Capítulo IX

 

La identidad de Leopoldo

 

Intenté descansar olvidándome de todo y dormí profundamente. Antes del desayuno aproveché para ver a los niños y después de atenderlos, bajé al comedor. Randolph y Dylan ya estaban a la mesa y nuevamente desayunamos los tres, Dylan se notaba un tanto melancólico y seguramente más, por lo sucedido la noche anterior lo cual obviamente delante de Randolph no quisimos remover. Le entregó a él una carpeta conteniendo por escrito sus informes como se lo había prometido al rey, le dijo algunas indicaciones para que se las transmitiera a Loui e igualmente una lista de medicamentos para surtir la clínica de la reserva y la de la ciudad. Mientras ellos seguían en su plática yo me limité a jugar con mi cereal por un momento, tenía que reconocer que también me sentía melancólica y no quería ser la culpable de que la relación entre Loui y él, ya no fuera la misma;

—¿Se siente bien majestad? —Preguntó Randolph mirándome por encima de sus lentes y dejando a un lado la carpeta que Dylan le había dado.

—Sí, claro. —Reaccioné casi de inmediato—. ¿Por qué la pregunta?

—Porque pareciera que sólo su cuerpo está aquí, pero su mente…

Me limité a sonreír;

—Sé que muchas cosas ocupan su mente —continuó mientras Dylan me miraba fijamente—. Pero esté tranquila, seguramente extraña a su amado y es justificable, además fue lo mejor en este momento, entiendo que no es justo ya que recién llegó de viaje, pero…

—Entiendo Randolph, como usted dice, seguramente fue lo mejor.

—Yo… les deseo que pasen una muy feliz navidad —dijo Dylan—. Y que el año nuevo, llegué pletórico de bendiciones y nuevos proyectos.

—Igualmente —le dijo Randolph—. Deseo que la pase muy bien en estas fiestas en compañía de su familia y que ya que menciona “nuevos proyectos” espero que usted, pueda formar parte de ellos.

Se limitó a sonreír y a mirarme de nuevo, le correspondí la sonrisa;

—Yo también le deseo una feliz navidad y la prosperidad de un año nuevo —le dije—. Y espero que pueda meditar muy bien su decisión y darnos una muy buena noticia, de todas formas apoyaremos lo que usted decida.

—Prometo pensarlo —dijo mirándome fijamente—. Y también prometo… dar mi mejor respuesta a la brevedad posible.

Terminamos el desayuno y cada quien se retiró a sus quehaceres, Randolph se encerró en el despacho del rey para hacer unas cuantas llamadas telefónicas, Dylan se retiró a su habitación para prepararse para su viaje y yo, después de estar en la habitación del pequeño lo llevé a la de los gemelos para compartir un momento con mis hijos. Estando con ellos Loui llamó y hablamos unos minutos que tenía libre, se comunicaría después con Dylan para despedirlo y me dijo que seguramente regresaría con los duques al siguiente día, lo cual me alegró mucho. A media mañana una de las mucamas me avisó que Dylan ya estaba en el vestíbulo acompañado por Randolph listo para salir, por lo que fui a despedirlo también. Cuando llegué lo vi que platicaba con Randolph mientras la servidumbre le acomodaba las maletas en la cajuela de una de las camionetas, bajé los escalones y me reuní con él;

—Le deseo un feliz viaje —le dije.

—Majestad… —dijo sorprendido mirándome y asintiendo con la cabeza—. Le agradezco la molestia que se tomó al venir a despedirme.

—No es una molestia —le dije extendiéndole la mano—. Es un placer.

No podía quitar sus ojos de mí y al reaccionar, tomó mi mano y la besó;

—Ha sido un… enorme placer también para mí el haberla conocido, sin duda Ludwig es muy afortunado al… tener a su lado a… una mujer no solamente hermosa sino también con un gran corazón. Alabo la labor que ha hecho en beneficio de los animales.

—Y en nombre de ellos le pido que… nos dé una buena noticia al llegar el año nuevo, lo que yo pueda hacer no se compara con lo que usted, pueda hacer, usted es el profesional.

—En nombre de su majestad el rey yo también insisto —dijo Randolph—. A mi parecer nadie mejor que usted para atenderlos.

—Gracias, gracias a ambos —dijo bajando la cabeza—. Hablé con Ludwig hace poco y me reiteró la oferta, gracias por reconocer mi trabajo y apreciarlo, la verdad no esperaba todo esto.

—Pues tiene unos días de vacaciones para pensarlo —le dijo Randolph dándole palmadas en los hombros—. Y por el bien de todos, en lo personal espero su respuesta afirmativa. Le deseo un muy viaje y lo esperamos pronto.

Se limitó a sonreír y asintió con la cabeza de nuevo, estrechó la mano de Randolph y besando la mía, subió a la camioneta que lo llevaría al aeropuerto.

Cuando llegué de nuevo a la habitación de los niños estaban merendando, así que para hacer tiempo y esperar la hora del almuerzo —no habiendo nada más que hacer esa mañana— regresé a mi habitación, me acosté en mi canapé y me dispuse a leer un poco más el diario de la reina;

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Muy temprano nos levantamos ya que de un momento a otro llegaríamos a nuestro destino, después de un rico desayuno sólo era cuestión de esperar y eso hizo que mis expectativas volvieran a crecer. Era una hermosa mañana para mí, el sol intentaba brillar en el cielo nublado y la brisa fresca, llenaba mis pulmones de emoción, el divisar en proa todo el bello panorama del océano en los brazos de Leopoldo era como un sueño y el sonido de algunas gaviotas nos anunciaba que pronto llegaríamos. El estar en los brazos de mi amor lo era todo para mí y el reflejarme en sus ojos, me hacía sentir que le pertenecía de cierto modo, el azul del mar no se comparaba con el de sus ojos y él, pensaba de mí exactamente lo mismo. Perdidos en nuestro romance de ensueño estábamos cuando nos anunciaron la vista del puerto, por lo que miré emocionada el horizonte y Leopoldo me susurró al oído, que ya estábamos en su hogar, era una isla, lo que no tenía idea era en dónde estábamos y realmente, necesitaba ser instruida por un mapa. Cuando llegamos me sorprendió lo que vi al igual que a Tita, varias carrozas tiradas por caballos y lacayos vestidos como en el siglo XVIII nos esperaban, al igual que la guardia que ya vestía como la segunda mitad del siglo XIX, la que también montaba, eso no me parecía lógico y por un momento creí que estaban filmando alguna película. Antes de bajar a tierra, una escolta armada se alineó en el puerto y levantó sus sables como un saludo para Leo, había una alfombra color marrón en medio de ellos que iniciaba exactamente por donde bajaríamos y terminaba en uno de los carruajes que tenía un estandarte y era tirado por cuatro hermosos caballos blancos, tanto Tita como yo nos miramos sorprendidas sin decir nada y no sabíamos qué pensar. Cuando todo estuvo listo para desembarcar bajamos a tierra, Leo nos ofreció sus brazos, Tita a su izquierda y yo a su derecha sosteniendo también a Florentina con mi otro brazo, pasamos por en medio de la guardia, caminando por la alfombra y subimos al carruaje, todas las personas nos reverenciaban al pasar, reverenciaban a Leo y eso, ya me estaba haciendo pensar más seriamente, estaba nerviosa, asustada, demasiada propiedad y protocolo sólo sucedía cuando alguien era demasiado importante como los nobles y ni siquiera nosotros habíamos pasado por una situación así. Cuando todo estuvo listo, nos fuimos muy bien resguardados por un grupo de escolta montada y en el trayecto, Tita estuvo muy seria, pensativa y callada y yo también, aunque la curiosidad me estuviera matando.

—¿Pasa algo cariño? —Preguntó Leo después de notar mi expresión.

—No sabría decirte —contesté mientras admiraba el paisaje—. Sólo te diré que no entiendo nada y eso me asusta.

—Entiendo —dijo un poco serio mientras acariciaba mi barbilla—. Pronto lo sabrás y espero que… continuemos como si nada.

—¿Leo qué pasa? —pregunté sin poder soportarlo—. ¿Qué tan importante eres para que te reciban de esta manera? ¿Por qué vamos en un carruaje? ¿Y por qué la gente se viste como si vivieran en…? ¿Por qué todo es tan raro? ¿Dónde estamos?

—Mi niña tranquila —dijo Tita—. Son muchas preguntas, ¿No crees? Además presiento que en un momento Leo responderá a todas tus preguntas. No desesperes.

—Así es cariño —me dijo Leo mientras me besaba la mano y me abrazaba, llevándome a su pecho—. Prometo que pronto sabrás todo.

Su voz sonaba diferente y eso me asustó más, no sabría decirlo, creo que sonaba nervioso, ansioso, serio, molesto, triste, melancólico, en otras palabras ya no era la misma persona que conocí y de no ser por la compañía de Tita, hubiera estado muerta de miedo, no sabía en qué lugar del mundo estaba y lo único que quería era regresar a la civilización de inmediato. Cuando llegamos a su “casa” mis ojos no podían estar más abiertos y mi boca igual, con la quijada casi en el suelo, Tita se asustó pero también se contuvo, sólo que sabía disimular mejor que yo. La “casa” de mi novio resultó ser un enorme e imponente castillo de piedra, un castillo de verdad, muy parecido al Hampton Court de Enrique VIII o a un conocido castillo alemán, parecía una mezcla de ambos, la “casa” de mi novio era una increíble y monumental fortaleza y eso me aterró más, aferré a Florentina a mí y definitivamente quería regresar a Barcelona. Nuevamente otra guardia se hizo presente para saludarlo de nuevo y algunos sirvientes se alinearon a nuestro servicio, Tita no se cansaba de observar todo y cuando bajamos del carruaje Leo me ofreció su brazo de nuevo y se paró erguido y serio como un completo militar.

—Bienvenido su alteza —le dijo una mujer ya madura y seria mientras se inclinaba reverenciándolo—. Es un placer ver que ya está de regreso, alabado sea Dios que lo guarda en sus viajes.

“¡¿Alteza?!” —pensé sintiendo que el mundo me caía encima, ahora si iba a desmayarme, Tita me notó y me aferró a ella abrazándome, nos miramos asustadas y desconcertadas.

—Gracias Eugenia —le dijo Leo con seriedad—. ¿Dónde está mi abuelo?

—Su excelencia está en el despacho alteza —le contestó—. Está reunido con unas personas en ausencia de su majestad.

—Bien, por favor que lleven todo el equipaje de mis invitadas a la habitación que les había indicado, la señorita Leonor Hampton es mi novia y la dama es su abuela Isabella Alessio, lady Hampton de Wessex.

—Bienvenidas sean —dijo reverenciándonos también—. Será un placer servirles, soy Eugenia el ama de llaves y yo misma las llevaré a su recámara.

Mi mente estaba en shock y sentía que no podía reaccionar, no sabía qué hacer o qué decir, no podía ni siquiera respirar y menos parpadear, no podía reír pero tampoco quería llorar, no podía volver en mí, no me sentía nada bien.

—Cariño tranquila —me dijo Leo mirándome fijamente y besando mi sien—. Ve con tu abuela y acompañen a Eugenia por mientras yo me reúno con mi abuelo, descansen, siéntanse como en su casa, no duden en pedir lo que quieran, la servidumbre está a tus pies. Nos reuniremos a la hora del almuerzo, ¿Está bien? Todo está dispuesto en tu honor.

Sin saber cómo reaccionar asentí sin decir nada, parecía un robot, sentía la lengua dormida y el cuerpo caliente y frío a la vez, Eugenia nos mostró el camino y lentamente la seguimos con Tita. Cuando llegamos a la habitación nos enseñó todo lo que había en ella pero mi mente seguía sin reaccionar y no recuerdo las tantas cosas que dijo, cuando se fue y nos quedamos solas con Tita, me arrimé a la pared dejándome caer al suelo, soltando a Florentina, levantando mis piernas, colocando mi cara en las rodillas y escondiendo mi cabeza entre ellas y mis brazos. Sentí que iba a desmayarme.

—Mi niña ¿Estás bien? —preguntó Tita mientras corría hacia mí.

—Tita dime que estoy soñando —logré decirle en un hilo de voz antes de llorar.

—No mi niña —dijo abrazándome—. No es un sueño, es una realidad que nos tomó por sorpresa aunque yo ya me lo imaginaba, sólo que no quise decirte nada.

—Abuela tengo miedo —le dije aferrándome a ella—. No quiero estar aquí, quiero regresar a casa, quiero olvidar esto, me siento aterrada.

—Tranquila mi niña, te acostumbrarás.

—Abuela para ti es fácil decirlo, tú creciste en este ambiente.

—Tú también, sólo que no hemos llevado una vida de oropeles.

—Un príncipe… —insistí—. Mi novio resultó ser un príncipe de verdad, uno de carne y hueso.

—Míralo de esta manera mi niña eres muy afortunada, ese es el sueño de toda chica y tú, ya encontraste el tuyo.

—Pero no el mío, estaba consciente de todo su dinero, su lujo, su propiedad y rectitud al expresarse y al actuar, pero nunca pensé que…

—Mi niña agradece a Dios esta bendición, no todas tienen tu suerte. Leopoldo no sólo es un príncipe de verdad, es un hombre culto, joven y muy pero muy guapo, que además te ama con devoción, te lo ha demostrado de muchas formas, ¿Qué más puedes pedir?

—Quería un chico normal, lo creí igual a Ezequiel o a Andrés, tal vez con mucho más dinero pero normal, no así, creí que era algún heredero de una gran fortuna, propiedades y empresas o algo por el estilo, pero no esto, yo no quiero esto, no me gusta y sólo el hecho de pensar un futuro así… no quiero Tita no puedo.

Me aferré a ella con fuerza y dejé escapar unas cuantas lágrimas, seguramente estaba exagerando pero era lo que yo sentía, no quería ser una noble de verdad y soportar toda esa responsabilidad con conllevaba, hasta ahora había sido feliz con mi vida normal, no quería estar en un ambiente de la realeza y mucho menos vivir el resto de mi vida así, simplemente no quería. La impresión me había dado un fuerte de dolor de cabeza así que después de tomarme una pastilla y darme un baño tibio me dispuse a dormir un poco, Tita hizo lo mismo, ambas estábamos cansadas pero más que cansancio físico era un agotamiento mental y sentía que sólo deseaba poner mi mente en blanco y dormir un momento. Al poco rato llegó una de las sirvientas para avisarnos que en un momento más servirían el almuerzo, así que nos levantamos y nos arreglamos, la verdad no tenía apetito, pero no podíamos hacerle un “desaire” a su “alteza” así que me resigné. Después de un rato llegó Eugenia para llevarnos al comedor en donde Leo ya nos esperaba, solícitamente besó mi mano como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo, él se sentía feliz, pero yo no podía decir lo mismo.

—¿Descansaste bien cariño? —me preguntó mirándome fijamente sosteniendo mi cara entre sus manos.

—Más o menos —contesté—. Me duele un poco la cabeza.

—¿Te sientes mal? —insistió un poco asustado.

—Depende del ángulo —contesté seriamente.

—Leonor yo…

—No es el momento de hablar ahora —me apresuré a decir.

Leo se limitó a levantar la cabeza y a suspirar, no me conocía molesta, pero siempre hay una primera vez para todo. Uno de los sirvientes nos ofreció vino blanco en copas de fino cristal, mientras estábamos de pie esperando al abuelo de Leo que nos hacía los honores con su presencia, pero yo rechacé el ofrecimiento.

—¿No quieres vino cariño? —preguntó.

—No gracias, no quiero beber.

Tita se limitó a verme y su expresión me decía mucho. Tenía que calmarme.

—¿Cariño que quieres que haga para verte feliz? —Insistió susurrándome al oído.

Lo miré fija y seriamente.

—Debiste haberme dicho la verdad de quién eras desde el principio.

—Mi niña por favor, contrólate. —Me dijo Tita seriamente mientras sujetaba mi mano—. Discúlpela joven… perdón su alteza.

—No se preocupe mi lady —dijo tristemente—. Reconozco mi culpa y Leonor tiene toda la razón en sentirse así.

En ese momento se anunció la llegada del abuelo de Leo.

—Su excelencia, Ludwig Augustus Waldemberg, gran duque de Kronguel —dijo uno de los guardias.

Tita y yo hicimos la reverencia correspondiente y Leo salió a su encuentro.

—Abuelo te agradezco enormemente que nos acompañes en esta velada.

—No tienes nada que agradecer muchacho —le dijo mientras lo abrazaba—. Ya sabes que siempre cuentas conmigo, además me muero de la curiosidad por conocer a tu novia.

Ambos se acercaron a nosotras y noté que tanto el abuelo de Leo como Tita se miraron fijamente sin decir nada, pero sus semblantes habían cambiado.

—Abuelo, ella es Leonor Hampton —dijo Leo mientras hacía las presentaciones—. Ella es la mujer de la que te he hablado y la dueña de mi corazón.

—Una hermosa señorita sin duda —dijo mientras besaba mi mano—. Bienvenida preciosa, no sabes el gusto que me da que estés aquí y más aún, conocerte al fin. Leopoldo no se cansa de hablar de ti en todos los idiomas y aún así creo que no te hizo justicia, realmente eres hermosa, has superado todas mis expectativas.

—Muchas gracias excelencia —le dije reverenciándolo de nuevo y bajando la cabeza—. El placer es mío, me siento honrada por sus palabras.

—Y ella…  —continuó Leo—. Es Isabella Alessio, lady Hampton de Wessex.

Ambos señores se quedaron perplejos cuando se miraron, tanto él le clavó los ojos a Tita como ella hizo lo mismo, no supo cómo reaccionar, el duque le extendió la mano y Tita hipnotizada le correspondió.

—Es un placer conocerla mi lady —dijo al mismo tiempo que besaba su mano sin dejar de verla.

Tita no pudo decir nada y comenzó a respirar aceleradamente, se puso muy pálida, me asusté mucho al ver que no reaccionaba.

—Tú eres… —logró murmurar y no pudo más, la copa de sus manos cayó al suelo.

No pudo seguir hablando, Tita se desmayó y si el duque no hubiera estado presto a sujetarla hubiera caído al suelo. La tomó en sus brazos y yo corrí a su lado.

—Tita, abuela —le decía asustada—. Por favor reacciona.

—¡Eugenia! —Ordenó Leopoldo—. Pronto, las sales y el alcohol.

—Isabella… —susurraba el duque al mismo tiempo que la miraba extrañamente y acariciaba su rostro.

—Hay que llevarla a la habitación —les dije desesperada—. Tengo miedo que su corazón falle y…

No pude seguir hablando, mis lágrimas comenzaron a rodar.

—Tranquila cariño —me dijo Leo al mismo tiempo que me abrazaba y besaba mi sien—. Ya pronto reaccionará.

—Leonor tiene razón, hay que llevarla a la habitación —dijo el duque asustado.

—Yo la llevo —dijo Leo—. Tú no puedes hacer esfuerzos.

Y solícitamente Leopoldo la cargó en sus brazos y la llevó a la recámara. Cuando llegamos la colocó en la cama y Eugenia me entregó las sales y el alcohol, me senté a su lado e intenté hacer que reaccionara. Leopoldo estaba cerca de mí, pero el duque observaba a Tita muy desconcertado sin saber qué hacer y cómo reaccionar.

—Ya está volviendo en sí —dije al verla—. ¿Tita me escuchas? ¿Estás bien?

—Mi niña… —susurró casi de manera inaudible—. ¿Qué me pasó?

—Te desmayaste abuela —le contesté—. Y Leopol… su alteza el príncipe te trajo a la cama, estamos en la recámara.

—¿Leopoldo? —preguntó intentando abrir los ojos—. Pero… él… él también, Ludwig…

Tita no asimilaba la situación de momento, se sujetó la cabeza con la mano y cerró fuertemente los ojos de nuevo.

—¿Te sientes mal abuela? —pregunté asustada.

—Me duele la cabeza.

—Que Eugenia vaya por una pastilla y un té —dijo el duque.

Tita reaccionó a su voz y abrió los ojos mirándolo fijamente, él también no había dejado de observarla y entonces comencé a sospechar que ya se conocían.

—Leopoldo será mejor que tú y yo salgamos de la habitación y dejemos que ambas descansen —continuó diciendo el duque tratando de disimular.

—Cariño ¿te sientes bien como para quedarte sola? —me preguntó el príncipe.

—Sí claro, no hay problema.

—¿Necesitas algo más? ¿Tienes hambre?

—No gracias, estoy bien.

—Cariño no has comido nada desde el desayuno, ambas no han comido —insistió—. Voy a ordenar que les traigan una vianda con bocadillos livianos y jugo para que merienden algo, ¿Está bien?

—Como quieras, gracias.

Sujetó mi cara entre sus manos y me besó tiernamente en los labios, en la frente, en la mano y luego ambos hombres salieron de la habitación, me senté en un sillón cerca para velar el descanso de Tita quien cerró los ojos de nuevo. Al momento llegó Eugenia con la pastilla y el té, el cual hice bebérselo todo y al poco rato se durmió profundamente. Como a los quince minutos de eso varias de las sirvientas llegaron cada una con una charola conteniendo ricos bocadillos, muy finos y deliciosos acompañados con un refrescante ponche de frutas adornado con las rodajas de las naranjas. Les agradecí las atenciones y traté de no pensar en nada de lo que había pasado para intentar comer algo y después dormir un poco para acompañar a Tita.

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Nieblas del pasado 2
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