Capítulo 32
Hice que sintiera el más absoluto placer estando conmigo.
—Ya puedes abrirlos —le susurré al oído cuando llegamos.
Levantó la cara y observó todo desconcertado, no lo creía, no me cansé de ver su expresión, ni siquiera podía balbucear, aún estaba en sus brazos.
—¿Así es esto? —preguntó después de un momento sin dejar de mirar a su alrededor.
—Estamos en lo que fue Comwellshire.
—También me refiero a esto de viajar —me miró—. ¿Así es? ¿Así se siente?
—¿Y qué sentiste?
—La ligereza de una pluma, sentí que floté, que algo tibio nos envolvió y que nos hizo elevarnos. No estaba seguro de que se tratara del cuerpo sino del alma pero sintiendo un poco de vértigo veo que si fue el cuerpo, me pesa un poco pero supongo que pasará.
—Claro que pasará, no te preocupes, sólo necesitas unos minutos.
Sonrió y se separó de mí para ver todo bien, estaba extasiado, no eran los paisajes de su Toscana sino un escenario completamente diferente donde el aire medieval aún se respiraba.
—No creí ver en otro lugar el maravilloso verde de las colinas de mi Toscana —suspiró—. Pero este tono oscuro es precioso, nunca me imaginé ver de primera mano la preciosa naturaleza de las tierras escocesas.
—¿Te gusta?
—¿Qué si me gusta? —Se inclinó para tocar la hierba—. Es hermoso, pareciera una alfombra de terciopelo, mira el cielo —levantó la cabeza—. Tan claro y tan azul, mira esas montañas que invitan a explorar y mira ese… —se detuvo cuando se giró, no podía creerlo, se puso de pie lentamente sin dejar de mirar el lugar.
—Es el castillo MacBellow —le hice ver—. Este ha sido mi hogar por más de seiscientos años.
Tragó tensando los labios evitando abrir la boca, estábamos a distancia pero aún con el paso de los años las piedras seguían sosteniéndose. El lugar permanecía en ruinas, no quise restaurarlo para recordar siempre lo que quedó de él pero aun así se veía imponente.
—¿Sigue siendo tuyo?
—Claro.
—¿Quiero decir, ¿no es patrimonio histórico de la ciudad?
—En parte, pero tiene dueña y no tienes idea de cómo he peleado por mantenerlo, me han ofrecido millonarias sumas por él y que lo ceda completamente pero no, jamás lo haría, este es un lugar privado y cerrado al público. A unos cuantos kilómetros hacia la carretera que conduce a la ciudad hay una placa conmemorativa que indica el desvío hacia aquí pero también aclara que el público no tiene acceso a él. Narra un poco sobre la historia y obviamente sobre lo que sucedió y más que nada sobre la leyenda que se cernió sobre él con fuerza, por lo que es considerado uno de los lugares embrujados más emblemáticos y enigmáticos al mismo tiempo no sólo de toda Escocia sino también de todo el Reino Unido.
—Es un monumento entonces.
—Así es, además por la vía de Rosslyn hacía acá justo en su desvío los señores del lugar antes de cumplirse un año de la masacre mandaron a levantar un enorme y precioso monumento de ángeles hecho de piedra que mantienen siempre con flores y en cuya inscripción dice algo parecido por lo que tampoco por aquel lado intentan acercarse.
—Un tributo a los MacBellow.
—Y algo que les agradezco.
—¿Podemos acercarnos al castillo?
—Claro por eso te traje, ¿no?
Sonrió y sujetándome la mano caminamos juntos. Mientras nos acercábamos comenzaba a sentirme extraña, lo vi y sabía perfectamente que no era Edmund quien volvía a caminar por aquí. Estaba con otro hombre, uno que estaba fascinado por lo que miraba y el que me hacía tener sentimientos encontrados, estaba en el mismo escenario pero en otro tiempo y con una persona diferente. Evité que mi tristeza se notara.
Llegamos a la entrada que obvio estaba cerrada, el foso era el mismo y al menos había mandado a levantar de nuevo lo que había sido el puente levadizo.
—Esto es asombroso —suspiró él al ver más de cerca lo que era la fortaleza y la gran muralla que la rodeaba—. Estoy en un verdadero castillo medieval, ¿pero cómo cruzaremos?
—Puede ser de dos maneras; chasqueo mis dedos y el puente levadizo baja para dar paso a que la verja o rastrillo suba o… volvemos a levitar.
—Lo primero —contestó emocionado—. Quiero verte en acción, quiero que me muestres más de tus poderes.
Lo complací, chasqueando mis dedos el puente bajó con lentitud, las enormes cadenas hacían un sonido que podía inspirar miedo. Giulio abrió la boca sin poder creerlo, ni siquiera parpadeaba.
—¿Vamos? —lo invité.
Asintió sin disimular su asombro o miedo, lo llevé de la mano, cruzamos el puente de esa manera, miraba hacia abajo y sabía que el foso le inspiraba miedo también. A mis pasos la verja comenzaba a elevarse como si supiera que su dueña era la que iba a penetrar, eso lo asustó más, podía ver como esas cadenas se movían solas sin problemas. Al entrar todo volvió a cerrarse otra vez, ahora estábamos dentro de la fortaleza.
—Es impresionante —admiró todo—. Nunca había estado en un lugar así.
—En esta parte vivían las personas que servían a los MacBellow —le señalé.
—¿Lo que te pareció una aldea al principio?
—Exacto.
—Pero esto es fascinante —daba vueltas sin dejar de observar todo.
—Más allá está lo que es el castillo, allí vivían los señores.
—¿Me lo muestras?
—Claro.
Seguimos caminando mientras le explicaba cada cosa, me sentía una maestra dándole algún tour a un alumno, él ponía mucha atención a todo, acariciaba la piedra, se detenía a sentir la paja, estaba bastante curioso y al menos agradecía ese interés. Cuando llegamos a lo que realmente era el castillo con un solo movimiento de mi mano la gran puerta de madera se abrió para darnos paso, una vez adentro maravillado observó todo y no se cansaba de alabar lo magníficas que le parecían las torres.
—Las almenas —las miró y se detuvo—. Quiero subir a ellas.
—Hazlo —lo invité—. Por esa puerta puedes subir a estas frontales.
Sin pensarlo corrió, parecía que tenía urgencia por hacerlo y yo sabía por qué. Lo acompañé subiendo a mi manera.
—Este es el lugar —susurró mientras caminaba tocando cada piedra y miraba el paisaje desde esa altura—. Este es el lugar con el que soñé.
—¿Cómo? —mi voz lo asustó, le aparecí de la nada.
—Este lugar, esto mismo que estoy mirando ahora es lo que soñé en Segovia.
Me acerqué a él y extendiendo su mano me pegó a su cuerpo, acarició mi cara y pegó su frente a la mía, cerró los ojos, suspiró.
—Eloísa fue contigo, soñé contigo, tú eras el ángel que veía, era de ti que estaba enamorado —confesó sin titubeos—. Te dije muchas cosas y te llamé Arabella, siento que fueron como brumas, como si fueran recuerdos de una vida pasada pero fue esto mismo, no sé que sea ni que signifique pero te sentí así, tan cerca, así en mis brazos, sentía tus labios sobre los míos, estaba extasiado sintiéndote. Lamento haberte mentido sobre que no recordaba el nombre de la chica pero si lo sabía, jamás iba a olvidarlo era sólo que no podía confesártelo así sabiendo que eras tú misma. Cuando me dijiste que te llamabas Arabella me asusté y supe de golpe que eras la misma mujer, me perturbas, me confundes, pero de algo estoy seguro y es de querer estar contigo sin importarme lo que seas.
—No sé por qué deliraste pero lo supe —le confesé también, abrió los ojos y me miró.
—¿Supiste esto que te estoy diciendo?
Asentí.
—Me llamaste, mencionaste mi nombre en repetidas veces, pude escucharlo, me desconcertaste pero no era una ilusión así que acudí a ti.
—¿Fuiste a mi habitación?
—Me asomé por tu balcón y te vi en la cama delirar.
—Eloísa yo… —bajó la cara apenado—. Mi delirio fue más allá, pude sentirte en mi cama, no sé si fue parte del sueño pero te sentí allí. Sentí tu cuerpo, tus labios, te besé con desesperación y con el deseo de poseerte, luego de eso desperté desorientado sin saber nada más pero estaba solo en la habitación, ¿o no?
—Vuelvo a repetirte que yo nada tuve que ver, nunca he manipulado tu mente, no puedo y fui a verte porque me llamaste. Yo no entiendo que fue todo eso, no tengo explicación.
—Mencioné Edimburgo, me vi vestido de manera extraña, te tuve en mis brazos, ¿crees que Edmund quiera…? ¿Crees que quiera utilizarme para volver a ti?
—No lo sé, nunca me he atrevido a consultar a los muertos ni a intentar invocar su alma, tengo miedo de hacerlo y dejarlo atrapado aquí, no puedo permitir que su alma ande errante y sin paz. No juego de esa manera como tampoco practico la adivinación.
—Estoy asustado Eloísa —me abrazó con fuerza—. Temo que esto me vuelva loco por favor no lo permitas. Necesito seguir siendo yo y no otra persona, necesito seguir siendo el empresario que soy, mi familia me necesita así, soy la cabeza de una de las agencias más importantes y no puedo fallar.
—No te preocupes, tú eres tú y él es él, de eso no me queda duda. De haber estado Edmund dentro de ti hubiese despertado con todo lo que te dije pero no fue así, no recordaste nada, él no está dentro de ti puedes estar tranquilo.
—¿Y eso te decepciona? —volvió a acariciar mi mejilla.
—En parte, no lo niego, cuando te vi la primera vez… creí que podías ser él pero con el trato me fui dando cuenta que no. De haber estado él dentro de ti… me hubieras reconocido en cuanto me miraras pero no fue así.
Me separé de él y caminé acariciando la piedra de las almenas.
—Podría no haberte reconocido pero eso no quita la atracción que ejerciste sobre mí —me siguió—. No puedo explicarlo pero si fue como un leve golpe el que sentí, sabía que no eras una mujer como las demás y no me equivoqué.
—Ya viste lo que soy.
—Eloísa no eres un demonio como lo quieres hacer creer —me sujetó y me pegó a su pecho—. Tuviste un motivo para hacer lo que hiciste pero también sé que dentro de todo lo que has hecho hay algo de bien, ¿o no? ¿Has hecho el bien? ¿Dentro de tu justicia hiciste algo de bien?
—Le regalé un caballo a Agnus, después que todo pasara y me aplacara un poco le di la sorpresa, no personalmente sino a través de un mensaje, el caballo llevaba una pequeña carreta con frutas, legumbres, pan, quesos, leche y carne. Me cercioré que lo recibieran y lo aceptaran, firmé la nota con el nombre que les había dado y al menos sintieron alegría al saber que estaba viva y bien, les hice creer que ese era mi caballo, el que se me había perdido y por fin lo había encontrado.
—¿Ya ves como hiciste el bien y como utilizaste tu poder para hacerlo? Mostraste agradecimiento. En tu corazón no sólo había odio, no hay maldad, te hirieron y te defendiste como mejor te pareció, ¿seguiste haciendo el bien?
—Sí, no podía olvidarme de John —suspiré—. También llegó una carreta a la abadía de igual manera como le llegó a Agnus, la carta iba dirigida a John y firmada por “Bonnie” noté como sus ojos se iluminaron y besando su cruz dio gracias por saberme viva, los demás monjes se asustaron pero él se encargó de persuadirlos. Supongo que esas cosas cuentan como buenas aunque yo no vaya al cielo por eso.
—Claro que cuentan como buenas, Dios debe tomarlas en cuenta.
—La Biblia dice que se es salvo “para hacer” buenas obras no “por hacerlas” él tiene reglas para los que aspiren ir al paraíso y no es un camino fácil.
—Pero mostraste misericordia con estas personas.
—Porque ellos me la mostraron, ellos me enseñaron la bondad en medio de mi dolor y sufrimiento, además pasando el foso —lo señalé—. Tiempo después cuando se creía sobre la leyenda de terror que envolvía el castillo, algunos aldeanos movidos por compasión o lo que fuera traían flores y las dejaban allí, rezaban un rato y luego se iban y al menos eso lo hicieron por algún tiempo hasta que esa generación murió. Se corrió el rumor que elevando plegarias por las almas y dejándoles flores en lo que se supone es “su tumba” o sea todo este lugar, su ira iba a aplacarse y la “prometida sangrienta” o “el ángel de la muerte” como también me llamaban mostraría misericordia. Creyeron firmemente en eso y más cuando los que se acercaban a dejar las flores y a rezar nunca les pasó nada, al contrario, gozaban de alguna especie de protección, decían que mientras se rogara por las almas que perecieron encontrarían la paz y por ende ya no habría más sangre a cobrarse. Ese asunto casi se vuelve religión.
—Todo ser humano necesita creer en algo, al menos en una fuerza capaz de cambiar el mundo.
—Para cambiar el mundo debes empezar por cambiarte a ti mismo —le dije buscando los escalones para bajar—. El cambio lo haces tú, no lo esperes de los demás. Cuando ellos vean que tú los inspiras entonces te seguirán, sólo los valientes y atrevidos hacen el cambio, el destino conspira a favor de ellos.
—Serías buena diciendo discursos sobre superación personal —me siguió.
—Y creo que soy el vivo ejemplo, ¿o no?
—Absolutamente.
Le di un recorrido por todo el castillo, algunas partes estaban restauradas otras no, le mostré mi habitación o mejor dicho la habitación que era de Edmund y que yo tomé porque sería nuestra habitación matrimonial, recordé que todavía tenía el agujero que James le había hecho pero preferí no hablar sobre eso. Le mostré los salones y volví a revivir todo una vez más cuando lo hacía, él se estremecía y decía que me admiraba por soportar vivir en un lugar que me recordaba a cada segundo lo que pasó, era volver a vivir lo sucedido una y otra vez y en eso tenía razón. Le mostré el sótano que estaba muy a varios metros bajo tierra como una cámara acorazada donde guardaba mis reliquias, algunas de mis pinturas a través de los siglos lo asombraron, ver la misma mujer en distintas épocas era una experiencia única y era por eso que debían permanecer ocultas. También había toda clase de antigüedades como si se tratara de un museo, acarició con temor y de manera casi imperceptible la espada de Edmund que reposaba en un almohadón, todavía no se creía dónde estaba y más cuando vio los cofres conteniendo la riqueza que había ido acumulando convirtiéndome en una de las personas más multimillonarias del planeta, tanto, que pensarlo era un infinito dolor de cabeza. Las exageradas cifras no me daban ni frío ni calor, pero a él lo dejó completamente sin habla tratando de calcular el asunto que obvio pasaban a los “billones” convirtiéndome con seguridad en una persona única con semejante e inigualable fortuna. Luego le enseñé lo que fue el patio de armas, las caballerizas, el pozo que estaba seco y la capilla, miró los jardines en los que si me esmeraba porque estuvieran preciosos como la primera vez que los vi y también lo llevé a conocer un lugar que sólo yo conocía y nadie más.
—¿Un monumento simbólico a tus muertos? —suspiró observando la cripta.
—Simbólico solamente aunque si hay algo de uno.
—¿Qué cosa?
—La cabeza de mi suegro.
—¿Qué? —se asustó.
—Después que acabé con el maldito McClyde y recuperé los caballos al siguiente día fui a su castillo como el espectro que era, a él le habían llevado la cabeza de mi suegro como prueba cuando la bajaron de la pica en la que la tenían. Su trofeo envuelto en telas lo había metido en un cofre, era algo macabro así que no voy a darte detalles de cómo lo encontré, allí mismo estaba la espada de él y la de mi Edmund, él las tenía y sintiendo el deseo de ir a despedazar su cuerpo como no lo había hecho me llevé todo. En un cofre mediano de los MacBellow coloqué la cabeza envuelta en seda y así la mantuve hasta saber qué hacer con ella, no tenía nada más así que opté por hacer un monumento simbólico en honor a los muertos, aquí murieron todos y aunque sus cenizas y el polvo de sus huesos el viento se los llevó esta es mi manera de rendirles tributo. El cráneo de mi suegro es lo único que está aquí, en su castillo, en donde debe de estar.
—La placa es muy emotiva —la leyó—. “En memoria de todos los inocentes que perecieron en la masacre del 2 de septiembre de 1,386 contra el castillo MacBellow. Almas llenas de vida, de sueños, de ilusiones y de amor. Por la familia MacBellow señores del castillo, por la familia Allyers, sus invitados y familia política y por todos, tanto guardias, soldados, sirvientes y amigos. Por los que pelearon con valentía y se resistieron con bravura, por su defensa e integridad, por cada hombre, mujer, niño y anciano que con su vida pagó las injusticias y la maldad de los poderosos, descansen en paz, este es su hogar.”
Suspiré bajando la cabeza, eso era lo único que podía decir. Me miró y me abrazó, suspiró en mi cabeza también.
—Dos de Septiembre —repitió con melancolía—. Una terrible fecha que te empaña y que…
—¿Y qué?
—Que es el mismo mes de mi cumpleaños.
—¿Cómo? —lo miré.
—Mi cumpleaños es el diecisiete.
¿Un mismo mes lo perdí y un mismo mes él nació? Era demasiado.
—El cumpleaños de Edmund era el catorce de Agosto, para él era el mejor día de su vida si lo celebraba conmigo cosa que ocurrió cuando los visitábamos durante el verano. Fue durante su cumpleaños que me propuso… entregarme a él, según él fue el mejor regalo que le di. Días después…
Bajé la cabeza suspirando sin poder continuar, fue sólo días después de celebrar su vida que también la perdía.
—Te admiro Eloísa, admiro la fortaleza con la que viviste todo ese horror, recuerdo lo que me has dicho y me parece increíble y espantoso.
—Sigo pensando que debí irme con ellos —mi voz se quebró.
—No, no digas eso —me hizo verlo sosteniendo mi cara—. Viviste por una razón.
—No he tenido vida todos estos siglos, el vacío y la soledad pueden quebrantarte.
—Pero tú eres inquebrantable y lo has demostrado, no sólo por la decisión que tomaste de entregar tu alma ni por los poderes que tienes, la desesperación te orilló más a eso pero yo digo que eres inquebrantable porque aún moribunda tuviste la fuerza para seguir. Sobreviviste a tu modo siendo una mujer frágil, regresaste a este lugar sabiendo lo que ibas a encontrar y no huiste a otro buscando escapar, viviste a tu modo desafiando las leyes, diciendo sí cuando otros te decían que no, seguiste sola, golpeada, herida y esa fortaleza es admirable. Sin importar lo que eres o lo que has hecho para mí eres una gran mujer Eloísa y yo estoy muy orgulloso de ti.
No pude más y lloré, volvió a abrazarme y en sus brazos me desahogué frente a la supuesta tumba de mi gente.
—Y eres la mujer que quiero para mí —añadió en susurros insistiendo con valor.
Mis lágrimas seguían cayendo, no era digna de él.
Cuando me recuperé dejamos el castillo y paseamos un rato por la ciudad. Edimburgo es preciosa, llena de historia e interesantes sitios turísticos y como él tenía mucha hambre quiso comer en un restaurante al aire libre y de todo lo que tenía el menú, aunque no entendiera el gaélico por lo que yo le traduje. No se quedó con las ganas del “Neeps and tatties” como puré y que acompañó con un “Scotch Broth” un guisado de cordero con verduras, yo lo acompañé únicamente con una copa de vino como siempre. Para hacer la digestión seguimos paseando por la ciudad y por uno que otro museo, lo que le faltaba a él era tiempo para quedarse un par de días y obvio algo de ropa aunque ese no era problema ya que podía comprarla, pero no podíamos quedarnos más tiempo aunque estuviera encantado por el modo de viajar.
—Más adelante podremos volver —le dije mientras caminábamos al ver que su entusiasmo no menguaba.
—Sí por favor prométeme que sí, no quiero irme, esta ciudad es hermosa, hay tanto que ver.
—Sin contar con sus sitios embrujados.
—¿De verdad son así?
—Edimburgo es una de las ciudades europeas más hermosas del continente pero también es uno de los lugares más misteriosos y con el mayor movimiento de actividad paranormal que existe. Los amantes del tema pueden hacer fiesta aquí, ya que los fantasmas se niegan rotundamente a dejar la ciudad.
—Y lo creo, a pesar de todo se siente un ambiente extraño.
—Cuando la niebla comienza a cubrir estos callejones cualquier cosa puede pasar, a algunos fantasmas les gusta jugar y más con los turistas, se pueden dejar ver o no, yo los puedo ver y ellos saben quién soy y me temen.
—¿Hay alguno por aquí?
—En aquel callejón se asomó uno —lo señalé—. Nos miró, era un hombre adulto, creo que fue un poeta o escritor no estoy segura, me extrañó verlo aquí ya que donde más permanece es en uno de los cementerios, es allí donde más aparece.
Me miró asustado y nos detuvimos.
—¿Estás jugando verdad?
—No, digo la verdad.
—Eloísa comienza a dolerme el estómago y no precisamente porque la comida me cayera mal.
—¿Quiere otro whisky signore? —sonreí.
—Lo que quiero es que te mantengas muy cerca de mí —me sujetó de la cintura—. Para tener encuentros sobrenaturales no estoy preparado.
—Pero estás conmigo.
—Y eres mi única excepción —acarició mi barbilla, sonreí.
—Esa es la iglesia de St Giles —la señalé para disimular y seguimos caminando por la High Street—. Su estructura actual data también del siglo XIV, cuando la niebla desciende sus picos y cúpula se ven muy lúgubres.
—Al parecer sería muy fácil filmar películas de terror aquí.
—Es parte del encanto de la ciudad, prometo que en otra ocasión iremos al Princes Street Garden, desde allí hay una bonita vista del imponente y famoso castillo de Edimburgo, ese que ves allá o por qué no y visitarlo personalmente, por la Royal Mile podremos llegar y con suerte podremos escuchar el alma en pena de un gaitero que está errante en sus profundidades, es un lugar fascinante aunque tenga su lado macabro como la ejecución en su explanada de muchísimas personas en su mayoría brujas entre los siglos XVI y XVIII. También podemos visitar los antiguos cementerios que lejos de asustar parecen parques con monumentos como el cementerio de Dean que es uno de los más preciosos, hay mucha historia en ellos, también con más tiempo pasearemos por famosas calles de la ciudad como la Rose Street que está pasando la de Princes en donde se reunían los literatos a beber y a compartir impresiones sobre sus letras y en donde se les rinde homenaje a autores escoceses. Edimburgo es una ciudad literaria, ¿lo sabías? Aquí nacieron entre otros personajes como Dorian Gray, Sherlock Holmes, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde y Robinson Crusoe, ¿no es fascinante? También podremos ir al sector que se conoce como Calton Hill desde donde podrás tomar todas las fotografías de la ciudad que quieras sin contar los monumentos que tiene, cementerios y almas en pena de miles que perecieron de diferentes maneras.
—Calles y plazuelas adoquinadas, misteriosos, estrechos y oscuros callejones, edificios muy antiguos, cementerios que parecen parques, castillos embrujados, leyendas de todo tipo, fantasmas en cada esquina y calles destinadas a la lectura… —sonrió deteniéndose en su lista—. Estoy tan entusiasmado por mi guía personal que estoy pensando en quedarme todo el fin de semana.
Me detuve y lo miré.
—Sabes que no puedes.
—No podemos —me corrigió—. Tengo que preparar mi equipaje para la Toscana y tú vienes conmigo —me tocó la punta de la nariz.
—¿Quieres que regresemos ya?
—Me gustaría beberme un café antes, mi equipaje puede esperar un poco más —sonrió.
Lo complací.