Capítulo XXXVIII
Mi dolor de madre
La fatalidad para mí sería peor. Llegando al castillo todo era un caos y rostros desencajados que no entendía evitaban verme, ni Jonathan y mucho menos Dylan entendían, al parecer Gastón no había regresado de buscarme con otro grupo de guardias al igual que Beláv. El trote lento de Belladona me había maltratado un poco y el dolor en mi columna ya no lo soportaba, mi coxis me estaba matando y mientras Dylan y Jonathan me ayudaban a bajar de mi chica para subir los escalones traseros del castillo y entrar, Regina nos encontró, sus ojos rojos no me daban buenas noticias. Me extrañaba no ver ni a Randolph ni al rey por ninguna parte si se suponía me buscaban, así que pensé lo peor;
—Constanza —me dijo al verme, había llorado—. ¿Qué te pasó? ¿Dónde estabas?
—No sé donde estaba pero tuve una fuerte caída, necesito que venga el doctor Khrauss, creo que mi espalda no está bien.
Me miró mordiéndose los labios, estaba nerviosa y no podía ocultarlo;
—¿Qué pasa Regina? —la miré seriamente—. Has llorado ¿por qué?
Se mordía la lengua, no quería hablar;
—No es nada, es sólo que todo este problema de ustedes me tiene mal, ya sabes, estaban bien en la mañana y luego otro pleito, la verdad no me parece.
—¿Dónde está el rey? —pregunté observando mi alrededor.
—Salió junto con Randolph.
—¿A buscarme?
—S… sí —contestó dudando—. Bueno no, creo no, la verdad no lo sé.
—Estás muy nerviosa Regina, ¿Te pasa algo?
—No, nada, como te digo es todo esto que les está pasando.
—Ya te dije que en tu estado no es bueno, tranquilízate —me adentré al castillo lentamente—. Por favor que alguien llame al doctor Khrauss, necesito que venga, no soporto mi espalda creo que necesitaré unas radiografías.
—Vamos, voy a acompañarte a que te bañes, estás sucia y llena de lodo.
—Y debo de tener más raspones —le dije—. Me duele mucho la cabeza, quisiera ver a los niños para luego intentar descansar.
—No los vas a ver en ese estado —me dijo asustada—. Mírate, ellos están limpios y tú llena de tierra, gérmenes y bacterias.
—Cierto, voy a bañarme primero, pero por favor que el doctor Khrauss venga enseguida —insistía al subir las escaleras.
Me tomé una pastilla para el dolor.
Con cuidado me bañé, sentía que me quitaba de encima toneladas de tierra, tuve que lavar también mi cabello el que también tenía lodo, mi ropa y yo éramos un desastre, cuando salí del baño me sentí mejor, incluso hasta mi espalda parecía por fin dejarme en paz no así el dolor de cabeza. Me vestí de nuevo ya no con vestido sino con una blusa manga larga, pantalón de tela, zapatillas cómodas y otro abrigo, el frío no cesaba, sequé mi cabello con la secadora y me hice un moño a la nuca, me di un leve toque de maquillaje natural y por mientras esperaba la llegada del doctor Khrauss decidí ir a ver a los niños;
—¿A dónde vas? —me preguntó Regina.
—A ver a los niños —contesté extrañada—. ¿Por qué?
—No, por nada —se encogió de hombros, su actitud no me gustaba—. Creí que te sentías mal y que te acostarías un momento.
—Quiero ver a los niños primero, ya luego vendré a acostarme para esperar al doctor Khrauss, ¿Lo llamaron?
Regina me miraba como si su mente no estuviera con ella, tenía a su cuerpo frente a mí pero ella… actuaba de manera extraña;
—¿Regina…? —moví mis manos para sacarla del trance—. ¿Me escuchaste?
—¿Disculpa? —preguntó.
—¿Qué te pasa? —insistí.
—Nada, nada —negó bajando la cabeza.
—Bueno en ese caso iré a ver a los príncipes y luego vendré a la cama.
—Constanza… —Regina me detuvo.
—¿Qué pasa? —evitaba fastidiarme.
—Hay algo que debes saber.
Su actitud no me gustaba y no quería sacar mis propias conclusiones;
—Regina me asustas —comencé a ver a mi alrededor con desconfianza—. ¿Qué sucede?
—Por favor tómalo con calma.
Mi respiración se aceleró, ¿el tiempo no se detuvo cuando decidí irme? Se detuvo para mí pero no para los demás;
—Regina…
—Constanza… —sujetó mis manos—. Sucedió… un accidente y…
Mis nervios se instalaron y punzadas de desesperación comenzaron a atacarme;
—¿Qué accidente? —pregunté sintiendo que el alma se me salía—. ¿Loui? ¿Le pasó algo?
—No, no fue él.
—¿Entonces?
Bajó la cabeza, no sabía cómo hablarme;
—Regina habla de una vez, ¿Qué pasa? ¿Es Randolph?
Abrió los ojos asustada;
—¿Cuál Randolph? —preguntó.
La miré desconcertada, esperaba mi respuesta y yo la de ella, yo me refería al barón de Branckfort, a la mano derecha del rey.
—Por favor tómalo con calma —su pecho subía y bajaba.
—¿Qué pasa? —insistí sintiendo perder la paciencia.
De pronto la punzada fue a mi cabeza y pensé en los niños, mi corazón que latía a mil se detuvo;
—Los niños —dije automáticamente—. ¿Mis hijos?
—Constanza, nadie sabe cómo pasó, fue un accidente.
Mi alma salió del cuerpo, sentí morir;
—El pequeño Randolph… —balbuceó.
Esperaba que terminara de hablar pero ya sentía enloquecer;
—Mi hijo, mi hijo, mi hijo —repetí sin saber cómo—. ¿Qué le pasó a mi bebé?
—Se cayó de la cuna y...
Sentí que el castillo completo me caía encima, piedra por piedra me aplastaba. Negué sin poder asimilarlo y sin imaginar cómo había pasado, no podía respirar, mis lágrimas caían sin control;
—Mi hijo, mi hijo —me apresuré a buscarlo, salí de la habitación tan rápido como pude, no podía correr ni pensar, sólo quería ver a mi bebé.
—Constanza… —Regina me seguía intentando detenerme.
—Quiero verlo, quiero verlo —repetía entre mis lágrimas.
Entré a su habitación y no estaba, no había nadie, me desesperé, grité el nombre de mi bebé;
—¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde está?! —grité asustada.
—En el hospital, Ludwig y Randolph lo llevaron inmediatamente.
—Mi hijo, mi hijo…
Salí de la habitación, necesitaba estar con él, mi mente corría pero mi cuerpo no podía, me apresuré al vestíbulo gritando el nombre de mi bebé, no me importaba que me creyeran loca. Afuera estaban Gastón y Beláv que acababan de llegar, bajaban de sus caballos, pero al gritar el nombre de mi bebé todos se alertaron porque ya lo sabía. Jonathan nos encontró apresuradamente y trató de tranquilizarme, yo ordené las camionetas y que me llevaran inmediatamente con el príncipe, obedecieron, a los minutos dos camionetas ya estaban listas y rápidamente entré en una, Jonathan me acompañó al ver mi estado mientras Regina se quedaba a cargo de todo, yo sólo pensaba en mi pequeño y me odiaba por no haber estado con él, si algo le pasaba jamás me lo iba a perdonar, si algo le pasaba sin duda iba a enloquecer de dolor.
Al llegar al hospital me adentré rápidamente, estaba desesperada por ver a mi hijo y saber de él, Jonathan se apresuró conmigo y al ver todos que se trataba de mí se movieron con diligencia, inmediatamente el doctor Khrauss me encontró para darme noticias;
—Majestad… —me detuvo olvidando hasta la reverencia.
—Mi hijo, mi hijo, quiero verlo —era lo único que repetía.
—Tranquila majestad, Víctor y un equipo médico de pediatría están con él.
—¿Qué pasó? —intentaba pensar.
—Majestad por favor perdóneme. —Helen corrió hacia mí y se postró a mis pies hecha un mar de lágrimas también, estaba desesperada al igual que yo.
—¿Qué pasó? ¡¿Qué pasó?! —exigí perdiendo la paciencia.
A mis gritos él apareció en escena junto con Randolph, había llorado también;
—¡Constanza! —dijo al verme, su cara me decía muchas cosas.
—Mi hijo, ¿Dónde está? Quiero verlo —le dije.
—Aún no se puede.
Pasé por encima de todos y él quiso detenerme;
—¡No me toques! —le grité.
—Doctor Khrauss es necesario que revise a la reina —dijo Jonathan—. Tuvo una caída de caballo y tiene la espalda lastimada, me preocupa el golpe.
—¿Cómo? —preguntó el rey sorprendido.
—¿Cómo fue? —preguntó el doctor Khrauss.
—Constanza tranquilízate. —Ludwig quiso detenerme al escucharlo.
—¡Te dije que no me toques! —intenté forcejear con él pero a los movimientos el dolor en mi espalda regresó, caí sometida al suelo.
—Vamos pronto a una habitación —dijo el doctor Khrauss mientras el rey me levantaba en sus brazos.
—¡Quiero ver a mi bebé! —grité.
—¡Ahora no! —me dijo él firmemente.
Me llevó a una habitación privada y acostándome me sujetó de los brazos para tranquilizarme;
—¡Suéltame! —grité.
—Doctor inyéctele a la reina un tranquilizante —ordenó—. No está en condición de actuar, es necesario que se calme.
—Es necesario verle los golpes —dijo Jonathan.
—¿Qué fue lo que pasó? —le preguntó Ludwig.
Mientras yo lloraba la impotencia por no estar con mi príncipe y decepcionada por la incomprensión del rey hacia mí, Jonathan le dijo todo. Antes de inyectarme el doctor prefirió ver mi espalda así que con cuidado procedieron a levantarme un poco la blusa, lo que él deseaba ver era mi estado y eso los asustó;
—Por favor —supliqué sin dejar de llorar—. Prometo tranquilizarme pero por favor no me inyecte ningún calmante, necesito estar lúcida para ver a mi hijo, necesito verlo, necesito saber qué tiene y qué le pasó.
—Lo que voy a inyectarle es un analgésico para el dolor —dijo el doctor Khrauss—. Tiene hematomas en la espalda, los golpes no fueron tratados a tiempo y ahora los resultados saltan a la vista, será necesario hacerle una radiografía de toda la columna y otros análisis para verificar la magnitud de algún problema óseo o hemorragia interna, debe tener reposo y un tratamiento para el área afectada.
Preferí mil veces una inyección que me calmara el dolor y no una que me mantuviera tonta ocultándome lo que había pasado con el príncipe. El típico olor a alcohol y el sonido del plástico rasgado de la jeringa me hicieron enterrar la cara en la almohada, la mordí, el líquido fue doloroso, sentí la pierna derecha caliente pero yo no dejaba de pensar en mi niño;
—Por favor díganme que le pasó a mi bebé —insistí sin controlar mis lágrimas.
—Se cayó de la cuna —dijo Ludwig—. Helen no se explica cómo ya que ella sólo salió un momento y dice que lo dejó dormido, además la cuna tenía las verjas y los seguros puestos, él no podía quitarlos. El asunto es que cuando ella regresó los gritos del niño la alertaron, se aterró al verlo en el suelo y se apresuró a auxiliarlo.
Lloré sin poder controlarme, me sentí culpable, si en vez de huir como loca hubiera ido con mi niño nada le hubiera pasado;
—Ya no llores —acarició mi cabeza—. El príncipe está siendo atendido por los especialistas, tuvo un golpe en su frente, se cortó un poco el labio y esperamos que las radiografías no den malas noticias, iban a vendarle su bracito derecho y la rodilla derecha también.
Imaginarme el dolor de mi niño me hizo derrumbarme, lloré y lloré, mi impotencia me martillaba;
—¿Pero exactamente cuándo fue? ¿A qué horas? —pregunté en un hilo de voz.
—No está claro, Helen dice que fue poco después de las once, el caso es que yo me di cuenta justamente después de que nos avisaran que tú habías salido, ya Jonathan, Gastón y Beláv iban con un grupo a buscarte dada las condiciones del clima pero el accidente del príncipe evitó que yo fuera también, inmediatamente lo trajimos y desde entonces están con él.
Mis lágrimas no dejaban de caer, si no hubiera salido corriendo, si hubiera permanecido en mi lugar y soportar todo, si no hubiera sido tan egoísta… sentía una culpa y eso no me iba a dejar en paz, abandoné mi deber y obligación de madre que era lo primordial, sentía que lo sucedido con mi bebé había sido un castigo a mi insensatez.
Cuando me sentí mejor después de la inyección, salimos de la habitación, estaba más calmada pero con las mismas ansias de ver a mi niño y no separarme de él. Esperamos en la habitación que le habían designado en pediatría, todos, Randolph, Helen, Jonathan, él y yo estábamos en ese frío lugar esperando las noticias del príncipe, sentía el peso de cada minuto una eternidad.
Media hora de angustia y desesperación pasaron, por fin la puerta de la habitación se abrió y pude ver a mi bebé que lo traían en la camilla, me acerqué a él, estaba dormido, mi corazón se partió, su cabecita, brazo y pierna los traía vendados, una parte de su carita estaba morada por el golpe y le habían hecho unos cuantos puntos en su labio inferior, jamás imaginé verlo así y no pude evitarlo, seguí llorando;
—Mi bebé, mi bebé —lo llamaba entre lágrimas.
—Tranquila majestad —dijo Víctor—. Fue necesario sedarlo vía nebulización para poder atenderlo, por ahora dormirá varias horas pero cuando despierte no será nada grato, deben estar preparados. Los dolores volverán a él debido a la inflamación y a las heridas, necesita de todos los cuidados disponibles y evitarle que se mueva tanto, el medicamento lo mantendrá con sueño y es mejor así para que pueda reponerse, afortunadamente las radiografías no mostraron fracturas lo cual es un milagro, sólo estamos a la espera de la tomografía.
—Seguramente la alfombra le amortiguó —dijo Ludwig.
—Es posible —dijo Víctor—. De haber caído directamente y según la altura de la cuna… pudo haberse herido el cráneo.
Lloré más al imaginarlo, me estremecí, mi niño pudo abrirse la cabeza y morir, pensarlo hacía que sintiera la locura muy cerca;
—Las vendas servirán para inmovilizar el codo, muñeca y rodilla derecha que es donde sufrió más los golpes, al igual que a un lado de la frente —continuó el pediatra—. La enfermera va a preparar un bolso con todas las medicinas que necesita, las prescripciones y sus horarios, por ahora sólo hay que esperar que despierte después de esto.
—Que la enfermera le dé todas las indicaciones a la reina y a Helen —dijo Ludwig después de acariciar con sumo cuidado la carita de su hijo—. Quiero que usted me diga con exactitud la condición del príncipe, vamos afuera.
El rey no quería que me preocupara más por eso prefirió hablar en privado con Víctor, yo quería saber y que no me ocultara nada pero en ese momento sólo quería estar con mi bebé y besarlo, hacerle sentir que su mamá estaba junto a él aunque eso no me justificaba cuando debí haberlo estado. Intenté ponerle toda la atención a la enfermera cuando me mostraba el medicamento y me decía qué hacer con él, pero ver a mi hijo en ese estado era lo peor que podía presenciar como madre, me era difícil concentrarme.
Con mucho cuidado lo llevamos al castillo, regresamos todos. Para mi desgracia por el malestar de mi espalda no pude cargarlo como lo quería, el rey se encargó de eso, mi bebé dormía por efecto del sedante, no fue consciente de nada. Cuando llegamos lo llevamos directamente a nuestra recámara, ni el rey ni yo queríamos que el príncipe volviera a su habitación, al menos no a la cuna. Con cuidado lo acostó a la vez que yo me acostaba a su lado y lo acariciaba evitando llorar;
—Dejemos que ambos descansen —dijo el rey exhalando ya que todos nos habían inundado la habitación para saber sobre el príncipe—. Ha sido un mal día, tanto el príncipe como la reina están bajo medicamento y es necesario que duerman un poco.
—¿Qué dijo el médico? —preguntó Regina.
—Vamos afuera, allá hablaremos —insistió.
Todos salieron y yo fui ajena a ellos, acostada no dejaba de ver a mi niño y sin querer mis lágrimas caían de nuevo. De pronto todo me parecía tan oscuro, tan sombrío, tan mal que no supe en qué momento las cosas cambiaron pero al instante otra punzada me dijo que estaba equivocada y dejara de engañarme, si lo sabía, desde que esa mujer llegó todo fue cambiando y mientras ella no saliera de Bórdovar las cosas iba a seguir igual o peor. Yo no podía ver luz en todo esto, al contrario, sentía que la oscuridad nos cubría cada vez más.