Capítulo 31

 

Amaneció.

El resplandor en mi ventana me despertó, la claridad en mi cara me hizo fruncir el ceño, abrí los ojos asustada y me incorporé de un solo golpe. Miré a mi alrededor y estaba sola, acostada en la cama pero sola, estaba con la misma ropa de la noche anterior, me miré, estaba intacta, no había pasado nada más con él, miré el reloj de mi tocador y vi que pasaban de las ocho, me levanté y rápidamente me metí al baño, era viernes y seguramente él estaba en la empresa. Salí después de una ducha rápida y me vestí con el albornoz que tenía a la mano, cepillé mi cabello mojado y me perfumé, me acerqué al closet y saqué un traje habitual, comenzaba a desvestirme cuando un tímido toque en la puerta me detuvo, él entró, me asustó.

—Buongiorno —saludó llevando una taza con café.

Vestía pantalón de manta blanco y una camisa celeste manga larga doblada hasta los antebrazos, usaba pantuflas de cuero y su cabello mojado me indicaba que también se había bañado.

—Buongiorno —contesté sujetándome el albornoz, él me miraba fijamente.

—¿Te asusta verme? —sonrió.

—Estoy desconcertada —contesté.

—¿Recuerdas todo lo de ayer verdad? —insistió.

—Recuerdo que te dije todo acerca de mí y que luego llorando terminé en tus brazos pero nada más —confesé temiendo saber algo que no recordara.

—Te dormiste —bebió un poco de café, el delicioso aroma del amaretto inundó la habitación.

Lo miraba sin parpadear, nunca había vuelto a dormir desde que me volví inmortal, o al menos no tanto ni tan profundo.

—No debí dormir, no podía hacerlo.

—Pues lo hiciste y muy bien, caíste casi inconsciente, poco a poco dejaste de llorar, luego a sollozar y luego de eso caíste en un sueño profundo de paz, verte así me hizo bien.

—¿Te quedaste aquí?

—Así es, junto a ti, me dormí también teniéndote en mis brazos, dormimos juntos en el buen sentido de la palabra, literalmente nos dormimos, tú caíste agotada y yo también.

Bajé la cara, estaba ruborizada si podía notarse el color en mi piel.

—Yo… creí que… estabas en la empresa —le dije cambiando el tema.

—Pienso tomarme el día o quizá el fin de semana completo.

—¿Y para qué?

—Para conocernos mejor —sonrió brindando con la taza de café.

—¿Ah sí? Pues para comenzar… ¿Podrías aclararme cómo es que traes puesta otra ropa y estás bebiendo café?

—Ah… esto, sí —sonrió y se miró—. Bueno tuve que llamar muy temprano a Francesco y le pedí algo de ropa y también el desayuno, por cierto el café tuvo que traérmelo en un termo, ver tu cocina desierta casi me hace llorar con el hambre que tenía porque no quise salir y dejarte, podrías desaparecer y… temí no volver a verte.

Intenté sonreír, seguía en pie lo que deseaba, no había cambiado de opinión.

—No siempre tengo huéspedes, por eso no tengo nada en la cocina —curvé mis labios.

—Al menos tu baño si está bien equipado, huelo a rosas pero creo que puedo superarlo.

Evité reír abiertamente.

—No es necesario que te quedes aquí, puedes ir a tu suite y bañarte con tus fragancias masculinas.

—¿E irme con la incertidumbre de no volver a saber de ti? No quiero perderte de vista.

—Creo que estoy obligada a quedarme, mi jefe no aceptó mi renuncia y si falto a mis labores podría sancionarme de verdad.

Sonrió bebiendo su último trago de café.

—Estoy dispuesto a conocerte Eloísa, quiero que me muestres todo lo que eres, quiero conocerte completamente antes de que partamos a la Toscana —puso la taza en mi tocador.

Lo miré apretando los labios, creí que las cosas no pasarían a más pero él quería más, aún no se conformaba.

—Mi vida o lo que sea que he vivido no es fácil y ya lo sabes —le dije exhalando—. Para colmo…

—¿El bien y el mal están aquí ahora? —buscó en la habitación con la mirada.

—No, no se trata de ellos… todavía, sino de algo o alguien más.

—¿De quién?

—De James.

—¿Y quién es James? —levantó una ceja.

Lo miré dudando en contestar.

—Es un… licántropo —confesé.

Palideció, la tensión en su cara fue evidente y se sentó en el sillón.

—¿Un qué?

—Un licántropo es un…

—Sé lo que es no soy ignorante, pero eso ya supera la fantasía y la realidad, ¿existen de verdad?

Asentí.

—Y siendo maduros tienen una fuerza sobrenatural, son ágiles, con los sentidos muy agudos, también conscientes y se pueden auto-controlar en su apariencia, pueden ser hombre y bestia, con la experiencia se mantienen sin problemas.

—¿Ahora me vas a decir que Drácula también existe?

—No, él no existe si se refiere al personaje de ficción, pero la imaginación de un irlandés no se quedó allí, conocí al príncipe Vlad en persona, me parecía encantador y creo que la historia no lo ha juzgado bien pero…

—¿Conociste al empalador? —abrió los ojos.

—Él no fue el vampiro que todos creen y puedo decirte que aunque en sus retratos no se vea algo… agradable, no tenía exactamente esa apariencia, ningún retrato le hace justicia. No era un hombre guapo lo que se dice guapo pero si era atractivo, tenía ese algo que podía atraer a una mujer, yo admiraba sus estrategias, reconozco que me encantaba su estilo.

—Lo que me faltaba —resopló delatando celos—. A ver, cuéntame sobre sus estrategias de empalamiento, imagino que debió ser emocionante ser huésped en un frío y tenebroso castillo transilvano —no podía evitar el sarcasmo.

—No te burles ni hables en ese tono, el castillo de Poenari no es lo mismo que el castillo de Bran y era en el primero que habitó el príncipe no en el segundo.

—Igual no dejan de ser tenebrosos, no tienes idea de lo fascinante que encuentro tus clases de historia, cuéntame más.

—Te diré las cosas a su debido tiempo y despacio, el príncipe era un buen estratega y no cualquiera come tranquilamente como si nada frente a los cadáveres de sus enemigos, yo nunca hubiese podido hacerlo. Disfruté descuartizarlos y en nada hallé más placer que en matar pero mi estómago siempre se mantuvo delicado en el asunto, la sangre de un enemigo provoca asco gracias al odio que te alimenta.

Me miraba sin parpadear y tragó, se asustó más.

—Tu mente mortal no puede asimilar cuestiones sobrenaturales si quieres saberlas como si se tratara de un informe sobre las plantas de procesamiento —insistí con tranquilidad.

—Pero… ¿Y eso del hombre lobo…? —preguntó asustado.

—Lo es, se les conoce como licántropos y existen, aparentemente es un hombre normal como todos aunque sobresale su tono canela de piel, su altura, su musculosa anatomía y… lo atractivo que es en su forma humana, como bestia es otro asunto.

—¿Y qué son ustedes dos? —preguntó con seriedad.

—Por mi parte sólo amigos, por la de él… me desea como su mujer.

Volvió a tragar pero frunciendo el ceño, su desagrado no lo disimulaba.

—¿Y cómo has lidiado con eso? ¿Cómo se conocieron?

—En un viaje que hice a Norteamérica en 1,854 —me senté en la cama al ver que él no tenía la intención de salir de mi habitación y permitir que me vistiera—. Cuando lo conocí presentí algo, creí que su tribu era normal como las demás pero no, ellos eran diferentes, hombres extraordinarios entre los ordinarios.

—¿Hay más como él?

Asentí.

—Y no sólo en América sino también en Europa, los que llaman “la estirpe de Flandes[24]” son más finos y con clase social descendientes de duques y condes. Son dueños de tierras con bosques y castillos en las montañas europeas donde la niebla, la luna y la oscuridad son sus aliados al momento de cazar. Su raza es muy leal a Damián y le sirven a su manera pero sin mezclarse con la raza vampírica creada por él y de la que son también enemigos, ambas especies se odian.

—¿Raza vampírica? —abrió más los ojos asustado—. ¿No son simples historias?

—Yo también lo dudé hasta que una vez vi uno a mediados del siglo XV, no era el conde de la ficción sino un duque de verdad y no rumano sino húngaro, era inmortal como yo, para esa fecha decía tener más de trescientos años. Se jactaba de alimentarse de sangre humana y matar por placer, decía tener dominio sobre la mente del hombre y aseguraba que su raza estaba sobre la tierra desde hacía mucho tiempo atrás en diferentes formas y civilizaciones y lo seguiría estando por los siglos venideros sin que nada les afectara o los detuviera.

Giulio me escuchaba sin poder creerlo, se notaba asustado y tenía razón.

—Pero… pero… —tartamudeó—. Y eso del ajo, la luz del sol, los crucifijos, ¿no les afecta?

—Han aprendido a sortear eso y a mezclarse entre los humanos con facilidad, puedo asegurarte que eso si es ficción, aunque sean hijos de las tinieblas y la oscuridad su mejor aliada, la luz del sol no los quema ni se vuelven cenizas como algunos piensan. No soportan la luz que es diferente pero con los siglos se han vuelto más fuertes convirtiéndose en una raza muy superior que al menos se pasean los días nublados, es por eso que se pueden mezclar sin problemas entre los humanos.

—¿Y la estaca al corazón para matarlos o la decapitación? ¿De verdad duermen en féretros?

—¿Quieres escribir un libro? —sonreí.

—En estos momentos ya no sé lo que quiero ni lo que siento, es demasiado Eloísa y tienes razón al decirme que lo harás con tiempo y despacio, me cuesta procesar todo, mejor sigue con lo del lobo ese.

—El asentamiento principal de la gente de James es en Montana, a él lo vi por primera vez en Luisiana, él olfateó de inmediato que yo no era una mujer ordinaria y yo supe también que él no era un hombre cualquiera. Desde el primer momento en que nos encontramos y nos miramos, supimos lo que era el otro.

—Y supongo que te sigue.

—Sí, pero no podemos estar juntos, él amenaza con violar un pacto establecido por Damián y acordado por su abuelo y yo he impedido que lo haga.

—¿Y qué es?

—Yo, el ser lo que soy me impide formar parte de lo que ellos son, soy propiedad de Damián, soy el elemento prohibido que no puede mezclarse por ninguna vía con ellos, soy inmortal no híbrida y estoy definida, si James llega a hacerme su mujer por las buenas o por las malas Damián no tendrá piedad con ninguno de los suyos y lo que queda de ellos dejará de existir. Sé que los licántropos quedaron establecidos como su mano izquierda pero si lo traicionan por puro deseo sexual con alguien prohibido y no por el deseo de cazar… Damián no los va a perdonar. Él odia a James por la rebeldía que siempre le muestra, porque no se somete ni le obedece pero mientras se mantenga lejos de mí deberá soportarlo, él dio su palabra y por la gente inocente de la tribu yo debo mantener la distancia con James, si entra en mí y se vacía en mi interior, él será el primero en morir.

—¿Y no le importa?

—No le importa, esto es un tormento para él y por eso odia a Damián con todas sus fuerzas pero no desiste.

En ese momento su teléfono sonó, cuando miró la llamada torció la boca.

—Cuando llamé a Dayana para decirle que no iba ir a la oficina también le dije que no quería ser molestado de ninguna manera —dijo sin dejar de ver su móvil.

Inmediatamente lo supe, la llamada no era casualidad, solté el aire lentamente y apreté la mandíbula.

—Dayana creí que entendió que no deseaba ser molestado…

Se quedó callado al contestarle y noté como su semblante se tensó, me miró sin parpadear y yo lo miré fijamente también, exhaló. Cerró los ojos apretándose el entre cejo con el índice y el pulgar y terminó de escucharla.

—En un momento voy para allá —le dijo y colgó sin más, volvió a exhalar reclinándose en el sillón.

—Supongo que lo sabes —me dijo agitando su teléfono.

—Atiéndela —sugerí.

—Quizá sea lo mejor, quizá sea el momento para…

Titubeaba y eso no me gustaba, ese “quizá” no me decía nada o tal vez sí, dudaba y no quería decepcionarme.

—No la hagas esperar —evité mostrarme sarcástica.

—Eloísa por favor… —se levantó y se acercó a mí—. Por favor no vayas a desaparecer, voy a hablar con ella, voy a… a hacer lo que tenga que hacer pero por favor cuando regrese quiero encontrarte aquí.

Lo miré sin decirle nada, su petición era un ruego y por un momento logró convencerme. Asentí.

—Gracias —exhaló aliviado.

Salió a la sala y lo seguí, llamó a su chofer para darle instrucciones y se acercó a su maleta.

—Francesco necesito que vengas rápido, debo ir a la oficina.

—Enseguida signore —le contestó.

Sacó otra mudada de ropa para cambiarse.

—¿Me prestas tu habitación? —me preguntó.

Asentí, curvó sus labios para mí pero la tensión que había no se podía negar. Se metió para vestirse.

Me senté en uno de los sillones y exhalé mi enojo, lo que había pasado vetó mis sentidos, no pude prever que esa tipa ya estaba aquí buscándolo, la milanesa había dejado el mediterráneo y a su amante de turno por venir a buscarlo, apreté los puños y me contuve, quería estrangularla. Por un momento desvié mi mirada a mi habitación y concentrándome a través del concreto lo vi a él, se había quitado la camisa, su espalda me pareció muy deseable, esa piel era una perfecta tentación a recorrer. Era imposible no fijarse en sus brazos y músculos definidos, se quitó el pantalón y se quedó en su bóxer, tragué y me mordí los labios, le ceñía muy bien todo, sus largas piernas parecían esculpidas en mármol, se sentó en la cama para ponerse los calcetines y de frente pude apreciarlo mejor, ver su torso y algo más me afectó, tanto que preferí dejar de ver y darle su privacidad. Era tan bello como él, como mi Edmund y sin querer los recuerdos volvieron a mí, al momento que fui su mujer, al momento que me hizo suya, al momento que me había hecho muy feliz. Suspiré.

—Prometo volver en cuanto me libre de ella —salía de la habitación y guardaba en su maleta la ropa que se había quitado—. Nunca me esperé que viniera, me tomó por sorpresa pero creo que es mejor y así quedan las cosas claras de una vez.

Me gustaba su porte y manera de vestir, usaba zapatos negros, pantalón café, camisa blanca de botones con líneas finas color vino y chaqueta beige, disimulé morderme los labios y preferí reaccionar. Una cosa era lo que él decía y otra que lo cumpliera porque no dejaba de notarlo dudoso.

—¿Cuándo fue la última vez que se miraron? —pregunté.

—Hace más de seis meses, pasadas las fiestas de fin de año para ser exactos.

—Mucho tiempo mortal —opiné—. Eso no es bueno para las parejas.

—Lo sé —se ponía perfume mirándose frente a un espejo, la fragancia en su piel me erizaba la mía—. Pero así ha sido nuestra relación, posiblemente por ese motivo no haya tanto afecto.

—¿Cuánto tiempo llevan juntos?

—Casi dos años.

Levanté una ceja, si la tipa esa era caprichosa no iba a ser fácil lidiar con ella y quitarla de en medio de un modo… diplomático así que no iba a dudar en usar mis propias tácticas de ser necesario.

—Bueno, voy a enfrentarla —exhaló decidido al recibir el mensaje de su chofer que ya estaba esperándolo.

—Suerte —le dije sin saber cómo despedirlo.

Se acercó a mí, se inclinó y acarició mi barbilla levantando mi cara para verlo.

—Volveré —susurró—. Es contigo con quien deseo estar.

Lo miré y tragué con la mandíbula tensa, estuvo a punto de besarme pero se detuvo, cerró los ojos, su tibio aliento me envolvió pero sin decir nada más se apartó y salió de mi apartamento. Definitivamente iba a volver, había dejado su maleta.

Tenía que lidiar con dos cosas o era ella o James, confiaría que Giulio se hiciera cargo de ella y yo tenía que enfrentarme a él, por su bien y seguridad tenía que hacerlo y encontrar una solución a lo que se aproximaba.

—¿Qué pretendes Eloísa? ¿No crees que has ido demasiado lejos ya y para colmo has rebelado demasiado de tu naturaleza inmortal?

Corrección, no sólo tenía que lidiar con James sino también con Damián. Me miraba tensando el bastón en sus manos.

—No pretendo nada —le contesté mostrándome tranquila—. Llegó el momento de liberarme y por fin lo hice.

—¿Liberarte por fin? —sonó sarcástico.

—En el sentido de ya no seguir reprimiendo lo que siento ni lo que soy, hablar con él me sirvió, ahora sabe lo que soy y no me teme, ahora ya no debo esconderme ni fingir y eso en parte me alivia.

—Pues a mí no y creo que has cometido un error, ¿recuerdas lo que le hiciste a la primera persona que no miró tu reflejo en un espejo?

—Sí lo recuerdo.

—Me alegra.

—Pero con él es diferente, no pasará nada, voy a protegerlo —le hice ver sabiendo lo que me proponía.

—¿Incluso de mí?

—Si eso quieres así será —lo enfrenté.

—No me provoques Eloísa, sabes que no puedes.

—Por favor Damián, déjame seguir como hasta ahora, prometo que haré que él guarde el secreto, nuestro secreto, sus sentimientos por mí harán que me sea fiel.

—¿Sentimientos por ti? —Sonrió con burla—. ¿No me digas que se los crees?

—Es sincero.

Se rió a carcajadas y moviendo su bastón de un lado a otro del mismo modo caminó.

—No creí que después de tantos siglos siguieras siendo la doncella ingenua que conocí. Supongo que sabes a donde va, ¿verdad?

—A verse con ella —giré la cara con desagrado.

—¿Y crees que terminará su relación?

—Puede que dude pero lo intentará.

—¿Quieres que te lo diga? No lo hará.

—¿Cómo? —me hizo verlo otra vez.

—No lo hará querida Eloísa, creo que le falta valor para hacerlo, está confundido, sabe lo que eres y debe de pensarlo mucho antes de tener una relación seria contigo. Ya te dije que él no es tu Edmund y lo único que quiere es tenerte en su cama, probar cada centímetro de ti, disfrutarte a su antojo y después de eso él sabrá si le sigue al jueguito o no, aunque después de saber lo que eres…

—¿Qué?

—¿No crees que le de asco estar cerca de ti?

Lo miré entre cerrando los ojos.

—Entiende querida, no es que yo quiera hacerte sentir mal pero es la realidad y lo sabes —insistió con su cinismo acercándose a la ventana—. En tus manos tienes la vida de muchos, te has bañado en su sangre como lo dijiste, tu liento es muerte aunque tu apariencia sea la de un hermoso y seductor ángel oscuro pero no puedes ocultar lo que eres. Te bañas en rosas, tu piel es impecable y tu belleza indiscutible pero sabes que sólo es un espejismo, lo que realmente eres no lo puedes cambiar.

Lo había logrado, siempre si me sentí mal, me dio a entender que era un ser realmente asqueroso como para querer estar con alguien tan fino e impecable como él, sentí asco de mí misma sin poder evitarlo.

—Piénsalo —insistió—. Y será mejor que arregles esta situación que acabas de crear, a mí no me conviene que él sepa todo así que ahora tienes otra responsabilidad, la de cuidar que no le pase nada a tu empresario, era mejor que siguiera ajeno a lo que eras pero como las cosas han cambiado… deberé pensar qué hacer con él.

Me puse de pie de un solo golpe al escucharlo pero había desaparecido como siempre, estaba asustada, no me imaginé que decirle mi verdad a él desencadenaría la ira de Damián y ahora tenía mucho miedo otra vez. Perdí a Edmund y a mi familia siglos atrás, ¿iba a soportar perderlo a él también? Negué, sabía que no.

Me metí a mi habitación para vestirme con mi ropa habitual, falda larga negra, blusa gris plata estilo corsé y mis botines de cuero negro. Me senté frente al tocador y recogí mi cabello en un solo moño alto y me di un maquillaje sutil, miré el reloj y ya pasaban de las once, suspiré, dirigí mi vista al retrato de Edmund y volví a suspirar con tristeza, me recliné y me sujeté la cabeza con ambas manos, no sabía cuánto más debía soportar el peso que sentía. Estaba molesta por la insinuación de Damián, no sólo por hacerme ver el ser repulsivo que era sino porque… él no haría nada para terminar su relación con ella, intenté concentrarme para saber lo que hacía, no era correcto porque debía confiar en él aunque fuera una tonta como lo insinuaba Damián. Lo sabía en su empresa ya, lo sentía en su oficina y un tanto molesto, intenté buscar a la teñida pero no la podía percibir, exhalé y gruñí molesta, era frustrante.

—¿Sabes por qué te bloqueas ante tu jefe y no puedes hacerle nada? ¿Sabes por qué no puedes penetrar en su mente? —inquirió Ángel que decidía aparecer por fin.

Negué, eso era un enigma para mí.

—Dime algo que no sepa por favor —le contesté sin mirarlo.

—La respuesta es sencilla Eloísa —continuó—. Porque tus sentimientos por él son más fuertes de lo que crees, es el amor la barrera más poderosa, tú misma la creaste. Mientras lo que sientes por él no desaparezca las cosas seguirán igual, seguirás vulnerable y te debilitarás más, ¿dices no tener corazón ni creer en el amor? Pues lo que te pasa en torno a él te contesta, aún tienes un corazón que late por sentimientos puros y fuertes y aunque lo niegues todavía hay amor en ti y es precisamente eso lo que haces que se revierta. Los sentimientos que le profesas a él son las armas contra ti misma.

Lo miré con asombro, esperaba otra explicación, hasta había llegado a pensar que él descendía de alguien extraordinario, que algún poder lo protegía y que por eso era totalmente ajeno a mí.

—Estás enamorada Eloísa —insistió sabiendo mis pensamientos—. Eso es todo lo que necesitas saber.

—¿Cómo puede ser eso posible? Yo sigo amando a Edmund, sigo enamorada de él, Giulio es… es… —me levanté de mi tocador y caminé de un lado a otro tratando de despejar mi mente—. Reconozco que al principio me encapriché y creí poder tenerlo a mi antojo, no se trataba de jugar pero vi en él una oportunidad que no iba a desaprovechar, llegué a creer que era una especie de reencarnación y que mi Edmund vivía en él, que sólo estaba dormido y que debía despertarlo. Quise creerlo con todas mis fuerzas pero con el paso de los días me di cuenta que no era así, no había nada en él que me hiciera creer que podía reconocerme o recordarme, ni siquiera ahora sabiendo todo, ni así, me decepcioné, lo único que tienen en común es el parecido físico nada más. Quise hacer de las mías y asustarlo a mi manera, quería mostrarle muchas cosas a través de sueños y visiones para que así comenzara a cuestionarse, a aturdirse, a inquietarse y quería ser yo la que le contestara todo pero nunca pude.

—El amor sigue siendo el sentimiento más poderoso Eloísa y es precisamente porque no es sólo un sentimiento sino una decisión, tú tomaste una decisión desde que lo viste la primera vez, ¿la recuerdas?

—Que sería mío.

—Y esa determinación te selló, él es un hombre común como todos pero es lo que sientes por él lo que te perturba. Él no es nadie extraordinario, tú misma lo cubres con esa coraza, es como si él estuviera detrás de una puerta sin que puedas tener acceso aunque tengas la llave, eso mismo pasa precisamente, lo encerraste y te tragaste la llave.

Las palabras de Ángel me confundían más.

—¿Quieres decir que si lo odiara…?

—Serías la misma que has sido y nada en ti cambiara, sabes que son todos esos sentimientos negativos los que mantienen tu poder pero lo que creíste que no existía en ti te muestra el otro lado de la moneda. El odio te hace fuerte pero el amor te debilita y sabes bien que alguien a quien no voy a mencionar lo segundo le desagrada.

—No quiero odiarlo, aún con la provocación de Damián al decirme que él sólo quiere jugar ni así puedo odiarlo, yo soy una intrusa en su vida y debo reconocerlo.

—Déjalo que él tome sus propias decisiones, el ser humano es muy inconstante y él debe tener la seguridad de saber lo que quiere. No dejes que sienta obligación por ti, no dejes que se sienta presionado, al menos ya diste un primer paso al revelarle lo que eres y parece que es muy valiente al no importarle.

—¿De verdad crees que no le importa?

Se acercó a mí y extendiendo su mano me acarició la mejilla.

—Tienes las mismas ilusiones de antes Eloísa, tu corazón vuelve a latir por una razón, ¿no temes ser herida?

—Ángel por favor, tú no vas a mentirme, ¿él va a herirme?

—¿Quieres correr el riesgo?

—No —me separé de él—. No voy a correr ningún riesgo porque no sé si él vale la pena, por Edmund hubiese dado hasta la vida misma pero por Giulio… no estoy segura.

—Eso significa que no lo amas realmente.

—Pues seguramente olvidé lo que es amar pero de lo que si estoy segura es de no ser ningún juguete.

—No sé qué entiendes por “herida” pero como toda mujer debes estar preparada, todo el mundo sufre por amor.

—Yo ya sufrí una vez, me hicieron sufrir el más espantoso tormento quitándome todo, ¿quieres que le siga? Pues no.

—El dolor es inevitable.

—¡Ya basta! —me exasperé—. Si no vas a ser de ayuda mejor vete.

—Él tiene intensos sentimientos por ti, ¿eso quieres saber? Pues sí, si los tiene pero sigue siendo un hombre, un mortal y no es fácil esta situación, dice que no le importa y quiere creer eso, tal vez el amor le ayude a decidir sobre eso.

—¿Amor a quién? —me giré para verlo y se había ido también.

Maldecía la suerte que tenía con estos dos ya que cuando más necesitaba las respuestas me dejaban con más dudas. Al momento tocaron el timbre, mi corazón se aceleró, salí de mi habitación y mirando fijamente la puerta miré a través de ella, era él, había vuelto. Comencé a respirar más rápido pero me controlé al momento, relajé mis hombros y arreglándome un poco más la ropa caminé hacia la puerta, abrí.

—Gracias a Dios —desesperado me abrazó con fuerza y yo me quedé rígida sin entender.

—¿Qué te pasa?

—Pasa que por un momento creí no encontrarte —me sujetó la cara.

—¿Dudaste de mi palabra?

—Perdóname.

Entró y cerró la puerta sin soltarme una mano, luego me miró de pies a cabeza y sonrió.

—¿Por qué me ves así?

—Porque me parece que eres la mujer más hermosa que he visto.

Levanté una ceja y ahora era yo la que dudaba, el que estuviera muy adulador no me gustaba mucho.

—Me crees, ¿verdad? —acarició mi mejilla.

—¿Qué pasó con ella? —caminé hacia uno de los sillones y me senté.

—¿No lo sabes?

—No soy una fisgona si eso piensas, no quiero meterme en tu vida aunque tenga el poder para hacerlo.

—Pasó algo y no quiero pensar que tuviste algo que ver —se sentó a mi lado.

—Yo no he hecho nada. ¿Qué pasó?

—Se suponía que Antonella me esperaba en mi oficina pero poco antes de que yo llegara se fue, dice Dayana que recibió una llamada supuestamente de su agente y tuvo que irse para entrevistarse con no sé quién. Me dejó los datos del hotel donde está, pero la verdad me molestó el que no me llamara directamente para decirme que tenía que irse.

¿Sería por eso que lo vi molesto en su oficina? Tiene lógica pero… ¿Qué tanta razón tendrá Damián en todo lo que me dijo?

—Entonces no se vieron, no pasó nada, ¿irás a buscarla?

Pensar que él fuera a su hotel no me hacía nada de gracia y menos recordar las tácticas de la zorra esa, imaginar que iba a pasar lo mismo que hizo en Positano me hizo apretar la mandíbula.

—¿Estás celosa? —sujetó mi barbilla.

—No malinterpretes mis palabras —me levanté sintiéndome molesta más que celosa, quería saber dónde demonios estaba esa tipa pero él me perturbaba.

—Eloísa no pienso ir a buscarla a su hotel, sé lo que piensas.

—¿Sabes lo que pienso? —lo miré con asombro.

Se levantó y se encontró conmigo. Sonrió.

—Crees que tendremos un encuentro sexual, ¿no es así?

—Señor Di Gennaro será mejor que se vaya —me dirigí a la puerta sintiendo que la sangre me hervía. Él me detuvo de un brazo.

—No habrá nada de eso Eloísa créeme por favor, ¿y sabes por qué? Porque aunque sea hombre y tenga necesidades… con ella ya no deseo tener nada, nada que siga atándome. No la deseo como mujer, es más pienso el estar cerca de ella y en el suplicio que será el asunto, no te imaginas lo frívola que es y ya me sé de memoria sus fríos temas de conversación. Agradezco el no haberla visto ni el que habláramos.

Volví a quedar en sus brazos y era lo que precisamente quería evitar.

—Pero ella estará esperándote, va a llamarte si no la llamas, va a buscarte y sí, querrá tenerte en su cama, ¿son pareja no? es lo más normal.

—Pero no será así.

—Es mejor que se vean y hablen, una cosa es lo que me dices a mí pero sólo teniéndola frente a ti sabrás lo que realmente quieres.

—Te veo a ti y es todo lo que quiero —me acarició la mejilla, giré mi cara, recordé las palabras de Damián y me separé de él otra vez.

—No seré un consuelo —le hice ver.

—No quise decir eso, Eloísa ¿por qué me apartas de ti? ¿No me quieres cerca? ¿Hice algo por lo que estás molesta?

—Giulio mírame —estábamos frente a frente—. Puedes verme como a cualquier mujer, puedo ser bonita y todo lo que quieras pero… ya sabes lo que realmente soy, ¿no te repugno? ¿No sientes asco de mí después de todo lo que te dije?

—¿Pero de donde sacas eso? —Se acercó otra vez—. No, no, yo no he pensado eso, me dio escalofríos saber todo lo que hiciste pero ya te dije que seguramente yo hubiese hecho lo mismo en tu lugar, yo no te juzgo —me acarició la cara rodeando su contorno con delicadeza—. Eloísa no me das asco y quiero que te quede muy claro eso, al contrario, el saber lo que eres… me atrae más a ti, es contigo con quien quiero estar ahora.

—No quiero ser un juguete —insistí—. Además aún tienes una relación o lo que sea eso.

—Prometo arreglar esa situación, por favor confía en mí, ya no quiero tener nada con Antonella, en poco tiempo las cosas han cambiado y ahora veo mejor y de lo que si estoy completamente seguro es de… hacer un cambio radical en mi monótona vida.

—¿Y eso que significa?

—Que quiero que estés siempre en ella.

Nos miramos por un momento, necesitaba ser una mujer normal y confiar en su palabra, ¿este sería el riesgo del que me hablaba Ángel? Yo dije que no iba a correr el riesgo pero estando tan cerca de él… comenzaba a debilitarme otra vez.

—¿Te pasa algo? —me notó la melancolía.

—¿Qué trato se supone que debemos tener?

—Sigues siendo mi asistente y te necesito en todo momento, siento que eres mi ángel, aunque seas lo que dices ser para mí eres un ángel, tal vez oscuro pero mi ángel personal, ¿puedo tener ese privilegio?

—¿Amigos?

—Y tal vez algo más.

Cuando dijo eso no me gustó y las palabras de Damián volvieron a atormentarme.

—¿Y qué es ese “más” según tú? ¿Amantes? —Ataqué sin rodeos—. ¿Quieres que sea tu asistente de día y amante de noche?

Abrió los ojos con desconcierto, si pensaba tenerme a su antojo se equivocaba.

—Eloísa yo… —comenzó a titubear.

Me separé de él de nuevo, esto ya no nos llevaba a ningún sitio, estaba contradiciéndome y sentía que en eco la voz sarcástica de Damián me decía “¿Y no decías que querías que fuera tuyo?” evité gruñir abiertamente.

—Entiendo que no… —me buscó otra vez y tocó mis hombros—. Entiendo que no podremos llegar a… tener intimidad, siento que es como si profanara algo sagrado, eres alguien especial y aunque no eres virgen… entiendo que aún vivas muy presente en tu tiempo y desees hacer las cosas bien, quiero decir, te entregaste a él debido a la situación que se les presentó pero sé que tu deseo era llegar al matrimonio pura. Aunque te entregaste al hombre que amabas y él haya sido el primero… sé que yo no puedo aspirar a ser el siguiente y el último, sé muy bien que él es único para ti.

Bajé la cabeza y exhalé mirando por la ventana, ahora sentía que era yo la que enfrentaba un conflicto interno. Lo deseaba, deseaba tenerlo y que fuera sólo mío pero no como amante de turno, sería de él sabiéndolo libre de esa zorra, sólo así podría considerar la manera de entregarme a él aunque… no sabía si con eso mancharía la memoria de Edmund. Sentía que esta situación comenzaba a atormentarme.

—Eloísa mírame —me giró a él—. Voy a respetarte como lo mereces, como la dama que eres, aunque estos sean otros tiempos y haya libertad sexual sé que eso seguramente no te agrada y te entiendo, yo no haré nada que tú no quieras aunque lo desee.

—¿Aunque lo desees?

—Sí Eloísa, no voy a negarlo más, me gustas y te deseo tanto que tengo que hacer malabares para controlarme. Mi atracción por ti es tal que he soñado contigo desde que te conocí, te confieso que te he tenido en mis brazos y en mi cama de esa manera.

Me hizo abrir los ojos cuando dijo eso, tragué con disimulo y evité que mi piel se estremeciera.

—Juro que yo no he hecho nada para que soñaras conmigo, nunca te visité en tu habitación de hotel, ni jugué con tu mente, en lo que dices yo no tengo nada que ver.

—Lo sé y te creo, pero debo confesarte que en Segovia…

—¿En Segovia qué?

—Tuve el más extraño de los sueños contigo y todo lo que me dijiste sobre ti… me confirma que posiblemente no sea un sueño sino otra cosa.

—¿Te refieres a lo que me dijiste en el desayuno sobre Edimburgo?

Asintió y bajó la cabeza, ahora si iba a decirme la verdad sobre eso.

—¿Quieres decirme? —insistí.

—Es necesario que lo sepas y por favor créeme, no son inventos míos ni voy a tomar referencia de lo que me has dicho.

—¿Te gustaría decírmelo en otro lugar?

—¿Quieres acompañarme a almorzar?

—Sólo si es en Edimburgo.

—¿Cómo?

—¿Quieres saber lo que siente viajar a mi modo?

Abrió los ojos asustado y se quedó rígido.

—Prometo que vas a disfrutarlo —puse mis manos en su pecho y luego subí hasta prenderme de su cuello.

Rodó los ojos de izquierda a derecha observando todo, tensó la mandíbula, seguía asustado.

—¿Tendré efectos secundarios?

—Quizá un poco de mareo.

Exhaló y sin remedio asintió.

—No si no quieres —noté que dudaba.

—No, sí está bien, creo que es parte del oficio —me apretó de la cintura a él—. Sirve que… voy conociendo todo lo que eres en primer plano, soy valiente así que hazlo, será un placer viajar a tu manera.

Curvé mis labios y acaricié su cara, sonrió.

—Cierra los ojos —le pedí—. Relájate y no pienses en nada.

—Me siento excitado, quiero decir, entusiasmado por esto que vas a hacer.

Sonreí otra vez y llevé mis manos a su sien, comencé a masajear sus sentidos.

—No tengas miedo, yo no te haría daño —le susurré—. Déjate llevar por mí, te sentirás liviano y abrirás los ojos hasta que yo lo diga.

—No tengo miedo, confío en ti —susurró también.

Lo abracé y él me correspondió, nos fundimos en un solo cuerpo, enterró su cara en mi cuello y el viaje inició. Nos elevamos como la delicadeza de una pluma que danza en el viento y levitando entre brumas, desaparecimos de Madrid.