Capítulo 30

 

Giulio me miraba horrorizado, sin moverse, sin respirar ni parpadear, estaba asustado, lo sentía, exhalé con tristeza, ahora miraba el monstruo asesino en que me convertí, bajé la cabeza.

—Puede irse signore —le susurré poniéndome de pie—. Como ve… no soy lo que esperaba.

—¿Y quién te ha dicho que quiero irme?

—Está asustado, será mejor que se vaya a su hotel e intente descansar.

—¿Crees que voy a hacerlo después de todo lo que me has dicho?

—Puedo intentar… borrar de su mente todo lo que le he dicho.

—No, no quiero que hagas eso.

—Lo entiendo, tendría que tocarlo y no desea que lo haga.

—No, no se trata de eso, no quiero que borres de mi memoria todo lo que me has contado, es asombroso, es… una experiencia única, es aterrorizante sí pero es… lo que he vivido estas horas ha sido la más asombrosa aventura que jamás me imaginé poder vivir.

—¿Qué? —lo miré sin entender.

—No quiero que me malinterpretes, entiéndeme por favor, para cualquier mortal lo que has revelado…

—Ya no tengo más que decir por favor… váyase y olvide todo.

—No Eloísa —se puso de pie—. No me pidas que me vaya.

—Prometo no volver a molestarlo, prometo que no volverá a verme.

—Es que eso es lo que no quiero, no quiero que te vayas, no quiero que desaparezcas.

—¿No me tiene miedo?

—Por alguna razón, ya no.

Nos miramos a distancia, su mirada brillaba y yo evitaba que la mía también lo hiciera, me dolía dejarlo, era como ver a Edmund y volver a perderlo, no quería.

—Signore es muy tarde y usted necesita descansar.

—En este momento para mí no existe nada más que no sea el que esté aquí contigo, la empresa y lo que soy puede esperar.

Suspiré, estaba determinado a quedarse y no sabía cómo lidiar con eso.

—Por favor continúa, quiero saber qué pasó después de todo eso, supongo que el terror se apoderó de todos esos hombres y eso fue sólo el principio de tu venganza.

—Así es, vivían atemorizados y a más de alguno sus miedos los llevaron al suicidio antes de morir destazados, prefirieron el veneno o la horca, dos de los demás senescales lo hicieron, los que habían participado indirectamente, los otros dos… corrieron la misma suerte que los demás a manos mías ya que se resistían a creer sobre la “maldición de Comwellshire” como ya otros llamaban al asunto.

—¿Aún sabiendo lo que le pasó al tal McClyde?

—Aún así, creían que los soldados estaban enloqueciendo y que lo que había pasado no era la realidad.

—¿Y el rey y sus hijos?

—Lo único que pude hacer fue llenarlos de pesadillas y remordimientos, no pude tocar ni la vida de ellos, ni la de Ricardo, ni la de los lords, Ángel me ató en ese aspecto, me decía que la historia ya tenía un curso y no podía cambiarla, me hizo ver que con paciencia vería el final de cada uno y a su modo Damián me persuadió pero… uno que otro impulso de ayuda en algunos casos cayó bien lo que me volvió… traviesa.

—Y ya imagino tus travesuras.

—A partir de la muerte de los senescales y el diezmar sus clanes la noticia de la maldición corrió como pólvora, nadie se acercaba al castillo y es más, comenzaron a creer que la prometida no era ningún fantasma sino que estaba viva, que se había transformado en un ser sobrenatural y que de la sangre derramada se alimentaba en venganza por lo que le habían hecho, asunto que atemorizó hasta a los mismos ingleses. Ya no se veían las rondas de los soldados por las noches, la luna llena hacía que los aldeanos se encerraran en sus casas, todos vivían con temor y rogaban por no encontrarse con ella porque sabían que al que le apareciera se lo llevaría. Todos los días se encontraban con “la ofrenda de sangre” que ellos decían al referirse a cualquier cuerpo hallado y que yo me había cobrado, todos, absolutamente todos y cada uno de los soldados que participaron en la masacre los maté de la misma manera en la que ellos mataron. Hombres masacrados, hedor a carne podrida, inmensos charcos de sangre, entre el humo de la desolación y el silencio torturante que te dice que ya no hay nada me deleité, olor a muerte, olor a venganza, olor a satisfacción, por donde yo pasaba ese era mi rastro, hice correr ríos de sangre, muerte era lo que dejaba a mi paso.

—No imagino el terror de todos, sabían que la muerte les llegaría de un momento a otro y que nada los libraría, tenían razón de creer que se trataba de una maldición.

—El deseo de venganza es lo que te mueve, lo que te alienta y cuando por fin alcanzas tu objetivo y tienes en tu poder la oportunidad de cobrarla, no dudas en hacerlo. Aprendí a mi modo el arte de las armas; lanzas, espadas, arco y flechas, antorchas, hachas, dagas, ballestas… todo para mi beneficio, maquinaba todo tipo de asesinatos: los puñales directo al corazón, partir en dos los cráneos con hachas o aplastarlos con mazos, atravesar los cuerpos con la espada o también partirlos por la mitad y destriparlos, mostrarles esas vísceras a los demás para que supieran lo que les esperaba. Arrancar de un tajo cada parte del cuerpo sea con la espada o con mis propias manos, desmembrar y mutilar se volvió deporte para mí, decapité, atravesé con lanzas sus cuerpos hasta que quedaran bien clavados y se pudrieran de esa manera, también los quemé vivos y escuchar sus gritos y lamentos era música para mis oídos, la satisfacción que me dio hacer todo eso no la puedo describir, los envenenamientos con láudano, opio o arsénico fue lo más sutil que hice pero igual se retorcían como gusanos antes de morir. Ver cadáveres mutilados, apiñados en su propio charco de sangre y escuchar los gritos y lamentos de los que se arrastraban pidiendo clemencia me daba mucha satisfacción, aún en este tiempo puedo escucharlos claramente sin llegar ni un momento a arrepentirme.

—Verdaderamente tienes el perfil de una potente asesina. ¿Cómo recuperaste tu anillo?

—Tenía una incontrolable sed por destruir que llegué al punto de  disfrutar haciendo todo el mal que era capaz de engendrar. Nada podía dañarme, ya no y eso me hacía más fuerte cada vez. Mi anillo lo busqué desesperada entre todos ellos y quitándolos de mi camino para que ese me llevara a otro y a otro y así hasta que di con el ladrón, de la misma manera en que perecieron muchos así recuperé mi anillo. Uno de esos malditos lo tenía escondido para venderlo y a ese si le aparecí como espectro, cuando me vio pidiéndole lo que era mío aún con temor me desafió, me dijo que un fantasma no necesitaba de joyas así que me enfureció, ni siquiera supo el momento cuando lo tenía del cuello suspendido en el aire, el espectro que me creía lo estaba estrangulando y no bastándome sólo eso apreté tanto su cuello que atravesé sus carnes hasta desprenderle la cabeza del cuerpo con mi mano, eso sí me dio asco pero mi anillo valía el sacrificio además que no sólo eso recuperé sino también mi cadena y camafeo que andaba en una bolsita entre sus ropas y que Edmund me había dado en mi cumpleaños. El malnacido pensaba hacer negocios vendiéndolas entre otras joyas que reconocí de mi madre pero no logró hacerlo.

—Después de escucharte ahora entiendo porque deseas que vuelvan a vivir para matarlos otra vez.

—Una de mis armas favoritas fue el “mangual”  una vara de metal con cadena de hierro de la que colgaba una bola con púas, era magnífica para deshacer cráneos y con ese tipo deseé usarla pero sufrió más siendo estrangulado.

Me miró más asustado, sabía que no lo pensaba para hacerlo.

—Creo que está demás preguntarte si disfrutabas el matar.

—Jamás pensé que después de la primera muerte que asesté siguieran otras que me dieran tanto placer, fue una satisfacción indescriptible.

Me senté en la cama al notar que él no tenía intención de irse.

—Y puedo sentir que disfrutabas lo que hacías.

—¿Hay algo más placentero que consumar una venganza? Por supuesto y es ver con tus propios ojos que has quitado de tu camino y para siempre aquello que te estorbaba.

—Y no dudo que produzca la satisfacción.

—Lo hace.

Notando que tenía una duda sobre todo lo que había dicho le di la confianza para que preguntara.

—Puedo sentir que quiere preguntar algo más —reaccionó cuando dije eso—. No sé a ciencia cierta qué es pero lo presiento. Hágalo.

Me miró con asombro y tragó, lo pensó un momento.

—¿Bebiste sangre? —preguntó con valor sentándose también.

—No soy vampiro aunque fue una prueba que rechacé en el cementerio cuando él me inicio, igual a algunos cuantos les arranqué la carne del cuello de un solo tajo y eso me hizo probarla.

Me miró apretando los labios y frunciendo el ceño con asco.

—Pero la escupía —le aclaré al ver su gesto pero siempre volvió a preguntar.

—¿Has bebido sangre Eloísa?

—Me he bañado en ella que es diferente.

—No le veo la diferencia.             

—Si el matar ha manchado mis manos y mi alma le aseguro que también mi cuerpo, de esa forma si la he bebido, me he empapado cada poro en sangre y le aseguro que en nada he encontrado más placer durante mi inmortalidad que en cobrarme lo que me hicieron.

Tragó, aunque no lo reconociera yo lo asustaba.

—Creo que ya es suficiente o las pesadillas van a descomponerle el estómago —exhalé.

—¿Reprimiste tus lágrimas siendo inmortal? —me desconcertó su pregunta.

—Sólo la venganza hace contener el llanto, sólo esa satisfacción las reprime pero a medida que mi inmortalidad se apoderaba de mí difícilmente lo hice. En la soledad lo intentaba cuando los recuerdos me venían pero apenas y mis ojos se humedecían, mis lágrimas no caían, ya no, si tenía alma estaba seca, dejé de ser humana para convertirme en una máquina para matar.

—Dices que tienes un poder ilimitado, ¿hay algo que no puedas hacer? Aparte de eso que dices que no puedes leer mi mente.

—El único poder que no tengo es el de volver el tiempo.

Bajé la cabeza y suspiré, deseaba con toda mi alma condenada poder hacer eso, volver al momento justo para detener las cosas y cambiar lo que pasó. Quiero regresar el tiempo para volver a escribir de nuevo mi historia y no conocerla como lo que trágicamente es.

—Del tiempo no somos dueños —me miró—. Cada segundo perdido jamás volverá, eso nos hace cuestionarnos qué somos, qué hacemos, qué vale la pena y qué no.

—Dicen que las experiencias y más siendo malas te hacen más fuerte, te levantas y comienzas de nuevo pero no cometiendo el mismo error anterior, en mi caso cada paso mío era letal. La niebla, la humedad, la lluvia, el lodo y el olor nauseabundo de la carne putrefacta que se mezclaba en el ambiente era el escenario de mi venganza, el rastro de sangre y pedazos de carne era la huella que siempre dejaba tras de mí.

Después de todo lo que le había dicho seguía mirándome asustado, era como si no terminara de conocerme y como si temiera no poder hacerlo. Era mejor que ya no hablara sobre el disfrute que me daba asesinar, era mejor ya terminar con la plática porque aunque lo quisiera disimular, él estaba cansado.

—¿Qué pasó cuando acabaste con todos los que querías? —insistió, sentía que buscaba más excusas para quedarse.

—El acabar con todos los que quería… incluía eso exactamente, todo —apreté los dientes cuando dije eso, no estaba segura de su reacción al saber algo más.

—Ya lo dijiste, acabaste con todos. ¿Qué pasó después?

—¿Después de que también asesinara niños? —pregunté con valor.

Lo miré y sus ojos me decían que no podía creerme, se quedó en shock, no podía reaccionar, palideció, tragué mostrándome impasible.

—¿Niños? —Reaccionó retorciéndose en su lugar—. ¿Por qué tenías que matar niños?

—Porque no podía dejar nada en pie.

—¿Mataste también sus familias?

—Todos tenían que pagar.

Se llevó una mano a la boca sin dejar de mirarme, estaba segura que ahora si sentía asco de mí.

—Eso no puedo justificarlo —insistió.

—No le pido que lo justifique, no iba a tener compasión de nadie cuando no la tuvieron conmigo, para colmo muchas de las sirvientas violadas… que vivieron quedaron embarazadas, algunas me ahorraron el trabajo abortando porque no lo soportaron.

—¿Mataste bebés?

—Eran hijos de la violencia, del horror, llevaban la sangre de todos esos malditos y por ende iban a heredar esa maldad, no podían crecer, no podían vivir.

—¡Por Dios Eloísa eran inocentes! Ellos no pidieron ser engendrados ni mucho menos venir al mundo.

“Ódiame” —pensé sin dejar de verlo, rogando porque él pudiera saber lo que le decía—. “Ódiame y fortaléceme, ódiame y dame el valor para dejarte, dame el valor para alejarme de ti”

—Por favor dime que no es verdad lo que me dices —parecía suplicar.

—Lamento decepcionarlo pero es cierto. ¿Se imagina lo que hubiese sido esa generación? ¿Una generación de bastardos nacidos como frutos de la violación masiva en una masacre? Hubiesen sido también hombres despiadados, asesinos, bandidos, saqueadores y violadores como sus progenitores.

—Siempre hay quien es diferente, no tenías que decidir por ellos, no tenías que decidir sobre sus vidas.

—¡Ellos decidieron por la mía! —grité furiosa, sentía como si era Ángel el que me reprochaba de nuevo a través de él.

Se quedó callado, asustado y yo debía controlarme, me sujeté la cabeza.

—Los que no lograron nacer se salvaron así pero los que nacieron… —continué.

—Basta, no me digas nada más —me interrumpió tajante—. No quiero saber cómo los mataste, eso no lo imagino, no quiero imaginarlo.

—Maté sólo los que nacieron varones por si eso le consuela, dejé vivir a las niñas.

Una mirada sarcástica fue lo que me mostró.

—¿Quisiste sentirte como el faraón o como Herodes?

Ahora fui yo la que lo miró con sarcasmo y evitando resoplar, aún no sabía la clase de plaga que podía llegar a ser. Se calló, su expresión me dijo que no quería averiguarlo.

—Cuando acabé con todo lo que quería Damián me hizo ver que el matar y la sangre iban a darme más poder —continué con el tema respondiendo a su pregunta—. Que el odio y el resentimiento me iban a mantener con la lozanía de siempre y que a cambio de volverme una asesina yo podía conservar lo que me había dado, ¿pero matar a quien si los que quería ya estaban muertos? Así que para obedecerlo decidí acabar sólo con lo que yo podía odiar y la injusticia sería un buen incentivo.

—¿Y por eso seguiste asesinando?

—Sí, unas veces por orden de él y otras veces por mi cuenta, decidí vengar a John y tomé lo que le hicieron como mi venganza también, busqué a quienes vivían y de igual manera pagaron.

—Eso no te concernía.

—Lo sé pero fue algo estimulante y lo disfruté.

—Esa era tu excusa.

—No era una simple excusa, odiaba las injusticias y el cómo los poderosos pisoteaban por pura maldad, les di a probar las consecuencias de lo que habían hecho, para ellos hacer el mal era tan dulce como la miel pero cuando les tocó su turno probaron la hiel en carne propia. Todo debe pagarse en esta vida y yo me encargué de eso y como ya me había vuelto traviesa lo tomé como deporte.

—¿Matabas ya por placer?

—Ya era parte de mí, era lo que me mantenía y para lo que fui creada. En el nuevo mundo por ejemplo… maté a muchos esclavistas.

Me miró asustado sin parpadear.

—¿Cómo? Pero ellos ya no eran parte de tu venganza, ¿o sí?

—No por venganza sino por la injusticia como le dije, esa gente sufría mucho a manos de sus amos en las plantaciones. Los humillaban y trataban como animales, eran golpeados y azotados por cualquier estupidez, sometidos a esfuerzos sobrehumanos de sol a sol y sus mujeres violadas cuando ya su servicio doméstico no era suficiente, no podía tolerar eso.

—¿Cuándo fue la última vez que mataste a alguien?

—¿Directa o indirectamente? Lo primero fue hace unos días atrás.

—¿Qué? —se asustó.

—Así es.

—¿Y cómo es eso de directa o indirectamente? No te entiendo. ¿Poseíste a gente que matara por ti?

—Algunas veces utilicé ese truco pero lo dejé de hacer a mediados del siglo XX. Cuando me refiero a directa o indirectamente es porque o lo hice yo misma manchándome más las manos de sangre o simplemente con un soplido de mi aliento directo a la persona y a distancia, incluyendo de un país a otro.

—¿Es parte de tu poder?

—Una ventaja.

—¿Y qué fue eso que hiciste días atrás? Me intrigas.

Lo de hace unos días se trataba de un tipo que me molestó, le era infiel a la esposa y se miraba con otra chica en el parque, pude ver un mal futuro para ella así que lo impedí y él se murió primero.

—¿Qué le hiciste?

—Sólo lo poseí para que le diera sueño, trabajaba en una planta de cerámica como supervisor y sin darse cuenta se cayó… por un ascensor que… no debió tomar porque estaba en mal estado. Se abrió, él iba frotándose los ojos, dio mal el paso sin ver el interior y… cayó al vacío.

Abrió la boca sin poder creerme y se llevó una mano a la cabeza.

—Esa noticia salió en el mismo diario que anunció la apertura de las empresas Di Gennaro, medio leí la nota y la verdad no seguí porque me estremeció con sólo pensarlo. ¿Fuiste tú?

Asentí, él se inclinó y exhalando se sujetó la cabeza con ambas manos.

—¿Será mejor que llame a su chofer signore? —Me puse de pie y caminé hacia la puerta—. Ya es muy tarde y usted debe intentar descansar.

Se levantó también y se acercó a mí con valor bloqueándome el paso, me miró sin parpadear mostrándose seguro. Con seriedad metió la mano en su chaqueta y de la bolsa sacó el sobre, el mismo que yo le dejé conteniendo mi renuncia. Me lo mostró agitándolo.

—No quiero irme ni que te vayas, te necesito Eloísa y no acepto esto.

—Yo no puedo seguir con usted, no después de conocerme, yo…

—No aceptaré tu negativa —sostuvo el sobre con ambas manos y lo rompió frente a mí.

—Signore no lo haga más difícil…

—Me fascina escuchar ese acento de mi tierra en tus labios —extendió su mano y me los acarició con su pulgar a la vez que sujetaba mi barbilla—. Pero ya basta de formalidades al menos cuando estemos solos, soy sólo Giulio, llámame Giulio.

Negué, su contacto, la sensación y el sonido de su voz me hacían temblar, se mostraba de manera diferente, más interesado, más cerca, más seguro. Me vi en sus ojos, en esos ojos que me atormentaban recordándome a otra persona, sentía dolor en mi corazón, las lágrimas que me caían otra vez él las limpió también.

—Eloísa no vas a librarte de mí —susurró acercándose más.

—¿No le importa lo que yo soy?

—Si mi familia... —se detuvo un momento para respirar—. Pereciera de esa manera creo que yo también me vengaría sin contemplaciones.

—¿Me justifica entonces?

—¿Puedes tutearme cuando estemos solos? —sonrió cambiando de tema.

—¿Justificas lo que hice? —insistí complaciéndolo.

—Te seré sincero y te diré que en mi interior hay un conflicto —me sujetó de los brazos y de pronto ya estaba en medio de los suyos—. Mi razón me dice que no debo justificarte pero lo que siente mi corazón no puedo negarlo y pude sentir lo que tú sentiste, vengaste a tu familia y por tu condición… debiste seguir siendo lo que ya eras, no puedo juzgarte Eloísa —se detuvo y volvió a respirar—. Si… yo fuera testigo del asesinato de la mujer que amo… y más el mismo día de nuestro compromiso me volvería loco en el momento y viviría sólo para buscar a quienes le quitaron la vida para matarlos con saña también.

Evité morderme los labios ante lo que había dicho “la mujer que amo” dijo con un tono extraño como si quisiera decírmelo a mí y sólo a mí. Me miraba sin parpadear como si quisiera perderse en mis ojos y permitirme ver en él lo que no podía. Era la misma mirada de Edmund y sentía mi piel reaccionar sólo a eso.

—¿Ya no me temes? —insistí.

—Después de escucharte ya no.

—Como ves no soy una mujer cualquiera —me separé de él para evitar caer en ilusiones—. No estoy viva, la inmortalidad no es vida, es vivir atado a una maldición, es ser un espectro eterno, ves pasar el tiempo, ves la muerte de cerca, rondando pero nada más, ves como todos aquellos que conoces se van y tú te quedas en este mundo para seguir sufriendo, para seguir en la tortura que te recuerde lo que eres. ¿Crees que no me dolió saber de la muerte de John, de Agnus y Beth? ¿Crees que no sentí la muerte de Brehus y Branwyn? Ves los días pasar, los años, las décadas, ¿sabes lo que fue para mí escuchar por primera vez el réquiem de Mozart? Él ya estaba muerto pero el impacto de su música sobre mí era sobrenatural, hizo que mis lágrimas cayeran después de tanto tiempo quemándome las mejillas con sólo escuchar el Introitus, hizo que mi corazón volviera a latir por un momento y que mi piel temblara con cada nota. La fuerza de ese coro aunque fuera misa en latín avivó el recuerdo de lo que me había pasado, era como la oración que necesitaba para las almas de mis muertos, era como si dejaras que la lluvia cayera sobre tu cuerpo y se mezclara con tus lágrimas en un día de tormenta para que cada gota limpiara la suciedad y te renovara, por un momento me sentí limpia, por un momento me dio paz en medio de mi extrema tristeza. La extraordinaria genialidad de Mozart me daba una parcial paz pero esa vez su réquiem hizo que un nudo en mi garganta me la apretara hasta sentir dolor, sólo él lo había hecho, lo sentí, mi corazón volvió a sangrar, esa vez lloré no sólo por los míos otra vez sino por él mismo y creí que no volvería a pasarme hasta que Beethoven presentó su novena sinfonía y me hizo sentir una parcial libertad y creer que realmente existía la grandeza del hombre, de un mortal, eso era él. Haber sido testigo de todo eso ha sido de las mejores y a la vez dolorosas experiencias que he tenido porque no es fácil vivir como lo he hecho yo, como escogí vivir porque fue mi decisión, es un vacío que nada llena, nada. Ves como todo cambia menos tú mismo porque no puedes, debes acoplarte a la época y aprender todo para saber disimular, debes inventarte documentos de nacimiento, estudios, tutorías, laborales, pasaportes, incluso hasta de defunción para no dejar rastros, fechas, días y guardar en tu memoria toda la documentación que seas capaz de crear. Debes sobornar abogados, jueces, políticos, magistrados, militares y luego deshacerte de ellos al menor intento de chantaje. ¿Sabes cuántas veces he nacido y muerto en casi siete siglos? No es fácil, debo mantener ocultas mis pinturas porque es la misma mujer en diferentes años. ¿Qué crees que va a pensar un encargado de museo, o anticuario, o restaurador cuando las vea? Lo más lógico es en la reencarnación pero no en treinta y tantos años de diferencia, que era la edad máxima en la que yo debía desaparecer después de siete o diez años en los que mi apariencia no cambiaba. No se puede mentir Giulio, no puedo mentir en ese aspecto, mi tiempo aquí, en esta época y a tu lado es limitado, diez años máximo o menos, tú cambiarás y yo no, todo será evidente y se levantarán sospechas.

Frunció el ceño y se mordió el labio inferior, bajó la cabeza y suspiró.

—Has tenido una extraordinaria vida y yo deseo conocerte más, es de lo único que estoy seguro —volvió a mirarme sin parpadear muy seguro de lo que decía—. Al menos en este momento estás aquí y yo también y… no quiero pensar en el futuro, quiero el ahora y lo quiero contigo.

No podía creer lo que me estaba diciendo, estaba segura que se iría de aquí más decepcionado al saber quién era yo, creí perderlo pero es él el que me demuestra que no quiere perderme.

—¿Puedes fingir después de todo lo que sabes? —le pregunté al notarlo triste.

—¿Lo sigues amando después de tantos siglos? —atacó con otra pregunta.

Lo miré sin respirar, Edmund era mi Edmund con él o sin él, en esta vida y en la próxima.

—Cometí el error de buscarte por tu parecido físico pero sé… que no eres él.

—No, no soy él, me han pasado cosas raras pero no soy él, sin embargo llegaste tú y…

—Tú tienes novia —le recordé.

Asintió apretando un puño, hizo una mueca y exhaló.

—No tengo claro lo que somos ella y yo pero debo remediarlo —me miró—. Desde que te conocí ni siquiera pienso en ella, no me importa, me importas tú y ahora más.

Negué y me senté en la cama otra vez, ¿por qué no me odiaba? ¿Por qué no me detestaba después de todo lo que le dije? no lo quería cerca de ella, eso era seguro pero tampoco deseaba alterar su rutina como persona y empresario, yo había llegado a él con el propósito de tenerlo creyéndolo Edmund pero mis sentimientos por Edmund eran más fuertes y me lo impedía. Era su parecido lo que me atraía pero mi Edmund era único y por mucho que se parecieran físicamente en el interior no eran iguales.

—No pretendo ser él —se acercó a mí y se sentó a mi lado—. No quisiera que nos compararas, creo que ni él ni yo lo merecemos, tampoco quiero tenerte cerca y que pienses que se trata de él…

—Esta situación es muy difícil y yo no pude prever eso —mis lágrimas cayeron otra vez.

Giulio extendió su mano y con ternura sus dedos las quitaron, por alguna razón necesitaba sentir ese cariño y por eso no lo rechacé, ya no podía seguir escapando a lo que realmente sentía aunque demostrara aún más mi debilidad.

—No quiero hacerte daño, no quiero lastimarte —insistí—. No lo mereces pero me es imposible no verlo a él en ti, tienen los mismos rasgos —acaricié su cara—. Tienen los mismos ojos, incluso hasta la misma mirada, tu nariz, tu boca —me saboreé—. Tu piel… —la miré y mi voz se quebró, él besó mi frente y me abrazó.

—No quiero ser tu consuelo, no quiero confundirte pero si lo que soy te sirve para que tu soledad mengue… —besó mi coronilla—. Déjame estar a tu lado entonces.

—¿Aunque sea una asesina?

—No me importa lo que eres ni lo que hiciste, sé que puedes redimirte, no soy religioso pero sé que Dios existe como también el mal pero sé que lo bueno prevalece, debe ser así y yo confío en que lo que eres puede dejar de ser, no sé cómo sólo lo sé y quiero tener la esperanza que puedes volverte humana y quedarte exactamente cómo estás.

No podía decirle que Damián nunca me liberaría, que él podía destruirme, que nunca dejaría que yo volviera a ser la misma, ni siquiera Ángel me había dado una solución por lo que yo no tenía esperanzas. Lloré, lloré con fuerza como cuando todo pasó, él me apretó a su cuerpo y yo me aferré a él, dejé que su calidez me envolviera, lo necesitaba. Se reclinó en el respaldar de la cama y me llevó con él, permitió que mis lágrimas reprimidas por siglos bañaran su pecho, me desahogué, no supe cuánto lloré ni cuando la debilidad se cernió sobre mí, sólo sentí que cerré los ojos sollozando y me quedé en su pecho y en sus brazos.