Capítulo 22

 

—Tal vez en ese tiempo si se hubiera sentido orgulloso —continué con tranquilidad para que viera que sus palabras no me habían alterado—. Él o cualquier otro pero ahora no, nadie se enorgullece por las atrocidades cometidas ni por tener a su lado a alguien que las haga.

—Respetaré tu intimidad no preguntándote cómo ni dónde lo hicieron —suspiró—. Pero supongo… que después de eso fuiste la mujer más feliz de la tierra.

—Lo fui, él me hizo completamente dichosa, mi primera vez fue maravillosa y la segunda aún mejor.

—¿La segunda? —abrió los ojos.

Asentí curvando mis labios, me apené un poco.

—Lo hicimos dos veces —confesé.

Alzó las cejas evitando abrir la boca, eso no esperaba escucharlo.

—¿Y después? —disimuló.

—Después de que me entregara a él por segunda vez poco antes del amanecer, hablamos de lo que sería nuestra situación, nos amábamos eso era lo único que nos importaba pero la época en la que vivíamos no era fácil y teníamos una amenaza a la que no sabíamos cómo enfrentarnos, yo tenía miedo y aunque estaba segura que él iba a protegerme, también sabía que ese asunto le preocupaba.

—¿El asunto del derecho de pernada?

—Era otra preocupación más que se añadía entre las otras, parecía que nos llovía sobre mojado como dice un dicho.

—¿Nadie de la familia se dio cuenta de lo que hicieron?

—Afortunadamente no.

—¿No te dio temor quedar embarazada?

—No pensé en eso y a él tampoco le importaba en ese momento, además íbamos a casarnos en menos de dos meses después del compromiso y al menos Sir William…

—Sir William ¿qué? —preguntó al notar que hice silencio.

—Él… tenía la ilusión de ser pronto abuelo, ese día del compromiso nos dijo que deseaba muchos nietos y que seguramente nosotros íbamos a complacerlo pronto porque el proceso lo íbamos a disfrutar mucho.

Suspiré, recordar mis ilusiones imaginándome como la madre de los hijos que Edmund quisiera tener se quedó precisamente en eso, sólo en ilusiones.

—¿Y la fiesta de compromiso?

—Cuando por fin llegó ese día sentía que mis sueños de amor iban a volverse una realidad, fue un día de fiesta en el castillo, desde que amaneció los laudes, los tamborines y las flautas sonaban, las flores comenzaban a decorar junto con los estandartes que colgaban. Mi madre fue la que me despertó muy feliz llevando en sus brazos el más precioso y fino vestido color marfil y dorado que mis ojos habían visto, un regalo de mi casi prometido, el primero de muchos que él deseaba darme.

*****

—Mi querida Arabella, mira que belleza de atuendo usarás este día hija mía, Edmund no ha escatimado en nada, quiere que luzcas como una verdadera reina —mi madre sonreía muy feliz como si ella era la que se iba a comprometer.

—Me deja sin habla mamá, está bellísimo —suspiré sentándome en la cama.

—Una verdadera obra de arte sin contar con las zapatillas y las joyas, hoy serás la más hermosa visión que los escoceses hayan visto.

—Sólo me interesa ser la visión que él quiera, sólo quiero lucir feliz y radiante para él.

—Y así será hija mía, ya pronto subirán tu desayuno y la bañera, también traerán el agua tibia, las damas a tu servicio harán todo para que luzcas como la reina que eres para él.

Y así fue, debido a los nervios y a la emoción que sentía desayuné poco, apenas y me tomé el jugo de naranja con medio tazón de frutas mixtas, sólo me comí tres cucharadas de avena y le di un mordisco al pan y al huevo duro. Tenía demasiada ansiedad, la felicidad que sentía no me cabía en el pecho. Con mucho esmero me bañaron, fue un baño relajante, me consintieron, me encantaba sentir las burbujas que hacía un jabón especial que elaboraban expresamente para los MacBellow, eran esencias provenientes hasta de Arabia decían, el caso es que era una maravilla, me tallaban la piel delicadamente con una esponja mientras el agua aromatizada con pétalos de rosas y polvos de vainilla y canela se impregnaba en mi cuerpo también. Me masajeaban mi cabello con una mezcla de aceite de oliva, pulpa de frutas, la yema de dos huevos y polvo de romero, luego después de enjuagarlo bien y de quitarme todos los residuos salí de la bañera sintiendo en mi cuerpo los últimos jarrones de agua limpia que corrió por mi piel quitándome lo liso del jabón, me secaron y me pusieron una camisola transparente y encima un abrigo de satén, me sentaron frente a mi tocador y después de secar mi cabello comenzaron a cepillarlo, estaba sedoso y un dulce aroma emanaba de él. Me hicieron una trenza muy bien elaborada que recogía mi cabello desde la coronilla hasta la nuca para luego caer por toda mi espalda hasta mi cintura, me colocaron pequeñas pinzas con perlas auténticas para decorarlo y luego me maquillaron, los suaves y traslúcidos polvos asturianos que mi madre siempre se las ingeniaba para tener le dieron una apariencia de terciopelo a mi rostro y cuello, pintaron mis mejillas en suave carmín al igual que mis labios y después procedieron a vestirme. Suaves medias subieron por mis piernas, delicada ropa interior me cubría y luego el más hermoso vestido que había visto adornó mi figura, cuando me vi frente al espejo después de calzarme las delicadas zapatillas no me reconocía y mi madre lloró de emoción como si ya fuera el momento de mi boda.

—Luces radiantes hija mía —suspiró utilizando un pañuelo para limpiarse las lágrimas—. Luces realmente hermosa y tu belleza brillará aún más el día de tu boda.

Evité que me hiciera llorar también, ambas estábamos muy emotivas.

—Ese día seré la mujer más dichosa de la tierra —suspiré sin dejar de verme en el espejo, recordé lo que me esperaría llegando ese momento, no sólo era estar junto a Edmund para toda la vida sino volver a entregarme a él con todo el deseo que ya tenía acumulado.

Me estremecía con sólo pensarlo y evitaba morderme los labios a la vista de mi madre, los días después de nuestra entrega yo no podía disimular frente a él lo que sentía. Evitaba verlo a los ojos cuando él hacía exactamente lo contrario, me miraba y volvía a mirarme como si su deseo se acrecentara más y más, mi piel reaccionaba sólo a eso, la belleza de sus ojos me hacía ser una marioneta, no existían otros iguales, su mirada era capaz de elevarme al cielo y de hacerme sentir que flotaba, su poder estaba en sus hermosos ojos de azul cristalino que me dominaban y que me recordaban en una celosa afirmación que era sólo suya. Temblaba al recordar lo que habíamos hecho y no podía evitar apenarme, me volví más tímida con él cosa que parecía encantarle, el carmín de mis mejillas no desaparecía, al contrario, con sólo escuchar su nombre ya estaba más roja que una cereza. Sus besos se volvieron más apasionados cuando nadie nos miraba mostrándome su dominio, me pegaba a su cuerpo como si quisiera que entrara en él, la posesión de sus manos sobre mi cintura me hacían brincar, él se excitaba más después de lo que pasó, tanto, que tenía que controlarlo para no levantar sospechas, nuestras respiraciones agitadas después de tan apasionados besos que nos dábamos cuando nadie nos miraba nos era muy difícil de controlar, después de habernos entregado el controlarnos nosotros mismos era una proeza y no teníamos idea de cómo íbamos a soportar los casi dos meses que seguiríamos separados. Edmund no se cansaba de decirme que anhelaba ardientemente tenerme en su cama todas las noches, sentir el calor de mi cuerpo y la suavidad de mi piel, entregarnos a nuestro amor y gozar de nuestras entregas sin reservas, disfrutarnos como pareja y adorarnos de todas las maneras posibles.

El toque final fue cuando me rosearon el perfume y reaccioné de mis pensamientos, sentía algo en mi intimidad y supe lo que era, el efecto de él sobre mí, sonreí. Me pusieron las alhajas a juego con el vestido; dos pulseras doradas en cada muñeca, una delicada cadena cuyo dije con forma de rosa caía a la altura de mis pechos, los aretes colgantes con rosas doradas más pequeñas y otra cadena también más pequeña que iba en mi cabeza, alternando en mi cabello y adornando mi frente, realmente él deseaba verme radiante y así estaba. Estando lista salí de mi habitación junto con mi madre y las damas y en uno de los pasillos ya estaba Bruce y Ewan esperándome, suspiró cuando me vio y dándome un tierno beso en la frente me ofreció su brazo. Caminamos hacia mi destino.

Del brazo del hombre que consideraba mi padre bajé hasta el salón principal, ya todos estaban reunidos y cuando lo vi a él esperándome mi corazón saltó llenó de emoción. Lucía muy apuesto, con un traje color marrón, cinturón y prendedores dorados como el noble que era hacían juego con las cintas de mi vestido, sus botas negras relucían al igual que la espada que colgaba de su cinto. La hoja de acero estaba resguardada obviamente en su funda, pero la dorada empuñadura brillaba como si fuera de oro macizo, en su pomo tenía la cabeza de un león, el símbolo no del ducado de Westhburry sino de la familia MacBellow y eso no se lo podían quitar. Cuando él me vio tragó el vino que bebía y haciendo a un lado la copa me dio toda su atención, inhaló con calma y me sonrió, no podía quitar sus ojos de mí y yo tuve que dejar de contemplarlo si deseaba bajar los escalones sin hacer el ridículo y caerme. Bajé lentamente aferrándome al brazo de Bruce, estaba muy nerviosa, mi madre y Ewan caminaban detrás de nosotros. Edmund me esperaba al final de los escalones muy emocionado, suspiraba sin dejar de mirarme, de sonreírme y yo hacía exactamente lo mismo.

—Amada mía estás bellísima —suspiró extasiado cuando nos encontramos con él—. No tengo las palabras para alabarte, siento que alucino ante la visión que tengo en frente, siento que eres algo sobrenatural e inalcanzable, sencillamente me siento el más afortunado de los hombres por tener semejante gracia.

—Gracias mi lord —lo reverencié y le contesté con encanto—. Usted tampoco se queda atrás, está realmente apuesto y soy yo la bendecida, usted opaca a los demás caballeros, usted para mí es el más gallardo de los príncipes, su majestuosidad indica que debe ser el más poderoso de los hijos de los nobles, ninguno se compara con usted.

Sonrió abiertamente cuando me escuchó hablar así.

—Le entrego a la mujer que considero más que mi propia hija —Bruce se dirigió a él—. Arabella ha sido una señorita bien criada con principios y valores, como sus padres sólo rogamos que la haga inmensamente feliz como ella lo ha sido desde que nació hasta esta etapa de su vida.

—Eso no tendrá que repetírmelo —le contestó Edmund con sus ojos puestos en mí—. Prometo amar a mi Arabella por el resto de mi vida, nunca habrá otra mujer que ocupe su lugar porque sencillamente no la hay, ella lo es todo para mí.

—Su respuesta me hace muy feliz mi lord —le dijo mi madre cuando Bruce le ofrecía mi mano a él—. No sabe lo feliz que me hace saber que mi niña será una reina para usted.

Edmund sonrió cuando me sujetaba de ambas manos y las besaba, su veneración hacia mí la sentía hasta cuando respiraba.

—Y como una reina vivirá junto a mi hijo —nos dijo Sir William haciéndonos compañía—. Eso nunca lo duden, la preciosa Arabella tendrá el cuidado y las atenciones de una muñeca de cristal, sé que Edmund será un gran hombre que hará honor a su estatus de marido y protector de su mujer.

—Yo también lo creo —suspiré mirándolo fijamente—. Edmund es el hombre de mi vida y espero hacerlo muy feliz como su esposa y cumplir con todas sus expectativas.

La sonrisa de complacencia que él me mostraba hacía que mis piernas amenazaran con no seguir sosteniéndome, estaba muy nerviosa y no podía disimularlo.

—Mi preciosa Arabella —besó mi frente con respeto—. Déjame decirte que mis expectativas las cumpliste y superaste desde que te vi por primera vez, no tienes nada que temer —noté un brillo especial en sus ojos que entendí muy bien—. Me complazco con sólo mirarte, es mi recreo y una maravillosa vida juntos nos espera para amarnos aún más allá de la muerte.

Cuando dijo eso mi corazón dio una punzada que me hizo brincar, el miedo se instaló en mí y él al notarme me llevó a su pecho y me abrazó con ternura, quise quedarme así y sentirlo, sentir el latido de su corazón era sentir la vida y pensar que nos la arrebataran hizo que una inevitable tristeza me embargara. Recordé nuestra situación y sabía que él también, suspiró besando mi cabeza y con su tibio aliento sentía que inhalaba el perfume de mi cabello, abrazados nos consolamos a nuestro modo.

Tuvimos que disimular y separarnos un momento, Sir William ordenó a los músicos tocar y las melodías comenzaron a sonar llenando el salón. Sentía  que nos envolvían sólo a nosotros en nuestra nube de ensueño, me llevó al centro del salón y abrimos el baile de esa manera, me parecía tan romántico escuchar el laúd y la flauta a la vez y más cuando girábamos, me parecía algo sensual o al menos como él lo hacía al moverse, no era sólo tocarnos las manos sino sentir esa conexión, sentir las suyas ronzando mi cintura y las mías en su pecho u hombros y la manera de mirarme en ese momento era como nada más existiera y fuéramos sólo nosotros. Ese era el deseo en su estado puro, era sentir su mirada penetrando mi piel, recorriendo mi cuerpo, despojándome prenda por prenda hasta desnudarme, era penetrarme a su antojo y como lo quisiera, era darme ese placer por el que deliraba y del cual buscaba saciarme, era llevarme al éxtasis y gritar su nombre con todas mis fuerzas. Cuando estaba de espaldas a él aun tomándonos sólo las manos, su aliento tibio en mi cuello me estremecía demasiado, era sentirme completamente vulnerable, expuesta, a su merced, era pedirle porque aliviara ese tormento, era rogar porque calmara mi sed, era suplicar que le diera a mi cuerpo el bienestar que con urgencia necesitaba, él lo sabía, sabía lo que había logrado hacer de mí al tenerme como su mujer, era haber despertado y desatado a una fiera que ahora luchaba por mantenerla encerrada y controlada pero que me consumía al no lograr lo que quería, no me saciaba, no me colmaba, mi sed por él era insoportable. Me saboreaba al estar con él, cerraba mis ojos, lo complacía dejándome llevar por su ritmo, por los pasos que él marcaba, por el rumbo que él llevaba, por el deseo que él emanaba y por la pasión que él desbordaba, todo lo que sentía era por lo que él me demostraba.

—¿Te pasa algo mi amor? —me susurró al notarme.

—Te necesito —le confesé sin pensar.

—Yo también —me besó la mejilla.

—Te necesito Edmund —volví a decirle más bajito—. Quiero decir que te deseo, quiero volver a estar contigo, quiero que sacies esta insoportable sed que tengo de ti.

Evitó abrir más los ojos cuando nos giramos y quedamos de frente, yo ya no hallaba la manera de contenerme.

—Eloísa mi amor… —se mordió los labios disimulando y miró hacia todos lados mientras volvíamos a tomarnos de las manos—. Me sorprendes y te confieso que yo también lo deseo, no tienes idea de cuánto, es más, hasta me estoy cuidando de no rozarte porque… —habló más bajito todavía y me susurró al oído—. Porque siento que no puedo controlar lo que ya sabes y no quiero pasar una vergüenza frente a todos.

Sonreímos, éramos cómplices en todo.

Después del baile él ya no quiso seguir esperando e hizo el anuncio oficial, todos los que nos acompañaban nos rodearon y entonces su padre le dio una pequeña cajita que más bien parecía un cofre de plata pura, cuando lo abrió, en el interior de terciopelo color vino estaba un hermoso anillo de brillantes, me llevé las manos a la boca cuando lo vi, era una joya finísima, la piedra de brillantes con forma ovalada que tenía en su centro era impresionante sin mencionar el tallado del anillo y sus relieves que parecía haber sido creado por alguna criatura mitológica. Muy feliz sujetó mi mano y la acarició.

—Con este anillo me comprometo a amarte, honrarte y respetarte por el resto de mi vida mi amada Arabella —dijo él en voz alta para que todos fueran testigos cuando lo ponía en el dedo anular de mi mano izquierda—. Con esta joya símbolo de mi amor por ti sello el compromiso con mi mente, alma, cuerpo y corazón los cuales se comprometen a pertenecerte y a adorarte el resto de mi vida y más allá.

No pude evitar que mis lágrimas se mostraran, pero eran de felicidad, terminó de poner el anillo que me quedaba justo y después de besarlo en mi dedo, besó mi dorso y luego mis labios, nos besamos con ternura y emoción, todos nos aplaudieron ante lo emotivo del momento.

Durante el banquete que se ofreció como almuerzo todo era alegría y paz, estábamos sentados en una mesa larga puesta de manera horizontal, tenía finos manteles, preciosos arreglos florales y candelabros, viandas exquisitas como tartas de frambuesas, pastel de papa, codornices horneadas y lechones asados, sin faltar el indispensable vino de mi amado que era lo que nos deleitaba. Estábamos sentados en el centro de la misma y a nuestros lados nuestras familias, disfrutamos nuestra fiesta llenos de ilusiones, nos decíamos palabras de amor al oído y en complicidad buscábamos encontrar la manera de “abstenernos” de volver a tener relaciones hasta casarnos, asunto que iba a ser una proeza porque lo que más deseábamos era estar juntos otra vez y amarnos libremente. La música sonaba por todos los rincones, nuestra gente estaba tan feliz como nosotros y cuando terminamos de comernos el postre Edmund quiso que bailáramos de nuevo, esta vez la música era más lenta pero no sensual como la anterior a pesar de ser un chanson que evocaba el romanticismo, el coro envolvía junto con los instrumentos pero me sonaban con tristeza como los motetes y madrigales y eso me inquietó, todo era tan perfecto y me sentía demasiado feliz como para que fuera una realidad, sentía que esas voces eran como un presagio de que algo iba a pasar. Mientras bailábamos noté como la mirada de Edmund se desvió hacia la mesa, tensó la mandíbula pero evitó fruncir la frente, cuando girábamos disimulaba para que no me diera cuenta de su expresión pero fue inútil, cuando él quedó de espaldas y yo frente a la mesa miré que alguien le susurraba algo a Sir William y éste mostraba preocupación, la alegría parecía irse, Bruce también lo notó y la seriedad no la disimuló, al contrario de mi madre que me miraba muy sonriente mientras seguía comiendo su tarta.

—Edmund ¿qué pasa? —le pregunté al verlos.

—¿No entiendo? —me sonrió.

—Algo le acaban de decir a tu padre y parece preocupado.

Nos giramos al ritmo y volvió a mirar hacia la mesa, ambos hombres se miraron y entendieron sus miradas.

—No sé lo que pasa pero no te preocupes.

—Bruce también cambió su semblante, él debe de saber también.

—No pienses en eso mi amor —me tomó de la cintura y nos pegamos más—. No quiero que nada te preocupe este día.

—Edmund tengo miedo —le susurré—. Mi corazón acelerado me indica que algo puede pasar, por favor…

—Lo que va a pasar es esto —me sujetó la cara y me besó con suavidad.

Me hizo degustarlo, gemir y sucumbir a él sin resistirme, me hizo adorarlo aún más, la música sonaba, la gente bailaba a nuestro alrededor, nos miraban siendo testigos de nuestro amor y en ese momento no quise pensar en nada ni en nadie sólo en él y en que estaba en sus brazos, que eran sus labios los que me besaban y que sus manos estaban sobre mi cuerpo, que había sido ya su mujer, que ya era su prometida oficial y pronto también me convertiría en su esposa para toda la vida. Edmund era mi ensoñación, él era mi mundo de fantasía, él era todo lo que yo deseaba con toda el alma, él fue mi todo desde que lo conocí, pero la demostración de nuestro amor se vio interrumpida como lo presentí sin imaginar que mi vida entera se acabaría en pocos minutos.

—Una fiesta William, bravo, parece que llegamos justo a tiempo aunque sin ser invitados —dijo un hombre adulto seguido por seis más, todos usaban parcialmente armaduras.

La música dejó de sonar y todos los que bailábamos nos detuvimos, todos lo miramos y mi suegro se puso de pie. Edmund tragó mostrándose molesto y me sujetó de la cintura pegándome más a él.

—Es una fiesta familiar, estrictamente familiar —le contestó Sir William.

—Ya lo veo —se acercó al salón y miró a todos.

Tres de los tipos que andaban con él caminaron por la derecha y los otros tres por la izquierda, él caminaba en medio del salón paseándose con lentitud como si fuera el señor del castillo.

—McClyde te envía saludos William —insistió el hombre—. Y creo que está por demás decirte que… se siente ofendido porque no lo tomaste en cuenta en tu fiesta.

—Ya te dije que es una fiesta familiar, no tiene porqué ofenderse, cuando haga algo en donde los señores se vean involucrados él será de los primeros en recibir mi invitación.

—¿Como en la boda de tu hijo? —miró a Edmund y luego se enfocó en mí. No reparó en mostrar una mirada lasciva saboreándose.

Mi suegro se quedó callado y Edmund tensó más la mandíbula, lo miró con ganas de querer matarlo a la vez que lentamente se colocó frente a mí para ocultarme con su cuerpo.

—No la escondas Edmund —insistió el tipo sin dejar de mirarnos—. De nada te sirve, tu apreciada y hermosa flor es imposible de ocultar, definitivamente es una belleza incomparable.

—No te atrevas a hablar así —lo sentenció.

—Entiendo tus celos —cogió una manzana de una de las mesas cercanas y la mordió—. Es una fruta deliciosa y seguramente muy jugosa también —haciendo un gesto obsceno con la lengua se saboreó el jugo de la manzana que bajó por la comisura de su asquerosa boca.

—¡Basta! No le faltes el respeto —tuve que aferrarme de sus brazos para detenerlo cuando Edmund molesto por la provocación dio un paso al frente.

—¿Me amenazas? —sonrió con burla.

—¡Basta Fergus! —ordenó Sir William—. Dinos que quieres, ¿por qué la intromisión a una fiesta privada y familiar?

—Porque los señores feudales se sienten ofendidos por tu falta de delicadeza —le contestó terminando de comerse la manzana—. Creo que también has perdido su apoyo.

—¿Apoyo?

—Sabemos que estás solo William, tu querido Ricardo te echó de su corte desde hace mucho tiempo, los detestables ingleses hijos de perra te han traicionado.

Mi suegro tragó cuando escuchó decir eso, era algo que había intentado mantener en secreto pero se dio cuenta que los demás lo sabían y que él seguía siendo engañado.

—Y para colmo el rey Robert… —continuó mientras se rascaba la barbilla haciendo una pausa—. También se siente decepcionado de ti.

—No tiene por qué, yo ya había hablado con él —le dijo intentando disimular—. Le he demostrado ser un hombre cabal, no entiendo qué lo ha hecho cambiar de opinión.

—No me corresponde a mí decirte pero algunos franceses podían contestar.

—¿Qué?

—El rey solicita tu presencia William —el hombre llevó su mano a la empuñadura de su espada y la acarició—. Vendrás con nosotros en calidad de prisionero.

—¡Eso jamás! —le gritó Edmund, estaba furioso.

Los murmullos en el salón se comenzaron a escuchar como si fuera el sonido de un enjambre, Bruce se puso de pie mostrándole su apoyo a mi suegro y mi madre lo secundó. Roldan el amigo de Edmund lo miró llevando su mano a su espada también, le demostraba que su arma estaba dispuesta a defender a los MacBellow de la injuria que habían levantado en su contra. Edmund hizo lo mismo, sujetó su espada con fuerza pero sin sacarla de la funda y yo me sentía aterrada por lo que iba a suceder.

—¡Alto! No saquen sus armas —ordenó Sir William al ver que sus guardias hacían lo mismo.

—Tú decides William, a menos que quieras una batalla en la fiesta de tu hijo y su bella novia —insistió el tipo.

—Ustedes son siete aquí, no tienen la posibilidad de ganar, creo que están en desventaja —le hizo ver Edmund.

Tranquilamente el hombre se acercó a una charola que tenía uno de los lechones y sacando su cuchillo lo clavó con fuerza traspasándolo, la gente brincó al verlo, comenzó a abrir la carne desde la base del cuello hasta llegar a la cola, cortó un pedazo y con el mismo cuchillo lo llevó a su asquerosa boca, se lo comió.

—Gracias por la instrucción, al parecer no tenemos una estrategia —sonó sarcástico—. Pero las ballestas que apuntan a la cabeza de cada alma que están allá afuera pueden indicar lo contrario.

—¡¿Qué?! —Sir William se asustó más.

—Y eso sin contar los arqueros que están en la colina del Ciervo con las flechas encendidas esperando la señal para disparar. Pensamos en traer dos o tres catapultas para derribar la muralla principal pero creo que íbamos a exagerar y llamar demasiado la atención por el escándalo, además la guardia cooperó con dejarnos pasar, no estaban convencidos pero las lanzas que ya exponen sus cuerpos en la entrada de tu propiedad fue una advertencia para los demás.

Todos nos miramos al escuchar eso y algunas de las sirvientas comenzaron a llorar al saber que eran sus parientes los que habían muerto ya.

—Edmund… —me aferré a él aterrada, me llevó a su pecho y me abrazó.

—Tranquila mi amor —me susurró al oído—. Por favor no te derrumbes, vamos a solucionar este problema, veremos la manera de terminar con esto de un manera pacífica.

—¿Con qué derecho se han atrevido a matar a mis guardias? —murmuró Sir William cambiando de colores debido a su coraje—. ¡¿Quién dio la orden de hacer esto?!

—Como ves están sitiados William —sonrió el tipo con descaro—. Y no sólo tus guardias servirán como advertencia así que será mejor que nos acompañes.

Los murmullos cesaron y todos hicimos el más sepulcral silencio al escuchar los gritos de algunas mujeres en el exterior del castillo. El pánico que yo tenía ya no lo podía controlar aun estando en los brazos de Edmund.

—¿Escuchas eso William? —el tipo no dejaba de sonreír con burla a la vez que levantaba su índice haciéndonos escuchar el ambiente—. Mis hombres no pierden el tiempo y ya comienzan a divertirse, tus sirvientas los están entreteniendo muy bien. ¿Escuchas esos gritos de placer? Tus mujeres lo están disfrutando, ¿no lo crees?

Edmund me tapó los oídos para que no escuchara pero era obvio que estaban siendo ultrajadas y mis lágrimas ya no las pude detener, estaba aterrorizada.

—¡Malditos perros! Esto lo van a pagar —les gritó Sir William saliendo de la mesa y caminando decididamente hacia él.

—No estás en condición de amenazar ni de insultar, así que más te vale que cooperes también.

El hombre se dio la vuelta dando entender que no iba a decir nada más pero sólo dio tres pasos y se detuvo.

—Ah… y se me olvidaba algo muy importante —nos miró y yo sentí que mi corazón se detuvo—. La bella novia de tu hijo te acompañará, tengo órdenes de llevármela también.

—¡Jamás! —gritaron padre e hijo al mismo tiempo, mientras Bruce se transformaba también en enojo y mi madre comenzaba a llorar.

Los cuantos guardias que estaban en el salón al igual que Edmund, Roldán y los demás caballeros desenfundaron sus espadas, sus filosas y brillantes hojas sonaron al unísono cuando los hombres que acompañaban al tal Fergus lo hicieron también. Nuestra fiesta se había acabado y había sido en lanzas que la primera sangre inocente había sido derramada y comenzaba a correr.