Capítulo 34
Francesco llegó temprano por mi equipaje como él lo había dicho, bajó con dos de mis maletas y las metió a la cajuela de la camioneta, él viajaría junto con Giulio en su jet ya que dos de las camionetas de la familia lo esperarían en el aeropuerto de Florencia. Después de observar por la ventana lo que hizo miré mi apartamento y cerciorándome que todo quedara bien y la puerta bien cerrada, sujeté mi bolso y utilizando mis poderes viajé a mi modo a la Toscana.
Como se lo dije a él “Firenze” tiene su propio encanto, pasear por sus calles y monumentos donde una vez estuvieron personajes como Dante, Maquiavelo, Miguel Ángel y Botticelli sin olvidar el poderío de los Médici era algo emocionante para cualquier turista, en mi caso era obvio que recordaba algunas cosas que formaban parte de la historia aunque no podía evitar sentirme melancólica y triste al recordar el deseo de Edmund de vivir allí, una cosa era haber imaginado vivir con él en la ciudad, otra muy distinta fue haberla visitado sola por primera vez, fue algo doloroso para mí. Me detuve en la plaza frente al Palazzo Vecchio, ver lo que lo rodeaba ahora en comparación a lo que fue en el siglo XVI era una experiencia única. Recordé la noche que conocí al llamado primer Gran Duque de Toscana, Cosme I de Médici en 1,545 ofreció una pequeña recepción aunque para esa época sólo era el II Duque de Florencia, la “torre de Arnolfo” que corona al palazzo se veía imponente por la altura y esa noche que la luna brillaba la misma torre apuntaba hacia ella como si la arquitectura y la naturaleza fueran una sola en complicidad, fue una vista única y extraña. Cuando entré a la fiesta el mismo anfitrión se quedó sin habla cuando me vio aparecer en el salón, parecía que era la primera vez que miraba a una mujer o al menos a una como yo aunque el cínico estuviera casado con una mujer muy bonita que ya le había dado varios hijos, en cuenta a una bebé para esa época. ¿No era el colmo del descaro? Tanta fue su impresión que casi no comió esa noche cuando sirvieron el banquete, era obsesivo y también posesivo, su régimen de poder absoluto le cedió el nombre de “tirano” y pobres de aquellos que lo desafiaran y no se sometieran a él. En la estrategia militar sus enemigos sabían a qué atenerse pero en el caso de las mujeres… según él era encantador y utilizaba su físico para valerse de lo que quisiera sólo que conmigo… hasta ese momento supo lo que era que lo manejaran a su antojo. Decía que mi sola mirada lo dominaba y era capaz de hacer lo que fuera, creyó endulzarme el oído y convertirme en la amante a la que podía poner todo su poder a sus pies, tanto me colmó las siguientes semanas que un buen día jugué en su mente e hice que me olvidara, jamás volvió a recordarme ni él ni todos los demás que estaban en la fiesta. Cuando quería me valía de mi astucia y tenía mis estrategias para librarme de ciertas molestias y sin duda el poder de la mente era lo que más apreciaba. Dejando el palazzo y los recuerdos caminé por la “Piazzale degli Uffizi” en dirección a la galería desde donde la torre de Arnolfo ofrece una de las mejores vistas a distancia, pero antes de llegar a la entrada del edificio de la galería ver a Ángel me desconcertó, me miró y con una media sonrisa me invitó a seguirlo, lo hice porque sabía que algo quería así que apresurando el paso salí de la galería cruzando las columnas hacia la calle al río Arno. Lo alcancé en la esquina del museo Galileo, en la via dei Castellani, lo miré de pie al lado de una pequeña niña que estaba sentada en el suelo, me desconcerté más, la nena era indigente y tendría algunos cuatro o cinco añitos por mucho, estaba sucia y algo mal oliente pero se notaba que era muy bonita, su tono castaño claro notaba rizos en su cabello sucio y enredado, el tono de su piel no lo tenía claro debido a que parecía tener muchos días sin bañarse. La niña estaba acurrucada esperando que alguien de todos los indiferentes que pasaban, le ofreciera alguna moneda para poder comer.
—¿Ángel? —le pregunté sin entender.
Él sólo se limitó a mostrarme a la niña con la mirada, invitándome a que yo iniciara una conversación con ella. Cuando dije “Ángel” ella levantó la carita y sus tristes y tiernos ojitos me miraron a penas, parecía estar débil.
—Mi chiamo Caterina[25] —me dijo con tierna y tímida vocecita extendiéndome su manito.
—Cari bambina, il mio nome é Eloísa. E la tua mamma?[26] —me incliné y le sujeté la mano.
La niña negó cuando le pregunté por la mamá, llevé mis manos a su cabecita y comencé a entrar en ella, la niña estaba sola en el mundo, la madre enferma hacía poco menos de un mes había muerto dejando sola a la pequeña al cuidado de una mujer tan desgraciada que mandaba a la niña a la calle a pedir, para así al menos cobrarse el bocado de pan y el tenerla bajo su techo aunque durmiera en el suelo. Me enfurecí y me puse de pie mirando a mi alrededor para ver si estaba cerca, una desalmada así la podía vigilar pero lo que iba a ganarse era una denuncia de mi parte, cerré los ojos y me concentré, no estaba cerca pero sabía dónde encontrarla, estaba en el Ponte Vecchio chismeando con otras mujeres. Abrí los ojos y viendo una cafetería cerca corrí a comprar algo para la nena, luego regresé y le di de comer, con las toallas húmedas desinfectantes que andaba en mi bolso le limpié las manos, los brazos y la cara, la niña comió con mucha hambre.
—Ángel ¿no hay instituciones que ayuden a niños como ella?
—Los hay pero eso no cambia las cosas, además como ya pudiste ver la mujer que la tiene no la cede por explotarla aunque sea huérfana, no habiendo documentos de por medio difícilmente se puede actuar, además ningún orfanato le garantiza nada. Los niños difícilmente son adoptados si no simpatizan con quien los quiera adoptar, sabes que en un lugar así ella crecerá con las misma carencias, tal vez un poco mejor que su condición de ahora obviamente pero nada que le devuelva la alegría o le garantice algo.
Sentí un golpe a mi corazón, Ángel tenía razón, durante siglos he visto lo que son los orfanatos y aunque en algunos casos muy extremos ayudé a mi manera, eso no es suficiente para que los niños tengan el amor, la protección y el cariño que sólo una familia les puede dar.
—Io non sono italiana —continué hablando con la nena—. Io vivo in Spagna. Voi mi aspettare qui?[27]
Asintió comiendo de prisa cuando le pedí que me esperara.
—Tranquila —susurré acariciando su carita.
Me encaminé hacia el puente para encontrar a esa mujer.
—¿Qué pretendes Eloísa? —me preguntó Ángel por fin.
—Para qué lo preguntas si lo sabes, me llevaste a la niña por una razón, ¿o no?
—¿Y crees hacer lo correcto?
—Al menos lo intentaré, eso quieres, ¿no?
—¿Y desde cuando me obedeces? —sonrió.
—Desgraciadamente hay una primera vez para todo —levanté una ceja—. ¿Te puedes quedar con la niña? Te necesita más que yo.
Se detuvo y sonrió mientras yo hacía de las mías para atemorizar a la mujer.
Al momento volví con la niña, él estaba a su lado.
—Veo que se comió todo —murmuré.
—Estaba muy hambrienta, sólo medio comía un tiempo de comida —me dijo él tocándole la cabeza—. Pero creo que eso va a cambiar.
—Por supuesto que va a cambiar —lo secundé.
—Puedes hablarle en español, ella va a entenderte y contestarte.
No debía extrañarme de él, para eso en parte le tocó la cabeza.
—Caterina, yo estoy en un viaje de trabajo —me incliné a ella otra vez—. Pero ya esa mujer no va a ponerte una mano encima nunca más, no volverás a ella, ¿quieres irte conmigo?
La niña sonrió y asintió, la tomé de la manito y la levanté, caminamos de regreso por la misma calle frente al río hasta encontrar un hotel que estaba cerca.
—¿Sabes a qué iremos al hotel? —le pregunté, ella negó—. Vamos a que te bañes y te cambies porque estoy esperando a mi jefe y no quiero que te vea así, vamos a una villa de gente muy fina en las afueras de la ciudad y tienes que verte bien.
—¿Vas a ser mi mamá? —preguntó en su timidez.
Lo pensé por un momento mientras Ángel sonreía triunfante.
—¿Él te llevó a mí para que fueras mi mamá? —insistió.
—¿Él? ¿A quién te refieres? —le pregunté con asombro deteniéndome.
—Al hombre de blanco que está a nuestro lado, tú hablas con él y lo miras, ¿no es así? ¿Él es nuestro ángel?
Me hizo abrir más los ojos y la boca. ¿Cómo era eso posible?
—Sí lo soy pequeña —Ángel se inclinó a ella, noté como la niña podía verlo y escucharlo sin problemas—. Soy tu ángel guardián así como una vez también lo fui de Eloísa y lo sigo siendo aunque ella no quiera —sonrió.
—¿Y por qué yo nunca te vi a esa edad? —inquirí con la boca abierta—. ¿A quién hay que sobornar en el cielo para lograr esto eh?
—A nadie, pero creo que algunos tienen más privilegios con nosotros, especialmente ellos que no tienen nada.
—¿Quieres decir que porque yo tuve todo nunca te vi?
—Pero platicabas conmigo, ¿no es eso suficiente?
—Eloísa ¿vas a ser mi mamá? —volvió la niña a preguntar, exhalé ignorando a Ángel por un momento.
—Eso seré si quieres Caterina, ¿tienes un apellido?
—No lo recuerdo.
—Lo tiene pero de nada le sirve —dijo Ángel—. Así que si piensas adoptarla deberás hacer los papeleos correspondientes y más si vas a sacarla de Italia.
—Ya veré luego eso —caminamos de nuevo hacia el hotel—. Por ahora me urge tenerla presentable para cuando llegue Giulio.
—¿Cómo crees que reaccione?
—Dímelo tú que lo sabes todo.
—Prefiero que lo sepas por ti misma —sonrió.
Al entrar al hotel noté como algunas personas nos miraban de manera extraña, era obvio que por la nena así que haciendo alarde de mis poderes antes de que nos negaran la estadía tuve que poseer la mente del chico de la recepción y de los pocos que estaban allí. Pagué una habitación sin dar más explicaciones y nos encerramos con la niña, ahora tenía una tarea por delante, no sólo bañarla sino proveerle de ropa y zapatos que obvio yo no tenía.
Aproveché los accesorios del baño y el agua tibia, desnudé a la nena y junto con sus zapatitos rotos tiré toda la ropa sucia a la basura, cuando me dio la espalda para meterse feliz a la regadera vi las marcas de golpes en su cuerpo, me enfurecí y quise ahorcar a la mujer esa a distancia, deseaba hacerlo y así quitarla definitivamente del camino porque estaba segura que el poco dinero con el que la compré sólo abriría una brecha a un chantaje futuro, pero si lo intentaba si iba a conocerme. Sacudí la cabeza y procedí a bañar a la niña, afortunadamente había jabón líquido, una esponja y shampoo, le quité todo el sucio de su cuerpecito y cabello, la niña se miraba más bonita estando limpia y noté que sus ojos eran claros y su piel algo blanca sólo que estaba bronceada por el ardiente sol en el que estaba. Cuando terminamos la sequé y envolviéndola en el albornoz de adulto que era el que estaba, en mis brazos la llevé a la cama, ahora comenzaba mi truco de magia.
—¿Qué me voy a poner? —me miró curiosa.
—Hmmm… bueno pues… —me acerqué a mi bolso—. Mis maletas las trae mi jefe así que yo tampoco tengo ropa pero… —comencé a hurgar en mi bolso como si jugara con ella, la niña sonrió—. Creo que por aquí debo tener algo que sirva.
Capté su atención, la curiosidad de los niños era indiscutible.
—¡Mira, encontré ropa interior! —me hice la sorprendida, ella sonrió feliz—. ¡Y mira, un vestido también!
Caterina comenzó a brincar en la cama, ver su ropa nueva la llenaba de emoción.
—¿Cómo hiciste eso? —me preguntó asombrada.
—No lo sé, ¿será un milagro de Ángel? —sonreí.
—¿Puede? —la niña se sentó en la cama y acarició su vestido nuevo.
—Es un ángel, ¿por qué no? y mira —me hice la sorprendida otra vez—. ¡También hay un par de zapatos nuevos!
—¡Y son míos! —aplaudió feliz.
Me sentía como cierta nana ficticia que volaba con un paraguas y cargaba un bolso, pues así estaba, sacando cosas que no tenía de mi bolso.
—Que sea nuestro secreto, ¿está bien? —le pedí.
—Está bien.
Procedí a cambiarla y luego a peinarla, le puse de mi crema en su piel que la tenía seca debido a las quemaduras de sol y luego la perfumé. La niña parecía un angelito de verdad y el mismo Ángel sentado en una de las sillas de la habitación sonreía complacido, me había utilizado para hacer una de las suyas.
—Que bonita te ves Caterina, ¿quieres que vayamos de compras? Necesitas más ropa y zapatos.
—¡Sí! —exclamó feliz.
—Pero ahora a lavarse bien los dientes —la llevé al baño otra vez y sacando del botiquín un cepillo de adulto descartable porque no habían infantiles, le ayudé a lavarse bien la boca.
Dejando el hotel ante la vista desconcertada de la gente que ahora no tenía que poseer salimos a hacer las compras. En una tienda netamente infantil le compré todo lo que necesitaba; vestidos, shorts, blusas, jeans, zapatos, tenis, sandalias, todos sus accesorios personales como pijamas, toallas, cepillos, peines, accesorios para su cabello, shampoo, cremas y una loción especial para dormir que le ayudaría con la sequedad que tenía en la piel, también le compré juguetes; juegos de té, peluches, muñecas, crayolas, libros de actividades para colorear y todas las cosas de las que la pequeña había sido privada desde que nació. Terminando las compras en las que también tuve que hacerme de dos maletas para ella, le compré un helado y un donut bañado en chocolate para que comiera más en el taxi en el que íbamos rumbo al aeropuerto, ya tenía que esperarlo a él y tenía que tener preparado mi discurso para contestar sus preguntas.
Media hora más tarde él llegó, sus camionetas ocuparon la entrada del aeropuerto cerrando el paso por esos minutos a los demás vehículos como si de algún mandatario se tratara. Verme lo hizo feliz mientras la gente encargada se ocupaba de nuestro equipaje, pero cuando vio a Caterina que sostenía una muñeca de lana no pudo evitar fruncir el ceño con desconcierto.
—Me alegra que estés esperándome —se acercó a mí.
—Lo prometí y soy puntual.
—Y me alegra mucho, te cuento que en la mañana le mandé a mi madre las fotografías de las casas en Segovia por correo y ya me contestó, está feliz y encantada, tu buen gusto acertó.
—Qué bueno, me alegra también.
—¿Y esta niña? —No pudo evitar la curiosidad, la miró cuando yo la tenía de la mano y ella se escondía muy tímida atrás de mí.
—Es una larga historia, acabo de adoptarla.
—¡¿Qué?! —abrió los ojos asustado—. ¿Cómo dices que acabas de adoptarla?
—Eloísa… —susurró Caterina tirando de mi chaqueta—. ¿Él va a ser mi papá?
—¿Cómo? —Giulio se asustó más.
—No cariño, él es mi jefe y es a su casa que iremos, ¿te vas a portar bien? —le contesté palmeándole la manito.
Asintió mordiéndose los labios.
—Eloísa dime que estás bromeando, ¿de dónde sacaste a esta niña? —insistió él.
—De la indigencia —nos acercamos a las camionetas llevando su equipaje—. Si la hubieras visto como yo la vi… esta chiquita es víctima de la desgracia y a su vez de la indiferencia de la gente, estaba cerca del Uffizi.
—Pero no puedes llevártela así porque sí —me abrió la puerta de la camioneta—. Debe tener familia, vas a meterte en un lío legal, pueden estar buscándola ya, te van a acusar de robar niños.
—No te preocupes, nada de eso, es huérfana, la mujer que la tenía la maltrataba y la obligaba a mendigar, le di dinero y le hice firmar un papel cediéndome a la niña si no quería que la denunciara por el delito que cometía. Se asustó creyéndome alguien que trabajaba para la protección y los derechos de los niños pero aceptó, total, se quitó un peso de encima, no le mostré quien era yo pero si le infundí temor, dudo mucho que intente buscar a la niña.
—¿Y si lo hace?
—Entonces si sabrá quién soy yo —sonreí con maldad.
Exhalando sin remedio me senté llevando a la nena en mis piernas y abrazándola se quedó quieta abrazando ella también a la muñeca, estaba asustada por todo lo que rodeaba a Giulio, él mismo parecía darle temor pero yo le di valor en mis brazos.
—La niña dormirá conmigo —le pedí.
—Como quieras —suspiró dando la orden para avanzar.
—Siento abusar de tu confianza, si a tu familia no le parece me iré con ella a algún hotel cerca.
—No te preocupes, me tomas desprevenido pero no hay problema, además estás obligada a ser mi huésped, no hay ni siquiera una posada en kilómetros.
—Yo me hago responsable por ella.
—¿Y piensas llevarla a España?
—Sí.
—¿Y cómo?
—Necesito que me contactes con algún abogado para poder tener sus documentos en orden.
—No son trámites sencillos.
—Yo los haré sencillos —levanté una ceja.
—Y ya lo creo. ¿Cómo harás con tu trabajo?
—Ya veré, si tengo que pagarle a una niñera medio tiempo lo haré, Caterina irá a la escuela, ya tiene la edad.
—Piensa bien lo que has hecho, creo que te has precipitado.
—No tengo nada que pensar —besé la frente de la niña—. Ella me necesita y aunque no me iré al cielo por esto al menos parte de mi alma encontrará redención en ella.
Él me apretó la mano como si apoyara mi determinación, besó mi dorso.
—¿Sabes qué pienso? —me susurró al oído.
—Desgraciadamente no —me hizo verlo.
—Que me estás haciendo padre antes de tiempo —acarició mi barbilla.
Evité abrir la boca pero si lo miré sorprendida, eso me confirmaba su apoyo en lo que había hecho y su deseo de querer estar conmigo. Sonreí y bajé la cara acariciando la cabecita de Caterina, por alguna razón lo que había hecho estaba transformándome en otra persona y sumado a sus palabras… el cambio sería inevitable.
Salimos por la A11 para tomar la A1 rumbo a la villa de los Di Gennaro entre la región de Florencia y Siena por su carretera principal.
A medida que nos adentrábamos el paisaje era bellísimo y más, cuando dejamos la carretera para tomar un desvío. Esa fina y suave grama de verde vivo entre esmeralda y olivo que cubría las perfectas colinas como si se tratara de una alfombra de terciopelo que descendía por el paisaje hacía de la vista un tapiz maravilloso. A lo lejos y perfectamente alineados los viñedos parecían no tener fin, podía oler la fruta como si las tuviera en mis manos y los mismos parecían unirse a distancia en perfecta sincronía al despejado cielo azul claro, mezclando sus tonos que en los atardeceres se convertía en el más hermoso lienzo de intensos colores y en cuyas nubes se infiltraban haciendo brillar en finos rayos de luz señalando esa privilegiada tierra como si se tratara de hacerle una reverencia a su majestuosidad. Mientras subíamos las colinas los altos cipreses que adornaban el panorama y rodeaban la carretera serpenteante, se alzaban imponentes como si fueran celosos titanes custodiando la propiedad de los Di Gennaro. Durante el trayecto habían varios cortijos a distancia, esa preciosa arquitectura rural típica y de atrayentes techos rojos de la Toscana y cuya naturaleza que escondía en su paisaje verde intenso el encanto de esta tierra era sencillamente fascinante, hasta que dejamos el zigzag y una angosta carretera en línea recta nos mostraba a varios metros más adelante —escondida también entre enormes cipreses— la imponente estructura de piedra y residencia oficial de la familia Di Gennaro. Esta era mi impresión del paisaje de la fértil y bendita Toscana, esto era lo que yo podía describir de esta bella tierra italiana.
—¿Te gusta el paisaje? —me preguntó él al notarme.
—Es precioso, idílico, sereno —le contesté sin dejar de observarlo—. Se respira tanta paz.
—Mira Eloísa —Caterina me señaló un grupo de borregos que bajaban a lo lejos por las colinas, parecían pequeñas motas de algodón.
—Sí mira nena que bonitos se ven.
Giulio sonrió al verlos también.
—Este es el lugar perfecto para trabajar sin sentir el estrés —continuó él—. Es imposible, nuestra casa está diseñada para ahuyentar la tensión, ya verás el estudio, tenemos la tecnología pero más que nada la tranquilidad. Ya conocerás el interior de la casa y parte de la viña personal, nuestras bodegas, parte de las oficinas y plantas de elaboración están en Val d’Orcia que es donde realmente están nuestros viñedos de producción, aunque las oficinas principales estén en Florencia pero por los momentos me saboreo imaginando el guiso de ternera con alcachofas, guisantes, patatas y setas a la mantequilla y especias de mi amada nonna, puedo oler desde aquí su delicioso pan de ajo y oliva, hmmm… estoy hambriento.
Sonreí al verlo, hablaba con tanto entusiasmo que era imposible no contagiarse, lástima que yo no probaría las delicias de la abuela.
—Prométeme que cabalgaremos juntos —me susurró acariciando mi mano.
Volví a verlo cuando dijo eso, los recuerdos me vinieron y bajé la cabeza.
—¿También tienes caballos? —le pregunté.
—Mi abuelo es amante de ellos, en nuestras caballerizas hay ejemplares magníficos.
Suspiré, no me imaginé eso, eran demasiadas similitudes.
—¿Y tu caballo es negro también?
—Sí, se llama Antares.
Asentí sin decir nada más, él entendió.
Cuando llegamos a la enorme residencia los sirvientes ya estaban listos esperándonos y cuando las camionetas se estacionaron dos personas salieron al pórtico a nuestro encuentro, era la familia de él.
—Papá, mamá —dijo él saliendo primero y abrazando a sus padres que cariñosamente le correspondieron igual.
—Tranquila nena —le dije a Caterina—. Yo también estoy asustada porque no conozco a estas personas, pero nos portaremos bien ¿verdad?
Asintió temerosa, era natural en una niña pequeña y sola y que para colmo me acababa de conocer que también estuviera asustada, todo su mundo le dio la vuelta completa. Esperaba que la aceptaran.
—No vayas a travesear nena, no toques nada por favor —insistí—. Éstas personas son muy finas y deben de tener objetos muy caros como adornos que se pueden quebrar, limítate a jugar sólo con tus juguetes y a no tocar nada, ¿sí? Para eso tienes tus libros para pintar, por favor no vayas a rayar las paredes ni los muebles porque se van a molestar y tendremos que irnos.
Volvió a asentir y agradecí que entendiera lo que le decía, con valor salimos de la camioneta también cuando Francesco nos abrió la puerta del otro extremo. Exhalé también y rodeamos la camioneta.
—Papá, mamá —él los acercó a mí para presentarnos mientras Caterina volvía a esconderse detrás de mí—. Ella es Eloísa Alcázar.
—Tu bella y brillante asistente —afirmó el padre de Giulio, ahora entendía los genes, tenían los mismos ojos y mentón, me extendió la mano y yo acepté—. Bienvenida a la Toscana.
—Grazie signore —lo saludé.
—Y vaya que habla como italiana, es maravilloso —insistió.
—¿Así que a ella debo agradecerle las maravillosas fotografías de las casas en Segovia? —la señora me dio un beso en cada mejilla.
—A ella —secundó Giulio—. Por el exquisito gusto de Eloísa podrás escoger la que mejor te parezca sin que entres en indecisiones.
—Y te lo agradezco querida —sonrió.
—Fue un placer.
—Eloísa ellos son mis adorados padres, Piero Di Gennaro y su esposa Christina.
—Mucho gusto —saludé.
—El placer es nuestro —me dijo su padre.
—¡Mio caro bambino! —una señora mayor venía hacia nosotros muy sonriente también junto con otro hombre.
—¡Nonna! —Giulio sonrió de oreja a oreja cuando la vio y corrió a abrazarla.
—Mi niño bello —la señora lo abrazó muy emocionada—. Que feliz me hace verte.
—Y a mí —le besó ambas manos.
—¿Adivina que te tengo preparado?
—Hmmm… ¿será algo rico? —se saboreó.
—Adivina —le acarició la cara.
—¿Mi guiso de ternera?
—Exacto —volvió a abrazarlo.
—Querido hijo que bueno verte —el señor que lo abrazaba era su abuelo.
—Yo también estoy feliz de verlos a todos.
—¿Y ella es tu asistente? —preguntó la señora acercándose a mí.
—Si nonna, ella es Eloísa, mi brazo derecho en España.
—Mucho gusto querida y bienvenida a la Toscana —me besó ambas mejillas y me abrazó—. Eres muy hermosa, vaya joya que se encontró mi nieto.
—Gracias —sonreí ante tantas muestras de cariño.
—Eloísa, ellos son mis queridos abuelos paternos, el gran señor Enrico Di Gennaro, patriarca de la familia y su amada esposa Giulietta.
—Bienvenida Eloísa, siéntete en tu casa, gracias por ser un gran elemento para Giulio, es un placer tenerte como miembro de la empresa en España —dijo el señor dándome un apretón de manos con mucho respeto.
—Gracias por la oportunidad, de verdad gracias a todos, es un placer y enorme prestigio para mí formar parte de la compañía.
—¿Y esta nena? —la nonna la observó y Caterina se escondió más.
—Eloísa… —Giulio me miró y yo me mordí los labios—. Tiene una debilidad por… hacer obras de bien y la niña es su hija adoptiva.
—¿Hija adoptiva? —dijeron los cuatro al mismo tiempo.
—Querida pero… ¿Cómo es que tienes una hija adoptiva? —insistió la abuela.
—Giulio no nos había dicho nada —comentó el padre.
—Es que la acaba de adoptar —se defendió él—. La niña es italiana.
Los señores nos miraron sin poder creer el asunto.
—Es mi hija adoptiva y se llama Caterina —levanté a la niña en mis brazos y escondió su carita en mi cuello—. Yo respondo por ella.
—Bueno, será mejor que entremos a la casa o nos haremos estatuas aquí —opinó Giulietta—. La niña está asustada y con justa razón, vamos, vamos adentro, el jardín trasero nos espera, allá están Donato y Flavius y a la nena le caerá bien un buen trozo de pastel helado de vainilla.
—Y a nosotros una deliciosa copa de vino helado —dijo Giulio muy sonriente llevándome de la cintura hacia el interior de la casa.