Capítulo 20
Giulio abrió los ojos asustado, por un momento parecía habérsele olvidado con quien hablaba y no era precisamente con una maestra de historia en una clase universitaria.
—Arabella Eloísa… —repitió sin dejar de mirarme como si quisiera memorizar ambos nombres.
—Sólo Edmund me decía mis dos nombres, unas veces Arabella otras sólo Eloísa, jugaba con ellos, él decía que todo lo que yo era lo tenía completamente enamorado.
—Y tenía razón.
Lo dijo sin pensar y bajó la cabeza apenado ante su afirmación, lo miré, pero no me salió ninguna palabra ante lo que dijo.
—Te juro que intento creerte y entenderte —exhaló y disimuló—. No sé cómo pero todas mis fuerzas están enfocadas en creerte y no darme cuenta que estoy soñando, me asustas, estoy muy asustado aunque intento disimularlo, jamás creí ser testigo de lo que estoy presenciando.
—No me tema, nunca le haría daño, no puedo —le hice saber, mi mirada le decía todo.
—¿Debo tener esa seguridad? —preguntó sin convencerse.
—Como que está aquí sentado valientemente viendo y escuchando a un ser que no debería de existir.
Tragó y volvió a exhalar, ni siquiera parpadeaba al verme, asintió con reservas.
—Intentaré confiar en ti, has tenido la oportunidad de hacerme lo que quieras y no lo has hecho, así que voy a creerte.
—Gracias.
—Puedes continuar —hizo un ademán con la mano.
—Cronológicamente y si hubiera vivido como los demás, para la época de esa guerra hubiese sido una anciana de casi noventa años pero tenía la misma juventud que tengo ahora.
—¿Cuántos años tienes exactamente? —preguntó con reservas de nuevo, quitándose los botones del cuello de su camisa, el sudor hacía brillar su frente.
—Se supone que un hombre no debe preguntarle eso a una mujer —levanté una ceja.
—A una mujer normal si pero en tu caso es una excepción así que tengo el derecho a saberlo.
—¿Una orden de jefe? Le recuerdo que hoy renuncié.
—Olvida eso, solamente es una petición, necesito saber.
—Como deducirá usted tengo más de seiscientos, mucho más —exhalé—. Vine a este mundo la madrugada del cinco de diciembre de 1,366.
Me miró tragando en seco y abriendo mucho más sus ojos, entendía que estuviera asustado.
—¿Y qué va a pasar el día que… mueras? Si es que lo haces —insistió—. ¿Vas a desintegrarte y volverte polvo?
—Supongo que sí, no lo sé.
Llevó ambas manos a su cabeza y a la vez a su boca, se inclinó un momento apoyándose en sus rodillas, exhaló de nuevo y con valor levantó la cabeza, me miraba incrédulo sin saber si creerme o no.
—¿Y él? —Volvió a ver el cuadro—. ¿Por qué me parezco con él? ¿Te acercaste a mí por eso?
Bajé la cabeza, no supe qué decirle.
—Contéstame —sonaba extraño como si tuviera celos.
—No sé porque se parece con él y sí, si me acerqué a usted por eso.
—Continúa —insistió él reclinándose en el sillón otra vez.
—En el año de 1,386 y ante la amenaza de una invasión francesa quien era rey de Inglaterra era Ricardo II, sobrino de Juan de Gante, hijo del llamado “Príncipe Negro” y de la casa Plantagenet. Cerca de ese tiempo la preferencia del rey por un reducido número de cortesanos causó descontento entre los más influyentes quienes se rebelaron y para 1,387 el descontrol del gobierno pasó a manos de un grupo de aristócratas, control que se recuperó dos años después manteniendo su paz con sus antiguos adversarios, pero el golpe que le lograron asestar a Ricardo al deshacerse de su círculo de partidarios el padre de Edmund lo pudo presentir y podían ser ejecutados también. Desde la revuelta causada en 1,381 por parte de los campesinos y debido no sólo al terror de las secuelas de la peste negra que había azotado años atrás sino también por el injusto aumento de los impuestos, algunas cosas comenzaron a salirse de control en el gobierno de Ricardo desequilibrándolo. Edmund sintió que dichas cosas no estaban bien aunque su padre sirviera a Ricardo pero él como hijo prefirió mantenerse al margen hasta saber claramente la situación. Su padre, Sir William Thomas MacBellow, III duque de Westhburry y primo de Sir Simon de Burley, antiguo mentor del joven rey no era un hombre cualquiera, como noble de la ciudad de Kent era un hombre muy influyente en el gobierno de Ricardo y valiéndose de eso utilizó sus influencias para lograr controlar la rebelión que se había levantado en Kent pero no tuvo éxito, al contrario, el levantamiento armado avanzó con destino a Londres. Edmund era su único hijo varón por lo tanto su heredero, pero debido a los vientos que azotaban prefirió enviarlo fuera de Inglaterra fingiendo estudios de preparación en Francia y así lograr mantener a su hijo a salvo.
—¿A salvo en Francia? Eso es ridículo, ¿no acabas de decir que estaban siendo amenazados con una invasión francesa?
—Lamentablemente el rey Carlos VI de Francia no estaba apto ni para dirigirse él mismo, además de haber sido un niño para esa época, en el fondo los franceses respetaban a Ricardo aún bajo la regencia de Felipe de Borgoña que era quien gobernaba.
—No entiendo.
—Es cierto que hasta después Carlos dio muestras de su psicosis que era peligrosa, asunto que le ganó el apodo de “el loco” y aunque Felipe no era un hombre tan confiable y se resistía a los ingleses especialmente a los Lancaster, al menos en ese año no hizo nada.
—No sé porque presiento que esta noche tendré pesadillas, no sé si pueda digerir todo esto, definitivamente deberé estudiar historia pero continúa —suspiró llevándose una mano a la sien.
—Pasaron dos años de eso y en el otoño de 1,383 Edmund dejó Francia pero no para volver a Inglaterra sino para ir a Escocia convencido por un amigo suyo, él se sintió atraído por la idea y así fue como nos conocimos en “Strivelyn” lo que hoy es la ciudad de Stirling, donde crecí, aunque él estaba asentado en Edimburgo con su amigo.
Recordar nuestro primer encuentro me hizo suspirar y sonreír, hice un alto y dejé que mis pensamientos me envolvieran sólo a mí por un momento, la narración comenzaba a ser cuesta arriba para mí.
—Tu mirada ha cambiado —me notó—. Sólo lo mencionas y tu semblante es otro, realmente te enamoraste. ¿Cuánto lo amaste?
—Mucho —evité mirarlo.
Sentía que él no apartaba sus ojos de mí, mi respuesta no lo colmó pero no iba a entrar en detalles íntimos con él.
—En Escocia reinaba Robert II llamado “Estuardo” título que le dio el nombre a la casa real escocesa —continué volviendo al tema—. El rey tenía entre otros hijos a dos que se propusieron cortejarme cuando me conocieron en una fiesta precisamente en Strivelyn, específicamente en el castillo del mismo nombre, desatando después una especie de competencia entre ellos mismos, lo que al principio era un juego para ellos luego se volvió insostenible. Alejandro conde de Buchan y Roberto duque de Albany comenzaron a ser rivales pero la posición de ellos no era fácil, eran príncipes no hombres cualquiera y aunque mi madre se sintiera en parte halagada a mí eso me daba mucho miedo. Me mostré imparcial e indiferente, no era sencillo lo que pasaba y para colmo debido a eso la reina consorte no me veía con buenos ojos, creía que era yo la que jugaba con sus hijastros.
—¿Hijastros?
—Sí, en segundas nupcias Robert tenía una consorte y fue estando con ella que fue rey, antes su primera esposa Isabel fue su amante primero y su matrimonio fue motivo de muchas críticas al grado de que aun casándose no consideraban el matrimonio como “canónico” hasta que lo hizo por segunda vez con la misma mujer, es algo confuso y no quiero confundirlo más, pero fue hasta que se casó con su segunda esposa que llegó a ser rey es por eso que a ella se le considera “la primera reina consorte” aunque el heredero del rey fuera su primer hijo con su primera esposa.
—Comienza a dolerme la cabeza —se pasó una mano por su cabello.
—¿Quiere un poco de vino? No tengo nada para el dolor.
Me miró tragando, lo noté desconfiado y tenía razón, no podía ofenderme.
—No, la verdad no quiero nada sólo terminar con esto e irme.
Bajé la cabeza, estaba en su derecho.
—Lo siento, creo que no estoy siendo diplomático en este asunto —se retractó al notarme—. Yo la verdad todavía no sé lo que hago ni lo que tengo que hacer.
—Lo entiendo, como mujer yo estaría aterrada.
—¿Y debo estarlo?
—Usted lo decidirá.
Me miró reteniendo su respiración, tenía que tranquilizarlo, estaba bastante tenso.
—Tranquilo signore, no voy a hacerle daño, ya se lo dije —le hice ver otra vez—. No tengo por qué hacerlo, he tenido la oportunidad y no lo he hecho, ¿lo recuerda? Usted mismo lo dijo.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque se lo he demostrado, confíe en mí.
—¿Es porque me parezco con él? —miró el cuadro otra vez.
Bajé la mirada y suspiré, no quise decirle nada.
—He soñado cosas extrañas, ¿tú tienes que ver? —insistió.
—No.
—Pero lo sabes.
—Sé lo que usted me dijo en la mañana, sólo lo que me dijo, nada más.
—¿Y que fue eso?
—No lo sé.
—Eloísa por favor no quieras verme la cara de estúpido —se puso de pie—. No juegues conmigo, esto es demasiado para mí, ¿intentas hacerme algo como manipularme? soy un simple hombre que no tiene ni la más remota idea de lo que me está pasando, estoy confundido y siento que no sé quién soy.
—Yo no lo manipulo, le dije que no puedo hacerlo, yo también quisiera saber quién es usted y porqué se parece con él.
Ofuscado se dirigió a la puerta y antes de abrirla respiró hondo, cerró los ojos bajando la cabeza y se quedó así unos minutos, exhaló lentamente, regresó al sillón y se sentó otra vez, se inclinó apoyando sus codos en sus rodillas y se apretó el cabello.
—Discúlpame, seguiré escuchándote con calma —dijo más tranquilo—. ¿Qué decías de tus pretendientes?
—Si gusta puede irse, no lo voy a retener.
—¿Y dejar que desaparezcas y nunca más te vea?
—¿Importa eso?
—Debería decir que no pero mentiría, así que si una de tus virtudes es desaparecer te pido que no lo hagas.
Intenté sonreír ante eso pero deduje que no quería que desapareciera hasta saber todo, ya después todo sería diferente.
—Continúa por favor —insistió al notarme callada.
—A ellos no les hizo ninguna gracia saber de Edmund y menos siendo inglés y para colmo la preferencia que mostré hacia él… en mi inmadurez sirvió para abrir la brecha a nuestra destrucción.
Pero es que fue imposible no hacerlo, Edmund sobresalía entre los demás, él los opacaba, no existía sobre la tierra otro hombre como él, desde que nos vimos la primera vez… supe lo que era enamorarse, ningún otro ocuparía el lugar que le di en mi corazón el cual le perteneció desde que nuestras miradas se cruzaron.
—¿Lo conociste a él en esa fiesta?
—No, lo conocí casi dos meses después de eso, acompañaba a mi madre a conseguir unas telas y pieles que necesitaba por el invierno que pronto llegaría. Era un otoño fresco, pero al menos ese día había sol y él se paseaba junto con el amigo conociendo el lugar y observando la mercadería que estaba a la vista, estábamos de espalda el uno al otro sin darnos cuenta, inconscientemente él pisó mi vestido y cuando quise avanzar para seguir a mi madre sentí el tirón, me quejé y halando el vestido creyendo que lo había trabado en algo miré hacia abajo, él se dio cuenta, brincó y se giró. Mirar sus finas botas de terciopelo café me hizo levantar la cara, ambos quedamos frente a frente, ante la impresión de ver su perfecto rostro casi se me caen las cosas que llevaba en el brazo.
Recordar su mirada y su voz cuando se disculpó hizo que todo se detuviera para mí en ese instante, no creí que existía el hombre perfecto pero sí y estaba justo frente a mí en ese momento, ningún otro se comparaba con él, ninguno igual a él. Exhalé volviendo al presente, ahora había otro como él y también estaba frente a mí pero de manera muy diferente.
—Definitivamente el semblante te cambia cuando te refieres a él —comentó mirándome asombrado—. No eres la misma, pareces otra, realmente otra.
Lo miré y suspiré, reconocía que decía la verdad.
—En realidad los dos nos quedamos estáticos —sonreí—. Yo no podía decir nada y él tampoco, el azul de sus ojos estaba sobre los míos.
*****
—Perdón, lo siento —me dijo como si hubiese estado hipnotizado.
Yo como tonta sólo negaba con la cabeza intentando decir que no había problema pero las palabras no me salían, hasta que el mismo encargado del puesto de telas que conocía al amigo de él nos presentó.
—Lady Arabella él es el señor MacBellow, es un forastero, no es de aquí, sólo anda paseando, ¿y por cierto que tal Edimburgo? —preguntó siendo el amigo con el que Edmund andaba el que le contestara para darnos un poco de espacio.
—Me disculpo de nuevo mi lady —ignorando todo lo demás con osadía se atrevió a tomarme la mano acariciando mi dorso, todo mi cuerpo reaccionó a su toque y yo brinqué en mi sitio, evité temblar.
Sentía de todo, miedo, nervios, ansiedad y a pesar de mi ropa abrigada el temblor en mi cuerpo comenzaba a ser inevitable, mirándolo y sintiéndolo el tiempo se había detenido para mí.
—No tiene por qué mi lord —reaccioné reverenciándolo como saludo y bajando la cabeza la mantuve así.
—Por pisar su vestido —sonrió y besó mi mano, realmente el mundo se detuvo para mí en ese momento, levanté mi cara al sentirlo.
—Ah eso —sonreí evitando los nervios—. No se preocupe, no tiene importancia.
—Oh sí, imagínese que hubiera ocurrido un terrible accidente como que se le rompiera justo de donde está costurado y la hiciera pasar una vergüenza, jamás me lo hubiese perdonado —seguía sonriendo.
Abrí los ojos apenada, no quise tomar su comentario como burla sino con un claro sentido del humor que deseaba mostrarme para entrar en confianza.
—¡Arabella! —el grito de mi madre me hizo brincar de nuevo, nos había visto, inmediatamente me solté de él.
—¡Ya voy! —Le contesté retrocediendo al verla y luego me volví a él—: Bienvenido a Strivelyn, disfrute su estadía mi lord.
—Gracias y jure que después de haberla conocido a usted la voy a disfrutar mi lady, me llamo Edmund.
—Y yo Arabella, mucho gusto —me despedí dedicándole una sonrisa.
Después de haberlo conocido sentía caminar entre nubes, ni siquiera los regaños y sermones de mi madre me bajaron de ellas, disimuladamente volví la vista mientras caminaba y allí seguía, mirándome sin parpadear con una sonrisa que para mí brillaba más que el mismo sol, le sonreí también y ese gesto bastó para saber que seríamos el uno para el otro.
*****
Suspiré al recordar, no sólo era añoranza sino que el dolor me apuñalaba atormentándome y sin darme cuenta otra lágrima me rodó por la mejilla.
—Eloísa no quiero hacer que te sientas mal recordando, creo que he sido muy atrevido, eso no te hace bien, te hace daño por más que intentes disimularlo —me dijo él cuando notó mi silencio.
—Ya no tiene caso detenerme —me limpié la lágrima—. Experimenté una felicidad plena si se puede decir así como también el dolor más profundo e insoportable y por muchos poderes que tenga no lo puedo cambiar, no puedo volver el tiempo.
—Edmund… —se detuvo un momento y luego siguió—. Debió ser un hombre extraordinario para que después de tantos siglos lo sigas amando de esa manera, parece que el tiempo no pasa, literalmente no pasa para ti ni logra borrar de tu mente y corazón lo que juntos vivieron, lo que sientes por él es mucho más fuerte.
—Fue el amor de mi vida, sigue siendo el amor de mi vida.
Mi verdad lo golpeó, noté como su rostro se contrajo incrédulo, James tenía razón, él siente algo por mí y ahora lo hería, en su orgullo de hombre que se siente utilizado estaba herido aunque fingiera una fortaleza que de nada le valía, eso no podía ocultármelo.
—Esa noche no dejé de pensar en él y como si lo supiera gracias a la complicidad del dueño del telar y de su amigo, Edmund dio conmigo sin que nada lo detuviera —continué—. Al día siguiente un chico que vendía flores llegó a nuestra casa, la sirvienta lo atendió pero también lo corrió porque no iba a conseguir vender y ante la desesperación de ella por la insistencia de él, yo me asomé por los escalones.
*****
—Ya lárgate niño, no venderás hoy aquí —le decía la sirvienta.
—Es que no vengo a que me compren sino a entregar este pequeño bouquet —insistía queriendo entrar.
—¿Qué pasa? —pregunté ante el alboroto.
—Es este niño mi lady que dice que… —intentaba detenerlo.
—¿Es usted la señorita Arabella? —me preguntó el chico al verme.
—Sí.
—Yo sólo vengo a entregarle este pequeño ramo, es para usted.
“No otra vez, ya no” —pensé que era de más admiradores.
—Quien sea que las haya mandado no me interesa, devuélvelas —le ordené.
—No puedo señorita, ya me las pagaron y además me gané otra moneda para mí.
Me acerqué a él después de abrir un pequeño tarro en una mesa cercana, la sirvienta se separó de él pero sin dejarlo pasar del umbral.
—No tengo monedas pero si estos dulces de leche, tómalos por la molestia pero no quiero flores.
—¿Ni siquiera quiere saber de quién son? —preguntó tomando los dulces que le había dado.
—Tampoco —contesté poniendo mis manos en mi cintura—. Ya puedes irte y decirle a quien sea que la señorita no estaba en casa y que por eso nadie te aceptó las flores.
—Bueno ni modo —se encogió de hombros—. Seguramente el lord inglés se decepcione.
—¿Lord inglés? —reaccioné sintiendo una corriente en el cuerpo.
—Sí, un señor muy elegante y bien vestido me mandó.
—¿Y puedes describirlo?
—A pues es alto, algo fornido, de piel blanca y bien cuidada y con unos ojos azules como el cielo, así de bonitos como los suyos, la verdad un hombre de muy buen ver como diría mi abuela, además de ser muy elegante.
“Muy gallardo” —pensé evitando morderme los labios.
—¿Y te dijo cómo se llamaba? —insistí sintiendo el corazón y sus latidos en mi garganta.
—No recuerdo su apellido, es algo raro, pero me dijo que se llamaba…
El chico cavilaba mordiéndose los labios, arrugando la frente, haciendo pucheros y mirando el techo intentando recordar, se rascaba la barbilla.
—¿Cómo se llama? Recuérdalo —insistí.
—¡Edmund! —sonrió al contestar—. Me dijo que se llamaba Edmund.
Me llevé las manos al pecho y sin reparar en mi sonrisa me mostré feliz, suspiré al saber que eran de él.
—Está bien, siendo así las acepto —le dije sin disimular mi alegría.
—Ay que bueno —me dio el pequeño ramo que estaba atado con cinta de encajes—. Así no pierdo el dinero que me gané, el señor fue muy generoso.
Sonreí oliendo las flores, seis botones de rosas rojas, decoradas con pequeñas margaritas y unas ramitas de lavanda me hicieron suspirar, el chico salió corriendo muy feliz y de la misma manera yo me quedaba en el salón. Cuando la sirvienta cerró la puerta yo subí a mi habitación y cuando entré me dejé caer en mi cama sin dejar de suspirar y de oler las flores, luego me di cuenta que en su interior venía una pequeña nota enrollada, me senté en la cama y procedí a leer lo que decía:
“Mi lady:
Espero con el alma y con el corazón que puedas leer y entiendas estas palabras; no he dejado de pensar en ti desde que te vi ayer y me gustaría conocerte más. ¿Sería posible visitarte? El chico volverá mañana por favor mándame tu respuesta con él.
Con todo mi afecto,
Edmund.”
Mi sonrisa e ilusiones no me las quitaba nadie, poco me faltaba brincar pero la madera del suelo haría más escándalo y mi madre descansaba de una jaqueca vespertina. Besé las flores y la nota y llevándolas a mi pecho caí a mi suave colchón suspirando por él.
*****