Capítulo XXIX
La fiesta de aniversario
Para el ocaso ya estaba lista esperando ansiosa el regreso del rey, me había vestido con un abrigo y acostada en la cama contaba los minutos, vestía únicamente el abrigo sin nada más y sabía que eso lo volvería loco. Al poco rato escuché la puerta de la habitación y supe que era él, mi corazón saltó y mi piel reaccionó, sabía que iba a cumplir su sentencia la cual esperaba con mucho gusto, al sentir sus pasos mis latidos se incrementaban y mi piel se erizaba, intentaba controlar mi respiración para esperarlo lo más tranquila posible. Cuando entró a la recámara tan regio e imponente como siempre no pude evitar saborearme, su aire orgulloso y mentón alzado, su porte real y erguido, su ceja derecha levantada, esbozando una media sonrisa y su lentitud con la que se movía comenzaba a encenderme, con toda la paciencia se quitaba los guantes, luego su abrigo, comenzó a desabotonar su camisa y a acercarse a mí como el felino que lo caracterizaba, sentía que iba a estallar con sólo mirarlo, el poder de este hombre sobre mí era inmenso. Lentamente hice lo mismo a su vista, desaté el cinto de mi abrigo y me descubrí para él, su mirada se encendió al verme en la cama completamente desnuda, una corriente me recorrió el cuerpo al notar su ardiente mirada que me recorría quemándome la piel, me hipnotizaba, no había nada más en ese momento, estaba frente a él, libre de prejuicios y pudor, era su mujer en todos los aspectos y mi osadía al esperarlo desnuda lo había excitado. Estando frente a mí terminó de quitarse la camisa y quitándose el cinto lanzándolo al suelo y desabrochando su pantalón se subió a la cama, su cálida respiración me envolvía la piel y mi cuerpo comenzaba a tensarse, cortos besos de su parte en mis pies, tobillos, pantorrillas, rodillas y siguiendo lentamente el rumbo se hizo paso entre mis piernas, me hizo abrirlas y yo sentía sucumbir al placer que su adoración me proporcionaba. Sus besos en mi entre pierna me hicieron temblar, apreté las sábanas y alzando la cabeza a la vez que cerraba los ojos me dejé llevar, mis pezones estaban tensos apuntando hacia él, incitándolo, llamándolo, mi cuerpo que había hablado por mí le decía a gritos todo lo que él me hacía sentir, sucumbía ante su poder, no podía negarme, quería más, siempre quería más, no me saciaba, al sentir su lengua entre mis labios íntimos gemí, me tensé, no pude evitarlo, mordió suavemente mi monte Venus y sólo rogaba porque tuviera piedad de mi agonía, su lenta tortura era un suplicio, le gustaba hacerme sufrir, le gustaba oírme suplicar, siempre anhelaba escucharme rogar por más. Su boca subió por mi vientre, su lengua jugó en mi ombligo, siguió subiendo hasta llegar a mis pechos, lamió uno de mis firmes pezones para luego morderlo con suavidad, volví a gemir, subió hasta llegar a mi cuello y sin poder resistirlo más nos besamos, deseábamos nuestros labios como si fuera la primera vez, mis gemidos se ahogaban en su boca y los suyos en la mía, lo envolví con mis piernas y claramente su erección me saludó, terminé de desvestirlo y sin decir nada más sólo sintiendo el sabor de nuestros labios y al calor de nuestros cuerpos nos entregamos al momento, cumplió su “amenaza” no esperó hasta la noche y mucho menos la cama fue suficiente, era su mujer en cada embestida, era suya con cada caricia, le pertenecía por entero con cada beso, él y sólo él era simple y majestuosamente perfecto.
Se aproximaba una fecha especial para nosotros, la celebración de otro aniversario de boda eclesiástica, otro motivo para una recepción, un ágape entre los más cercanos y para mi desgracia esa mujer y su acompañante aún no se largaban. Loui sentía un peso en sus obligaciones cada día como nunca lo había sentido, ideas revolucionarias comenzaban a sacudir Bórdovar y aún no podían dar con el causante de eso, unos presionaban por la institución de un gobierno lo que sería una brecha que podría dar inicio a una república y el rey no podía permitir eso.
La preparación para la fiesta de aniversario se llevó a cabo con normalidad, yo personalmente me dirigí junto con mi guardia hasta donde Tito para hacerle saber mi gusto por la torta que quería así como los bocadillos para la ocasión, ese día también aproveché pasar un momento por la casa de Víctor para saber cómo estaba Virginia, él obvio estaba en el hospital, pero la dama encargada de la chica me recibió y me hizo saber la condición de ella, llevó a Virginia al salón donde yo estaba y la sentó en uno de los sillones, seguía igual, no respondía a estímulos, la mujer que estaba a su cargo la cuidaba muy bien y estaba muy pendiente de ella, la bañaba, la vestía, la peinaba, le daba de comer, le leía, en fin… hacía todo lo humanamente posible porque Virginia se recuperara, me dolía verla sumida en su oscuridad, seguía igual y eso no me gustaba, ya había pasado casi dos meses desde su ataque y aunque gracias a Dios no hubo embarazo seguramente por la pronta intervención médica, eso no cambiaba nada el hecho de que ella era totalmente ajena al mundo que la rodeaba, había perdido peso pero a pesar de eso era muy linda, joven y no era posible que esa condición se quedara con ella el resto de su vida, Virginia necesitaba urgentemente una rehabilitación;
—¿Qué dice el doctor Valder a todo esto? —pregunté a la encargada.
—El mantiene sus esperanzas —contestó—. Creo que el día que la señorita Virginia reaccione él será el hombre más feliz de la tierra, quiere mucho a su hermana.
Notaba a Gastón que estaba conmigo y de cómo perdía su mirada en Virginia, le interesaba, no le quitaba los ojos, estaba segura que se había enamorado de ella;
—Ha pasado mucho tiempo, me preocupa que no reaccione. —Me levanté del sillón hacia el librero—. Es necesario buscar estímulos, una terapia que le ayude a reaccionar —busqué un libro de la estantería.
Afortunadamente estaba “Mujercitas” así que tomándolo entre mis manos me senté al lado de ella y comencé a leerle un poco:
“—Navidad no será Navidad sin regalos —murmuró Jo, tendida sobre la alfombra...”
Antes de despedirme le dejé a Víctor la invitación para nuestra celebración, tenía en mente no perder más tiempo en cuanto a Virginia y le pediría que la llevara todas las mañanas al castillo para que me acompañara en las clases con los príncipes, estaba segura que eso posiblemente le ayudaría.
Llegando el día de la fiesta por la tarde se ofició un acto religioso en la catedral recordándonos las enseñanzas del apóstol San Pablo en relación al amor y al matrimonio y nosotros volvimos a renovar y a afirmar una vez más nuestros votos teniendo a todos como testigos. En la fiesta del castillo fue igual, al hacer el brindis, el rey como siempre me hizo la pregunta que acostumbraba:
—¿Quieres ser mi esposa?
A lo que yo le contesté:
—Siempre.
Todos los presentes nos felicitaron y brindaron con nosotros, nos aplaudieron al momento de partir el pastel como si se tratara de una torta nupcial deseando revivir el momento. Entre bocadillos, charlas, el baile, la música orquestal, la fiesta era perfecta para mí hasta que en segundos todo cambió, mi felicidad se fue al caño al ver que esa mujer y su acompañante se acercaban a nosotros después de pelear con la guardia gritando que era amiga personal del rey. Algunos nobles desconcertados comenzaron a murmurar y más al notar su pavoneo al caminar, su vestido rojo muy ajustado marcaba su cuerpo, una pierna le sobresalía a cada paso aunque fuera largo, su escote pronunciado mostraba el delirio de los hombres y su exagerado maquillaje dejaba mostrar claramente la clase de mujer que era, tensé la mandíbula y miré al rey, él la miró desconcertado seriamente y luego de manera sutil desvió su mirada, mis ojos le decían muchas cosas;
—Esto es el colmo —dijo Regina indignada acercándose a nosotros—. ¡Ludwig haz algo!
—Regina no grites —murmuró apretando los dientes.
La duquesa lo miró aún más incrédula;
—¿Qué hace ella aquí? —le susurré.
—Te juro que no le sé —contestó como ventrílocuo, apenas y movió los labios sin dejar de mirarla incrédulo mientras se acercaba a nosotros.
—Bonne nuit —saludó la francesa fingiendo su reverencia, Yves también saludó seriamente—. Perdón que venga hasta ahora pero así somos las mujeres, la verdad no encontraba nada que ponerme.
—Creí que era una fiesta por invitación —le susurré al rey intentando sonreír ante todos.
Levantó su mentón y exhaló;
—Dione esta es una fiesta privada —le dijo el rey intentando fingir su sonrisa también para callar las murmuraciones de todos.
—Oh lo sé —dijo descaradamente—. Y por ser tu amiga me tomé la libertad de acompañarte aunque eso no quita que me tengas resentida, estoy aquí para compartir esta… celebración contigo y demostrarte mi… afecto a pesar de cómo eres.
Se acercó a él y con todo el descaro que destilaba lo abrazó como si fuera alguien más, le dio un beso en su mejilla con fuerza dejándole la marca del labial rojo y por segundos se quedó quieta en esa posición, estaba segura que algo le había murmurado al oído pero lo que más me molestó fue que a todo eso el rey no movió ni un dedo para quitársela de encima. Tragué en seco, evité poner mis ojos en blanco y terminando de beber lo que me restaba del champagne preferí ignorar la escena, comenzaba a enfurecerme;
—Dione basta —le dijo por fin separándola de él—. Sabes bien que no puedes hacer esto.
—Pues ya lo hice —sonrió levantando una ceja.
Evité resoplar y por un momento me fijé en Yves, él me miraba fijamente y eso volvió a asustarme;
—Perdón majestad —dijo una de los nobles acercándose a nosotros—. No habíamos tenido el placer de conocer a tan bella señorita que dice ser su amiga, ¿Es turista en el reino?
Loui lo miró seriamente dándole a entender que no le había gustado su comentario;
—Merci monsieur —se dirigió al hombre sonriendo con labia y coqueteo.
—Ah y francesa —sonrió el hombre mostrando una evidente complacencia a la vez que se acomodaba el bigote y le extendía la mano para saludarla—. Enchanté mademoiselle.
Ella le correspondió el saludo y no dejaba de coquetear ante la “galantería” que el tipo le demostraba.
Todos los hombres se habían dado cuenta de lo coqueta que era y al menos los que estaban solos no perdieron el tiempo, Ludwig se sentía avergonzado y yo deseaba quebrar la copa que tenía entre mis manos;
—Caballeros por favor, la señorita no está sola, el caballero aquí presente es su… acompañante —les dijo el rey.
—Oh mon ami, por él no te preocupes —decía la zorra confianzuda moviéndose de manera sensual, los hombres que la miraban tenían los ojos desorbitados—. El señor Claymont me conoce muy bien.
Loui lo miró levantando una ceja y para no parecer descortés lo saludo;
—Señor Claymont —el rey le hizo un gesto con la cabeza.
—Majestad —el hombre lo reverenció, me asustaba, era muy extraño, muy serio en comparación a su “amiga”
Volvió a mirarme fijamente y ya no sabía cómo interpretar eso, ese hombre me ponía nerviosa;
—A sus pies majestad —me saludó extendiéndome la mano, no quería dársela pero no podía hacerle un desaire a un desconocido frente a todos, él no conocía el protocolo de los nobles, no tenía el permiso de extenderme la mano y yo no tenía la obligación de aceptarla, era algo parecido a lo que fue la rígida corte austriaca pero intenté sonreír y aceptando el gesto él la sujetó con delicadeza aunque levemente la apretó, la besó, de nuevo sus ojos los clavó en mí, ese gris extraño de su mirada me asustaba—. Tan hermosa como siempre —insistió.
Sentía mi lengua dormida y parecía tener una especie de “stop” que me impedía abrir la boca, por fin hice un intento de hablar;
—Gracias —dije con mucho esfuerzo.
—Así que es amiga de su majestad… —continuó uno de los hombres—. ¿Y cómo es que no es huésped del castillo?
Ludwig carraspeó y lo miró seriamente, la verdad ese gesto no me había gustado, pudo dar a entender que había cometido una imprudencia con su pregunta o bien simplemente que se callara para que yo no terminara de reventar.
—Oh perdón —se disculpó—. Que pregunta tan tonta la mía.
—No monsieur, no es una pregunta tonta, yo también me la he hecho pero la respuesta es muy clara —desvió sus ojos lascivos con los que miraba al rey hacia mí, en mi caso su mirada me señalaba acusándome abiertamente.
Los hombres me miraron y odié que me señalaran por su culpa, la zorra quiso que me vieran como la mala del cuento y lo estaba logrando;
“Manipuladora” —pensé mirándola de manera fija también.
—Creo que no hace falta responder entonces —le dijo Regina seriamente mirándolos a todos y luego dirigiéndose a ella—: Aquí lo que resalta y está más que claro es la clase de… mujer que eres, ¿Cómo se te ocurre pensar que mi primo va a tenerte como huésped? Sería una falta de respeto a su familia, ¿No crees?
La francesa abrió los ojos y la boca ante lo dicho por Regina, Ludwig no podía creerlo tampoco, los hombres intentaron disimular lo que entendieron muy bien, Jonathan la sujetó de los hombros intentando decirle que se callara, la música dejó de sonar por un momento haciendo que todas las miradas se posaran sólo en nosotros, con la mirada busqué a Randolph quien al verme se dirigió a la orquesta para ordenarles que siguieran tocando, la música volvió a sonar. Dylan y Víctor nos miraban seriamente a distancia, sabían que las cosas no estaban bien y yo, ya no sabía que sentir en relación a lo que estaba pasando;
—¿Quiere decir madame que soy una especie de… tentación? —preguntó descaradamente sin parar de reír en su cinismo.
—Excelentísima duquesa de Kronguel para ti… mademoiselle —la corrigió, noté como Yves clavó sus ojos en Regina y la observó detenidamente—. Y no, no se trata de tentación, eso es para cualquier idiota que se crea hombre —algunos caballeros tosieron atragantados por el vino al escuchar a Regina, el pecho del rey subía y bajaba conteniendo no sé qué, estaba tan rojo como un camarón hervido—. Lo digo porque a leguas se nota la clase de mujer que eres.
La francesa no paraba de reír intentando provocar más a Regina y hacerle ver que sus palabras le resbalaban. Todas las miradas estaban sobre nosotros, más vergüenza no podía sentir, la reina no se había pronunciado y eso esperaban precisamente, esa bruja había arruinado nuestra fiesta de aniversario;
—Regina por favor… —le dijo el rey y éste miró a Jonathan diciéndole con los ojos que se hiciera cargo de su mujer.
Miré a Loui seriamente intentando buscar una respuesta al porqué no hacía, ni decía nada más;
—No te preocupes majestad —la muy descarada le acariciaba el brazo derecho al rey—. Por respeto a que es tu prima no voy a contestarle como debiera, yo si voy a demostrarle que la respeto.
Regina abrió la boca ante lo descarada e hipócrita que era esa mujer, resopló molesta y eso no le haría bien en su estado, Jonathan la sujetó de ambos brazos porque la duquesa deseaba bofetear a la francesa;
—Mira madame Dubarry, será mejor que regreses a Versalles a cumplir tu sentencia, no eres bienvenida aquí, ¿No te lo ha dicho el rey? Pues te lo digo yo, vete, vete de Bórdovar de una buena vez, no vas a conseguir lo que quieres así que lárgate y nunca más regreses.
Tanto la francesa como Yves la miraron con asombro, el rey ya no podía soportar la vergüenza y Jonathan tampoco sabía cómo hacer callar a Regina.
—Con todo respeto “madame” —enfatizó la francesa para molestarla—. Usted tampoco vive aquí, creo no es quién para decirme que me vaya.
Regina hizo el intento de abalanzarse sobre ella pero Jonathan la detuvo a tiempo, las murmuraciones no cesaban y yo me sentía una tonta por no hacer nada más y comportarme con la dignidad de una reina, en parte me sentía humillada, había sido Regina la que prácticamente había tomado mi lugar, me sentía el hazme reír por no tomarlo y hacerme ver, todos hablarían de cómo me valí de mi cuñada para expresar a través de ella la realidad de cómo yo me sentía porque eso había hecho Regina, decirle todo lo que yo no había podido. Las murmuraciones llenaban todo el salón y yo ya no cabía en mi vergüenza y más, al ver y sentir que el mismo rey no actuaba como debía de hacerlo, era sumamente decepcionante;
—Me disculpan por favor —dije con lo que me restaba de dignidad.
Salí de la presencia de todos, deseaba desaparecer, no sabía lo que sentía, estaba avergonzada, no por lo que Regina había hecho, sino por lo que el rey no hizo, con su actitud otorgó muchas cosas y eso me dolió.