Capítulo 10

 

 

No podía creer lo que había hecho, él me obligó a comer, no se tragó el cuento de que me dolía la cabeza y que por eso no tenía hambre, me dijo que porque tenía hambre era que me dolía la cabeza. No sé cómo pude hacerlo, sólo pedí un sándwich que acompañaba con papas ¡y no sé cómo diablos me lo comí! Llegando a la empresa no soporté más y me encerré en el baño, ¡vomité! Por primera vez en siglos me sentí humana con todo y sus achaques, no entendía ni me entendía sólo tenía la necesidad de sacar todo eso de mi cuerpo y lo hice pero me sentí mal, con mareos, cansada, débil. ¡¿Qué diablos me estaba pasando?! Hasta que Ángel me miró en el baño tratando de reponerme.

—¿Quieres saber qué te pasa? —me preguntó.

Yo no tenía ánimos de nada pero si necesitaba una respuesta.

—Eso exactamente —continuó—. Tus sentimientos por el italiano te están haciendo humana de nuevo. ¿Sabes lo que significa?

—Problemas —susurré.

—Que tu tiempo se agota.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo que mi tiempo se agota? —pregunté sintiendo que me faltaba el aire, algo me asfixiaba.

—Tu terquedad Eloísa, la determinación que te has impuesto aparentando ser humana te está haciendo esto. ¿Sabes lo que significa?

—La muerte —susurré.

—Exacto, creíste que no sería posible pero sí lo es, la inmortalidad que el demonio te ofreció comienza a dejarte, los oscuros poderes con los que te invistió comienzan a debilitarse y por ende tu inmortalidad también, todo lo que eres dejará de existir, tú misma estás sentenciada, todos estos siglos no te sirvieron de nada.

—Edmund… —susurré con dolor.

—Tu obsesión por él es tu sentencia.

—Eres como una vampira querida —dijo Damián que aparecía de nuevo, evité poner los ojos en blanco—. Los vampiros necesitan sangre para vivir al igual que tú, si no haces tus maldades acostumbradas te debilitarás, si no te alimentas de ese odio que has mantenido y que te ha mantenido bella y soberbia a lo largo de todos estos años… yo no respondo por lo que pase, igual yo no pierdo, tú eres mía de cualquier manera —sonrió con cinismo.

Exhalé, estaba harta.

—Así que te aconsejo que vayas a apartando de tu mente sentimientos absurdos con respecto a este hombre —insistió muy tranquilamente a la vez que jugaba con su bastón—. Te doy la primicia de que tiene novia y es muy posible que fijen fecha de boda.

Abrí mis ojos y tragué, ¿novia? ¿Pero cómo?

—Una muestra de tu debilidad querida, ya no puedes ver más allá de tus narices —continuó con burla—. No te centres en lo que él es, es un hombre común y corriente como todos, le gustan los lujos y las comodidades, las mujeres y la buena vida al igual que el sexo sin compromisos, también puedo decirte que tiene una naturaleza infiel, ¿no te has dado cuenta? Puedo decirte que es muy ardiente en cuanto al tema sexual se refiere y muy insaciable, la afortunada que lo ha gozado hasta ahora como ha querido es una preciosa modelo milanesa, de esas morenazas bronceadas, rubia y con todo muy bien distribuido, pero eso no debe importarte, lo único que te digo es que no es igual a tu Edmund, ¿entiendes? No se parece en nada a tu amor, que no te engañe su apariencia, él es... muy, muy diferente.

—Deja de provocarme —le dije reponiéndome e incorporándome como si nada hubiera tenido—. Sabes que no permito que nada me estorbe y si tengo que quitar de mi camino a la oxigenada esa lo voy a hacer, eso no va a detener mis planes.

—Te dije que era rubia pero no teñida. ¿Cómo lo sabes?

Lo miré seriamente.

—Ah… ves… —sonrió haciendo un movimiento con su índice—. Ya comienzas a ser la misma de antes, sólo necesitas un poco de impulso, agradécemelo —sonrió de nuevo—. Sólo te aconsejo que si… piensas hacer algo… lo hagas de la manera sutil que te ha caracterizado como también te aconsejo que no caigas como tonta en las redes de ese hombre, ¿has notado como te mira? Te desea, puedo asegurártelo, le gustaría probarte, se excita mucho al pensarlo, es una lástima que no puedas leer su mente, es tan…

—Basta —lo interrumpió Ángel—. Sé lo que buscas, quieres que la sangre inocente siga derramándose, eso te fortalece más a ti también y te hace ejercer un fuerte dominio sobre todo.

—Por algo el mundo me pertenece —sonrió—. Desgraciadamente aunque me llamen “el príncipe de este siglo” no siento que tengo el título, los demás como tú y tu Dios me fastidian la existencia, pelear todo el tiempo contra ustedes me tiene harto, ya no sé a qué acuerdo llegar con ustedes para que me den el título como debe ser. Deberé hacer algo entre tanto adepto, se proliferan como insectos aunque algunos fingen muy bien ser religiosos sirviéndome mejor a mí y volviendo a ti Eloísa… —me miró seriamente—. Puedo asegurarte que ese tipo sólo quiere jugar con su asistente, serás otra entre tantas que ha tenido, vuelve a ser lo que has sido hasta ahora porque luego tú misma podrás acabar con él por herirte como lo puede hacer, es una advertencia, te repito que yo no pierdo nada.

Diciendo esto desapareció.

—Eloísa… —Ángel quiso continuar.

—Déjame en paz —salí furiosa del baño.

Al llegar a mi escritorio me senté muy molesta, deseaba lanzar todo, deseaba hacer mis maldades como era mi costumbre, deseaba rejuvenecer y volver a sentir el poder fluyendo en mí, odiaba admitir que Damián tenía razón, si el italiano jugaba conmigo yo misma me encargaría de él sin contemplaciones, necesitaba irme, necesitaba encerrarme para pensar, necesitaba hacer mi meditación y conocer a la oxigenada que tenía atravesada, quitarla de mi camino no sería problema, afortunadamente los accidentes ocurren a diario pero también necesitaba saber quién diablos era este hombre en realidad para tratarlo como se merecía. Odiaba reconocer lo que era verdad, estaba furiosa, celosa por algo estúpido que me debilitaba,  mi mala decisión iba a acabar con mi inmortalidad y no podía permitirlo, ya no estaba segura de que él valiera tanto la pena, podía sentir que lo de la infidelidad era cierto.

—¿Te sientes mal Eloísa? —me preguntó Dayana.

—No, no —reaccioné fingiéndome humana—. Bueno creo que sí… —me llevé una mano a la cabeza.

—¿Te duele la cabeza?

—Sí.

—¿Quieres una pastilla?

—No, la verdad no creo que me ayude, sin querer… vomité en el baño, creo que la comida me cayó mal, me duele también el estómago y siento náuseas.

—Deberías ir al médico, ¿quieres decirle al señor que te vas?

—No, no, no creo que le haga gracia.

—Sé que entenderá, eres como su mano derecha ahora, debe cuidarte, ve a decirle que no te sientes bien y que te vas, ya mañana será otro día.

Tragué y evité hacer una mueca, la verdad era que si quería irme, estar cerca de todo lo humano me estaba enfermando de verdad. Me levanté y decididamente caminé a su oficina, toqué la puerta.

—Adelante —dijo, respiré hondo y entré.

—Disculpe señor Di Gennaro, yo venía a… decirle que no me siento bien y… me gustaría irme a mi apartamento.

—¿Qué le pasa? —soltó unos papeles y se quitó sus lentes.

Sus ojos, sus ojos… esa mirada, sacudí la cabeza para que no me afectara su expresión, bajé la mía, no podía verlo.

—Creo que la comida me cayó mal, me duele la cabeza y el estómago, me siento mareada.

—Cerca de recursos humanos hay una enfermería, ¿le gustaría ir?

—No, no, debe ser una indigestión o algo por el estilo, sólo necesito acostarme y reposar el malestar, le prometo estar aquí mañana puntual.

—¿Cree que lo que comió le cayó mal? No entiendo si sólo fue un sándwich, bueno, hasta ahora no me doy cuenta si los mariscos que se comió el japonés le han hecho daño.

—Sé que fue la comida pero no sé a qué se debió, le prometo tomarme algo y descansar lo que resta del día, ya mañana estaré mejor.

—Siendo así está bien —exhaló—. Pero al menos permítame decirle a mi chofer que la lleve.

—No, no se moleste, tomaré un taxi.

—Nada de taxis —frunció el ceño—. Mi chofer la llevará de forma más segura.

Y sin dejar que siguiera hablando marcó su móvil y habló.

—Francesco ten lista la camioneta, la quiero en cinco minutos en la entrada del edificio.

Cortó la llamada ante mi asombro, sólo ordenaba sin saludar y sin despedirse, su actitud de “dueño del mundo” no me gustaba, apreté los labios.

—Puede ir bajando si gusta —salió de su escritorio para encontrarse conmigo—. Cualquier cosa que quiera puede pedirla a Francesco, él está capacitado para hacerlas cumplir.

—Gracias pero sólo quiero llegar a mi apartamento y descansar.

Me miró y sin saber cómo lo miré también, deseaba con todas mis fuerzas que fuera Edmund pero no lo era, no debía engañarme.

—Hasta mañana señor Di Gennaro —me despedí seriamente retrocediendo a la puerta—. Gracias por la atención y por el permiso y también gracias por… preocuparse y prestarme a su… chofer.

—Es un placer no lo dude, además es una valiosa adquisición y ya lo he constatado, debo cuidarla… es mi deber… velar por mi equipo de trabajo.

Quise leer su mente pero no pude, me odié, asentí de nuevo y humedeciendo mis labios me encaminé a la puerta sin decir nada más, ni siquiera quise darle la mano para despedirme. Salí cerrando la puerta tras de mí sin mirar atrás, lo que necesitaba urgentemente era salir de su presencia que por alguna razón me asfixiaba.