Capítulo 11
El resto de la tarde lo dediqué a lo que quise, después de alimentarme de odio, celos, ira, maldad y otras cosas sentí renacer, todavía era dueña y señora de mis pensamientos y volver a ser la misma no me fue difícil como lo dijo Damián. Después de relajarme un poco y de encender unos cuantos inciensos hice que el humo se concentrara en el centro de la mesa de la sala y me concentré en lo que quería ver, necesitaba conocer a la oxigenada que tenía que quitar de mi camino y lo hice, al menos no estaba en España pero estaba en sus planes hacerle una visita a él y eso me molestó más, la observé bien, estaba en la habitación de un hotel y acababa de salir de la ducha, vestía su albornoz blanco, pantuflas y una pequeña toalla en la cabeza sujetando su cabello mojado, bebía una copa de vino blanco mientras se acostaba en la cama mirando la televisión al mismo tiempo que hojeaba una revista. ¿Dónde está esa mujer? —Me pregunté, comencé a observar alrededor, no parecía Milán como lo dijo Damián, el olor al mar se sentía, la brisa, la calidez, el paisaje nocturno precioso, las montañas cerca de la playa… Positano, allí estaba. Luego de beberse el vino de un solo trago se acercó al tocador, se quitó la toalla del cabello y comenzó a cepillarlo, vaya que sí era oxigenada y más delgada que yo, esquelética mejor dicho, Damián me mintió para provocarme al decirme que todo lo tenía bien distribuido, no era así, al parecer tenía un leve problema de anorexia o comenzaba a tenerlo, eso podía ser una ventaja y podía ayudarme, físicamente no estaba tan mal aunque sin maquillaje lucía pálida. ¿Qué le miraba Giulio a esa? Fruncí el ceño al pensarlo y no quería, seguramente era buena en la cama y eso me enfureció más, tocaron su puerta, corrió a abrir, seguramente era servicio a la habitación pero no, era algo más que comida, el hombre que llegó sin decir nada la besó, alcé las cejas al ver eso y más al ver como ella lo abrazaba y lo devoraba, se prendió de él como perra en celo, la excitación en ambos estaba al límite, él cerró la puerta y la llevó directo a la cama, cayeron sin dejar de besarse y tocarse, era obvio lo que harían, salí de allí y volví en mí. “Ella también es infiel” —me dije, seguramente le pagaba con la misma moneda si había conocido los deslices de él así que estaban a mano, eso iba a ser una ventaja para mí, al menos su calentura por el fortachón que le estaba haciendo el sexo de todas las maneras posibles le impedía pensar en un viaje a España, es más, ni siquiera el empresario italiano estaba en su mente en ese momento, mejor para mí, ya me encargaré de esa zorra después.
Cuando me levanté del sillón alguien tocó la puerta, la miré fijamente pero no pude ver más allá. ¿Por qué? Me acerqué con reservas y a un solo paso de abrirla me detuve, mi piel reaccionó “James” —pensé, ¿Cómo era posible? ¿Cómo me había seguido? Con lo que me había pasado lo había olvidado, arreglé el escote de mi bata y mostrándome seria pregunté.
—¿Quién?
—Signorina Alcázar soy yo, su jefe.
“¡¿Qué?!” —mis minúsculos vellos se erizaron.
—¿Usted?
—Si soy yo, puede constatarlo por la mirilla de la puerta.
¿Me creerá tonta? Diablos, tenía razón, jamás iba a acostumbrarme a los inventos.
Me acerqué para verlo, allí estaba, sonriendo con un poco de sarcasmo y saludándome como un adolescente travieso.
—¿Qué hace aquí señor Di Gennaro? —pregunté sin abrir cubriéndome más el escote de mi bata.
—Sólo quise pasar a verla y saber cómo seguía. ¿Tomó algo para el malestar estomacal?
“El chofer” —pensé, por eso insistió en que me trajera, quería saber en dónde vivía, ¡diablos! Este hombre me había engañado, había caído en su trampa como una mujer cualquiera, eso fue un anzuelo, seguramente sí quiso “ayudarme” pero en sus planes estaba algo más, conocer donde yo vivía.
—¿Señorita Alcázar? —insistió—. ¿Sigue allí?
—Sí —contesté frunciendo el ceño y apretando los labios.
—Veo que no es muy hospitalaria. ¿No piensa abrir la puerta?
—No es correcto señor, usted es mi jefe y le agradezco su interés por mi salud pero le aseguro que estoy mejor, feliz noche, nos veremos mañana.
—¿Cómo? ¿No piensa dejarme aquí afuera verdad? ¿Es una broma?
—Ninguna broma señor, es solamente que vivo sola y no es apropiado que lo reciba.
—¿Apropiado? ¿Pues en qué siglo vive?
Di un leve portazo con mi propia frente apretando los ojos y los labios, se me olvidaba donde estaba.
—Lo siento pero me criaron a la antigua, así que no le puedo abrir.
—Señorita Alcázar ambos somos adultos, por favor, no actúe como una damisela del siglo XV ¿Necesita usted lo que llaman un chaperón?
—Señor Di Gennaro debo informarle que su comentario me ha ofendido, así que como la mujer que soy le pido que se vaya y me deje descansar, ya mañana hablaremos.
—¿Me está corriendo? Si la he ofendido le pido que me abra la puerta para disculparme como es debido entonces, como su jefe que soy le ordeno que me abra la puerta si no quiere tener problemas.
Abrí mi boca ¿Me estaba ordenando? ¡Maldición! Quería darle un escarmiento ¡¿Por qué diablos no podía?! Respiré hondo y arreglándome más la bata y mi cabello suelto seriamente le abrí.
—Así está mejor —sonrió.
Quería fulminarlo con la mirada, estaba jugando y estaba ganando, debía ponerle un alto a esto. Me miró con detenimiento, su mirada bajó hasta mis pies y luego volvió a subir hasta mirar mis ojos, no podía saber lo que pensaba pero recordando las palabras de Damián lo deduje, en verdad quería bofetearlo.
—Debo reconocer que a pesar de su seriedad ese conjunto de seda negra le sienta muy bien —opinó como si me estuviera escaneando—. No me gustan los atuendos hasta los tobillos pero al parecer a usted le queda de maravilla, su piel resalta aún más, me alegra verla en esta faceta y debo decirle que sin lentes se ve preciosa —sonrió levantando una ceja—. Tengo curiosidad, ¿los usa por algún padecimiento o sólo para la lectura?
Tragué lentamente tensando el mentón pero le contesté.
—No padezco de nada, sólo los uso en la oficina.
—Pues ya que no padece de un problema ocular le sugiero que los use lo menos posible, sus ojos son preciosos, el adorno de su cara junto a sus labios, no se prive de lucirlos, su mirada es atrayente.
—¿Está cortejándome? —pregunté seriamente.
—¿Perdón?
—¿Por qué está halagándome?
—¿Puedo pasar para decírselo?
—No.
—¿Cómo? ¿No va a dejar a su jefe afuera? Sería una descortesía.
Patearlo y mandarlo al diablo, eso quería.
—Ya le dije que no puede pasar.
—Pues no acostumbro hablar en los pasillos.
Entró decididamente pasando casi sobre mí, me había dejado con la boca abierta, el osado me desafiaba, odiaba que se sintiera tan victorioso e hiciera todo lo que le diera la gana. Era caprichoso y eso no me gustaba.
—¡Oiga, no puede…!
—Sh… —me calló mientras arrugaba la frente—. ¿Qué es ese olor tan extraño?
—Incienso.
—¿Y para qué? —hacía movimientos con ambas manos para despejar el aire—. Su apartamento huele como a una iglesia católica.
Abrí más mis ojos cuando le escuché decir eso.
—A mí nunca me ha gustado el olor de esas varitas —continuó mostrando su desagrado—. Le sugiero que utilice velas aromáticas con deliciosas fragancias a flores o frutas, o la vainilla que es de mis favoritas pero no esto por favor, esas varitas me provocan náuseas, no me extrañaría que usted siguiera mal del estómago. ¿Está segura que se siente bien?
—Pues a mí me relajan y me ayudan, además las combino con conchas secas de limón y naranja o aceite de lavanda o pétalos de rosas o cualquier otra cosa.
—Pues ni así las acepto.
—Con todo respeto no es usted quien las tiene que aceptar, por favor señor Di Gennaro, tengo sueño, quiero dormir mucho, ¿me hace el favor de dejarme descansar?
Me miró levantando una ceja, tenía que fingir ser una mujer normal y tragarme el orgullo si quería conseguir algo aunque odiara la sumisión.
—Agradezco mucho su visita y preocupación —insistí de la manera más natural y cordial que encontré—. Es admirable que un jefe se preocupe así por una simple empleada que apenas conoce, pero como ve me siento cansada y quiero dormir, ¿por favor me permite descansar señor Di Gennaro? Prometo mañana temprano estar puntual en la empresa.
Me miró sin estar convencido.
—Pasaré por usted a las 07:30 a.m.
—¡¿Qué?! No… no puede.
—Sí puedo, soy el jefe y usted es mi asistente, tenemos un trato laboral.
—Pero en la empresa, fuera de ella no.
—¿Ah no? ¿Y qué trato deberíamos tener fuera de la empresa?
Se acercó a mí y sin saber por qué me estremeció, su cercanía comenzaba a afectarme, retrocedí, este hombre me atontaba.
—¿Insiste en ofenderme? —lo miré seriamente.
Me miró de pies a cabeza de nuevo, se separó.
—Lo siento, creo que yo también estoy cansado, como quiera —se encaminó a la puerta—. Buonanotte signorina, dormi bene, a domani.
Fingió la sonrisa y eso no me gustó, no volvió su vista hacia mí, caminó decididamente hasta perderse en el ascensor.
Sin entender su actitud lo vi hasta que desapareció.
Frustración eso había sido, era obvio que había venido a mi apartamento con un propósito, el mismo del que Damián habló.
Al cerrar la puerta en segundos volvieron a tocarla, exhalé creyendo que era él de nuevo y sin percatarme de nada la abrí, mi expresión de susto no la pude ocultar, James estaba frente a mí y con toda la fuerza me sujetó furioso cerrando la puerta de un solo golpe y lanzándome al sillón, me sometió debajo de él.