virginia había tratado de defender pretendidos derechos de primogenitura en el afecto maternal de Vanessa, pero, justo es decirlo, sus sobrinos le habían ganado la partida. Aun así, Virginia los amaba y se sintió shockeada cuando Ethel Sands sugirió que no le importaban. Lo que sucedía era que tenía una particular manera de demostrar su afecto. No se privaba de señalar la parte Bell que les tocaba a sus sobrinos en el reparto genético, como si eso significara una mácula, y sin darse cuenta de que con eso podía herir a su hermana, le escribía: “Quentin no ve nada en la poesía. Por el amor de Dios, no me digas que pusiste por error una gota de más del viejo Bell en él; siempre pensé que jugabas con fuego en ese matrimonio, y apenas merecías salir ilesa como lo hiciste”[314]¿Qué había detrás de esa presunta indiferencia hacia sus sobrinos? Virginia creyó que estaba relacionada con un enojo consigo misma por “no haber forzado a Leonard a correr el riesgo [de tener hijos] a pesar de los médicos”. Sea como fuere, sentía que, aunque resultara un pobre consuelo para su frustración, al racionalizar esos sentimientos realizaba una “pequeña contribución a la psicología femenina”.
La crisis de Vanessa
Por entonces, inmersa en un drama que tenía como protagonistas a Duncan y la particular relación que los unía, Vanessa atravesaba su propia crisis. Cuando llegó a Francia para cuidar a Duncan, su madre y el resto de su familia le negaron cualquier derecho y se vio obligada a alojarse en otra casa mientras él se recuperaba de una fuerte neumonía. También se sentía inquieta a causa de la relación que Duncan sostenía con Angus Davidson. Desde siempre, Nessa había intentado mantener en reserva el verdadero tenor de sus relaciones íntimas, y aunque es probable que luego del nacimiento de Angelica no tuvieran más relaciones sexuales, las relaciones homosexuales de él le provocaban celos y temores de perderlo. Por esa época, sin comprender del todo la situación de su hermana, Virginia le sugería que se divorciara de Clive y se casase con Duncan, cosa que evidentemente tampoco era factible. Lo cierto es que Vanessa nunca se divorció de Clive y siempre mantuvo con él un trato cordial. Al tanto de que su relación con Mary Hutchinson se deterioraba, entre preocupada y curiosa, Nessa pedía y recibía los informes que Virginia le enviaba al respecto. Las hermanas pasaban por un idílico momento: no solo reeditaban la vieja camaradería, sino que luego de ver unas pinturas de Nessa,[315] Virginia reconocía: “Creo que estamos ahora en el mismo punto: ambas señoras de nuestro medio como nunca antes: ambas confrontadas, por lo tanto con problemas de estructura enteramente nuevos”.
Mientras tanto, frente a una posible ruptura con su amante, Clive aseguraba que su deseo era juntarse en Francia con Vanessa y Duncan, y dedicarse, por fin, a escribir su tan postergado libro. Las hermanas lo celebraban, ya que consideraban que Mary era una penosa influencia, porque estimulaba a Clive a participar de una tumultuosa corriente social de cenas, eventos y encuentros que le impedían dedicarse a trabajar. Vanessa fue muy explícita al respecto en una carta a Virginia: “Creo que Clive debería ya sentar cabeza y utilizar un poco sus sesos. Tiene unos bastante buenos y puede hacer muchas cosas merecedoras. Podría tener affaires amorosos más moderados que no tengan por qué interferir con el trabajo y creo que sería mucho más feliz”. Aunque Nessa le advirtió que se pondría en un brete si interfería en la crisis de la pareja, Virginia le aconsejó a su cuñado: “Huye, […] hacia tu gran libro [Civilization] y tu lámpara verde”. Cabe señalar que Mary no tomó de buen grado esta intervención —literalmente estaba furiosa con ella— y, según Virginia, el hecho de que Eddy S. West, el primo de Vita, estuviera presente cuando las dos mujeres se encontraron, fue lo único que aseguró cierta tranquilidad. Finalmente, cuando pudieron conversar más tranquilas, Mary la acusó de haber dicho de ella que era “una tontita mundana, que solo quería flirtear”. Aun así, la amante de Clive estaba de acuerdo en que él estaba “bastante deteriorado intelectualmente por culpa de su libertinaje” y ambas pudieron despedirse más o menos amistosamente.
En tanto iban y venían cartas y referencias al affaire de Clive, Duncan se recuperó, y el 30 de marzo, después de decidir que no viajarían a Norteamérica, los Woolf partieron hacia Cassis donde se encontraron brevemente con él, Nessa y Clive. Enseguida continuaron su viaje. Se trató de una memorable visita a Italia que Virginia registró en extensas y entretenidas cartas que le escribía a Nessa, a quien se las había prometido a cambio de una pintura suya. No bien las recibía, Vanessa acostumbraba leer pasajes en voz alta en presencia de Clive, lo que produjo otro de los incidentes a los que estaban acostumbrados y cuyo detonante, creía Virginia, era “algún oscuro sentimiento de celos”.
Italia la conquistó, y aunque la presencia de demasiados turistas ingleses opacaba el placer del viaje, Virginia llegó a pensar que Roma era la más bella ciudad del mundo y esbozó la teoría de que sería un lugar donde podría vivir eternamente. Entre los amantes de Italia, divisó, en una estación de tren, a D. H. Lawrence, un escritor que nunca llegó a conocer personalmente.
Con la sensación de que congeniaba más con Italia que con Francia, donde Nessa y Duncan disfrutaban del mejor de los mundos, Virginia, que había percibido fisuras en la intimidad de la pareja de su hermana, le escribía: “Aunque algunas apariencias están en contra de eso, tú y Duncan siempre me parecen marmóreamente castos”. La respuesta de Nessa fue resignada y lastimera, y dejó en evidencia lo frustrante que era para ella esa relación de la que, por otra parte, no podía prescindir. Le confesó a Virginia que era “terrible ser considerada casta y desaliñada cuando una quisiera con todo fervor no ser ninguna de ambas cosas”. La insatisfacción emocional y sexual era el precio que debía pagar por la compañía de Duncan; aceptar a sus amigos y parejas homosexuales, la única manera de mantenerlo a su lado.
La reserva de Vanessa se oponía a la necesidad de intimidad de Virginia, que desde la infancia había dependido de ella, colocándola en una suerte de pedestal y revistiéndola de características sobrehumanas, como si fuera una suerte de diosa de la sensualidad y de la fecundidad.[316] Y si bien Vanessa solía también diferenciarse de su hermana, refiriéndose a la maternidad, confesaba: “Me pregunto si en serio te gustaría el problema de los niños sumado a tu existencia. Ni yo misma me siento en absoluto apta para lidiar con ello”. Siempre al acecho de “una enorme revelación” en lo concerniente a Nessa, Virginia le contestaba que estaba segura de que “sería una vil madre”. También agregaba que desconfiaba o sospechaba de “la pasión maternal […] obviamente inmensurable e inescrupulosa”, y agregaba que, inconscientemente, Nessa reduciría “a todos a cenizas por darle a Angelica un día de placer”. Su conclusión era tajante, consideraba a su hermana “una mera herramienta en las manos de la pasión”. Puesta a comparar matrimonio y maternidad, Virginia creía que esta última era “más destructiva y limitante”. Pero también reconocía que “sin duda estoy meramente tratando de defender mi caso: sin embargo, contiene alguna verdad; no me gustan los instintos profundos, no en las relaciones humanas”.
Aunque las cartas de Virginia eran más brillantes, y Nessa contaba con menos recursos de escritura, las suyas podían esconder tesoros. En una de ellas relató la irrupción de una falena, una mariposa como las que habían perseguido, capturado y estudiado cuando eran niños; los hijos de Nessa habían heredado esa pasión. El relato fue tan inspirador que Virginia comenzó a pensar en una nueva historia basándose en el hecho de que una noche, una falena de alrededor de quince centímetros de envergadura se había aventurado dentro de la casa. “Mi instinto maternal, que deploras tanto, no me permitiría abandonarla”, escribió Vanessa, quien intentó conservarla en éter y cloroformo. “Esto es lo que sucede —continuaba diciendo Vanessa — si se permite al instinto jugar una parte en las relaciones personales. Cuánto podría contar del instinto maternal. […] Me gustaría que escribieras un libro sobre el instinto maternal”. En coincidencia con su hermana, Nessa señalaba: “Desde luego que es una de las peores pasiones, animal y sin remordimientos. ¿Pero cómo evitar plegarse a estos instintos si una los tiene?”.
Después de leer esa carta, Virginia quedó fascinada por el relato de la mariposa y escribió a su hermana: “¿No es extraño acaso? Quizá tú estimulas el sentido literario[317] en mí como tú dices que yo hago con tu sentido de pintora”.
Fama
El 5 de mayo, cuando Al faro salió a la venta, la Hogarth Press tenía pedidos 1690 ejemplares, el doble de lo que había ocurrido con La señora Dalloway. La novela, gestada una tarde en la plaza frente a Tavistock Square y escrita “sin premeditación”, tenía, en opinión de Virginia, partes muy logradas.
Consideraba que el pasaje de la cena era de lo mejor que había escrito, también le agradaba la de los niños en la barca, y aunque tenía ciertas dudas en la segunda parte, “El tiempo pasa”, redactada durante la huelga general el año anterior, y no estaba segura acerca de la escena de Lily en el jardín, reconocía en su diario: “¡Dios, qué bonitas son algunas partes de Al faro! Suaves y flexibles, creo que profundas, y nunca una palabra inadecuada en páginas y páginas”.
Ansiosa porque no recibía la opinión de Nessa, le envió una carta que contenía un diálogo inventado, en el que ella y Duncan trataban de esquivar el compromiso de decir qué les parecía el libro. Además, a la defensiva por lo que Nessa pudiera pensar acerca de las escenas protagonizadas por la pintora Lily Briscoe y sus reflexiones sobre pintura, Virginia anticipaba que se reiría de esa parte. A pesar de sus temores, la contestación de Vanessa fue de rendida admiración y emoción. Le aseguró que, si bien se sentía incapaz de dar una opinión literaria o hacer un juicio estético sobre la novela, tenía la sensación de que se trataba de una obra de arte que despertaba emociones:
«Así que aunque probablemente no te importen en absoluto, te interesará saber cuánto me hiciste sentir […] me pareció que en la primera parte del libro has ofrecido un retrato de [nuestra] madre que es más parecido a ella que nada de lo que yo hubiera imaginado posible. Es casi doloroso tenerla tan de vuelta de entre los muertos. Has hecho sentir a uno la extraordinaria belleza de su carácter, que debe ser lo más difícil de hacer en el mundo. Fue como conocerla nuevamente estando una crecida y en términos iguales y me parece la más asombrosa hazaña de creación el haber podido verla de semejante manera. «También has dado con padre igual de claro, pero quizá, puede que me equivoque, eso no es tan difícil. Hay más de donde agarrarse. Igual me parece que es lo único referente a él que dio una verdadera idea. Así que tú ves tan lejos como un retrato pintado pueda ir, creo que eres una suprema artista y es tan desgarrador encontrarse cara a cara nuevamente con aquellos dos que apenas logro considerar otra cosa. De hecho, los últimos dos días apenas he podido atender mi vida cotidiana. Duncan y yo hemos hablado sobre ellos, ya que cada uno tenía un ejemplar. […]. No creo que sea solamente que los conocí lo que me hace sentir todo esto, ya que Duncan, que no los conoció, dice también que por primera vez comprende a madre. Así que tu visión de ella se eleva como un entero por sí misma y no solo como un recuerdo de hechos».
Nessa, como Leonard, creía que se trataba de su mejor trabajo. Agregaba que la novela la excitaba, emocionaba y arrebataba a otro mundo, como solo podría hacerlo una gran obra de arte. Entre fascinada y conmovida, sin poder creer la aprobación sin reservas de Nessa, Virginia confesó que ninguna carta podría complacerla más:
«Estoy en un terrible estado de placer de que consideres a Mrs. Ramsay tan parecida a madre. A su vez, es un misterio psicológico el porqué ella lo sería: cómo una niña podría saber acerca de ella algo más de lo que siempre me ha acechado, en parte, supongo, su belleza; y luego morir en aquel momento, supongo que ella se grabó en la mente de una cuando acababa de despertar, y no tenía experiencia de vida alguna. Solo después una habría sospechado que había inventado un artificio, un ideal. Probablemente haya mucho de ti en Mrs. Ramsay, aunque, de hecho, creo que tú y madre son muy distintas en mi mente».
Nessa también se preguntaba por los efectos que la historia provocaría en su hermano Adrian —James, en el libro— y aventuraba que, leyéndolo, el menor de los Stephen podría finalizar su psicoanálisis. Duncan, que había estado relacionado con él en su juventud, fue más allá y sostuvo la opinión de que la lectura de Al faro lograría más que los años de psicoanálisis. De hecho, Adrian, que cursaba su último año de “entrenamiento” en la materia, todavía parecía arrastrar los traumas de una infancia crudamente avasallada por el duelo de la madre y la difícil relación con el padre. Que su hermano, con más de cuarenta años, encarara sistemáticamente una nueva carrera y profesión,provocaba tanto incredulidad como admiración en Virginia, que por entonces le contaba sorprendida a Nessa: “Repto escaleras arriba y espío hacia el comedor de los Stephen donde cualquier tarde, a plena luz del sol, se puede ver a una mujer en su última agonía de desesperación, yaciendo en un sofá, enterrando su rostro en la almohada, mientras Adrian pende sobre ella como un buitre, analizando su alma”.
Volviendo a Al faro y a su repercusión, otra de las opiniones que Virginia esperaba era la de Vita, quien a su regreso de Persia encontró un ejemplar dedicado, en cuya primera página decía: “En mi opinión la mejor novela que haya escrito”. En realidad, se trataba de una broma: Virginia le había enviado una maqueta con todas las páginas en blanco, acompañada de una carta donde preguntaba: “¿Entendiste que cuando escribí que era mi mejor libro solo lo decía porque todas las hojas estaban vacías?”[318] Cuando al fin tuvo oportunidad de leer Al faro, Vita describió las sensaciones asociadas a su lectura: “Pero todo se ha borroneado en una neblina por tu libro del cual acabo de leer las últimas palabras, y eso es lo único que me parece real. Solo puedo decir que estoy encandilada y embrujada”.
Virginia podía estar tranquila; las dos mujeres más importantes de su vida estaban de acuerdo en cuanto al libro, y las dos desestimaban sus temores de que fuera sentimental. Como escritora, consideraba que cualquier atisbo de sentimentalismo jugaba en contra de su método, pero, además, hay que recordar que tanto ella como Vanessa habían rechazado ese tipo de emoción desde muy jóvenes. Tal vez por eso, al escribir Al faro Virginia había evitado leer las cartas de sus padres o la biografía de Leslie, y aunque temía que los lectores pudieran pensar que “la familia Stephen era de una loca melancolía”, concluyó que se trataba de “un libro lo suficientemente alegre”. Por otra parte, a pesar de que en su diario reconoció el simbolismo de la novela, creía que lo fundamental resultaba ser el método utilizado, que daba paso a una determinada estructura[319] que era más importante que las posibles interpretaciones. La necesidad de darle un marco original a su novela se remontaba a los inicios del proceso de escritura, en 1925, cuando se proponía: “Tengo la idea de inventar un nuevo nombre para mis libros que suplante a ‘novela’. Una nueva de Virginia Woolf. Pero ¿qué? ¿Elegía?”.
De hecho, muchos han considerado Al faro una elegía nostálgica de la infancia, pero también es indudable que se trata de un trabajo de creación estructurado con precisión, incluso geométricamente. Virginia definió su estructura desde un principio: se trataría de “dos rectángulos unidos por un corredor”. Así pues, quedaba dibujaba una especie de letra H. “La unión de dos aspectos opuestos de la experiencia se convertiría en un tema central, reflejado en la lucha de Lily Briscoe” respecto de cómo relacionar y equilibrar volúmenes y estructuras en sus cuadros. A través de este personaje, Virginia explicitó una línea de tensión que atraviesa todo el libro. Lily es una pintora que se siente tironeada por dos fuerzas: la representada por Mrs. Ramsay, para quien la mujer se realiza en el matrimonio, y una fuerza interior, que la lleva a dedicarse a la pintura y evitar el matrimonio.
Puesto que hasta entonces había estado obsesionada por la imagen de sus padres, Virginia dijo que escribir este libro fue “un acto necesario”. También supo que muchos serían los lectores que reconocerían a sus padres en los personajes de Mr. y Mrs. Ramsay. Pero lo que resulta más significativo fue que afirmara que la novela tuvo un efecto liberador, ya que hizo por ella lo que creía que hacían los psicoanalistas por sus pacientes. Preferida por muchos de sus críticos y lectores, Al faro es su novela más autobiográfica; las coincidencias entre vida y arte son muchas. Como Julia y Leslie, Mrs. y Mr. Ramsay tienen ocho hijos. Él es un intelectual obsesionado con su trabajo, que reclama constantemente la asistencia y cuidados de su mujer, lo que genera rencor en sus hijos, a tal extremo que su hijo llega a pensar que de tener a mano un arma “hubiera podido atravesarle el pecho”. Por su parte, Mrs. Ramsay responde, como Julia, al tipo femenino victoriano; se prodiga entre su marido e hijos, “alardeando de su capacidad de rodear y proteger”. Obsesionada por sus tareas filantrópicas, que constituyen su verdadera vocación, tiene, como Julia, una veta casamentera. Y aunque sus hijos la adoran y sus hijas la respetan, ellas albergan otras aspiraciones más allá del matrimonio.
La primera parte de la novela recuerda los veranos de la familia Stephen en St. Ives. Esta sección, titulada “La ventana”, transcurre antes de la Primera Guerra Mundial, en la casa de verano de la familia Ramsay, situada en la isla de Skye, en las Hébridas. La segunda parte, “El tiempo pasa”, oficia como rito de pasaje entre la época victoriana y el presente de la escritura; hay una referencia somera a las muertes que afectaron a la familia en ese período, entre ellas la de Mrs. Ramsay, su hija Prue —“por alguna enfermedad relacionada con el parto”, como le había ocurrido a Stella— y su hijo Arthur, durante la Primera Guerra Mundial. Finalmente, en la tercera parte de la novela, el joven James Ramsay concreta la excursión al faro que había soñado diez años antes. Su hermana Cam y Mr. Ramsay completan la tripulación del bote, guiado por un marino. Durante el viaje se pone en evidencia la tensión entre padre e hijos. Cam, como Virginia, ama a su padre y no puede sostener el pacto con su hermano: resistir la tiranía del padre. Finalmente se insinúa que James abandona el rencor que siente hacia él, y lo mismo le sucede a Lily Briscoe, en la tercera parte del libro. Lily también reflexiona acerca de su pintura y sobre la influencia que había ejercido Mrs. Ramsay sobre ella. Se ha dicho que los personajes de Cam y Lily reflejan, respectivamente, a la joven Virginia y a la artista que deseaba ser. Como Virginia, Lily vive para su arte y le interesa el modernismo, por lo que este personaje interesó especialmente a Roger Fry, a Clive Bell y a Vanessa. Además, y esta es otra coincidencia entre autora y personaje, Lily siente que debe vencer los prejuicios de la época: “Las mujeres no saben pintar, no saben escribir”. Pero a diferencia de la constante preocupación de Virginia por alcanzar el reconocimiento de la crítica y de los lectores, a Lily la fama o el éxito la tienen sin cuidado.
Por esta novela, Virginia sumó fama, éxito editorial y económico, y también reconocimiento académico. Poco después de publicarla, brindó una conferencia en Oxford, adonde fue acompañada por Vita, y comprobó que se había convertido en una celebridad; sus oyentes estaban “extrañamente” bajo el pulgar de Bloomsbury[320] ya que “Roger, el viejo mago, los tenía a todos en trance”. Si bien el llamado grupo de Bloomsbury era cada vez más famoso[321] se había convertido en un blanco ideal para bromas e insinuaciones; incluso Vita, que no terminaba de comprenderlos y nunca se sentiría del todo a gusto entre ellos, los llamaba “Gloomsbury”[322]. El caso es que también Virginia necesitaba descifrar a su aristocrática amiga, por lo que le escribía a Nessa:
«El todo (no puedo entrar en detalles) es muy espléndido y voluptuoso y absurdo. También tiene un corazón de oro, y una mente que, si bien lenta, funciona tenazmente; y tiene sus momentos de lucidez. Pero basta. Nunca sucumbirás a los encantos de nadie de tu sexo. ¡Qué árido jardín ha de ser el mundo para ti! ¡Qué avenidas de pavimentos de piedra y vías de acero! Aunque respeto la mente masculina y adoro a Duncan (pero, gracias a Dios, él es hermafrodita, andrógino, como todos los grandes artistas), no puedo ver que tengan esos brillos de luciérnaga a su alrededor. El escenario del mundo no toma lustre con sus presencias. Desde luego agregan inmensamente a su dignidad y seguridad: pero cuando se trata de un poco de emoción…!»
Retratos
A finales de mayo, recurrentes jaquecas tuvieron en vilo a Virginia. Pero unos días en Rodmell fueron suficientes para disiparlas; se sintió bien, muy creativa y retornó a la vieja idea de hacer un bosquejo o gran cuadro histórico de los perfiles de todos sus amigos. El proyecto, similar al que había intentado años antes, conformó un conjunto que confluiría en su novela Las olas, siendo Clive, su cuñado y antiguo enamorado, uno de los personajes principales.
«Creo que Clive se siente muy desgraciado; su estancia en Cassis, un fracaso, en lo que se refiere a escribir. Y luego surge la pregunta: ¿no ha ido demasiado lejos respecto a comer, beber y hacer el amor como para parar en seco ahora? Parecía desorientado e inquieto, más o menos como cuando se fue, solo que ahora no tiene ningún brazo firme al que agarrarse, como se imaginaba cuando se marchó a Cassis. Habló (siempre apartándose de sí mismo pero regresando luego, ambiguamente, a ese centro) de volverse loco: a veces pensaba que se estaba volviendo loco; luego que la vida de uno estaba acabada; que uno estaba gastado, terminado; esto quedaba claro al ver a Julian y Quentin».
Virginia temía desde hacía tiempo que Clive despertara de su sueño de gloria y descubriera, de pronto, que era un farsante. En realidad, ese había sido uno de sus mayores temores con respecto a sí misma, y sentía que solo el trabajo realizado y los libros publicados desmentían esos presentimientos. En plena crisis de madurez, su cuñado requería hablar con ella, y Virginia registraba en su diario: “Como me dijo Clive, tú te vuelves loca, pero luego te recuperas; la implicación era que él seguirá loco”.
Clive se sinceraba con Virginia, pero también percibía su suave desprecio mezclado con una buena dosis de cariño y costumbre. Cuando en 1964, más de veinte años después del suicidio de Virginia, Leonard le pidió a Quentin Bell que escribiera la biografía de su tía, no tuvo en cuenta lo difícil que iba a resultarle asimilar el mediocre retrato que ella había hecho de su padre, o los poco halagadores rasgos que le atribuía a él mismo. En su diario de 1926, por ejemplo, Virginia señala que Clive le había dicho que consideraba, a los 45 años, que su vida había terminado; también le había confesado que estaba desilusionado, aburrido y que no sentía interés por nada. Además de quejarse de que a nadie le interesaba lo que pensaba, dijo que consideraba la posibilidad del suicidio y que la admiraba por haber intentado suicidarse. Ese día, Virginia apenas pudo contradecirlo, creyó que Clive decía la verdad respecto de sí mismo y quedó bastante preocupada por él. Pero la noche siguiente, pudo comprobar cómo una nueva aventura amorosa disipaba toda su melancolía. Aunque pensara que su cuñado era de “segunda categoría”, un tonto y superficial egoísta, se reconocía atraída por su vitalidad. También se refería a “su falta de categoría en lo que se refería a Nessa”. En realidad estaba un poco cansada de la actitud de Clive, que rasgaba una única cuerda, “amor, amor, amor”, cuando en su interior creía que “es una pasión débil, […] una pasión grosera y sosa, cuando no toma parte en ella la imaginación, el intelecto, la poesía”. Y agregaba:
«El amor de Clive es en sus tres cuartas partes vanidad. Ahora que puede decir, o mentir, que se ha llevado a la cama a Valerie,[323] su amor propio se contenta. Puede seguir siendo el impávido amante, el Don Juan de Bloomsbury; y que sea verdad o no, siempre y cuando nosotros creamos que lo es, importa poco».
Virginia reconocía que no era un juez imparcial, pero también se preguntaba por qué, a pesar de los años, Clive todavía se esforzaba en herirla. De hecho, él se ocupaba de señalar que las penas de amor eran compensadas por sus deleites, añadiendo que eso era algo que Virginia nunca había conocido y jamás podría conocer. Como ya se dijo, el patrón de esta relación incluía afecto, rechazo, celos y en ella estaba involucrada la autoestima de ambos. Competencia, frustraciones y cierta envidia por el éxito y talento de su cuñada, complicaban su relación; Clive acusaba a Virginia de ser fría, en tanto ella asumía una actitud defensiva[324] y decía que estaba convencida de que vivía “más galones al minuto caminando una vuelta a la manzana que todos los corredores de bolsa de Londres atrapados en el acto de la copulación”.
La incómoda “Excitación del amor”
En junio y después de “tres semanas borradas por un dolor de cabeza”, Virginia recibió una carta en la que Vita comentaba que una noche había pensado abandonar una reunión e ir a su encuentro, pero había frenado su impulso en consideración a ella. Este tipo de situaciones no hacía más que actualizar, desde otra perspectiva, las acusaciones de Clive acerca de su falta de pasión; pero también ponían en evidencia la necesidad de cuidados que requería, y que la misma Virginia aceptaba:
«Verás, me encontraba leyendo Challenge[325] y pensé que tu carta era un desafío: “si tan solo no fueras tan anciana y vetusta” fue lo que dijiste, en efecto “estaríamos pasando el día juntas” tras lo cual telegrafié “ven entonces” ante lo cual naturalmente no hubo respuesta lo cual fue bueno también ya que soy anciana y vetusta; no tiene sentido ocultar el hecho. Ni siquiera leer Challenge alterará eso. Ella es muy deseable, estoy de acuerdo».
El hecho es que no se trataba solo de evitar encuentros pasionales, ya que tampoco se sintió a gusto en una reunión de colegas,[326] a quienes definió, aun a costa de incluirse entre ellos,“escritores parloteantes”:
«¡Qué insignificantes parecíamos todos! ¿Cómo podemos fingir que somos interesantes, que nuestras obras importan? Todo este asunto de escribir se convirtió en algo infinitamente desagradable. No había nadie que me hubiese importado que leyera o no “mis escritos” y que le gustaran o le disgustaran. Y a nadie le importarían mis críticas; me chocó la blandura, el convencionalismo de todos ellos. Pero tal vez haya un río de tinta en ellos que importa más de lo que su aspecto —tan correctamente vestidos, blandos y decorosos— indicaba. Tuve la impresión de que no había una sola mente plenamente desarrollada entre nosotros.
En verdad, era la estúpida y torpe clase media de las letras la que estaba allí reunida, no la aristocracia. Vita lloró por la noche».
Virginia tenía sus reservas, se sentía aislada de ese círculo, pero también había criticado abiertamente a escritores exitosos como Arnold Bennett y John Galsworthy. A pesar de eso, Bennett elogiaba Al faro: “He leído un montón de novelas. Debo decir, a pesar de mis graves y notorias reservas respecto a Virginia Woolf, que la más original del montón es Al faro… Su dibujo de personajes ha mejorado. Mrs. Ramsay casi equivale a una persona completa”.
Mientras tanto, Virginia comenzaba a definir la historia de las mariposas, inspirada en el relato de Nessa. Intentaría combinar una estructura moderna y personajes tan completos como le fuera posible, sin por ello desvirtuar su convicción de que era imposible conocer a las personas en su totalidad:
«La historia de las falenas, que creo escribiré muy rápidamente, quizás entre los capítulos de ese libro sobre literatura largamente pendiente. Las falenas recubrirán el esqueleto que esbocé aquí: la obra teatral-poema: la idea de una corriente continua, no solo de pensamiento humano, sino también el barco, la noche, etc., todo fluyendo unido; atravesado por la llegada de las brillantes falenas. Un hombre y una mujer están sentados a la mesa hablando. ¿O deberían estar callados? Tiene que ser una historia de amor: al final ella deja entrar a la última falena grande. Los contrastes podrían ser algo de este estilo: ella podría hablar, o pensar, acerca de la edad de la Tierra, la muerte de la humanidad; y no cesan de llegar falenas. Tal vez al hombre se le podría dejar absolutamente borroso. Francia, cerca del mar, de noche, un jardín bajo la ventana. Pero hay que madurarlo. Trabajo un poco en ello por la noche mientras en el gramófono suenan las sonatas de Beethoven. (Las ventanas sacuden sus pestillos como si estuviéramos en alta mar)».
He ahí las primeras notas sobre Las olas, que comenzaba a esbozarse entre sus diarios y sus cartas. Pero los diarios también servían para tomar apuntes de otro tipo de historias, y Virginia dejó constancia en ellos del viaje que emprendió junto a Leonard, Vita, Harold y Quentin para ver un eclipse de sol. Durante el trayecto en tren pudo contemplar a Harold acurrucado en el regazo de Vita, que “parecía Safo de Leighton, dormida”. El viaje continuó en automóvil, hasta la cima de una colina. Cuando llegaron al lugar, no había indicios del eclipse, y a Virginia la invadió una sensación de incredulidad, como si todo se tratara de una estafa; pero, cuando finalmente el eclipse tuvo lugar, la ganó otra sensación: “Éramos como gentes muy antiguas, en el nacimiento del mundo, druidas en Stonehenge” Los colores del día habían desaparecido rápidamente con la luz: “Habíamos caído. Estaba extinto. No había color. La tierra había muerto”. Pero de pronto los colores reaparecieron “al principio de un modo centellante y etéreo. […] Habíamos estado mucho peor de lo que esperábamos. Habíamos visto el mundo muerto. La naturaleza tenía poder para hacer esto. […] Teníamos un frío espantoso. […] Luego todo había terminado hasta 1999”.
La sensación de estar a merced de una fuerza superior dejó lugar a otra más placentera, la del cálido viaje de retorno a Long Barn —la casa de Vita— con su “opulencia y libertad, flores por todas partes, mayordomo, plata, perros, galletas, vino, agua caliente, fuegos y troncos, armarios italianos, alfombras persas, libros”. Virginia disfrutaba de ese lujo al tiempo que comprobaba sus propias realizaciones. Había trabajado metódicamente y realizado un buen número de artículos, por lo que contaba con 120 libras más de lo que correspondía a la suma que debía destinar a los gastos familiares según lo acordado con Leonard. Calculaba que había ganado cerca de 320 libras con el periodismo y 300 con su libro, y se confesaba a sí misma que había “pensado demasiado, aunque deliberadamente, con los ojos abiertos, acerca de ganar dinero”. Además de estar orgullosa de sus logros, el dinero extra le permitiría concretar un proyecto que, de alguna manera, cambiaría sus vidas. Gracias al excedente en sus ingresos los Woolf compraron su primer auto, un Singer de segunda mano, y comenzaron a tomar lecciones de manejo. Virginia estaba contentísima, el coche le brindaba un plus de alegría, facilitaba “una vida adicional, libre, móvil y aireada vivida paralelamente a nuestra habitual laboriosidad sedentaria”. También Nessa había comprado un auto y tomaba sus lecciones. De pronto los días premotorizados formaron parte del “tiempo de las cavernas”. Las hermanas compartían un momento de bonanza; Nessa había heredado una suma de su suegro y Virginia reflexionaba: “Aquí estamos Nessa y yo, a los 45 años, echando alas de nuevo después de los años de vacas flacas”. Aun así, el tránsito a la modernidad no era fácil; las lecciones de manejo tenían sus complicaciones, y en una carta a Ethel Sands relató que atropelló a un joven ciclista; si bien no tuvo mayores consecuencias, el hecho hizo que Leonard terminara manejando el auto más que ella.
A finales de julio Virginia se tomó unas pequeñas vacaciones, viajó a la Normandía y visitó un castillo del siglo XVII con decoraciones al fresco realizadas por Vanessa, propiedad que la pintora Ethel Sands compartía con su pareja Nan Hudson. Insegura acerca de cómo sería su inclusión en el grupo de mujeres, le había escrito a Nessa:
«…las mujeres cosiendo; pero pobre Billy [Virginia] no es ni una ni otra cosa, ni un hombre ni una mujer, ¿así que qué tiene él que hacer? Correr a las faldas de las mujeres. Nan me aterroriza. Ethel me pone tonta. Pero la comida será agradable, y Nessa me besará».
A pesar de sus temores, la visita resultó agradable. Virginia se permitió estudiar a la pareja y concluyó que Nan disfrutaba de su vida en Francia, en tanto Ethel, la más sociable de las dos, poseía un encanto peculiar, era “mordaz, por […] frágil y ácida, el animalito mimado de la más austera y gallarda Nan” En esa casa, Virginia conoció a Jacques-Emile Blanche, periodista que la entrevistó y publicó luego la primera nota que la dio a conocer al público francés.[327]
En agosto y de regreso en Londres, descubrió que ese verano tan activo socialmente le deparaba otro admirador. Visitó a Ottoline y sin darse cuenta, “como si hubiera apretado un botón”, hizo caer sobre sí “toda la ducha del afecto de Philip”. Lo cierto es que el marido de Ottoline se mostró insistente y Virginia se sintió molesta: “Una vez más sentí la incómoda excitación del ‘amor’, es decir, el deseo físico poniendo a alguien inquieto, demasiado inquieto y emotivo para poder hablar sencillamente”. La presencia de Leonard y la perrita Pinker desbarató la situación “y el amoroso Philip que ha perdido casi por completo su apostura y es tan torpe como un carnero viejo, tuvo que marcharse”. Aunque el galanteo del marido de Ottoline no llegó a mayores ni la entusiasmó demasiado, su nuevo galán le envió una carta que Virginia pensaba utilizar para darle celos a Vita.
Gracias a la adquisición del automóvil, las vacaciones en Rodmell adquirieron una nueva dimensión. Virginia también valoraba otras invenciones de la época moderna como el avión, el cine y la fotografía; las implicancias potenciales de estos descubrimientos no le eran ajenas, e incluso, después de contemplar el vuelo de unos aviones, llegó a aventurar un presupuesto de la posmodernidad: “Las nacionalidades se han acabado”. De hecho, como trató de expresarlo en Las olas, intuía un borramiento de fronteras al estilo bergsoniano, “la posibilidad de un modo de percepción que podría trascender la división entre sujeto y objeto”. Contrapuesto al modo de percepción intelectual, Bergson había sugerido que la intuición permitía el fluir dinámico de energías dentro de la mente humana y entre las diferentes personas y que el “sentido de interrelación de una mente con otra y con el mundo de los objetos hace que se desdibujen los límites sujeto-objeto”. Aunque no hay constancia de que Virginia leyera a Bergson, como se verá más adelante, esas premisas encajan perfectamente con lo propuesto en Las olas.
Orlando, o por qué escribir una BIOGRAFÍA
En el caso de Virginia, las palabras y la escritura fueron un medio para catalizar tanto sus experiencias mentales como los hechos que la impactaban. Incluso las anécdotas o las historias leídas en libros o periódicos podían resultar disparadoras y pueden considerarse determinantes, por ejemplo, en la escritura de libros como Tres guineas. Pero había otras historias, que solo quedaban registradas en sus diarios, como la de la princesa Lowenstein-Wertheim, quien desapareció junto con el avión y con el resto de la tripulación con la que pretendía hacer el primer vuelo transatlántico. Enterada de la noticia, Virginia tuvo una especie de visión: la princesa voladora se había “ahogado con sus calzones de cuero morados”. Pensaba que solo “al convertir en sólida” esa visión, es decir, al ponerla en palabras, conseguiría conjurar el fantasma de la trágica princesa. Tan solo un año antes Virginia había sentido en carne propia un tipo de hundimiento intransferible, que únicamente ella podría expresar, y que, como un desafío que lanzaba a sus futuros biógrafos, consignaba en su diario:
«‘Raras, muy raras veces vienes, espíritu del deleite”. Eso cantaba yo el año pasado por esta época; y lo cantaba tan patéticamente que no he podido olvidarlo, ni tampoco mi visión de una aleta surgiendo en un ancho mar vacío. Ningún biógrafo podría nunca adivinar la importancia de este hecho en mi vida a finales del verano de 1926: sin embargo,los biógrafos fingen conocer a la gente».
Le interesaba lo que pudieran interpretar sus biógrafos, ya que, al mismo tiempo que su fama aumentaba, corría el riesgo de que escribieran sobre ella “absurdos libros fortuitos”. Como reacción a ese tipo de biografía, estaba pronta a escribir una que estuviera lejos de la pretensión de “conocer” a su protagonista. Si bien en principio tuvo la idea de bosquejar un “cuadro histórico, los perfiles de todos mis amigos” —y pensó en Gerald Brenan—,[328]el proyecto pronto adquirió otra dimensión:
«Podría ser una forma de escribir las memorias de nuestros tiempos durante la vida de la gente. Podría ser un libro muy divertido. La cuestión es cómo hacerlo. Vita debería ser Orlando, un joven noble. También estaría Lytton. Y debería ser auténtico, pero fantástico. Roger. Duncan. Clive. Adrian. Debería narrar sus vidas. Pero se me ocurren más libros que los que podré escribir nunca. ¡Cuántas pequeñas historias se me vienen a la cabeza!»
Virginia pergeñó su nuevo libro a principios de octubre, un día antes de dejar Rodmell y volver a Londres. Ante la multiplicidad de historias que se le ocurrían, sentía que podía “inventar situaciones”, pero que no sabía “inventar argumentos”. Crear escenas era, entonces, “el germen de [sus] dotes narrativas”.
El caso es que un nuevo libro, Orlando, había tomado forma en Monk’s House. Se trataría de una “una biografía que comenzaría en el año 1500” y que se extendería hasta la actualidad y de la que Vita sería protagonista “solo que con un cambio de un sexo a otro”. Además de placentero, el proyecto le permitiría escapar del “intolerable” libro sobre literatura en el que estaba trabajando.[329] El esfuerzo que demandaba ese libro de ensayos, y los diferentes estímulos con que la realidad cotidiana la bombardeaba, la llevaban otra vez a analizar la mente: “La mente es como un perro dando vueltas y vueltas para hacerse una cama. Así, dadme nuevas y detestables ideas, que de alguna manera yo me haré una cama con ellas”. Pensaba que, si trabajaba de prisa, Orlando estaría terminado para Navidad. Aunque en principio creyó que podía escribir en paralelo el proyectado libro sobre literatura, de pronto se encontró “inventando frases”, y con cierto frenesí reconocía: “Me siento, concibiendo escenas; estoy, en suma, en medio del mayor éxtasis que he conocido, del cual me he privado desde el pasado febrero, o antes. ¡Hablando de planear un libro o esperar una idea! Esta me vino precipitadamente”. Así pues, los rígidos horarios que se había propuesto fueron abandonados. Se sentía más feliz de lo que había estado en muchos meses, pero consciente de que se exponía si se exigía demasiado, anotaba en su diario:
«Y me abandoné a la pura delicia de esta farsa, que disfruto tanto como haya disfrutado nunca cosa alguna; y me he provocado una semijaqueca de tanto escribir y he tenido que detenerme, como un caballo cansado, y tomar un pequeño somnífero anoche, lo que hizo que nuestro desayuno fuese tormentoso. No terminé el huevo. Estoy escribiendo Orlando en un estilo burlón, muy claro y sencillo, de modo que la gente entienda cada palabra. Pero el equilibrio entre verdad y fantasía ha de ser muy cuidado. Está basado en Vita, Violet Trefusis, lord Lascelles, Knole, etc».
Violet Trefusis era la mujer con la que Vita había tenido una apasionada relación amorosa entre 1918 y 1921, mientras que lord Lascelles había cortejado a Vita antes de que ella se casara y de que él se convirtiera en el sexto duque de Harewood y marido de la única hija del rey Jorge V Lo cierto es que muchas de las historias que Vita le había contado, y muchas de las personas a las que se había referido, hallarían su correlato en Orlando. Mientras escribía este libro, suerte de tributo a su amiga, en junio, leyendo Challenge, la novela erótica de Vita, cuya heroína se basaba en Violet Trefusis, Virginia pudo comprobar lo diferente que era su relación.[330] Su encuentro con Virginia estaba enmarcado en edades y términos distintos. Por otra parte, aunque Virginia llegó a cansarse de que Vita le hablara de sus aventuras, “de sus Campbell y [de] Valery Taylor”, durante la escritura de Orlando, realizó varias visitas a Long Barn para escuchar atentamente esos relatos.
Por entonces, Mary Campbell era el nuevo objetivo pasional de Vita. Vivía en un cottage cerca de Long Barn y se había convertido en su nueva amante, por lo que Virginia podía sentirse desplazada, aunque no tanto como Roy Campbell, quien una vez descubierto el affaire amenazó primero con matar a su mujer y luego con divorciarse.[331] Si bien Virginia sentía que en un plano pasional o sexual no podía competir con esas otras mujeres que atraían a Vita, era evidente que ninguna de ellas podría escribir el Orlando. El proyecto era por demás interesante y comenzó a buscar fotos con las que ilustrar su libro; una suerte de homenaje que incluiría un par de mapas, en el que incluso colaboraron Nessa y Duncan, igual que el fotógrafo Lenare que tomó algunas fotos de Vita. También se utilizó una fotografía[332] de Angelica para representar a Sasha, la bella princesa rusa que hechiza a Orlando. De esta manera, el Orlando se perfilaba no solo como un homenaje a Vita, sino como una obra que buscaba la complicidad que la imagen fotográfica pudiera dar del castillo de Knole, del que Vita estaba ampliamente orgullosa.
Pero además, Virginia pensaba incluir “una digresión o dos acerca del amor de las mujeres”. Su idea era conseguir “el efecto de los años que pasan” y luego “una descripción de las luces del siglo XVIII ardiendo, y las nubes del XIX alzándose”. Después debía pasar al siglo XX, pero a pesar de sus planes no alcanzó a terminarlo en diciembre, como esperaba, ya que Orlando llevaría más tiempo del que había creído. Evidentemente se trataba de un libro “potente por derecho propio” y que se hacía un lugar —y aquí Virginia utiliza una frase que remite a la potencia del embrión—, “como si empujara a un lado todo lo demás para existir”.
Al tanto del proyecto, Vita aceptaba e l Orlando entre “entusiasmada y aterrorizada” y aunque reconocía que la experiencia sería divertida para ambas, exponía sus temores y le escribía a Virginia:
«Ya ves, cualquier venganza que decidas tomar yacerá lista en tus manos. Sí, adelante, revolea tu panqueque, dóralo bellamente de ambos lados, viértele brandy, y sírvelo caliente. Tienes mi total permiso. Solo que creo que habiéndome agarrado y despedazado, deshilachado y vuelta a enroscar, o lo que sea que pretendes hacer, deberías dedicárselo a tu víctima».
De pronto quedaban en evidencia entramados de poder. La relación se planteaba, aunque fuera en broma, entre víctima y victimaria; e incluso refiriéndose a sus amores con Mary Campbell, Virginia preguntaba: “¿Es cierto que adoras dar dolor?”. En ese contexto cabía amenazar: “Si te has entregado a Campbell, no tendré nada más que ver contigo, y así será escrito, llanamente, para que todo el mundo lo lea en Orlando”. Pero la relación de su amiga con Mary Campbell no impedía que le escribiera a Vita: “¿Si te viera me besarías? ¿Si estuviera en la cama me…? Estoy bastante excitada respecto a Orlando esta noche: he estado yaciendo junto al fuego inventando el último capítulo”.
Editora y crítica
A diferencia de lo tedioso que le había resultado ese verano en Rodmell escribir su libro de crítica, Virginia sintió que este había sido su “otoño más feliz”, con mucho trabajo, éxito y “la vida en condiciones fáciles”. Con tal entusiasmo, apenas registró los indicios de una tormenta que hacía tiempo se venía cerniendo sobre la Hogarth Press y que estalló de pronto frente a ella:
«Hace una semana pregunté la hora en la imprenta. “Que te la diga Leonard”, me dijo Angus malhumorado.
“Pregúntaselo a Angus. Al parecer, yo no la sé”, contestó Leonard gruñón. Y vi que Mrs. C. inclinaba la cabeza sobre su máquina de escribir y se reía. Esto era el coletazo de una terrible pelea entre ellos respecto a la hora. Angus ha sido despedido; pero le dice a Nessa que quiere quedarse, si pudieran hacerse compatibles los temperamentos».
Inmersa en Orlando, a Virginia tampoco le preocupó demasiado que el libro de Mary Hutchinson publicado por ellos fuera una pérdida de dinero. Sabía que “la psicología del dinero es extraña” y que en sí mismo el hecho de gastar no le proporcionaba “un placer enorme”; aunque sentía el placer de ganar su propio dinero y comprar su auto o un gramófono aumentaban el confort de la vida cotidiana, lo más importante era saberse llena de “proyectos […] florecientes”. Entre estos proyectos, la Hogarth pensaba aceptar a Dorothy Wellesley como sponsor de una edición de poesía que, con el nombre de Hogarth Living Poets, comenzó a publicarse el año siguiente y alcanzó los 29 volúmenes.
Como siempre, Virginia tenía mucho que leer; a los manuscritos de la imprenta se sumaban los libros que debía reseñar, pero dado que deseaba comenzar otra novela y terminar el Orlando, encontraba poco placentero el trabajo periodístico. En ese sentido, le escribía a E. M. Forster: “Nada me induce a leer una novela excepto cuando tengo que hacer dinero al escribir sobre ella. Las detesto. Me parecen equivocadas de principio a fin, las mías incluidas” [333]
Pero había libros que tenía la obligación de leer, como el manuscrito de Clive, Civilization, y aunque le escribió una carta halagadora, él dudó de su sinceridad y tuvieron una nueva discusión. Finalmente, Clive trató de enmendarse enviando chocolates y ella escribiéndole: “También soy lo suficientemente mojigata y presumida para otorgar algún valor a mi juicio acerca de los libros y no me gusta que se crea que, a pesar de que pueda mentir sobre todo lo demás, mienta sobre ellos”. De pronto, su cuñado era uno de los muchos escritores que dependían de su crítica. Pero entre ellos también estaba su sobrino Julian, que por entonces cursaba estudios en el King’s College de Cambridge, y le enviaba[334] poemas y una obra de teatro.
En diciembre los Woolf fueron a Charleston, donde asistieron a una representación en la que actuaba su sobrina y, aunque Virginia se sintió conmovida —“Angelica tan madura y sosegada; toda gris y plata; epítome de toda femineidad, un capullo cerrado de sensatez y sensibilidad”—, concluyó que “ya casi no deseo tener hijos”. Su deseo pasaba solo por escribir:
«Este insaciable deseo de escribir algo antes de morir, esta devastadora sensación de la brevedad y la fiebre de la vida, me hace aferrarme, como un hombre a una roca, a mi otra ancla. No me gusta el aspecto físico de tener hijos. Esto se me ocurrió en Rodmell, pero nunca lo anoté. Puedo imaginarme en el papel de madre, eso es cierto. Y quizás he matado el sentimiento instintivamente; como quizás hace la naturaleza».
El 22 de diciembre Virginia escribió en su diario la última anotación de ese año. Sentía que debía reprenderse a sí misma por haberse dejado desbordar por tentaciones sociales; se sentía “una meretriz, mediocre, una farsante” que estaba “adquiriendo la costumbre de la charla ostentosa” También recordaba que Dadie Rylands había dicho: “Cuando V deja que su estilo la pueda, uno no piensa más que en eso”. De alguna manera, el joven había señalado que carecía de capacidad lógica, que vivía y escribía en un “sueño de opio”, y que el sueño era “con demasiada frecuencia” acerca de sí misma. Tomando en consideración las críticas, ella pensaba estar alerta, y agregaba: “Con la edad madura encima y la vejez en el horizonte” es “importante ser severa con tales defectos. Sería muy fácil que me convirtiera en una mujer casquivana y egoísta, que exige cumplidos, arrogante, estrecha y marchita”. A todo esto, aunque seguían las comparaciones con Nessa, “la más grande y humana de las dos”, para Virginia lo importante era que otra vez estaban “juntas y en alianza contra el mundo”. Y manifestaba su admiración por ella:
«Y qué orgullosa me siento de su triunfante victoria en todas nuestras batallas, mientras ella [¿se abre?] camino con aplomo y modestia, casi anónimamente, hasta más allá de la meta, con sus hijos alrededor; y solo un poco de ternura añadida (algo conmovedor en ella) me demuestra que ella también se maravilla, se sorprende, de haber pasado tantos terrores y penas y estar ilesa».
Sin indulgencia consigo misma, y luego de este paralelo, Virginia se trazaba la dirección por seguir para corregirse: “Para corregir esto y para olvidar la propia pequeña, absurda, aguda personalidad, reputación y todo lo demás, uno debería leer; ver a personas de fuera; pensar más; escribir más lógicamente; sobre todo tener mucho trabajo; y practicar el anonimato”.