Capítulo XXXVI
La Confrontación
Boris nos despertó antes del amanecer o al menos eso creí, no sabía si era la realidad o la fantasía, no sabía si lo que había pasado era real o lo había soñado, no sabía si estaba en la cama o seguía en el observatorio, no sabía si todo lo que había pasado era producto de la imaginación o si de verdad había sucedido. Estaba completamente desorientada, tanto, que ni siquiera abrí los ojos, estaba muy cómoda sintiendo un delicioso calor que envolvía todo mi cuerpo, sentí que él besó lo alto de mi cabeza y se levantó ante la insistencia de Boris que tenía sus propias urgencias.
Pasó sólo un momento, el frío que sentía me despertó, intenté abrir mis ojos pero al momento no reconocí el lugar, me asusté. Me incorporé rápidamente sujetando el abrigo, froté mis ojos, me dolía un poco la cabeza, pasé mis manos por mi cabello y suspiré, no había soñado lo que pasó, estaba desnuda en el sillón y al ver a mi alrededor supe que seguía en el observatorio, mordí mis labios, me cubrí con el abrigo e intenté sentarme, lo buscaba con la mirada, ya no quería sentirme sola. Al notar por las ventanas que faltaba poco para que amaneciera decidí levantarme, vestirme e irme a la habitación pero al momento me enfoqué en uno de los vitrales más grandes y vi su silueta, estaba parado muy erguido y con sus manos hacia atrás, esa pose era típica en él, observaba por la ventana el amanecer que se aproximaba, no estaba desnudo pero si descalzo y con su pecho y espalda descubierta, sólo vestía su pantalón;
—Ludwig… —susurré aún medio dormida sentada en el sofá.
Él se giró al escucharme y rápidamente se acercó a mí, se hincó y sujetando mi cara me besó suavemente. No había sido un sueño, todo había sido real, nos entregamos de nuevo, volvimos a ser uno, habíamos hecho el amor en el observatorio.
—Buenos días mi amada reina —susurró haciéndome temblar más—. ¿Cómo te sientes?
Intenté mirarlo pero sentía que no podía abrir mis ojos, seguramente los tenía hinchados y el sueño me podía mucho, quería seguir durmiendo, acaricié su cara, la misma mejilla que había bofeteado, tragué sintiéndome mal, no quería recordar nada. Él besó la punta de mis dedos;
—Tengo sueño —le contesté tontamente—. Siento el cuerpo pesado.
Sonrió y besó la punta de mi nariz, me alcanzó mi camisón y todo lo demás;
—Vístete con cuidado, el observatorio es frío, no quiero que te vayas a enfermar, iremos a nuestra habitación.
Asentí y sin saber cómo me vestí, él hizo lo mismo también, cuando acabé me puse el abrigo de nuevo y sin querer comencé a estornudar, me picaba la nariz;
—Salud —sonrió.
—Gracias —apreté mi nariz y los ojos a la vez, odiaba las alergias.
—Vamos —me levantó—. Vamos a la cama un rato más, aún falta para que amanezca.
Asentí de nuevo pero no podía caminar, las piernas no me querían responder, sentía mi cuerpo liviano en cierto aspecto pero pesado en el otro, tenía mucho sueño;
—Ven —sonrió de nuevo y me levantó en sus brazos, besó mi frente—. Voy a llevarte a nuestra recámara, a nuestra cama, así en mis brazos, como siempre debe ser, como siempre quieres estar, como yo quiero que sea y como yo deseo hacerlo.
Cerré los ojos y me hizo sonreír, me aferré de su cuello mientras su cálido aliento inundaba mi frente y me recorría todo el cuerpo, quería seguir soñando y olvidar la pesadilla. Salimos del observatorio en la todavía parcial oscuridad y en lo que restaba de lo que había sido una noche de entrega, me llevaba en sus brazos a nuestra habitación, la dulce y cálida sensación de sentirme en ellos me hacía imaginar que era como la cenicienta y que iba en los brazos de su príncipe a vivir una historia de amor sublime. El arrullo del movimiento de sus pasos me hizo dormirme de nuevo, quería soñar y soñar y posiblemente no despertar de esa sensación nunca más.
El resplandor me despertó, no había sol pero la claridad era evidente, por fin amaneció, lentamente abrí los ojos y fruncí el ceño, me sentía con resaca y el leve dolor de cabeza seguía allí. Enfoqué bien, ya no estaba en el observatorio sino en la recámara, giré mi cabeza con el cuidado de que el dolor no aumentara y lo vi, a mi lado estaba él, dormía, su semblante notaba tranquilidad, no había tensión. “¿De verdad será inocente o intentará seguir ocultando las cosas y volver a herirme?” —me pregunté, espanté esos pensamientos, no era lo que quería hacer al verlo, no quería comenzar a pelear conmigo misma y escuchar el clásico “te lo dije” cuando las cosas volvieran a ocurrir. Me entregué a él de nuevo, no era esa mi intención pero las cosas surgieron solas y sentí que debía aprovecharlas, él lo necesitaba según entendí y yo también, siendo marido y mujer era natural, no fue nada prohibido al contrario si muy excitante, estábamos juntos como debía ser. Me incliné apoyándome en mi codo y con la punta de mi índice acaricié su cara, me enfoqué de nuevo en la mejilla en la que había descargado mi enojo, no debí hacerlo, me sentía mal, creí que nunca llegaría el momento para hacerlo pero llegó, le falté el respeto así como creí que él me lo había faltado a mí. Me acerqué para darle un suave beso en esa mejilla que había golpeado “perdón” —le susurré como si ella escuchara y fuera a responderme, suspiré y cerré mis ojos negando, quería que ese breve momento de paz no se acabara. De pronto él se movió y abrió los ojos, aún los tenía un poco rojos y también hinchados pero al menos no estaban de color violeta como los recordaba, habían vuelto a ser del azul cristalino que me dominaban, nos miramos sin decir nada, él sonrió y yo intenté sonreírle también, acarició mi cara, se acercó a mí y me besó, hizo que me acostara de nuevo y él volvió a quedar encima de mí, sin explicaciones, sin balbucear, sin decir nada más nos dejamos llevar por el deseo de nuevo y volvimos a hacer el amor.
Después de un buen baño tibio que nos dimos juntos, desayunamos en la habitación a media mañana, preferimos comunicarnos en el silencio de nuestras miradas cómplices que nos arrancaban rubor recordando lo que había pasado en las últimas doce horas. No tenía caso remover nada de todo lo anterior, él y yo deseábamos dejar eso atrás y olvidar esa horrible experiencia. Cuando estuvimos listos bajamos a nuestros quehaceres, después de ver a los niños y atenderlos un momento él como siempre iba a su despacho y yo a mi oficina, recordé que tenía que revisar los libros y en eso me iba a enfocar todo lo que restaba de la mañana, pero él me acompañó.
—Quiero que des la orden que todo paquete que la reina pida sea atraído inmediatamente al castillo —le pedí mientras abría unas cajas cortando el sellador—. Estos libros estaban en la aduana quien sabe desde cuándo y nadie tomaba medidas, si yo no hubiera presionado no los hubieran traído, eso no puede ser.
—Está bien, lo hablaré con Randolph, pero recuerda que…
—Ya lo sé y lo entiendo, pero creo que en este asunto exageran.
Me miró levantando una ceja, negó sin decir nada y me ayudó a sacarlos de las cajas y a ponerlos en una mesa;
—Gracias por… consentir a Boris —dijo sonriendo un poco.
Lo miré desconcertada;
—Me refiero a lo que le dijiste en el observatorio anoche —continuó.
—¿Escuchaste? —pregunté un poco apenada.
—Todo —besó mi mano—. Y estoy de acuerdo contigo, dejaré que disfrute su sexualidad como también que sea padre, lo merece.
Sonreí.
En ese momento Regina llegó a mi oficina;
—Me alegra ver que al menos están haciendo algo juntos —nos dijo intentando sonreír—. Cualquiera que los ve piensa que al menos siguen siendo amigos.
Loui la miró frunciéndole el ceño y yo medio sonreí para no ruborizarme, pero nuestro silencio y expresión nos delató;
—No me digan que… —nos miró al mismo tiempo—. ¿Se reconciliaron? ¿Ya están bien? ¿Se terminó la pesadilla?
—¿Regina alguna vez consideraste estudiar periodismo? —le preguntó Loui intentando no reírse.
—¿Qué intentas decirme? —puso las manos en su cintura fingiendo indignación.
—Que serías muy buena en el asunto.
—¿Quieres darme trabajo de vocera?
—No, no, creo que para algunas cosas podrías servir pero para otras no.
—¡Ludwig!
El rey se rió con ganas;
—¿Pero es en serio? —insistió acercándose a nosotros—. ¿De verdad se han reconciliado?
Sonreí y bajé la cabeza fingiendo ocuparme de los libros, Loui se acercó más a mí notando mi rubor y me abrazó, me sujetó de la cintura y besó mi sien;
—¿Esto contesta tu pregunta? —le dijo a Regina.
—Y me hace muy feliz —nos abrazó al mismo tiempo—. Me hace feliz verlos de nuevo juntos, todo este asunto nos afecta también a nosotros como familia así que si ya están bien, nosotros también lo estaremos y así sin excusas podremos celebrar mañana en día de San Valentín.
Loui y yo la miramos sin decir nada, desgraciadamente aún habían asuntos que no podían quedar en el aire y debían aclararse, pero eso no nos impidió regalarnos una sonrisa que al momento fue borrada;
—Majestad… —Randolph entró a mi oficina muy serio, miró a Loui dirigiéndose a él—: Ya llego ella —dijo con valor.
Mis ojos se abrieron y los de Regina también, ambas lo miramos, él se mostró serio como siempre;
—Que pase aquí, quiero que venga a la oficina de la reina.
Randolph asintió y salió;
—¿Qué significa eso Loui? —le pregunté seriamente.
—¿Se puede saber qué te pasa ahora? —inquirió Regina mirándolo seriamente.
—Tranquilas, yo sé lo que hago.
—Sí, se nota —le dijo la duquesa levantando una ceja.
Yo no dejaba de verlo desconcertada, necesitaba una explicación, apretó mi cintura y acarició mi barbilla intentó sonreír ante mi seriedad;
—¿Confías en mí? —me susurró.
Fruncí el ceño, no sabía qué decirle;
—Pues yo me retiro —le dijo Regina dirigiéndose a la puerta—. No quiero tener la… desdicha de verle la cara a la zorra esa, no quiero amargar mi mañana, nos vemos después.
Salió, quise separarme de él pero no me dejó, me contuve;
—No me has contestado —insistió.
—Tú tampoco —le dije sin querer verlo.
—Constanza te dije que iba a arreglar este asunto y lo voy a hacer aunque no te parezca mi método.
—Pudiste habérmelo dicho para al menos prepararme mentalmente, ¿no te parece?
—Vuelvo a preguntarte, ¿Confías en mí?
Lo miré sin saber qué decirle ni qué hacer, no sabía qué era lo que intentaba hacer, enfrentarnos cara a cara a esa mujer y a mí no era lo que yo esperaba, estaba nerviosa, no sabía cómo controlarme y menos sabía cómo actuar, él no me soltaba, quería tenerme en sus brazos y en parte me pareció bien que ella nos encontrara de esa manera y así fue, Randolph abrió la puerta y ella con todo su pavoneo entró;
—Ludwig… —fue lo primero que dijo ignorando mi presencia apresurándose a él.
—¡Alto Dione! —la detuvo él seriamente—. Mantén tu distancia, quédate dónde estás y aprende a respetar a mi esposa.
La mujer obedeció como si se tratara de un robot, no le hizo gracia vernos juntos, muy juntos, seguramente había celebrado su victoria sobre mí y ahora se desilusionaba al vernos. Su expresión se endureció;
—¿En qué puedo servirle majestad? —fingió su reverencia.
—Te hice venir por una sola razón —le dijo él—. Quiero que personalmente le expliques a mi esposa tu comportamiento inapropiado tanto hacia ella como hacia mí, ¿Tienes clara la magnitud de tu falta de respeto?
Ella frunció el ceño y negó;
—Lo que hiciste merece una sanción severa.
—¿Lo que hice?
—No te hagas la tonta, cínicamente enviaste una nota y una específica fotografía tuya descaradamente comprometedora a mi persona en un supuesto agradecimiento, ¿Te hace gracia eso?
La mujer seguía seria y tensó la mandíbula, intentaba no mostrarse nerviosa;
—Perdón majestad… reconozco que no fue apropiado, perdón.
—El perdón se lo vas a pedir a mi esposa que es la afectada directa, enviaste esa nota con toda la intención de que ella la leyera, si hubiese sido directamente para mí estuviera escrita en francés pero no lo hiciste para que la reina pudiera leerla claramente y entenderla. Si creíste que mi consorte era ignorante y no estaba a mi altura te equivocas, mi esposa habla y entiende perfectamente cuatro idiomas, incluyendo el francés.
Me miró clavando sus ojos verdes, estaba furiosa, su mirada me decía que se lo iba a pagar y que esto no se iba a quedar así, bajó la cabeza y se medio inclinó;
—Perdón majestad… —me dijo apretando los dientes, le dolió decir eso.
—Dile a ella por qué hiciste eso —le ordenó el rey.
—¡¿Qué?! —abrió más sus ojos.
—Dilo.
—Yo no sé…
—Claro que lo sabes, buscaste provocar a mi esposa con esa nota y las fotografías, buscaste sembrar la duda y meterme en más problemas, ¿Fui yo el que te dijo sobre esa residencia?
Ella lo miró asustada tragando en seco, no tenía el valor ni siquiera para estar de pie;
—¡Dilo! —le exigió al ver que estaba muda.
—Majestad… para comenzar… —evitaba tartamudear—. No sé como la reina se enteró, sólo quise mostrarte mi agradecimiento, el sobre iba dirigido a ti, lo siento, excuse moi, no es mi culpa si de casualidad el sobre se confundió, eso reclámalo a tus… trabajadores ineptos que tienes a tu cargo, no a mí.
—Lo hiciste con toda la mala intención no culpes a otros, no te permito que ofendas a mi gente, independientemente el contenido del sobre es comprometedor y lo sabes muy bien.
—Pero…
—Aún no contestas mi pregunta, ¿Fui yo el que te sugirió esa residencia?
—No majestad, no fuiste tú —confesó soltando el aire.
—¿Entonces quién fue?
—Un caballero de apellido… Holff... —se detuvo al no poder pronunciar o no recordar.
—¿Holffman? —preguntó Loui.
—Sí.
—¿Es pariente de Eva? —le susurré al rey.
—Su hermano —contestó.
No sabía qué pensar, todo era muy extraño para ser casualidades, ¿Qué vínculo habría entre esta mujer y el hermano de la supuesta institutriz de mis príncipes? Mi temperatura bajó;
—¿Y porque escribiste haciendo creer que era yo el que te lo había sugerido? —le preguntó el rey a ella firmemente.
—No lo sé…
—Si lo sabes, deja de fingir y de hacerte la tonta.
Ella lo miraba incrédula, no asimilaba el interrogatorio al que estaba siendo sometida;
—¿Qué me dices de tu foto? ¿Por qué quieres provocar de esa manera? —insistió el rey manteniendo su paciencia.
Tragó en seco y se mordió los labios, no sabía que responder, al menos delante de mí no quería hacerlo.
—¿He estado en tu cama Dione? —inquirió él, eso no me gustó, ya no quería seguir escuchando nada, mis entrañas se retorcían, ese interrogatorio me avergonzaba más a mí.
Ella volvió a fruncir el ceño, bajando la cabeza;
—¡Contesta! —le gritó haciéndonos brincar a ambas.
—No majestad.
—¿Y por qué enviaste esa fotografía dónde estás en la cama?
—Fue un impulso, un juego.
—¿Un impulso? ¿un juego? —la remedó sarcásticamente—. ¿Te parece que el rey de Bórdovar tiene ganas de jugar y poner en entredicho su ética y prestigio como autoridad, esposo y hombre de familia? —le preguntó seria y firmemente.
Ella apretó la mandíbula, comenzaba a transpirar, estaba nerviosa y furiosa;
—¡Contesta! —volvió a gritarle.
—No majestad, la culpa es mía, todo ha sido culpa mía, fui yo la que hizo todo, yo y sólo yo.
—¿Qué piensa de todo esto el hombre que te acompaña?
—¿Yves? Él no lo sabe, él es… ajeno a mis… tonterías.
—¿Ajeno a tus tonterías? ¿Y quién diablos te tomó esa fotografía?
—Se lo pedí a una de las sirvientas.
Esta mujer era el colmo del cinismo, le gustaba jugar y que le siguieran el juego, no era nada madura, no era nada confiable, no era una persona para tomarla en serio;
—No creo que sea un hombre tan tonto como para que desconozca lo que haces —insistió el rey delatando que no le creía.
—Majestad… dejando a un lado a Yves y en mi defensa puedo recordarte que este asunto lo sabías, no sólo porque lo hablamos en el parlamento sino porque te lo confirmé al oído el día de tu fiesta, ¿lo recuerdas? Te dije que por fin ya había decidido a donde mudarme.
Abrí mis ojos y él tensó la mandíbula, no había sido del todo sincero, me mintió al no decirme las cosas realmente, lo miré mostrando mi decepción, él no dejaba de verla a ella, exhaló;
—¡Dione ya basta! Estoy harto que provoques más problemas entre mi esposa y yo, te ordeno que acabes tu tour por Bórdovar a la mayor brevedad y regreses a Francia, desgraciadamente tu actitud no te hace una persona grata para la familia real, deja el reino, vuelve a tu país y no regreses a Bórdovar.
Lo miró con la boca abierta, no podía creer lo que había escuchado;
—¿Me estás echando?
—Así es.
—Pero…
—Ningún pero, cavaste tu propia tumba, con tu actitud pasaste sobre la autoridad de la reina sin que te importara y ahora por tu culpa yo soy el hazme reír. No somos amantes Dione, nunca lo fuimos pero gracias a ti todos lo creen y está en entredicho mi prestigio, el de la familia real, incluso el de la misma reina como mujer, gracias Dione, gracias por contribuir a estropear mi tranquilidad y la de mi familia, pero déjame decirte que tenemos bases sólidas en nuestra relación que no nos van a sacudir, la única mujer para mí es mi esposa, es Constanza, fuera de ella no existe ni existirá nadie más, ¿te quedó claro? No gastes tus fuerzas en tratar de conquistarme, respétame, respeta que soy un hombre casado y comprometido con mi familia, nunca, óyelo bien nunca vas a tenerme ni por las buenas ni por las malas.
La francesa lo miraba sin parpadear y como si estuviera viendo a un fantasma, había palidecido;
—Vete Dione —continuó—. A partir de ahora tienes prohibida la entrada al castillo, ni siquiera tienes el permiso de acercarte a sus perímetros como tampoco tienes el permiso de acercarte a mí o a mi familia, si vuelve a llegar otra nota insinuante y provocativa de tu parte será la guardia la que te llevará te guste o no al aeropuerto y te irás en el primer vuelo hacia Europa, ¿entendiste?
Ella no dejaba de tragar en seco, estaba furiosa;
—Como diga majestad —le dijo seriamente intentando no llorar.
Yo no sabía qué pensar ¿Sería todo esto alguna treta? ¿Habrían acordado ambos esta escena y seguir engañándome? Si era así ambos estaban fingiendo muy bien, el rey era muy buen actor y ella al parecer más, si estaba fingiendo lo que sentía lo estaba haciendo muy bien, no quería pensar que este era un juego y el hazme reír de todo este teatro era yo. La caída de una pila de libros me desconcentró, sin decir nada más la francesa dio la media vuelta y en su molestia con su bolso hizo caer los libros al suelo, ella se agachó intentando recogerlos pero él la detuvo y le pidió que se fuera. Después de medio ordenar unos cuantos se puso de pie y obedeció sin verlo, esa mujer había salido humillada, tan humillada como ella lo había hecho conmigo.
Me apresuré a recogerlos, me dolía el que se hubieran caído —o el que ella los haya tirado con toda la intención— ellos no tenían la culpa, las solapas de algunos se habían roto y otros arrugado;
—Constanza no hagas eso, deja que venga la servidumbre a ayudarte —dijo él inclinándose conmigo.
—Yo lo haré —dije firmemente sin mirarlo—. Ella no tenía porqué desquitarse con los libros, gracias por lo que hiciste ahora puedes irte.
—¿Cómo?
—Me mentiste —lo miré fijamente—. No fuiste honesto cuando te pedí que me dijeras lo que ella te había susurrado el día de la fiesta.
—Lo hice.
—No, dijiste lo que quisiste pero mentiste con respecto a la residencia.
—Te ibas a molestar, además ni yo mismo le di importancia, no le creí.
—Me ocultaste que esa zorra buscaba un lugar donde mudarse, ¿te parece poco? Pues te salió peor el chiste porque dejaste que me diera cuenta por boca de ella, fue la peor manera ¿y así quieres que confíe en ti?
—Constanza…
—¡Vete! —insistí.
Levantó unos cuantos libros colocándolos en la mesa y exhaló, pero al momento se quedó quieto mirando uno mientras yo seguía ordenando los demás y mirando si se habían despegado las páginas del lomo. Evitaba volver a llorar delante de él, no lo merecía, tragaba en seco mi enojo, él no había sido sincero y eso me molestaba mucho;
—¿Me puedes explicar esto? —preguntó seriamente.
—¿El qué? —no lo vi.
—¡Esto! —me sujetó del brazo haciendo que de manera brusca me sentara fuertemente en el suelo, mi trasero me dolió.
—¡¿Ludwig que te pasa?! No te entiendo —me asusté ante su actitud.
—¿Qué demonios haces con este libro? ¿por qué lo pediste?
A primera vista no entendía a qué se refería hasta que me puso el libro prácticamente en la nariz, poco le faltó pegarme con él hasta que pude verlo bien pero menos entendía;
—¿Qué pasa con Tolstói?
—Pasa que odio este libro Constanza ¿por qué lo pediste?
—Yo sólo pedí los libros del listado que me dieron en la rectoría de la biblioteca de la universidad y unos cuantos para mi uso personal y de los príncipes.
—¿Y este es para tu uso personal? —insistió muy molesto.
—No es mío y no recuerdo haberlo pedido pero si así hubiese sido, ¿cuál es tu problema con Anna Karenina?
—Que odio este libro —dijo a la vez que comenzaba a rasgarlo.
—¡No! ¡No lo rompas!
Lo rompió todo con furia, arrancó las páginas y también rasgó la tapa dura, lo deshizo y al hacerlo me lanzó los pedazos de hojas a la cara a excepción de la tapa dura que me hubiese lastimado;
—¡¿Ludwig que te pasa?! —mis lagrimas caían de nuevo.
—Odio este libro Constanza —me sujetó con fuerza de ambos brazos—. Me enfurece, odio a esa mujer, odio su adulterio y me alegra que el escritor le haya dado el final que se merecía, escoria como esa merecen acabar con su propia vida y hacerle un favor a la humanidad.
—Ludwig me asustas —intenté cubrir mi cara sintiendo que de un momento a otro iba a pegarme—. Es sólo un libro, una historia, ¿Por qué te pones así? ¿Y por qué te desquitas conmigo?
—¿Quieres imitarla? —estaba fuera de sí.
—¡¿Qué?!
—¿Quieres hacer exactamente lo que ella hizo?
—¡Por Dios! ¡Me ofendes!
—Quieres recrearte en su lectura imaginando también un amante, ¿Quieres vengarte de mí?
Bajé la cara porque sentí que faltaba poco para que me golpeara, estaba completamente desquiciado, su transformación me tenía aterrada, yo no paraba de temblar, ofuscado como un perro rabioso se levantó dejándome en el suelo y azotando la puerta salió furioso. Lloré con fuerza, poco le faltó agredirme físicamente, eso ya no era normal en él, no sabía quién era ni con quien me había casado, su actitud extremadamente exagerada sólo por un libro me hizo pensar que ya no estaba en sus cabales, estaba demostrando que podía convertirse en un monstruo por causa de los celos, si sólo un libro lo había puesto así, no quería imaginar lo que pasaría si me comprobaba una supuesta infidelidad, con seguridad iba a matarme, matar a mi amante para luego matarse él mismo, sacudí la cabeza y me estremecí, Ludwig no estaba bien en ningún aspecto. Me levanté y salí corriendo de mi oficina dejando todo en el suelo, sólo para chocar con Randolph en el pasillo;
—¿Majestad que pasa?
—Está loco, está loco —le dije sin parar de temblar.
—¿Quién está loco? —intentaba calmarme.
—El rey, está fuera de sí, poco le faltó golpearme.
—¿Pero por qué? Eso es imposible ¿Fue por esa mujer otra vez?
—Por un libro que cree que pedí para recrearme —temblaba como un animal asustado.
—¿Por un libro? ¿Qué libro?
—Anna Karenina de Tolstói.
La expresión de Randolph se endureció y negó exhalando;
—Majestad tranquila, ese libro él siempre lo ha odiado, en todo el castillo no hay una tan sola copia de él.
—¡¿Y yo qué culpa tengo?! —me libré de él sin parar de llorar.
Salí corriendo, esta vez iba precipitarme al abismo, estaba cansada de él, quería mi libertad de su yugo al precio que fuera.