Capítulo 48

 

En ese momento la vida volvió para todos y el bullicio del entusiasmo de la familia me hizo reaccionar, volví a sentir la brisa, el calor y el aliento en todos, el tiempo no había pasado en absoluto, todo estaba igual. Arabella corrió feliz hacia el jardín trasero con el perrito en brazos y noté como el  belga sacudió un poco la cabeza y observó todos sus movimientos hasta que desapareció por un pasillo seguida por Filippa, mi corazón bombeaba con fuerza en mi garganta.

—¡Maldición! —Murmuró a mi mente Vlad muy molesto—. Odio cuando me hacen esto, dile a tu ángel y a los suyos que ya no se metan, demasiado lo he soportado durante siglos para que me siga fastidiando. Él acaba de anular mi poder, parece que no piensa dejarte de ninguna manera y ahora tan “desvalida” como humana menos.

Yo seguía en shock.

—Un gusto saludarlo señor Khardos —le dijo Giulio con un poco de seriedad al encontrarnos, me sujetó de la cintura y yo asustada me aferré de su pecho intentando disimular.

—Un placer signore —se saludaron con un apretón de manos.

—¿Me permiten un momento? Ya regreso —dijo Enrico dejándonos a los tres.

—No esperaba verlo por acá —insistió Giulio hablando con él.

—Lamento que nos encontráramos otra vez por cuestiones de aburridos negocios precisamente el día de su retorno de luna de miel y por cierto, muchas felicidades, su esposa es muy bella y encantadora, debe sentirse muy feliz y afortunado.

—Gracias, lo soy —disimuló un poco los celos apretándome más a su cuerpo.

—Como le decía, lamento que haya sido precisamente en este día pero…

—¿Se quedará a cenar con nosotros señor Khardos? —Giulietta que se acercaba a nosotros le preguntó—. Celebraremos el cierre del trato y juntamente el retorno de los esposos con una cena familiar.

—Muy halagado mi estimada señora pero deberé declinar la invitación, mil disculpas por mi desconsideración pero debo salir para Florencia, mi avión privado me espera.

—Ay no me diga, qué lástima.

—¿Qué sucede? —preguntó Enrico que también se acercaba.

—Que el señor Khardos no nos acompañará a cenar —le contestó.

—¿Por qué?

—Mis disculpas signore —insistió él—. Pero esta noche debo salir de viaje, tengo unos negocios que ver en Rumania.

—¿Rumania? ¿Y por qué no se va hasta mañana?

—Porque mi cita es esta misma noche y ya mi avión me espera, lo siento, a veces debemos amoldarnos al tiempo de otras personas cuando nos interesa adquirir propiedades valiosas. A mí no me hace gracia, ya que no tendré el placer de admirar el maravilloso paisaje de los Cárpatos.

—¿Los Cárpatos? —insistió Enrico.

—Sí señor, voy directo a Transilvania, no sé si sabrán que desde hace unos años el famoso castillo de Bran está en venta pues quiero ver si puedo hacer algún trato antes de que se siga sacando más provecho de él.

—¿Piensa comprar ese castillo? —Enrico abrió los ojos con asombro.

—Sí señor, ¿le asusta? —sonrió Vlad.

—Pues no es tanto por la leyenda de Drácula sino por su precio.

—Eso es lo de menos, la fortaleza es un monumento y no tiene idea de cómo amo yo las antigüedades.

—¿Y de casualidad no puede comprar también el de Baviera? —inquirió Giulio sin ocultar su sarcasmo.

Vlad se carcajeó al escucharlo.

—Lo he intentado pero no quieren cederlo, se rehúsan —le contestó con tranquilidad.

Giulio elevó una ceja con disimulo, no sabía si Vlad le decía la verdad presumiendo su poder o le había seguido la corriente contestándole con la misma burla y eso pareció no gustarle. Yo seguí acariciando su pecho.

—Pues es una lástima, es menos lúgubre que el de Drácula —dijo Enrico.

—El castillo de Bran no es de Drácula —refutó Vlad—. Me asombra cómo la imaginación de un escritor saca el mayor provecho a las cosas por un personaje de ficción y después todo el mundo se las cree. Yo apelaré a mi nacionalidad húngara para llegar a algún acuerdo porque me interesa mucho esa adquisición.

—Pues como sea es una lástima que no se quede señor Khardos —le dijo Giulietta—. Supongo que lo volveremos a ver muy pronto.

Me miró por un momento y luego fijó su vista en Giulio, con mi mirada le supliqué que tuviera un poco de consideración.

—Ya el trato está cerrado estimada signora, yo soy un hombre bastante ocupado, el tiempo… no me sobra desgraciadamente, tengo tanto en qué ocuparme pero estaremos en contacto a través de mi secretario privado que me mantendrá al tanto de todo.

—Pero eso no quita que nos visitará de vez en cuanto, ¿verdad?

—Tal vez con su familia puedan volver unos días —insistió Enrico.

Volvió a mirarme y suspiró fingiendo muy bien.

—No tengo la dicha del signore Di Gennaro aquí presente —terminó de beber de su copa—. Nunca he dado ese paso tan importante como lo es el matrimonio, ese sacramento… debe estar prohibido para mí.

Bajó la cabeza fingiendo tristeza.

—Oh señor Khardos ¿Cómo es eso posible? —Le preguntó Giulietta con pesar—. Usted es un hombre joven y muy guapo además de ser muy importante. ¿Cómo es que no ha encontrado a la mujer de su vida?

Disimuladamente volvió a mirarme y sonrió para contestarle.

—A veces la suerte no nos sonríe. Muchas veces nuestros deseos no se cumplen, a veces nos enamoramos pero no somos correspondidos entonces nos cerramos a otras posibilidades enfocándonos en el trabajo, en algo que nos mantenga ocupados, en algo que nos desvíe la mente de pensar en esa distracción que hiere pero como dice estoy joven y aún no pierdo las esperanzas. Sé que la mujer de mi vida llegará y formaré la familia que quiero, además necesito herederos, necesito que continúen con mi legado.

Más cínico no podía ser, mientras Giulietta le creía todo el cuento yo estaba con ganas de bofetearlo aunque el miedo volvió a recorrerme la espalda. Entendí lo que quiso decir con continuar su legado, eso significaba continuar su raza con descendientes directos creados por él.

—Yo me retiro un momento, me duele la cabeza —les dije a modo de disculpa.

—¿Te sientes mal cariño? —mi esposo me acarició la cara y él, levantó una ceja ante su muestra de afecto y preocupación.

—No, es sólo que… siento cansancio debido al viaje y el calor pues… quisiera darme un baño y descansar.

—Te acompaño —me susurró, asentí.

—Un placer conocerla “signora” —enfatizó él otra vez sujetando mi mano con atrevimiento para besarla—. Espero se recupere de su malestar.

—Gracias y feliz viaje —me limité a decirle.

Sonrió.

Subiendo los escalones noté como el belga que era atendido por Piero y Christina desviaba su mirada hacia mí, asintió con respeto y seriedad, yo solamente tragué. La escena que me encontré a mi regreso de luna de miel no era lo que esperaba y sabía que el dolor de cabeza no se me iba a quitar ni la preocupación tampoco.

Mi mente no estaba ni siquiera conmigo misma, no sé cómo subí los escalones ni recuerdo las palabras que él me decía al caminar, de hecho ni siquiera recuerdo por dónde caminé, sólo pensaba en algo que no entendía ¿por qué Vlad no interrumpió mi boda? ¿Por qué la permitió? Me estremecí de miedo al imaginar que volviera a pasar el mismo horror pero no había sido así gracias al cielo y a quien se lo haya impedido, porque ahora dudaba que el que yo la haya pedido de día eso no iba a detenerlo si en realidad quiso hacer algo. En piloto automático caminé sin saber a qué conclusión llegar, hasta que al abrir él la habitación reaccioné.

—Bienvenida a su nueva habitación signora Di Gennaro, las flores te saludan también —me dijo él al mismo tiempo que me levantaba en sus brazos y entrábamos—. En el tocador están los sobres que llegaron de tus bancos.

Él sonreía feliz y yo no podía opacar su felicidad.

—Era obvio, es tu habitación y gracias por todo, me encantan las flores —le dije para disimular, los arreglos florales eran su regalo para recibirme.

—Ahora nuestra y es un enorme placer —me besó a la vez que me ponía en el suelo y apretando mi cintura me pegó con fuerza a él.

Inmediatamente recordé todo lo que Vlad volvió a decirme sobre mi pasado y me sentí mal. Era indigna, sentía asco de mí misma, lo rechacé sin darme cuenta.

—¿Qué pasa? —me miró.

—Nada, no me hagas caso —me sujeté la cabeza y me giré a la ventana, la vi con desconfianza. Miré también los sobres bancarios de los que habló en el tocador que contenían mis nuevas tarjetas pero luego los revisaría.

—Eloísa estás extraña, hace unos minutos estabas bien.

Me acerqué a la ventana y decididamente la cerré y corrí las cortinas.

—Es sólo el leve dolor de cabeza —me excusé.

Exhaló, sentí que no me creía.

—¿Te dijo algo ese hombre?

—¿Qué? —me giré para verlo.

—El señor Khardos, mi padre te lo presentó, ¿te dijo algo?

—Igual como me presentó al belga, no estés celoso, sólo fue un saludo.

Me senté en uno de sus sillones.

—Eloísa no te siento igual a como veníamos hace unos minutos desde Florencia, tu semblante ha cambiado, ¿qué pasa? —se sentó conmigo.

—No puedo olvidar lo que fui, es un tormento.

—¿Cómo?

—Muchas veces durante mi existencia me pregunté dónde estaba la justicia —suspiré—. Odiaba ver como los poderosos tenían todo y los pobres eran pisoteados, odiaba ver como a la gente buena le pasaban cosas malas y a los malos parecían premiarlos por las atrocidades que hacían y todo les salía bien, se paseaban tranquilamente como si no hicieran mal, odiaba ver como el fuerte humillaba al débil. No tienes idea de cómo odié la injusticia, cuestioné a Dios muchas veces, lo provoqué y gritaba al cielo exigiendo su presencia en esta tierra si es que existía, cuando ves tantas cosas malas y las has sufrido dudas de la existencia de un Dios misericordioso pero indiferente a lo que pasa, no crees que exista, ¿dónde está? Es la primera pregunta que viene a tu cabeza y yo me la hacía hasta el cansancio en reclamo por lo que me pasó, ¿por qué? Es la segunda pregunta que te martilla, no tienes respuestas, nunca me resigné, no toleraba eso y con más gusto hacía las cosas contrarias a sus mandamientos, total, si no le importaba a él menos a mí. Los religiosos tienen sus bases pero yo tenía mis reglas y ellos no tenían cabida, ni su religión, ni sus escritos, ni lo que predicaban, nada me daba las respuestas que necesitaba, las injusticias seguían. Ellos morían y otros continuaban, algunos arriba y otros abajo, el que es un ángel tiene sus días contados mientras que el maldito los tiene largos, el bueno sufre, el malo goza, algunos merecen morir y otros vivir, el que necesita no tiene y el que tiene, tiene más todavía sin necesitar, es un círculo y aunque todo se paga en su tiempo y unos son redimidos y otros atormentados nunca llegué a una reconciliación con el asunto. Mientras las injusticias siguieran yo también seguiría en mi necedad y en mis ideas. Sentí que tres palabras me definían; indomable, irreverente e inquebrantable, había nacido para imponerme no para someterme. Las cosas a mi manera eran mucho mejor y me satisfacía.

—Eloísa ¿por qué dices eso? —me miró con extrañez.

—Porque no sé si pueda cambiar… Giulio… ¿de verdad… no me tienes asco? ¿Crees que soy digna de ti?

—¿Qué? —Alzó ambas cejas—. Otra vez con eso. ¿A qué viene ahora?

—No es fácil olvidar lo que fui y no puedo evitar traerlo a memoria, fui una asesina que mataba sin pensarlo y sin remordimientos, no sólo acabé con los que me hicieron daño sino también con los que aún vivían de los que le hicieron daño a John, no me tenté para matar a los que participaron directamente y a generaciones que nada tenían que ver salvo el hecho de llevar en sus venas la sangre de todos esos malditos. No sólo acabé con bebés que fueron fruto de las violaciones sino que con placer acabé con cada uno de sus progenitores, si te diera detalles de cómo lo hice me aborrecerías —giré mi vista de él y me sujeté la cabeza que bajé, exhalé—. Maté a todo el que pudiera reconocerme y no hablo sólo de mi tiempo sino a través de los años, hubo uno ya anciano que al verme no dudó en gritar que era el vivo retrato de la novia del lord MacBellow, comenzó a gritar como loco y hasta me acusó de ser bruja por mantenerme joven. Afortunadamente algunos creyeron que hablaba del mismo espectro y no lo dudaron cuando luego apareció muerto, de nuevo la maldición de la novia oscura surgía después de varios años y hasta se llegó a prohibir que se le mencionara porque a quien lo hiciera se lo llevaría, el terror volvió y no sólo a Edimburgo sino a Inglaterra. En su agonía hice que Juan de Gante me mirara, le mostré el infierno que le esperaba, lo creyeron loco en su delirio también pero era algo que no debía dejar pasar y lo mismo hice con otros, me presenté a cada uno justo antes de que la muerte se los llevara y la leyenda volvió a tomar fuerza y yo más fama otra vez. Quienes fueron testigos de lo que estos hombres decían en su delirio afirmaban que ciertamente ellos murmuraban que una mujer con espada en mano, vestida de blanco y bañada en sangre venía por ellos para hacerles pagar, todos los que agonizaban coincidían en lo mismo y de esa forma en parte el terror volvió. Las nuevas generaciones tenían pánico sabiéndose que pagarían también por el pecado cometido por sus bisabuelos, abuelos y padres. Cuando pasaron los años y los que una vez me conocieron ya no existían, seguí matando por mi cuenta por los asuntos que ya conoces; el que no miró mi reflejo en el espejo, el que no entendía el porqué de mi apariencia después de diez o quince años al volver a verme igual de joven sin ninguna alteración, esto pasó con uno que otro pintor que cometió el error de mantener una copia de mis pinturas. También acabé con el que se atrevía a llamarme bruja sin medir las consecuencias de la inquisición sobre mí, debía acabar con cualquiera que dudara sobre mí especialmente cuando las enfermedades azotaban y a mí no me pasaba nada. Los años pasaron en la misma rutina, han habido muchos asesinos psicópatas en el mundo pero no me superaban o al menos sí por ser humanos y se suponía que yo estaba muerta, el caso es que donde yo iba los cuerpos comenzaban a aparecer sin razón y tuve que ponerme un alto porque comenzaba a delatarme cuando dejaba las pruebas. Debía estar “temporalmente” en cada lugar y cuidar de que nadie me reconociera años después porque firmarían sus sentencias. Me recluía por años y luego volvía a aparecer, en mi memoria tengo épocas, lugares, personajes, situaciones; Vlad Drăculea, Enrique VIII, Michel Nostradame, Vivaldi, Bach, Catalina la Grande, Mozart, Luis XVI, Napoleón, Beethoven, Paganini, Lord Byron, Victoria de Inglaterra, Francisco José de Austria, Johann Strauss, Oscar Wilde y también el mismo Bram Stoker, la lista es interminable. Me bastaba con conocerlos yo y no que ellos me conocieran, no hubo país del globo que me resistiera a conocer cuando me apetecía, podría narrar una historia sin fin de toda mi trayectoria y de todo lo que he vivido, te asombrarías pero nada me quita lo que realmente fui. Aquí mismo en Toscana llegó una leyenda durante la dinastía de los Médici del siglo XVI, se corrió el rumor de un “muerto viviente” lo que sería un vampiro pero un concepto poco conocido en la época o que se negaban a reconocer. Habían rumores de la existencia de una hermosa mujer, seductora pero fría y muy calculadora que era inmortal gracias a la obsesión por la sangre de sus víctimas, esto fue producto de algunos fanáticos que sacaron provecho valiéndose sobre lo sucedido con Vlad Tepes casi cien años atrás y porque después de muerto decían verlo. Decían que él la había creado para ayudarlo a vengarse y eso les daba miedo, el caso es que no había una tan sola casa en la ciudad que no estuviera tapizada de espejos porque según ellos haciéndole caso a las sugerencias otomanas y a los religiosos ortodoxos la figura de un ser como estos no podía reflejarse por no estar vivos y los católicos no fueron la excepción. Eso fue un dolor de cabeza para mí, yo simplemente mataba, yo nunca dejé cadáveres momificados, practiqué la disección como advertencia que es diferente pero los cuerpos que dejaba tenían su sangre. Igual tuve que encargarme de algunos de estos fanáticos aquí pero sutilmente para no hacer cundir el pánico cuando intentaron asociarme, ya que era demasiado con la simple suposición. Una vez en la Rusia de Catalina quisieron tenderme una trampa, no les dio resultado, intentaron probar que yo había vivido hacía más de cien años y que gracias al diablo me mantenía joven sin que el tiempo me afectara, ninguno de esos tipos pudo afirmar su teoría, se murieron también, no era raro encontrar cadáveres cuando la Rusia de Catalina enfrentaba algunos conflictos. Finalizando el reinado de la reina Victoria de Inglaterra tuve que matar al asistente de uno de sus fotógrafos, me tomó una fotografía sin darme cuenta y obvio cuando la reveló yo no aparecí. Éste no hizo escándalo pero cometió el error de querer chantajearme y entonces tuve que callarlo, desgraciadamente fue un asesinato que no pudieron atribuirle a Jack el destripador así que no me servía de nada la fama que ese hombre tenía en el momento. He vivido demasiado pero no ha sido fácil, me dieron tantos nombres a lo largo de la historia que terminé por no saber quién era en realidad.

Volví a exhalar y cerré los ojos, sin importar lo que era ahora mi peso seguía siendo enorme.

—Eloísa cariño ¿por qué has recordado todo eso? ¿Qué te ha pasado?

—¿Te asusta?

—La verdad sí.

Suspiré, era natural.

—Me asusta lo que te ha hecho cambiar, no lo que has sido —sujetó mi mano y mi mentón haciendo que lo mirara—. Hace unas horas estabas muy bien.

Apreté los dientes, tragué, mi mandíbula se tensó. No sabía qué hacer, temía, tenía miedo de decirle lo que había pasado.

—No me hagas caso, sólo necesito descansar un momento —me levanté y me dirigí a la cama.

Frunció un poco la frente al notarme, estaba desconcertado. En ese momento tocaron la puerta y él se levantó para abrir.

—Perdón signore pero su señora abuela le recuerda que en media hora se servirá la cena debido a que el ciudadano belga decidió acompañarlos, pero debe también salir antes de las ocho para la ciudad de Florencia —le dijo la sirvienta.

Retuve el aire un momento, ese era otro asunto que debía saber.

—¿Y el señor Khardos? —preguntó.

—Al parecer ya se fue.

—Bien, en un momento más bajaremos.

Cerró la puerta cuando la sirvienta asintió.

—Yo no quiero bajar, ¿me disculpas con todos por favor? —me acosté en su cómoda cama, suspiré placenteramente.

—¿Realmente te sientes mal? ¿Quieres que mande por un médico?

—No, no es necesario es sólo un fuerte dolor de cabeza.

Me miró y se metió al baño, deducía lo que iba a hacer.

—Te recuerdo que la cena en parte es para darnos la bienvenida, no sería justo desairar a la familia que como ves están muy entusiasmados —insistió.

“Y también para celebrar el trato con los extranjeros” —pensé decírselo pero el comentario terminó siendo sólo para mí misma.

Salió con una pastilla y sirviéndome un poco de agua me la dio.

—Esto te ayudará —me dijo, obedecí sin remedio.

Se sentó a mi lado y me miró.

—¿Qué? —pregunté volviendo a acostarme.

—Que no eres la misma mujer con la que llegué de luna de miel —contestó después de exhalar.

—No puedo evitar sentirme mal, indigna, avergonzada. Lo que ha sido mi existencia debe permanecer en el más estricto secreto, si tu familia se entera…

—Tranquila, no te preocupes —volvió a sujetarme las manos—. Nunca nadie sabrá nada, con saberlo yo es suficiente.

Es por eso que no podía ocultarle la existencia de Vlad, no, no era eso, él lo sabía, lo que no sabía era lo cerca que estaba de nosotros por mi culpa. No tenía idea de que el tipo con el que la familia Di Gennaro acababa de hacer tratos era el mismo que yo había conocido hacía casi seiscientos años también y el mismo que asustó a la niña en Madrid hacía unos días evitando que nos entregáramos.

—¿Cariño? —me hizo reaccionar.

—¿Y puedes con ese peso? —continué.

—¿Peso? —Sonrió besando mis manos—. Mi amada Eloísa, eso no supone ningún peso para mí sino una auténtica aventura. En lo que ha sido tu existencia no sólo ha habido terror sino experiencias únicas que por el mismo motivo te hacen única.

—Ahora que soy humana deseo olvidar lo que fui, si junto con mi humanidad hubiese llegado también una especie de amnesia y el que no recordara nada de lo que fui lo agradecería más. No es fácil tampoco vivir así.

—Entonces no recuerdes sólo lo malo que hiciste, tu existencia no giró en torno a la sangre que derramaste sino en ver desde un primer plano el paso de la historia aunque pagaras un precio demasiado alto para conocer la inmortalidad. ¿Sabes cuántas personas han soñado con eso? ¿Sabes cuántos se han obsesionado con el tema? ¿Sabes cuántos desearían un momento estar en tu lugar y ver pasar los siglos como tú lo hiciste?

—¿Ves esto como un privilegio?

—Cariño tú podrías escribir una nueva enciclopedia de interminables tomos, recuerda las cosas buenas que hiciste, aquellas situaciones que te dejaron alguna enseñanza y algo para meditar y crecer a pesar de tu condición. Con respecto a las injusticias tarde o temprano cada quien tiene lo que se merece, el pago a sus hechos, la recompensa a lo que hizo, nada está oculto, el tiempo decide y cuando lo hace azota con todo. A pesar de todo sí tuviste un privilegio, algo único, yo no reparo en lo que fuiste ni en lo que te convertiste sino en lo valiosa que eres como persona y como mujer para mí y eres mía como lo quise, solamente mía y sí, por supuesto que eres digna de mí como yo lo espero ser de ti.

Sus palabras me hicieron sonreír y suspirar, me senté en la cama y lo abracé.

—Sólo tú pudiste darme la vida otra vez —susurré en su hombro—. La misma vida que me fue arrebatada sólo tu amor me la ha devuelto.

—Y espero que mucho mejor.

—Tú eres lo mejor para mí.

Sujetó mi cara y volvió a besarme.

Lo complací y bajamos a cenar a la hora indicada. En parte debía conocer al belga no evitarlo, eso era lo más inteligente.