Capítulo 39
Amaneció por fin y gracias a Ángel Caterina despertó como si nada. Desayunó en la habitación muy hambrienta y me gustó verla con mucho ánimo.
—¿Segura que no quiere ni un café signorina? —me preguntó Filippa después de asegurarle que la niña ya estaba bien y rogándole porque no le mencionara lo que sucedió en la noche.
—No, nada —le contesté sentada en la cama observando a Caterina comer con gusto sentadita en una mesa y balanceando sus piececitos hacia adelante y hacia atrás porque no alcanzaba ponerlos en el suelo.
—Pero no puede salir con el estómago vacío, le recuerdo que saldrá con los señores hacia Val d’Orcia en un momento.
—Veré si como algo allá —fingí maquillarme frente a la polvera que sostenía en mis manos—. Por los momentos no tengo hambre, rara vez como en la mañana aunque sé que el desayuno es la comida más importante del día.
Cuando Caterina terminó de comer y se lavó los dientes salió de la mano de Filippa cargando un pequeño bolso a su espalda con algunas libretas y lápices porque recibiría lecciones de preescolar con ella esas primeras horas de la mañana, algo que me complació saber. Me despedí de ella con un beso y al verlas salir otra sirvienta entraba.
—Signorina, los señores Di Gennaro la esperan en el estudio —me dijo después de saludar.
—Gracias.
Me puse de pie arreglando mi traje de pantalón negro con cinturón de plata colgante, blusa roja de encajes con mangas a medio brazo y blazer negro también, sujeté mi bolso y la acompañé.
Cuando llegamos tocó la puerta y luego la abrió, entré y la volvió a cerrar. Creí verlos a todos pero para mi sorpresa sólo estaba él, tragué y lo miré, vestía de pantalón gris y camisa celeste, su chaqueta reposaba en el respaldar de un sillón, estaba de espaldas a la puerta y de frente a una enorme ventana dejando que la luz del sol lo bañara.
—Buongiorno —saludé.
Lentamente se giró y me miró, exhaló, no se miraba muy bien, parecía no haber tenido buena noche y para colmo se notaba aún molesto, lo reconocía, le falté como mi superior y tenía razón en no dejar pasar eso.
—Buongiorno —contestó sin dejar de mirarme.
—¿Y los demás señores?
—Ya vendrán.
Asentí como cualquier empleada, no dejaba de mirarme como si esperara algo y lo entendí.
—Perdón por mi falta de respeto —me disculpé—. No debí golpearte y entenderé que esta vez sí aceptes mi renuncia o me despidas.
—Ni mi abuelo ni mi padre me perdonarán si hago eso, ya conoces lo que piensan —contestó acercándose lentamente a mí—. Además reconozco que me merecía la bofetada, se me olvida con quien trato y te ofendí, soy un estúpido como cualquier otro, lo siento.
—Entonces no entiendo tu molestia, si no es por eso ¿por qué es?
—¿Debo decírtelo? —su mirada dura no la entendía.
—¿Se te olvida que no puedo saber lo que piensas? —ataqué.
En ese momento la nonna nos interrumpió porque llegó junto con otro sirviente que le cargaba lo que parecía un cuadro, estaba envuelto en papel así que después de saludarnos y de preguntarme dónde había adquirido mi cinturón que le había encantado le pidió a Giulio que le ayudara a despejar un poco el enorme escritorio de madera oscura.
—¿Qué esto nonna? —inquirió curioso haciendo a un lado su molestia conmigo.
—Es una pintura mi niño —le contestó quitando con cuidado el lazo que sujetaba el papel trazo que lo cubría.
—¿Otra de Ángelo? Por cierto me debe unas que me dijo quería que las tuviera en España, necesito ver mis cálidas colinas toscanas en mi fría oficina.
—No, no es de él, las de mi niño artista son únicas pero esta no tiene nada que ver con él, me acaba de llegar de Inglaterra y la esperaba con ansias.
—¿De Inglaterra? —ahora fui yo la que pregunté con curiosidad.
—Sí querida, seguramente la conozcas, es muy antigua —estaba afanada quitando el papel con cuidado.
La miré asustada.
—Es posible —corrigió Giulio mirándome para que entendiera sus palabras y mirada—. A Eloísa le encanta el arte, como puedes ver es muy culta.
—Por eso digo, se le nota.
Terminó de quitar el papel descubriendo el cuadro, era obvio que si era una reliquia, muy al estilo de la pintura inglesa del siglo XV pero nunca la había visto como para que la asociara con algo o alguien.
—¿Quiénes son? —le preguntó Giulio frunciendo el ceño.
—¿La habías visto Eloísa? —me preguntó ella a mí.
—No señora, la verdad la desconozco, ¿estuvo en algún museo?
—Formó parte de una colección privada, nunca la cedieron a ningún museo por orden de su majestad la reina.
—¿Y quiénes son esas personas? No entiendo —insistió Giulio.
—Es obvio que son desconocidas —le contestó la nonna mirando todo con detenimiento con la ayuda de sus lentes—. Esta familia vivió en el siglo XIV y el cuadro dicen que fue pintado entre 1,366 y 1,367 como pueden ver la campiña inglesa es inconfundible, lo que se ve al fondo era una de las residencias de campo de ellos en Kent. Este hombre que ven fue miembro de la corte del rey Eduardo III de Inglaterra.
Cuando dijo eso reaccioné de golpe y evité respirar de manera acelerada, era la época en la que Ricardo y yo nacimos, mi corazón comenzó a latir con fuerza y lo que sea que la nonna iba a decir sentía que yo no estaba preparada. Giulio me notó y sin dudarlo se acercó a mí y disimuladamente —olvidando su dichoso enojo— me sujetó de la parte baja de mi espalda para demostrarme que estaba conmigo, que todo estaba bien y que me tranquilizara. Intenté complacerlo.
—Sigo sin entender —continuó Giulio tratando de disimular y sin dejar de observarme.
Yo no dejaba de ver el cuadro para encontrar algo que particularmente llamara mi atención pero no había nada, no reconocía nada salvo que tal vez se parecía un poco al paisaje de la casa de campo que mi madre había comprado después pero para esa época estábamos en España, no asociaba a esa gente con alguien que pudiera conocer después.
—Querido mío es natural que para ti sea sólo una pintura más, pero para mí significa mucho y es la prueba de que los genes son realmente poderosos —le acarició la cara para luego darle un beso en la mejilla.
—Pues no entiendo abuela, yo sólo veo niños, adolescentes y otros jóvenes ya mayorcitos en una especie de picnic.
—Este mayor que ves aquí llegaría a ser influyente y algo poderoso en el gobierno de Ricardo —lo señaló.
Mi pecho subía y bajaba cuando dijo eso, definitivamente no estaba lista para volver al pasado, no otra vez. Giulio me pegó a su cuerpo intentando controlarme.
—¿Y quién es? —insistió él.
—Se llamaba Simon.
Abrí los ojos de golpe, era cierto, fue el mentor de un joven Ricardo que aprendía a gobernar como rey.
—¿Y los demás? —Giulio seguía con sus preguntas pero con reservas porque podía entender como yo me sentía.
—Los demás deben ser primos y hermanos, no sé, casi nadie sabe de él, la pintura es muy familiar pero lo que si tengo muy claro es que este bebé que sostiene esta chica en su regazo era sobrino de Simon, no hijo de un hermano sino de otro primo que no aparece en la pintura y que era unos años mayor que él.
—Pues ni tan bebé, yo le calculo unos tres años o más —opinó él.
—Más o menos esa era su edad —sonrió acariciando la pintura.
—¿Y? —insistió, sentía que su paciencia se estaba agotando.
La nonna volvió a sonreír y caminando hacia uno de los estantes del librero cogió una fotografía familiar y luego volvió a nosotros.
—Definitivamente no eres buen observador —lo besó de nuevo dándole a su vez la fotografía, Giulio frunció el ceño.
—Abuela ya no juegues.
—No estoy jugando mi niño, mírate en la foto, este eres tú en los brazos de tu padre cuando tenías tres añitos y ahora mira la pintura, mira con detenimiento ese bebé que sostiene esa chica.
Giulio hizo lo que le dijo la abuela y al momento abrió más los ojos al igual que yo, mi mente comenzó a dar vueltas y la temperatura de mi cuerpo a descender más.
—Es imposible… —susurré.
—Abuela esto es… —su mano tembló.
—Increíble —sonrió Giulietta con más ganas—. Ese bebé y tú son idénticos.
Cuando dijo eso ya no me quedaron dudas y sintiendo que mi respiración se detuvo, mi conciencia también me abandonó. Todo fue oscuridad, no supe nada más, por primera vez el tiempo se detuvo para mí.
La impresión fue demasiada, por un momento vi la luz del sol infiltrándose entre los árboles del bosque, una cálida y suave brisa acariciaba mi piel, el sonido de los pájaros me decía que estaba en una campiña. Podía sentir la suavidad de la grama en la que mi cuerpo reposaba, respiraba aire puro, era la naturaleza y yo, nada más y sentía una extraña paz que no había sentido nunca, pero al momento todo se desvaneció.
—Eloísa, Eloísa —su voz me llamaba, no podía volver en mí.
Moví la cabeza con debilidad pero sin abrir los ojos.
—Edmund… —susurré.
—Eloísa soy yo, Giulio, abre los ojos por favor —acariciaba mi cara.
Gemí sin poder decir nada más, abrí los ojos con lentitud, lo miré, una lágrima me cayó por la mejilla, él la limpió. El olor del alcohol se disipaba.
—Está impresionada, eso es todo, ya volvió en sí —escuché que dijo la abuela—. ¿Quién es Edmund?
—No lo sé pero será mejor que ella descanse un momento —dijo él sujetando mi bolso y levantándome, sosteniéndome en sus brazos—. La llevaré a su habitación.
—¿No quieres que llame al doctor? —insistió Giulietta—. He notado que no come, ¿estará enferma?
—No, estará bien, como dices sólo fue la impresión, yo mismo tampoco me siento bien.
Salió conmigo del despacho cuando la misma Giulietta le abrió la puerta, pero en ese momento su padre y abuelo llegaron.
—¿Qué le pasó a Eloísa? —escuché que Piero preguntó.
—Es sólo un desvanecimiento —contestó Giulio.
—Se desmayó completamente —lo corrigió su abuela.
—¿Pero por qué? —insistió Enrico.
—Fue por la impresión de un cuadro —contestó Giulio avanzando—. No es para menos, yo también casi lo hago, me duele la cabeza.
—¿Cuadro? ¿Qué cuadro? —preguntó Piero.
—Yo les explicaré, pasen al despacho —les dijo Giulietta.
Rápidamente él subió a las habitaciones. Por alguna razón me sentía bien en sus brazos, me sentía querida y protegida, sensación que hacía mucho tiempo no sentía y de esa manera quise descansar por un momento, lo necesitaba, la impresión había sido demasiada.
Llegando me acostó en la cama y reaccionando lo único que hice fue darle la espalda acurrucándome, encogiendo mis piernas y apretando la almohada comencé a llorar para desahogarme y no quería que me mirara así.
—Eloísa no te pongas así —se sentó a mi lado y acarició mi cara y cabello poniendo a un lado mi bolso.
—Es demasiado, demasiado… —susurré.
—Por favor cálmate, no hables sin pensar, recuerda quien eres.
—Edmund, Edmund… —insistí apretando los ojos.
Él exhaló, no estaba seguro de cómo lidiar con eso, no sólo con el recuerdo de él sobre mí sino por lo que nos había sido revelado de la manera que nunca me imaginé.
—Yo… ya no sé qué pensar —murmuró.
—Ese bebé era él, era él ¿por qué jamás supe de esa pintura? ¿Por qué él nunca me lo dijo? —mis lágrimas caían sin que las pudiera detener.
—Seguramente no lo sabía o no le daba importancia.
—¿Cómo es que tu abuela lo supo?
—Porque ese cuadro debió siempre pertenecerle a mi familia —contestó ella misma entrando a la habitación antes de que Giulio se encogiera de hombros. Me giré para verla secándome las lágrimas cuando la escuché.
—¿Cómo? —insistí.
La dulce nonna entraba con una taza de té para mí, suspiró.
—Perdón por entrar así pero te traje este té para que te sientas mejor, el toque de menta de reanimará —contestó acercándose a la cama.
—Abuela ¿qué quieres decir con eso de que el cuadro debía pertenecerle a tu familia? —le preguntó Giulio asustado.
—Así es —me dio la taza de té, me senté y la sujeté, fingí beber—. Mi familia desciende del que fue un miembro de la corte del rey Ricardo II de Inglaterra, no tenemos clara la rama del árbol genealógico pero así son las cosas. Con el tiempo el apellido tomó una variante y al mezclarse con otras familias pues prácticamente desapareció al original, es por eso que es imposible asociarnos aunque todavía gocemos de algunas propiedades en Inglaterra. No te imaginas los trámites que se hicieron para poder conseguir este cuadro, lo vi en un catálogo por casualidad pero inmediatamente me puse en contacto con quienes intentaban subastarlo, le escribí directamente al despacho de la reina y tuve que enviar algunas copias de documentos familiares para comprobar que ese cuadro nos pertenecía y nos lo devolvieran. Han pasado cinco años desde entonces pero mi necedad por fin dio frutos y conseguí el permiso y la autorización de su majestad para que el cuadro estuviera donde tenía que estar.
Giulio la miraba con la boca abierta y yo también.
—No sólo me obsesioné con el cuadro por ser de mi familia —continuó con su dulce sonrisa—. Sino también porque desde que lo observé con detenimiento mi corazón casi colapsa cuando miré a ese bebé porque era idéntico a ti a la misma edad y hasta eso tuve que comprobarle a la reina quien afortunadamente no lo creyó casualidad. Enrico llegó a creer que mi obsesión por el cuadro me llevaría a tener problemas con la monarquía aun siendo yo ciudadana inglesa y había perdido las esperanzas pero yo no desistí y ahora que está aquí no volverá a salir para ser subastado. El cuadro me pertenece, siento que en ese bebé estás tú o él está en ti, no lo sé pero me complace saber que no son ideas mías —le acarició la cara—. Porque yo desciendo de ellos, por eso es el enorme parecido.
Amenacé con derramar el té y ella al ver que temblaba se apresuró a quitarme la taza de las manos. Me llevé la servilleta a la boca, necesitaba asimilar todo, necesitaba desahogarme, necesitaba pensar con claridad pero no quería que ella sospechara de mí.
—Querida ¿Qué te pasa? —me notó, puso la taza a un lado de la mesa de noche.
—Nada, nada —le contesté evitando que la voz se me quebrara—. Estoy muy impresionada es todo, ya lo dijo usted, hay cosas realmente increíbles que superan la ficción y esto es una prueba de ello.
—¿Ya miró Ángelo el cuadro? —preguntó Giulio para disimular y evitar que su abuela indagara en mi sentir.
—No, creo que salió con su novia a montar, nunca lo había visto tan entusiasmado y dijo que deseaba disfrutar la mañana recorriendo las tierras toscanas y a su vez mostrárselas a ella, la chica iba realmente feliz también.
—Bueno pues hay que esperar a que lo vea, él siendo experto te dirá más sobre la pintura.
—En parte él me ayudó a recuperarlo utilizando sus influencias pero no sabe el porqué de mi necedad, lo vio sólo en imágenes y está seguro de que se trata de una valiosa antigüedad y como dices, ya viéndolo más detalladamente sus conocimientos me dirán lo que quiero saber porque si le inquieta estudiar con detenimiento la pintura.
—¿Le dijiste a mi padre y al abuelo sobre lo que pasa con la pintura?
—Por supuesto y hasta Christina lo sabe ya y casi le pasa lo mismo que a Eloísa, por poco y se desmaya. Le ha bajado un fuerte dolor de cabeza y Piero la llevó a su habitación.
—Luego iré a verla.
—Antes del almuerzo se irán a Val d’Orcia, deja que Eloísa descanse un poco —se dirigió a la puerta.
—Si lo haré —asintió.
—Gracias —le dije intentando disimular.
Salió y nos dejó solos. Exhalé y me recliné en la cabecera de la cama.
—Por primera vez también me duele la cabeza —confesé.
—¿Y eso es malo? —me miró asustado.
—Sí, gradualmente estoy dejando de ser quien soy y mi humanidad comienza a manifestarse.
—¿Y por eso el desmayo?
—También.
—Eloísa tengo miedo por ti —me sujetó una mano, lo miré.
—Pasará lo que tenga que pasar —suspiré—. Al menos ya tengo la respuesta que necesitaba, sabía que tu parecido con él no podía ser casualidad, era imposible si son como dos gotas de agua.
—¿Y será por eso lo de mis extraños sueños?
—Seguramente, estás relacionado con él, están ligados por sangre, no sé cómo ni sé si es posible pero lo que pasa no se puede negar porque esto no es ninguna reencarnación, de ser así Edmund estaría en ti completamente pero no es así. Esto es algo genético.
—¿Cómo vamos a manejar esto? Yo… para mí no es fácil y creo que me entiendes.
—Si te entiendo y será mejor que… yo olvide todo esto y me aleje de ti, esto para mí ha sido demasiado.
—¿Qué? —me miró sin poder creerme.
—Es lo mejor.
—No, no te atrevas a desaparecer, Eloísa no te atrevas a dejarme —suplicó apretando mi mano—. ¿Quieres irte sólo porque no soportas que él y yo seamos idénticos?
—Ahora soy yo la que te pide que me entiendas.
—No, no me pidas eso —se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro ofuscado—. No busques excusas, ni yo mismo tengo claro lo que acaba de pasar pero de una cosa estoy seguro y es que no voy a perderte bajo ninguna circunstancia. No sé cómo le voy a hacer y sé que no podré con su recuerdo sobre ti, sería egoísta pero para mi desgracia lo soy —se acercó a mí colocando sus brazos a cada lado de mis costados, su boca casi besaba la mía—. Soy muy egoísta y no soporto tener que compartirte, ese era el motivo de mi enojo cuando nos encontramos en el despacho.
—No entiendo.
Se apartó y exhaló sujetándose el cabello, se tranquilizó y continuó mientras se acercaba a la ventana.
—Anoche… cuando te vi aparecer por el jardín no sólo imaginé que venías de algún paseo con Donato sino también de verte con el… licántropo que mencionas.
Abrí más los ojos cuando dijo eso.
—Celos, son celos y lo reconozco, el problema es que también… —volvió a exhalar y bajó la cabeza sin querer mirarme—. También tengo celos de él, no puedo negarlo, perdóname pero me enfurece saber que su sombra sobre ti nunca desaparecerá. No puedo competir contra él Eloísa, él fue un buen hombre y yo… en ese aspecto no me parezco a él.
Me dolió escucharle decir eso pero debía reconocerlo y tenía razón, el físico no era suficiente y en lo demás no eran tan parecidos. Al menos el carácter de ambos era diferente.
—Después que me dejaste anoche no tienes idea del tormento que fue imaginarte con Donato o con el lobo —continuó.
—Edmund nunca me hubiese ofendido de esa manera —me molesté.
Golpeó una mesa dándole un puñetazo cuando dije eso.
—¡Lo sé maldita sea! ¡Lo sé! —Intentó tranquilizarse después de levantar la voz—. Eloísa lamento lastimarte pero soy tan estúpido que no sé cómo actuar ante esto, me gustas y lo sabes, yo no puedo ocultarlo pero no estoy preparado para… compartir tus sentimientos y esperar que sean completamente míos.
Estaba decepcionada pero no quería decírselo, en su estado sería peor.
—No pude verme con tu primo porque no estaba —le dije con cinismo.
—Lo sé, después supe que se había ido a dejar a Antonella a Florencia.
Tampoco era conveniente que supiera el desliz de su ex y su primo aunque deseaba saber su reacción al respecto y si era capaz de sentir celos por ella. Me molesté más y peor recordando como la zorra esa me fastidió con su presencia un momento, asunto que no iba a hablarlo.
—Pero si me vi con James —ataqué sin rodeos.
Se giró para verme cuando me escuchó. Me miró fijamente.
—¿Cómo? —preguntó caminando hacia mí.
—Es una lástima no saber lo que piensas —lo miré también con decepción—. Pero no es difícil adivinarlo.
Me senté en la cama, ya me sentía mejor.
—No, Eloísa, yo… —intentó sujetarme.
—Será mejor que no me toques —lo amenacé, sentía que mis fuerzas volvían.
Afortunadamente tocaron la puerta.
—Perdón signore —le dijo la sirvienta cuando entró—. Pero los señores lo esperan para irse a Val d’Orcia.
Asentí al ver que él no reaccionaba y sujetando mi bolso y arreglándome la ropa y el cabello caminé junto con la sirvienta.
—Eloísa no te sientas en el deber de ir, descansa si quieres… —me siguió.
—Estoy perfectamente —lo interrumpí decisiva y sin mirarlo.
Me disculpé con los señores por lo sucedido aunque me justificaron siendo una extraña, Giulietta se encontró con nosotros en el salón para decirme que después del almuerzo llegaría el pediatra que revisaría a Caterina, pero que no me preocupara por eso ya que ella estaría pendiente de la niña lo cual le agradecí. Salimos al pórtico y abordando las camionetas nos fuimos, era mejor mantener mi mente ocupada aunque tuviera que soportar su presencia.
Para colmo los señores iban en la camioneta delantera mientras que nosotros —él y yo— íbamos en la siguiente. Viajábamos en silencio, en un incómodo silencio muy molesto para ambos, él debía aprender a controlar sus arranques y yo ya no podía seguir engañándome, él y Edmund eran totalmente diferentes y debía tomar una decisión por muy dolorosa que fuera. Este juego nos lastimaba a ambos y no era justo, ni para él ni para mí.
—Uno de nuestros abogados vendrá mañana a la villa —rompió el hielo primero mirando el paisaje por la ventana—. Lo contacté y como favor personal llevará el caso de cambio de nombre e identidad de la niña.
—¿Cómo? —me hizo verlo cuando dijo eso.
—Él va a agilizar todos los trámites y tendrá listo los documentos a la brevedad —continuó—. ¿Ya pensaste en el nombre que quieres darle?
—¿Te lo pidieron tu abuela y tu madre?
—Me comentaron algo, lo que hablaron contigo es la verdad y es una buena sugerencia, es una manera de proteger a la niña y a ti misma, seguramente no sea suficiente eso sino también otras cosas como por ejemplo cortarle el pelo y pintárselo porque podrían reconocerla al menos en Florencia.
—No creo que un tinte sea permitido a una niña de su edad.
—Pues sólo un estilista lo dirá, según mi madre hay unos tintes naturales que podrían servir, el caso es que hay que cambiar también su apariencia y no permitir que nadie la reconozca.
—¿Por qué lo haces?
—Ya te lo dije, por ella y por ti.
Lo miré sin saber qué pensar.
—Fue precisamente por ella que me vi con James —le dije girando mi cara hacia la ventana, esta vez fue él quien me miró.
—¿Por ella? —preguntó.
Asentí suspirando.
—Luego que saliste de la reunión… Filippa corrió a buscarme para decirme que la niña se había asustado, que estaba muy mal y que había corrido del salón de televisión a la habitación. Cuando entré a buscarla estaba metida debajo de la cama muy asustada.
—¿Qué le pasó?
Miré al chofer y bajé la voz.
—Miró a James en su forma animal.
—¿Cómo? —abrió más los ojos asustado.
—Cuando me dijo que había visto un enorme perro por la ventana no me quedó duda pero no fue él quien la asustó realmente sino otra cosa.
—¿El qué?
—Un servidor de Damián —lo miré.
Tragó cuando dije eso.
—¿Qué fue lo que vio exactamente?
—Un ser espantoso, como realmente son.
—¿Cómo es posible que la niña haya visto eso? ¿Cómo se le apareció a ella y en ese aspecto?
—Porque me están provocando a mí, por eso busqué a James, por ella confirmé que él me había seguido a la Toscana, se dejó ver por Caterina como lobo pero a su vez la niña miró otra cosa, tuve que decírselo para que mantenga su distancia pero nuestra plática fue provechosa porque me ayudará a cuidarla también.
Giulio tensó la mandíbula, eran evidentes sus celos.
—¿Debo compartir todo con ese… ser? —inquirió—. ¿Ahora con la excusa de la niña debo soportarlo también?
—No lo conoces —levanté una ceja.
—¿Y debo asustarme?
—He intentado ganar tiempo y protegerte, en un abrir y cerrar de ojos él puede acabar con tu vida, su naturaleza es salvaje, recuerda lo que es, es mejor tenerlo de aliado.
Exhaló y volvió su vista a la ventana otra vez.
—No creo poder con todo esto.
—Es por eso que es mejor poner un alto…
—¡No! —exclamó interrumpiéndome—. No voy a terminar lo que ni siquiera ha empezado.
—¿Y qué es lo que no ha empezado?
—Nuestra historia —contestó con firmeza, me miró, tragué evitando abrir la boca.
Me quedé sin argumento, no sabía qué más agregar ante su necedad.
—Ayúdame —suplicó con una evidente tristeza.
Le sujeté su mano y le acaricié el dorso con mi pulgar, cerró los ojos suspirando y se tranquilizó reclinando su cabeza en el respaldar del asiento.
No dijimos nada más hasta llegar a Val d’Orcia.