Capítulo 15
Nos fuimos en su camioneta privada seguida por otra con tres guardaespaldas y para complacerlo no usé los lentes durante el viaje.
Fingir que todo estaba bien no era fácil para mí, debía de saber manejar el asunto, volver a Segovia no me hacía sentir bien, era una niña muy pequeña cuando mi madre y yo la dejamos y no de la mejor manera. Los Trastámara tenían lo suyo y mi madre no se dejó dominar, prefirió una vida normal sin el lujo de la realeza a vivir de una manera frívola rodeada de maldad e hipocresía. Prefirió renunciar a su posición por eso.
—¿Todo bien signorina Alcázar? —me preguntó él sacándome de mis pensamientos.
—Sí señor, todo bien —contesté disimulando.
—No lo parece.
—Son sólo… recuerdos familiares.
—Y no muy buenos supongo.
Lo miré y me encogí de hombros.
—No se preocupe, la entiendo, hay de todo en las familias y la mía… tampoco es la excepción, pero no por mis padres y abuelos sino por los primos —volvió a los papeles que revisaba.
—¿Es usted hijo único? —me atreví a preguntar.
—Sí, lo soy —exhaló—. Así que ya se imagina cómo crecí.
“Igual que él” —pensé.
Intenté curvar mis labios y no preguntar nada más. Sin darme cuenta del tiempo llegamos, la ciudad había cambiado demasiado desde la última vez, todo lo miraba muy diferente, nada podía ser como antes, al pasar de lejos por el castillo tragué, lo miré fijamente, los pocos recuerdos vinieron a mí, sonrisas de niños corriendo y jugando por los pasillos eran la poca alegría pero rápidamente en mi mente se disiparon para dar cabida al dolor de recordar a mi madre llorando. Saber que los que una vez vivieron allí ya habían pasado al otro mundo mientras yo seguía en este después de tantos siglos, fue algo que jamás imaginé vivir. El cielo, la brisa y el sol eran el mismo, el tiempo tampoco pasaba para ellos, el resplandor que recordaba iluminaba los ventanales que se habían opacado por la desgracia y la oscuridad.
—¿Le gusta el castillo signorina? —me preguntó él al notarme, reaccioné de un brinco sin querer—. ¿Qué le pasa? Parece nerviosa.
—No, nada, es sólo que… el lugar me parece interesante.
—¿Conoce el castillo? Me refiero a su interior.
Asentí volviendo a verlo, por supuesto que lo conocía, podía contar y decir cuántos granitos tenía, lo conocía muy bien aunque sabía que ligeros cambios tenía. Él no se imaginaba que había nacido allí y que mis primeros pasos fueron en su interior, que había dormido en sus lujosas habitaciones y que había crecido con el lujo con el que crece una verdadera princesa.
—Bueno en ese caso nos podemos escapar un momento y me lo muestra, está abierto al público así que me gustaría conocerlo.
—Yo no lo conozco —dije sin pensar.
—¿Cómo? —me miró levantado una ceja.
—Perdón, quise decir que… —necesitaba corregirme—. Que obviamente no es el mismo que conocí o tal vez sí, lo que quiero decir es que hace años que no lo visito, de hecho hasta hace poco regreso a España y ha cambiado mucho a como la recuerdo, yo misma necesito mapas para ubicarme.
Giulio seguía mirándome seriamente, con seguridad intentando entender lo que le había dicho. Sólo su expresión intimidaba.
—Señor Di Gennaro lo que intento decir es que… era una niña muy pequeña cuando dejé Segovia, ni yo misma conozco este lugar —insistí al notarlo.
—Seguramente a principios de los noventa la ciudad era diferente, lo entiendo pero no creo que haya cambiado tanto —dijo al fin.
—¿Los noventas?
—Sí, los noventas, usted dice que no venía acá desde que era niña.
—Oh sí… —caí en cuenta.
Llegamos al hotel donde nos hospedaríamos e inmediatamente nos registramos, había una reunión inmediata por lo que teníamos poco tiempo, no sólo iba a ver unas propiedades para su familia sino a unos posibles socios para la empresa por lo que al menos —a la vista de los socios— fuimos lo más profesional posible aunque siempre sus mentes lujuriosas iban más allá: “preciosa la amiguita del empresario” pensaba uno, “que suerte tiene el italiano” pensaba otro, “con mucho gusto tendría una asistente así, bella e inteligente es una lotería y si en la cama es mejor es la gloria” pensó un tercero al quise hacerle una de mis maldades, odiaba la manera de pensar de los hombres, nunca podían hacerlo de buena manera sin que su cochina mente fuera más allá. Él obviamente era ajeno a lo que los demás pensaban aunque creo que lo intuía, había uno de ellos que me miraba con insistencia y él lo había notado, pero haciéndome la tonta y sin meterme en su plática me limité a tomar nota como la “perfecta asistente” que me creían, era el colmo que ni mis lentes los ahuyentaran al contrario, parecían sentirse atraídos por una apariencia que les encendía la lujuria. Para mi desgracia con ellos fue el almuerzo y ya me estaba hartando de esa situación, fingí un malestar debido al viaje y limitándome a tomar sólo una copa de vino los acompañé, luego fuimos a ver unos terrenos que dichas personas le mostraron al empresario y pasadas las cuatro de la tarde regresamos al hotel a descansar.
Antes de la hora de la cena —algo que esperaba que nunca llegara— dos de los encargados de bienes y raíces con los que tenía cita el signore se reunieron con él y aunque ya no eran asuntos de trabajo me llamó a la habitación para pedirme que lo acompañara.
—Sólo será un momento signorina, ¿vamos?
—¿Yo? —evité arrugar la frente—. Signore no creo que deba meterme en asuntos personales, eso ya no me concierne.
—Me gustaría que usted como mujer me diera su punto de vista, ese punto de vista femenino que siempre tiene la última palabra.
Me quedé callada un momento, era una contradicción de mi parte, quería estar con él pero a la vez no, o al menos no podía mostrarme como lo que era, deseaba hacer las cosas a mi modo y punto, esto de jugar a la empleada modelo me estaba cansando y literalmente me estaba agotando, necesitaba hacer algo, ser la misma, recuperar mis fuerzas y mis poderes al cien por ciento, sentía que cada minuto junto a él no era lo que esperaba, me debilitaba más como lo dijo Ángel y temía que mis planes no salieran cómo los esperaba. Si él se enteraba de lo que yo era lo iba a perder definitivamente, mis jugarretas no servían con él, estaba consciente que él mismo podía destruirme y por primera vez tuve miedo y la desconfianza me asaltó, tenía que buscar la manera de tenerlo, pero también de detenerlo.
—¿Sigue allí signorina? —insistió.
—Sí señor pero déjeme decirle que yo tengo un gusto muy anticuado, demasiado, no creo que le sea de ayuda.
—Magnífico —escuché que sonrió—. Al parecer es igual que mi madre, no tiene idea de cómo ama las antigüedades, las colecciona, es usted perfecta para ayudarme, su opinión me va a hacer más llevadera la elección de lo que ella querría. Gracias por su sinceridad señorita Alcázar, sin duda es usted perfecta para todo así que pasaré por usted en quince minutos.
Colgó sin que le dijera algo más.
Abrí la boca sorprendida, el asunto me salió al revés, exhalé y coloqué el teléfono en su sitio, negué frustrada y me dejé caer en la cama, cerré los ojos llevándome las manos a la cabeza.
Vestí de nuevo un pantalón oscuro y una chaqueta igual, dejé mi cabello suelto y calzándome los tacones cogí mi bolso luego de ponerme un poco de perfume. Al momento tocaron la puerta y me encaminé a abrir sabiendo que era él, fingí una media sonrisa y lo acompañé, no había remedio, debía estar a su lado y resistir lo más que pudiera mi sentir hacia él.
Nos reunimos con las personas en un pequeño y muy privado salón del mismo hotel, llevaban en sus portafolios las imágenes y todos los datos de las residencias que eran candidatas para la madre de empresario. Nos sentamos en unos sofás de cuero y en la mesa central ellos procedieron a mostrarle todo a Giulio, las propiedades eran preciosas, unas muy al estilo español campestre y otras con sus aires arabescos tenían también ese aire musulmán, todas estaban dotadas de hermosos jardines, fuentes, frondosos árboles y caminos de piedra. La arquitectura de algunas me gustaba mucho, se podía sentir una especie de relajamiento al mirarlas.
—¿Le gustan signorina? —me preguntó él notándome.
Asentí.
—Algunas están preciosas —contesté.
—¿Algunas? —se desconcertó.
—Sí, bueno… todas están bien pero para mi gusto sólo algunas.
Los hombres me miraron.
—¿Y puede decirme cuáles son las que le gustan? —insistió.
Miré las fotos de nuevo y las seleccioné.
—Muy buen gusto señorita —dijo uno de los hombres.
—Excelente diría yo —secundó Giulio al verlas con detenimiento.
—Este es el tipo de casa campestre ideal —continué—. Esa estructura de piedra sumado a la ubicación y al diseño de sus jardines la hace propicia para querer estar en contacto con la naturaleza si de eso se trata. El aire es más puro y el clima más agradable, bien se puede deleitar en un paseo por los jardines todo el tiempo durante el verano o bien encerrarse cerca de la chimenea durante el invierno, ver caer la nieve sobre el paisaje sentada desde el alféizar interior de las ventanas o desde la cálida comodidad de un chaise longue debe ser una muy agradable experiencia. Los interiores me gustan mucho, la decoración final ya es personal, para mi gusto éstas serían del tipo que yo escogería.
Giulio me miraba sin parpadear y sin poder hablar, parecía más embobado por mis palabras que por las mismas propiedades.
—La señorita debería trabajar con bienes y raíces es muy convincente en sus palabras, ni yo lo hubiese dicho mejor —dijo uno de los hombres muy sonriente.
—Tan convincente que quiero que me aparten las propiedades que ella escogió, que nadie más las vea hasta que me decida —ordenó Giulio muy seguro soltando las fotos—. Quiero que se las envíen a ella por correo con todos los datos y así poder enviárselas a mi madre en Italia, ella tendrá la elección final.
Los hombres asintieron y yo tuve que darles los datos de mi email empresarial que anotaron muy interesados, luego de eso y ya dando el asunto por concluido nos retiramos, a la mañana siguiente iríamos a ver las residencias personalmente así que la aventura aún no terminaba. Regresando al lobby y estando solos él me detuvo.
—¿Cenamos juntos?
Temía porque preguntara eso.
—No, no signore, la verdad estoy cansada, no tengo hambre y quisiera dormir hasta mañana.
Me miró seriamente alzando una ceja y yo como buena “empleada sumisa” bajé mi cabeza para no verlo a los ojos.
—No almorzó nada, ¿quiere hacerme creer que no tiene hambre?
—Es verdad, créame.
—¿Cuál es su problema con la comida?
—No tengo ningún problema —le contesté con seguridad.
—Claro que la tiene, desde que la conozco no la veo comer y si lo intenta hacer lo hace mostrando repugnancia, ¿cree que no me he dado cuenta?
Apreté los labios, los tensé en una línea recta.
—Es una pena que tenga esa impresión, sólo espero que las demás personas no lo hayan notado —fingí sentirme avergonzada—. Es sólo que me acostumbré a comer muy poco y si me excedo…
—¿Vomita? —insistió con esa mirada inquisidora.
—Mi estómago es pequeño y para colmo muy delicado, son muchas cosas las que no tolero, la verdad sólo yo me entiendo, sólo yo sé qué dieta debo llevar.
—¿Dieta? —Abrió más los ojos recorriéndome el cuerpo con su mirada—. Usted no necesita de dietas, está muy bien, parece modelo de revista, además si dice que sólo puede comer “ciertas cosas” sigo sin entender cómo es que lo que escoge al comer “y porque entiendo que lo puede hacer” aun así le repugna, discúlpeme pero… no la entiendo, lo que me dice…
—¿No lo convence? —Me fingí indignada—. Lo siento si no me cree, me duele la cabeza y quiero descansar, ¿puedo retirarme?
Me miró tensando los labios, exhaló.
—Está bien, vaya a su habitación y descanse, ¿desayunaremos juntos al menos?
¡Rayos! Ya no sabía que más inventar. Asentí sin remedio.
Subimos a nuestras habitaciones y después de dejarme en la mía me encerré, exhalé intentando sentir alivio. Me desvestí y me metí al baño, de nada me valía que el agua estuviera fría o caliente, mi piel no tenía sensibilidad y eso era una ventaja y desventaja a la vez. Saliendo me vestí con mi bata de seda negra y me cepillé el cabello, miré el panorama oscuro por la ventana, un día más en la faena había acabado y me sentía bien en ese aspecto, había actuado como una mujer normal, como una asistente eficiente y debía sentirme complacida por eso a excepción de algo y no era el asunto de la comida sino él, James estaba cerca de nosotros, pude sentir su olor y salí por la ventana que daba a unos jardines traseros. En la oscuridad de unos arbustos se escondía, lo sentía, no era la brisa que los movía sino él, su bestial respiración podía amenazar con marchitar las plantas, exhalé. A mi modo bajé para encontrarme con él en ese panorama de oscuridad.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté al verlo como una bestia y sus ojos tan rojos como las brasas ardientes.
Como bestia rugía, no iba a atacarme, sus enormes colmillos y la sed por sangre eran muy evidentes, era un verdadero hombre lobo capaz de matar sin razonar sólo por instinto asesino y aunque en su forma sabía quién era yo muchas veces no me confiaba. Volvió a meterse entre los arbustos y al momento salió como hombre, lo hizo intencional, no llevaba nada encima de él, se mostró ante mí descaradamente desnudo, sin inmutarse, seductor y provocativo, era muy atractivo no iba a negarlo, músculos marcados, fuertes brazos, gruesas piernas, su pecho que parecía una muralla y su… miembro comenzando a responder a su excitación me hizo abrir los ojos sin querer, preferí verlo a la cara porque me provocaba. Sus ojos bronce se clavaban en mí, podía sentir su deseo solamente al verlo, no iba a desistir y tenía que hacer algo porque no por nada nos había seguido.
—¿No vas a contestarme? —insistí.
—¿Por qué crees que vine? —contestó acercándose lentamente.
—No te acerques —le advertí.
—¿Por qué? —ágilmente me rodeó y colocándose detrás de mí me sujetó con un brazo de los míos y con su otra mano sobre mi cuello.
—James, sabes bien que tu olor…
—Ya lo sé, dices que te repugna pero no puedo hacer nada, sólo tu agudeza es capar de sentirlo.
—Es porque no soy humana.
—No voy a dejarte Eloísa, entiéndelo —acarició mi cuello, su nariz lo recorría todo, sacó su lengua y lo probó, cerré los ojos para evitar las náuseas.
—Vine por trabajo, ¿tú también?
—El italiano no me importa pero si estás cerca de él sí y lo sabes.
Me apretó a su cuerpo con posesión, su erección la clavaba en mi trasero, estaba muy bien dotado no iba a negarlo y buscaba excitarme, buscaba que le correspondiera, buscaba que nos “apareáramos” en esa penumbra que nos escondía, deseaba liberarse, estaba demasiado ansioso, lo sentía, su cuerpo sudado y bronceado sumado a las palpitaciones de sus venas por su sangre caliente delataba lo ardiente que podía ser y en su respiración no podía disimular su deseo y excitación, cada músculo de su cuerpo lo sentía palpitar sin control. La mano que sostenía mi cuello la bajó, recorrió mi muslo hasta llegar a tocar su propio pene, me lo ensartó para mostrarme lo que tenía.
—¿Te gusta? —jadeó apretándome a él e impulsándose.
—Sabes bien que no me importa.
—Eloísa tú intentas ser de piedra pero no lo eres, sé que si te dejas llevar vas a arder en la pasión y el deseo, puedes sentirte viva al hacerlo, experiméntalo, hazlo conmigo, yo quiero hacerlo. Soy tan hombre como él pero tú serás sólo mía y lo sabes, si no lo eres no serás de él, primero se muere.
Al decir eso, con fuerza me liberé de él haciendo que retrocediera, no tenía la suficiente fuerza para hacerlo volar por los aires como lo había hecho Damián.
—¿Qué parte de nuestra historia no entiendes? —lo miré molesta—. ¿La parte en la que tú y yo no podemos estar juntos porque tu pueblo pagaría las consecuencias? O ¿La parte en la que no voy a permitir que te acerques a él porque entonces el que perezca sea otro?
—¿Te atreves a amenazarme sólo por él?
—Ya deberías conocerme, cuando tengo mis propios intereses no me detengo.
—Por fin lo reconoces —me miró desafiante, sin querer yo misma estaba arruinando todo.
—Él no…
—Ni yo me detengo —me interrumpió molesto—. No permitiré que él se interponga entre tú y yo, vas a tener que elegir entre su vida o ser mía, si lo escoges a él… comienza a preocuparte por ver los diarios y la televisión, total, ya debe de estar acostumbrado a ser noticia. Así que si ya decidiste…
—James… —tenía que controlarlo y pensar rápido—. No es necesario que mates al italiano, él… ya no me interesa.
Me miró sin creer en mis palabras, debía de sonar más convincente.
—Acabas de hablar de tus propios intereses que no te detienen, si no te interesara no estarías aquí con él.
—Vine por trabajo y lo sabes, no sé cómo conseguiste trabajo en la empresa pero sabes bien que como asistente de él debo acompañarlo a donde vaya, quiere comprar unas propiedades por aquí y…
—¿Y tiene eso que ver con tu trabajo? ¿Tiene eso que ver con la empresa?
—Es por sus padres, creo que sí ya que si ellos deciden permanecer en España desean un lugar donde quedarse.
Se acercó a mí otra vez, me rodeó, me estudió de pies a cabeza.
—No te creo, tú estás obsesionada con este tipo y como dijiste no eres de las que se hacen a un lado y se dan por vencidas.
—En el caso de él sí.
—¿Y por qué ese cambio?
—Porque… él tiene novia —apreté los dientes.
Se paró frente a mí y me miró.
—No te creo —susurró casi en mis labios.
—Es la verdad —insistí.
—Supongo que saldrá de un momento a otro de su habitación, si le gustan los deportes es posible que salga a correr, si no lo hace ahora lo hará antes de que amanezca y será el momento justo para… que tenga algún accidente.
—No te atrevas…
—¿Ves como no disimulas lo que sientes por él? A mí no vas a engañarme Eloísa, no intentes jugar conmigo porque todos saldremos perjudicados.
—No estoy jugando, no vas a hacerle nada porque es una persona inocente, no te ha hecho nada ni me ha hecho nada a mí.
—Quiere quitarme lo que quiero.
—Él no quiere quitarte nada.
—A ti.
—¿Cómo?
—¿No te has dado cuenta cómo te mira? Le gustas, te desea.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo siento, lo percibo, huelo el deseo que él siente por ti, no puede ocultarlo.
Lo dicho por James me había dejado sin habla y me confirmaba lo que me había dicho Damián, yo había deseado que él fuera mío desde que lo vi y ahora resultaba que sin problemas podía hacer mi deseo realidad, sin manipularlo, ni seducirlo, sin mostrarle visiones que lo confundan, él podía ser mío sin siquiera mover un dedo. En el fondo me sentí feliz pero a la vez no y ya no lograba entenderme.
—No puedes ocultar la felicidad, ¿verdad? —insistió mirándome.
—No, no es eso es sólo que… me tomaste desprevenida.
—Tú lo sabías, no finjas —me sujetó de ambos brazos—. Para ti no es nada nuevo, ¿piensas sacar ventaja de su debilidad por ti?
—Por favor James suéltame, no me provoques, por alguna razón no puedo saber nada de él, no puedo saber lo que piensa, no puedo leer su mente ni entrar en ella, no lo entiendo pero es la verdad, puedes preguntarle a Damián y sabrás que es cierto.
—¿Y cómo es eso posible?
—No lo sé.
Las manos que me sujetaban poco a poco las fue soltando y bajando hasta lograr abrazarme, olfateando mi cara y mi cuello.
—No sé si creerte o no —insistió, ahora su erección estaba justo en mi sexo, exhaló—. Tú no eres de las que desiste. ¿Qué pretendes? ¿Ganar tiempo?
—¿Ganar tiempo para qué? —Puse mis manos en su pecho, debía amansarlo a mi manera—. Es ilógico, ¿no te parece? Sabes bien que cuando quiero deshacerme de alguien lo hago sin contemplaciones y sin titubeos, sabes bien que no pienso para hacerlo, tengo el poder y nada me lo impide, nada excepto que alguien sea inocente y en este caso el italiano lo es. Lo que te he dicho es verdad, él… tiene novia y creo que van a casarse, no puedo interferir en sus planes, no puedo obligarlo a estar conmigo y lo peor, no pienso ser el juguete del momento, ni su amante, yo soy mucho más que eso James, ante todo sigo siendo una dama, con las manos manchadas de sangre y sin conciencia para arrepentirme pero sigo siendo una dama y no seré el juguete con el que el empresario juegue antes de casarse. Edmund es el único hombre para mí, mío, fui su mujer y aunque no llegamos a casarnos lo considero mi esposo, ya entendí que el empresario no es él aunque su apariencia sea casi la misma, no voy a engañarme, ¿puedes ver mi sufrimiento? ¿Puedes sentir mi dolor y soledad? Es por eso que ahora pienso diferente así que puedes estar tranquilo, me siento decepcionada y él ya no me interesa.
—La solución a tu dolor y soledad soy yo —me apretó más a él a la vez que me atrapó entre un árbol y su cuerpo—. Tu hombre puedo ser yo ahora y hacerte tan feliz como lo fuiste en tu tiempo, sólo dame la oportunidad.
—Sabes bien que no puedo…
—Sí puedes, déjame amarte —susurró jadeante—. Déjame consumar este deseo de hacerte tan mía que en tu cuerpo llevarás tatuado para siempre con fuego mis caricias, mis besos y la incontrolable pasión con la que puedo saciarte.
—James…
Me miró y sin decir nada me besó con fuerza, me sujetó de la misma manera, levantó mi pierna y buscó impulsarse como si me estuviese penetrando.
Por un momento permití que se deleitara, era necesario que me creyera, jadeaba cuando me besaba, me hizo abrir la boca, su lengua me degustó y yo tenía que hacer malabares para soportarlo. Las náuseas eran insoportables, sentía que su erección iba a traspasarme y su mano que apretaba mi pierna a deshacer mi carne y hueso por la fuerza que utilizaba, era doloroso, definitivamente estaba débil porque jamás me imaginé sentir esa sensación.
—¿Ves como si te dejas llevar? Lo deseas —susurró lamiendo mi cuello.
Ágilmente me giró haciéndome quedar de espaldas, volvió a apretarme con su cuerpo y al árbol, se impulsó demostrándome la ansiedad por penetrarme que lo consumía, bajó una mano a mi muslo y buscó subir la seda, tocó mi piel.
—Te quiero así Eloísa —susurró en mi cabello—. Quiero hacerte mía así —se impulsó otra vez y tocándose buscaba meter su pene entre mi seda y sentir sólo mi panty, me apretó a él, jadeaba su excitación—. Así quiero hacerlo.
—No James, no… —lo rechacé—. Basta ya, sabes bien que no quiero y menos en esta posición, no soy un animal para que quieras someterme y dominarme, no me vas a tener en cuatro patas como es tu costumbre, no vas a montarme.
Rugió molesto y debía controlarlo.
—Entonces móntame tú, hazlo a tu manera pero hazlo —me miró entre cerrando los ojos—. Hazlo como quieras pero sé mi mujer, déjame consumar el deseo de tenerte.
—Esto no es un juego, déjame en paz, olvídate de mí, tu pueblo pagará las consecuencias, ¿te olvidas de ellos? Damián cumplirá su promesa de exterminarlos a todos si me haces tu mujer, con una sola vez que lo hagas será suficiente para que comience una masacre de gente inocente y después de ellos seguirás tú, por favor deja esta obsesión por mí, tu tribu son los descendientes más antiguos que quedan en Montana, por favor permite que sigan viviendo, no rompas el pacto.
Respiró aceleradamente, estaba molesto y no tanto por mi rechazo sino porque sabía que tenía razón, su gente no merecía ser víctimas de una amenaza pero estaban advertidos y la responsabilidad de sus vidas recaía sólo en James y en sus decisiones.
—Serás mía Eloísa —rugió su sentencia—. Mía o de nadie.
Se separó de mí y rugiendo su rabia corrió dejándome sola, poco después escuché su aullido, como bestia se internó en el bosque. En el fondo me sentía mal por él.
—Bravo querida, me encanta tu estilo y la sutileza que tienes para tratar con asuntos tan molestos —dijo una voz peculiar que si me molestó y me hizo rodar los ojos con fastidio—. Cada vez más me sorprenden tus dotes de actriz, debo ser más listo si no llegará el día en que también puedas engañarme.
Damián apareció de entre las sombras como siempre y con una sonrisa de burla me miraba.
—¡Lárgate tú también! —le grité encaminándome hacia la habitación del hotel.
Al llegar evité tirar todo a mi paso, esta situación de siglos ya me tenía harta, era demasiado peso. Tenía sed, sentía la garganta seca y sentía como si algo me estrangulaba, cogí el teléfono y llamé al servicio.
—Soy la asistente del signore Di Gennaro y quiero una botella de vino, ¡ahora! —exigí.