Capítulo 33
Antes de que anocheciera ya estábamos de regreso en Madrid. Recogió su maleta y con melancolía me miró sin querer irse de mi apartamento.
—Aún tengo tiempo Eloísa —suspiró—. Aún tengo muchas preguntas que hacerte, no quiero irme.
—Ya habrá tiempo para seguir y tú necesitas descansar y dormir mucho.
—Ese es el problema que aunque esté cansado no sé si podré dormir, son demasiadas cosas que aún no asimilo, en la madrugada fue diferente porque… me dormí junto a ti sin darme cuenta.
—Y también te levantaste temprano por eso estás cansado.
—¿Te pido algo?
—¿Qué cosa?
—¿Puedes… aparecer en la habitación de mi hotel y… seguir platicándome mientras arreglo mi equipaje?
—¿De verdad quieres eso?
—Sirve que allí ceno de una vez y… ya cuando tenga que dormir pues… te regresas.
Su manera de titubear me hacía sonreír, asentí y sonrió abiertamente otra vez, me besó en la mejilla y buscando la puerta la abrió.
—¿En veinte minutos? —sonrió.
—En veinte minutos —confirmé.
Salió cerrando la puerta, exhalé y me recliné en la misma cuando la cerré bien por dentro, haber viajado con él y a mi modo fue emocionante, hacía mucho que no disfrutaba un paseo por Edimburgo como hoy aunque eso signifique volver a dolorosos recuerdos.
Lo vi por la ventana cuando su camioneta salía, iba a esperarlo en su habitación como quería.
—No es posible, voy a Escocia en un viaje relámpago muy privilegiado, ¿y no me pude traer ni siquiera un llavero? —decía refunfuñando cuando entraba, yo estaba sentada en uno de los sillones.
—La próxima vez lo podrás traer.
—Eloísa —brincó al oírme dejando caer su maleta—. Me alegra que estés esperándome, ¿llevas mucho?
—Hace unos minutos.
—Que bueno porque nuestra plática aún no termina, con eso de los fantasmas quiero saber si alguna vez viste a uno de los que vengaste, o a tu familia y con ese tema de las brujas, ¿cómo sobreviviste a ese asunto? Tú eras un blanco muy fácil.
—Extrañamente y en lo que a mí concierne nunca tuve un encuentro con los fantasmas de los fallecidos, se pueden escuchar ruidos en el castillo y sé que son ellos, los he llamado pero no me contestan, no dejan que los mire, he querido con todas mis fuerzas ver a Edmund o a mi madre pero no, sé que están cerca de mí pero no se hacen visibles.
—¿Será por tu condición? —sacaba la ropa de su armario y la colocaba en la cama.
—Por mi condición es cuando más debería verlos pero ni aun así ni tampoco a los malditos que maté y con respecto a las brujas… fueron tiempos oscuros y difíciles, una vez a un grupo que juzgaban les hicieron ponerse un anillo de hierro, si no pasaba nada podían descartarlas como brujas en cambio si el hierro las quemaba con eso era suficiente para condenarlas.
—¿Es cierto eso?
—Creencias, se piensa que el hierro puede descubrir y anular los poderes de una bruja, se dice que las debilita y donde hay objetos de hierro no pueden ejercer su hechicería.
—¿Entonces no pasó nada con ellas?
—Nada, pero para colmo eso no las absolvió, por pura curiosidad yo toqué una varilla de hierro y no afecta en nada, entonces son puras charlatanerías, no soy bruja pero supongo que debería afectarme. El problema fue que esos tipos emplearon entonces otras tácticas usando el hierro candente para torturarlas, era obvio que eso si les afectaría, ¡le afecta a cualquier humano! Por eso odio a la inquisición, se valían de mentiras y estupideces para acusar a cualquier inocente, todo era pecado y satánico para ellos.
—Un asunto delicado, ¿no crees?
—Puedo asegurarte que muchas fueron inocentes y no hablo sólo por lo que pasó en Edimburgo sino por lo que la inquisición hizo en toda Europa, fueron atroces, pero esa vez me enfurecí tanto por ver el sufrimiento de esas inocentes que tuve que meterme en el asunto.
—¿Qué hiciste? —me miró curioso.
—Cuando uno de esos perros volvió solo al cuarto donde tenían los utensilios de torturas llevando el hierro y carcajeándose con maldad por haber disfrutado lo que hizo le aparecí, se asustó porque fue de la nada, sujeté el hierro del extremo donde estaba candente y él miró con horror como el mismo no me hizo nada, no me quemó. Asustado lo soltó y antes de que gritara y echara a correr del pánico lo sujeté del cuello y lo clavé atravesándole la boca con la parte ardiente del mismo hierro, así lo dejé clavado en la pared, le atravesé la cabeza y ya te puedes imaginar lo que pasó cuando los demás lo encontraron al ver que no regresaba con más armas de tortura. La gente se dispersó como loca corriendo y gritando que había sido una venganza, otras que era justicia, el caso es que el juez ordenó encerrar por unos días más a las acusadas sin hacerles nada, él mismo estaba asustado. Los parientes y amigos de las víctimas pedían que se liberaran, unos decían que una verdadera bruja había matado al tipo ese como advertencia y otros decían que sólo se había tratado de darles una lección si seguían acusando injustamente. Hay quienes tomaron ventaja y dijeron que ellos podrían morir de la misma forma en la que torturaban, el caso es que en parte se llenaron de terror y al menos ese caso quedó cerrado y las doce chicas liberadas, esa vez me sentí satisfecha, en otros casos no pude hacer nada.
Me miraba asustado, se había quedado rígido.
—Con cobrarte una vida salvaste otras —comentó cuando reaccionó.
—Una solución que apliqué varias veces, lo cierto es que odié a la inquisición como no tienes idea, mataban como deporte con cualquier estúpida excusa utilizando el nombre de Dios, incluyendo a sus propios siervos que murieron en la hoguera defendiendo su fe acusados de herejes, pude ser testigo de eso y admiré a más de alguno por ese motivo. Jan Hus fue uno de ellos, estas personas parecían felices de morir por sus ideales porque sabían que su dolor y sufrimiento sería pasajero, el cuerpo no era nada pero el alma lo era todo y era por ella que no se retractaron de las doctrinas que predicaban. Ellos se apegaban a lo que estaba escrito en la Biblia y no en lo que la iglesia le hacía creer a los ignorantes como la gran mentira sobre las indulgencias que vendían.
—Bueno suena interesante, veo que tienes firmes raíces protestantes que no voy a discutir y tienes tus puntos de vista de primera mano —sacaba sus maletas y las abría—. Luego me das clases de teología si te parece, seré italiano pero no tengo la culpa de lo que la iglesia católica hizo en el pasado, yo no soy tan religioso aunque ahora que te conozco… —me miró levantando una ceja—. Creo que debería considerar acercarme un poco más a Dios.
—La luz y las tinieblas no tienen comunión.
—Pues deberemos arreglar ese asunto porque en este momento no te entiendo —metía la ropa intentando doblarla—. Eres hija de la oscuridad pero hablas tan bien sobre estas personas que defendieron sus creencias sobre Dios que definitivamente no te entiendo.
—También conocí a Lutero —curvé mis labios para confundirlo más.
—Creo que dejamos ese tema para después, ¿me llevarás a conoces Stirling? —cambió de tema.
—¿Para qué?
—Porque quiero conocer la ciudad donde creciste.
—Y de donde nunca debí haber salido —bajé la cabeza.
—No digas eso, ¿te has puesto a pensar que allí tu familia hubiera pagado también?
—No pienso en eso, lo único que tengo claro es que de no haber dado a conocer públicamente nuestra relación Edmund y yo, las cosas no hubiesen sido así.
—Eloísa no te sientas culpable —se acercó a mí y me sujetó ambas manos inclinándose—. Eso te ha atormentado toda tu vida, ya no lo hagas, la maldad siempre hubiera buscado un motivo para hacerles daño, los envidiaban y esa fue la manera más baja y cobarde para destruirlos porque sólo así los podían detener. En Edimburgo, en Stirling o en el lugar donde hubieran estado, esa maldad los iba a alcanzar directa o indirectamente.
—Edmund quería mantener nuestra relación oculta, debí entenderlo, apoyarlo y obedecerlo.
—Sh… —acarició mis labios—. Por favor ya no te culpes.
En ese momento le sonó su móvil y tensé los labios, él me miró y entendió, sacó el teléfono de su pantalón y mirando la llamada evitó rodar los ojos pero si torció la boca.
—Lo sabes, ¿verdad? —me miró moviendo el teléfono.
—Atiéndela —giré mi cara, era ella quien lo llamaba.
Sujetó mi mano y besando mi dorso como un caballero exhaló, luego se levantó y se dirigió a la ventana.
—Dime —contestó él.
No pude evitarlo y escuché la conversación, debía conocer la manera de actuar de esa tipa para saber a qué atenerme y como quitarla de mi camino.
—Caro mío, amore ¿Por qué no has venido a verme? Te he estado esperando. ¿Te dieron mis datos? —dijo ella con más labia que otra cosa.
—Hola Antonella, si me dieron tus datos pero me molesta que te hayas ido sin avisarme, pudiste al menos evitarme la salida, ¿no crees? —Él sonaba molesto todavía y no quería creer que lo hacía porque yo estaba con él—. Llegué a mi oficina y ya te habías ido.
—Giulio no te molestes, entiendo que fallé, discúlpame, pero no creí que te molestaras, tuve que reunirme con mi agente y otras personas que no podía dejar de lado.
—Pero me dejaste de lado a mí, ¿a qué viniste a Madrid? ¿A verme a mí o a tus asuntos?
—Veo que no habrá manera de contentarte querido, ahora entiendo por qué no me habías llamado, vine por las dos cosas, hay una oportunidad que no puedo desaprovechar y de paso quise verte y que pasáramos un rato juntos, te extraño mucho.
—Pues como ves nuestro tiempo no nos permite vernos.
—Amore si podemos vernos, estoy en mi hotel y sinceramente estoy esperándote, pedí champagne, unos dulces de chocolate, acabo de salir del baño, visto sólo una bata de seda así que imagínate cómo te espero, estoy en la cama amore, lista y dispuesta sólo para ti.
Apretó los labios cuando dijo eso y se llevó dos dedos a su tabique cerrando los ojos. Por un momento cerré los míos y me concentré en ella, sí, decía la verdad, estaba en la cama y debajo de la seda no tenía nada más, estaba muy excitada, acariciaba con la punta de sus dedos su propia piel a modo de estimularse imaginándolo a él. Esa mujer lo esperaba para sexo nada más, regresé a la habitación con él antes de que a ella le ocurriera un accidente.
—Lo siento Antonella, no puedo ir a verte estoy arreglando maletas.
—¿Maletas? ¿A dónde vas ahora? —se sentó en la cama.
—Regreso a la Toscana mañana a medio día.
—Querido yo regreso a Italia el Lunes.
—Pues ya ves, no hay nada que hacer.
—Tal vez no aquí pero si allá, iré a la Toscana aunque sea un par de días.
—Antonella estaré muy ocupado, viajo por negocios de nuevo y por una reunión familiar.
—Giulio no quiero creer que me estás evitando, ¿pasa algo?
—No, nada.
—¿Entonces? Tenemos mucho tiempo sin vernos, te extraño ¿tú no?
—Antonella precisamente de eso debemos hablar, nuestra relación…
—Nuestra relación es perfecta si no fuera porque no nos acoplamos, Giulio sabes bien que te quiero y lo que más deseo es que estemos más juntos. No tienes idea de cómo deseo verte, abrazarte, besarte, quiero que hagamos el amor, ven mi amor, aquí estoy en mi cama desnuda y esperándote.
Tragó y exhaló.
—Lamento que las cosas se den así pero no puedo ir —insistió con seriedad—. Me gustaría verte y que habláramos pero como te dije estoy arreglando mi ropa y tengo que trabajar en unos documentos que debo dejar listos y otros que debo llevar. Ni siquiera por la mañana podremos vernos, yo dejo el hotel temprano porque estaré en la oficina hasta las diez para luego salir a la Toscana directamente.
—Y yo no puedo ir a verte por la mañana tampoco, tengo una cita de negocios a las nueve, luego de eso un almuerzo y luego no sé que más en un estudio de televisión, mi día entero está ocupado.
—Siento que las cosas se den así pero no hay otra solución.
—Está bien, como quieras —sonó molesta—. Nos veremos en Italia entonces, al menos toma en cuenta que la que te busca soy yo, luego no te quejes, buenas noches.
Ella cortó la comunicación lanzando el teléfono en su cama y rugiendo ofuscada, estaba muy molesta. Giulio disimuladamente volvió a guardar su teléfono y se giró para verme, estaba apenado, para un empresario como él tener que lidiar con una mujer como esa no era nada fácil e inventar excusas menos, era humillante.
—Creo que está demás preguntarte tu opinión —se sentó en la cama exhalando.
—Debes arreglar esa situación —me puse de pie—. Haz lo que tengas que hacer, me voy.
—No, no te vayas —se puso de pie también—. No hemos terminado de hablar.
—Habrá más tiempo, arregla tu ropa, tus documentos, cena y acuéstate temprano.
—¿Estás molesta también?
—Decide tu vida, nos vemos mañana.
—Mandaré a Francesco por tu equipaje cuando me deje en la empresa.
—¿Quieres que vaya?
—No, no es necesario, sólo ten listo tu equipaje.
—Está bien.
—Mañana por la tarde llegaré al Amerigo Vespucci, es una lástima que no viajes conmigo en el jet privado de la familia.
—Supongo que debe de ser todo un privilegio pero no quiero pasar trámites engorrosos en el aeropuerto y por eso me los evito.
—Mantén tu móvil a la mano por favor, me estaré comunicando contigo, cuando las camionetas estén listas en el aeropuerto de la ciudad…
—No te preocupes, conozco Florencia.
—¿Cómo?
—¿Crees que no conocí a los Médici? —levanté una ceja.
Tragó, se le olvidaba con quien hablaba.
—Fui amante del renacimiento italiano —sonreí—. Firenze tiene también su propio encanto como la cuna del talento artístico, es una ciudad bellísima, te esperaré en el Palazzo Vecchio —le guiñé un ojo.
—No iremos al centro de la ciudad sino directo a la villa en las fueras que está camino a Siena, ¿podrías esperarme en el aeropuerto? Afuera de él obviamente.
—¿En el estacionamiento? —volví a levantar una ceja.
—Si no te molesta.
—Supongo que podré hacerlo después de pasear un rato por la ciudad.
—Eres una mujer independiente y mucho, supongo que eso no debe de extrañarme.
—¿Te molesta la mujer independiente?
—No mucho pero… el problema es que eso… hace que no se mantengan cerca.
—¿Lo dices por ella? —lo miré seriamente, caminando hacia la puerta.
—No, no, ella es modelo desde mucho antes de conocerla, sabía a qué atenerme pero como puedes ver rara vez funcionan las relaciones así.
—Eso depende de cómo la pareja quiera manejar el asunto, en ambos está el poner un poco más de esfuerzo si quieren estar juntos.
—¿Y si no? —exhaló.
—Pues se pone un alto y ya.
Abrí la puerta y quiso detenerme.
—Eloísa… —me sujetó del brazo y me miró—. Lo que te dije en Edimburgo es la verdad, eres lo que quiero para mí, es contigo con quien quiero estar.
—Entonces arregla tu situación porque no seré tu amante, no calentaré tu cama por turno.
—Suenas como si estuviera casado —frunció el ceño.
—¿Quieres saber algo? —me detuve y lo miré también—. En Segovia cuando delirabas me acerqué a ti, te miré, te sentí, no podías abrir los ojos pero sé que me sentiste y no sólo eso, me sujetaste inconscientemente y me pusiste bajo tu cuerpo. Eso fue real, me besaste, me acariciaste, dejé que lo hicieras porque reconozco que también lo quería, te correspondí y también te besé, te apretabas a mí haciéndome sentir tu erección, por un momento deliré junto a ti pero no podía valerme de eso para tenerte, no estabas consciente de nada más que de la ilusión, de un sueño y yo… —bajé la cabeza—. Sentí que… volvía a tener a Edmund y por eso reaccioné, además de que ya habías vuelto en ti y me llamaste “tu asistente” estaba contigo y no con él.
Me miró apenado abriendo más los ojos, las confesiones no eran lo que esperábamos.
—No estarás casado pero si prácticamente comprometido y atado a una relación y mientras tú y ella sigan teniendo lo que sea que llamen relación, yo no puedo aspirar a nada más contigo —insistí—. Hace más de seis siglos fue la primera y única vez que estuve con un hombre maravilloso, si debo estar con alguien más será con una persona que valga la pena, eso lo he comprendido muy bien.
Sentí que no le hicieron gracia mis palabras no sólo por estar atado a un maniquí sino porque yo seguía teniendo a Edmund muy presente. Me separé de él pero antes de que diera otro paso volvió a detenerme y sujetándome de la nuca me besó con fuerza pegándome al umbral, me tomó desprevenida y me aturdió. Tal era su fuerza que gimió haciéndome abrir la boca que estaba apretando, intenté detenerlo pero no pude, mis fuerzas eran suyas en ese momento, lentamente me saboreó y así mismo se detuvo buscando su aliento.
—Nunca he sentido esto con ella —pegó su frente a la mía—. Tú haces estremecer mi cuerpo, tú haces que te desee con intensidad, siento que contigo puedo vivir todo lo que no he disfrutado hasta el momento. A pesar de lo que digas tú eres vida Eloísa, tú me das vida y el deseo de disfrutarla como la quiera, me correspondes aunque lo niegues y deberé valerme de eso, pondré un alto a mi relación con ella pero prométeme que a cambio tú estarás ahí, cuando yo te necesite y tú me verás cómo realmente soy y no como a otra persona.
—¿Un chantaje?
—No lo veas así, si pudieras leer mi mente te darías cuenta que te digo la verdad.
—¿Estás seguro de no querer ir con ella ahora que te espera en su cama? —levanté una ceja evitando apretar la mandíbula.
—Te juro que no, no pienso moverme de aquí.
Debería quedarme y constatarlo, debería arrullarlo y esperar que duerma como un niño, debería cerciorarme que de verdad no saldrá para verse con ella pero como toda mujer normal no tenía otra opción que… confiar en su palabra.
—Debo ir a arreglar mi equipaje signore y creo que las mujeres tardamos más.
—Las normales sí, tú no y no me cambies la conversación que tu equipaje lo arreglas chasqueando los dedos.
—¿Tanto así me conoces? —sonreí.
—Me atrevo de decir que sí.
—Entonces observa esto.
Me separé de él caminando por el pasillo en dirección al ascensor, él sabía que no lo iba a utilizar y sin quitarme los ojos de encima desaparecí ante su incredulidad. La expresión de su cara provocaba risa.
—No me contestaste —reaccionó hablándole al pasillo.
—Déjame pensarlo, luego te doy mi respuesta —mi voz en el viento sonó y eso lo asustó.
—¿Otra de tus virtudes? —preguntó hablando solo.
—¿Cuál? ¿El que te haga esperar o el que haya desaparecido?
—Ambas pero ahora me refiero a la segunda.
—Una de muchas, métase a su habitación signore o lo creerán loco.
—Tú me tienes loco —susurró sonriendo, regresó a su habitación cerrando la puerta.