Capítulo XXXIV

 

La Discusión

 

Estaba furiosa y decidida, estaba harta de todo, estaba harta de él. Seguida por Randolph caminé firmemente hacia el despacho del rey, me valía si estaba sólo o acompañado, cualquier cosa que estuviera haciendo la iba a dejar por atenderme así lo hiciera por las malas. En el camino me encontré con Jonathan, a quien no quise ver ni dejar que me mirara porque sabía que iba a detenerme y comenzar con sus preguntas que serían más que lógicas y que obviamente, no las pudo evitar;

—¿Majestad que os pasa? ¿Por qué lloráis? ¿Por qué estáis así ahora?

Pasé por encima de él, no quería hablar, Randolph tampoco le dijo nada.

Al llegar al despacho no dejé que me anunciaran y abriendo de un solo golpe la puerta de par en par lo vi, estaba regio en su escritorio con tres personas más seguramente del parlamento, cuando me miraron todos se pusieron de pie. La cara del rey era un poema al verme, frunció el ceño desconcertado;

—Constanza… —dijo mirándome fijamente y la mía, quería matarlo.

—Señores por favor, podrían salir un momento —les pidió Randolph a los tres caballeros que estaban reunidos con el rey—. Sus majestades tienen que hablar un asunto delicado, vengan conmigo a mi oficina yo los voy a terminar de atender.

Los hombres con los ojos más abiertos de los que los podían tener, con cara de ver un espanto y tragando en seco un miedo que los asaltó de repente, obedecieron sin decir nada, cogieron sus carpetas y reverenciando al rey a la vez que a mí también, salieron junto con Randolph. Me valía que el castillo se sacudiera y que sacaran sus propias conclusiones para seguir alimentando lo que para todos ya era un asunto oficial;

—Constanza ¿Qué te pasa? —preguntó él cuando nos quedamos solos.

—Jamás pensé que pudieras llegar a donde lo has hecho —le dije acercándome a él, conteniendo mi rabia, mis lágrimas caían quemándome las mejillas.

—¿De qué hablas? ¿No entiendo?

—Ya terminaste de enterrarme tu puñal Ludwig, gracias.

Exhaló tensando la mandíbula, rodeó su escritorio para encontrarse conmigo;

—Constanza cálmate, trata de tranquilizarte y dime qué es lo que te pasa.

—¡Esto es lo que me pasa! —le grité tirándole los papeles en el pecho, se desconcertó aún más.

—¿Pero qué…? —se apresuró a recogerlos del suelo, abrió los ojos más al ver las fotos.

—¿Hasta cuándo pensabas mantener tu secreto? Obviamente no ibas a decírmelo, ¿verdad?

—Yo… no entiendo —miraba las fotos sin poder fingir su miedo.

—¡Cínico! —le di una bofetada por primera vez, se llevó una mano a la mejilla y me clavó sus ojos, yo estaba descargando mi furia y él no podía creer lo que yo le había hecho.

Su mirada era tan dura como la mía, el odio, la decepción, la rabia, el orgullo e impotencia, todo se juntaba para hacer crecer un gigante que amenazaba aún más con separarnos;

—Como te atreves… —susurró,  sentí que su mirada me traspasaba y me arrancaba completamente el corazón.

—¿Qué cómo me atrevo? ¿Cómo te atreves tú a herirme de la manera más baja? —le reclamé apretando los dientes—. ¿Estás ciego o qué? ¿No estás viendo las fotos? Lee la nota de tu amante, es muy clara en lo que dice.

Quitó sus ojos de mí para enfocarlos al papel, su pecho subía y bajaba en cólera, estaba conteniendo su enojo;

—Esto no te lo voy a perdonar Ludwig —continué—. Has llegado demasiado lejos y te valiste de nuestra situación para humillarme aún más, en vez de hacer callar lo que ya todos hablan das pautas certeras para que confirmen lo que claramente es un hecho.

—¿Cómo demonios llegó esto a ti?

—¿Era para ti?

—Contéstame.

—Obvio que estaba en mi correspondencia, seguramente lo confundieron con tus papeles y fue a dar a mis manos, el hecho es que era para ti pero lo recibí yo.

—Esto no es… no es lo que piensas.

—¿Ah no? ¿Y que es entonces? Decidiste por fin tener un lugar donde consolarte, le has puesto a tu amante una residencia de lujo para poder verse sin problemas y mira la muy zorra como te espera, esto jamás te lo voy a perdonar Ludwig, todo lo que éramos tú y yo se acabó.

—Constanza no… esto no es… —exhaló intentando controlarse—. Yo no tengo nada que ver con esto, al menos no directamente. Una tarde saliendo del parlamento ella no sé cómo estaba en el lobby del mismo esperándome, me dijo que ya estaba harta del hotel y que le señalara alguna propiedad para mudarse cuanto antes, yo le dije que lo más conveniente era que regresara a Francia ya que yo no tenía el tiempo ni el conocimiento para ayudarla. En ese momento uno de los tantos que me rodeaba y que la había escuchado se puso a sus órdenes y le habló de algunas disponibles y ya amuebladas, incluso esa misma tarde podía mostrarle la primera para luego hacerlo con las demás y que ella se decidiera, este hombre me recordó algunas que yo ya había olvidado y entonces le dije a ella que se abocara con él para sus consultas porque yo no podía.

—¿Y obviamente no pensabas decírmelo? Vuelves a comportarte como un manso cordero —le dije sin poder creer en sus palabras—. Ella dice claramente que tú se la sugeriste, que es muy tu gusto, te agradece mucho el que hayas atendido su llamado y todavía tiene el descaro de decir que “te espera con los brazos abiertos” seguramente por no decir las piernas.

—Yo no le sugerí nada, no directamente, yo ni siquiera sabía que tantas propiedades le mostraron, sólo le dije al encargado cuales eran los gustos de ella para que no se convirtiera en un dolor de cabeza al no decidirse, es más, esperaba que no lo hiciera y terminara largándose de una vez, pero veo que si lo hizo y aprovechó en tergiversar todo, tuvo la osadía de enviar imágenes y una nota muy… fácil de malinterpretar, el que ella se muestre en la cama y… ofreciéndose eso no me importa.

“Los gustos de ella” así que la conocía muy bien, lo miraba seriamente sin saber si creerle o no, su argumento no me convencía;

—¿Los gustos de ella? —dije en voz alta—. ¿Y por qué diablos le dijiste a él los gustos de esa mujer? No tenías porqué, al hacerlo diste a entender que querías que se quedara, diste a entender que la conocías muy bien, no entiendo como a veces los hombres son tan estúpidos o tal vez si lo sé, esa es su naturaleza.

—No te permito insultos —endureció más la mirada.

Negué mirándolo con decepción, era igual que todos, se cayó del pedestal en el que lo tenía, me odié por ser tan ciega, me odié por haber puesto mis ojos en él y evité maldecir el momento en que lo conocí;

—Voy a llamarla y a ordenarle que venga —continuó—. Va a decirte todo en tu cara y en la mía, vamos a ver si es capaz de negarlo o inventar cualquier cosa, ya verás que no te miento.

Se metió a su escritorio y en su gaveta derecha, abriendo un folder sacó una tarjeta;

—¿Tienes su teléfono? —pregunté asombrada y con la boca abierta.

Él se paralizó y me miró;

—¿Tienes el número telefónico de tu amante para llamarla cuando te plazca? —insistí.

—No es mi amante y la tarjeta me la dio ese mismo día.

—¿Y con gusto la guardaste?

Resopló.

Al acercarme a su escritorio pude notar los periódicos internacionales que leía, mi quijada se cayó al suelo cuando tomé uno entre mis manos, era francés pero pude entender muy bien lo que decía y lo confirmé aún más cuando mi vista se enfocó en uno de Italia, ambos decían lo mismo, incluyendo un diario español que fue más que claro;

“Supuesta amante del joven y guapísimo rey de Bórdovar aparece en plena fiesta de aniversario de su boda, un escándalo que sacude a la estable e integra familia real de la todavía desconocida monarquía bordovariana.”

No podía creerlo, él cerró los ojos y se llevó una mano a la cabeza, ni siquiera le dio tiempo de esconder los diarios y no había forma de negar la situación, lo miré, mis ojos empañados por las lágrimas lo miraban con total decepción, no habían excusas, la prensa internacional hizo lo suyo, negué sin poder reaccionar. Ya no quería seguir con esto ni seguir hablando, di la media vuelta y lo dejé en el despacho, salí apresurada a mi habitación, estaba harta de todo, era yo la que quería largarme y dejarlo, era yo la que definitivamente ya no quería nada con él, deseaba desaparecer y renunciar a todo;

—¡Constanza! —me llamó y no le obedecí, me apresuré a dejarlo.

Sabía que me seguía y mi estocada para él llegó en el momento oportuno, Jonathan me encontró al principio de los escalones principales y al verme llorando me abrazó sin dudarlo, con fuerza y sin decir nada, yo le correspondí, me aferré a él también. Necesitaba desahogarme, necesitaba sentir a alguien, necesitaba llorar en el pecho de él, necesitaba sentir que le importaba a alguien, necesitaba ese consuelo, tenía urgencia de esa necesidad, me sentía sumamente sensible y vulnerable, estando en sus brazos giré mi cara y lo vi, a él, no podía creerlo pero lo estaba viendo, su mirada furiosa nos traspasaba a Jonathan y a mí, sé lo que pensó y dejé que lo pensara, si él tenía su amante nada me impedía también tener el mío, fácilmente podía pagarle con la misma moneda y contribuir a destruir todo de una vez;

—Vamos majestad, os llevaré a vuestra habitación —me dijo Jonathan. Asentí.

—Jonathan suéltala —ordenó él apretando los dientes.

Noté que Jonathan le sostuvo la mirada, lo desafiaba no obedeciéndole, lo provocaba también y yo contribuyendo a poner peor las cosas me aferré más al pecho de Jonathan, él me apretó a su cuerpo también;

—Dije que la sueltes —volvió Ludwig a decir.

—No sé qué ha pasado entre vosotros pero no dejaré a la reina sola si me necesita —le dijo firmemente—. Si ella necesita desahogarse, mi hombro y mi pecho son suyos si le pueden servir.

No quise ver la cara del rey pero podía imaginarla, era mejor irme a la habitación y evitar un enfrentamiento innecesario, no podía permitir que las cosas llegaran a más y menos involucrar a Jonathan que nada tenía que ver. Sin decir nada más me abrazó de nuevo y dándole la espalda al rey subimos, ambos estábamos furiosos y tanto él como yo podíamos convertirnos en homicidas sin proponérnoslo.

En el camino encontramos a una sirvienta y Jonathan le pidió que le avisara a la duquesa sobre mi estado y que a su vez, también fuera a la cocina luego de avisarle y encargara un té de tilo bien cargado para mí. Al llegar a la habitación me sentó en uno de los sofás y se sentó a mi lado, sujetó mi cara entre sus manos y limpió mis lágrimas con ambos pulgares;

—Majestad decidme… —susurró con esa voz que me estremecía—. ¿Qué os ha hecho él esta vez?

—Jonathan… —lo miré si poder ocultar la vergüenza—. Es doloroso…

—Por favor decid todo lo que queráis —acarició mis mejillas mirándome como si fuera la única mujer sobre la tierra—. Yo estoy aquí para escucharos y… aconsejaros en lo que pueda.

—Esa mujer es la amante oficial del rey y por fin le ha proporcionado una lujosa residencia, la muy descarada le envió una nota y las fotos agradeciéndole su “sugerencia”

—¿Queréis decir que esa mujer… por fin logró lo que quería?

Asentí bajando la cabeza sin poder detener mis lágrimas;

—Incluso se atrevió a mandarle una foto de ella en la cama vistiendo un baby doll rojo y muy provocador, ¿Por qué le enviaría una foto así? Seguramente porque él ya la ha visto…

No pude terminar, apreté mis puños y cerrando los ojos lloré de nuevo, no podía imaginármelo, no podía imaginarlos a ambos en la cama, el dolor se volvía insoportable. Jonathan me abrazó de nuevo y yo busqué su pecho, quería perderme en él por un momento. Fue breve, tocaron la puerta y nos separamos, él se apresuró a abrir y era Randolph que entraba;

—Majestad Gastón y los demás guardias la esperan como lo ordenó.

Ya no podía salir, me dolía dejar a Víctor pero no podía verlo en las circunstancias en las que estaba.

—Dígale que ya no… ya no voy a salir, no puedo, por favor encárguese usted de llamar a Víctor y decirle que por un asunto de fuerza mayor ya no podré ir a verlo, dígale que me disculpe.

En ese preciso momento llegó Regina y al verme y ver a Jonathan no dudó en hacer sus preguntas como todos. Randolph salió y quedándome con los duques me desahogué con ellos, necesitaba gritar todo lo que sentía, necesitaba sacar de mí todo lo que me estaba ahogando, necesitaba liberarme un poco porque ya no lo soportaba.

Me encerré el resto de la tarde, no quise comer, ni siquiera quería ver a los niños, lloraría delante de ellos y no quería que me miraran así, comenzarían a preguntar por qué mamá lloraba y no les iba a poder contestar, preferí no verlos aunque mi corazón se despedazara más. Él no me había buscado para seguir hablando y tratar de solucionar las cosas, para qué si no había solución, todo era más que claro, esa mujer reía disfrutando su triunfo sobre mí, por fin tenía al hombre que quería y en donde ella quería, en un lugar sólo para ellos y en su cama, pensarlo me retorcía las entrañas y las sentía hervir en la cólera que me consumía, no había paz para mí, ya no había consuelo, ya no lo tenía a él, ya no era mío, recordé la advertencia de Yves en cuanto a eso y se hizo realidad.

Antes de dormir me metí a la ducha, el agua debía llevarse parte de lo que sentía, necesitaba que corriera junto con ella y se fuera por el caño, si tan solo así de fácil fuera acabar con todos los problemas, si tan solo pudieran limpiarse y como la suciedad quitarla, si tan solo fuera más fácil lavar el alma y el corazón mejor que como lo hacía el agua limpia al cuerpo sería bueno, pero no, no había manera de hacerlo, no había ningún tipo de consuelo.

Estando lista para “intentar dormir” Randolph llegó a verme;

—Majestad ¿Se siente mejor?

Negué exhalando, mi expresión le dijo todo;

—Perdone mi tonta pregunta, yo sólo venía a decirle que las cajas ya llegaron, como usted dijo estaban en la aduana y no podían tomar medidas con ellas sin que usted misma interviniera, pero ya los libros están aquí.

—Llévenlas a mi oficina y claro que voy a tomar medidas en cuanto a eso, todo paquete que yo ordene expresamente lo diga o no debe venir directo al castillo.

—Es natural majestad pero esto se debió a lo que sucede en torno a la familia real, en cuanto a la seguridad que se ha dispuesto por parte del rey debe acatarse, todo paquete que sobre pase la libra estará retenido hasta que el interesado tome las medidas correspondientes.

—¿Y eso me incluye a mí? Entiendo la seguridad pero creo que están exagerando, como sea veré eso por la mañana.

—Como diga majestad —inclinó la cabeza.

—¿Cenaron todos?

—Sí majestad, los príncipes con sus nanas y sus excelencias junto con Dylan y conmigo en el comedor como siempre.

—¿Y él?

—Su majestad no nos acompañó tampoco, él… está encerrado en su observatorio y ordenó no ser molestado.

Exhalé de nuevo, seguramente iba a pasar la noche ahí, estaba molesto por lo que pasó y más… por el desafío de Jonathan, ese asunto debía arreglarlo, no podía permitir que el odio y los celos volvieran a surgir en Ludwig por Jonathan, no podía permitir una nueva rivalidad como pasó años atrás, eso ya estaba olvidado pero volvió, volvió para recordarnos quiénes éramos y nuestra posición. No podía permitir que el juego se repitiese y afectara el matrimonio de Regina, no podía permitir un distanciamiento entre la misma familia, ya no podía permitir más destrucción y menos a personas ajenas a nuestros problemas. Tenía que buscar la manera de solucionarlo.

Cuando Randolph salió me senté en la cama, vestía mi camisón y mi bata, me abrazaba a mí misma evitando el frío que sentía en mi alma, me sentía desolada, ¿Se sentiría él igual? No hacía falta preguntarme si estaba molesto conmigo, obvio que sí, así como todo me cayó como agua fría le pasó a él también, pero lo que más le podía a su orgullo golpeado fue la bofetada que le había dado, miré mi mano, recordarla hacía que me ardiera de nuevo, se la di con toda la intensión de la fui capaz en el momento, mi marca quedó en su mejilla, de inmediato se puso roja, más que toda la furia que ya mostraba en toda su cara. Fue demasiado, actué como mujer y como su esposa, como reina no debí hacerlo, le falté gravemente el respeto al golpearlo, pero de la misma manera él me lo faltaba a mí y eso había golpeado mi alma y mi corazón, ¿Podía estar más herida? En ese momento no imaginé que si podía estarlo, por un momento creí que había exagerado pero estaba en mi derecho de pronunciarme y no seguir callando, esto era algo que ya no iba a tolerar y era necesario que él lo supiera, lo había enfrentado y me sentía satisfecha por haberlo hecho. Miré la hora, iban a dar las nueve, tenía dos opciones; una: acostarme y dejar que las cosas se dieran por sí solas, llegaría otro día igual lleno de problemas sin solución, enojados y cada quien por su lado y para colmo con un problema en puerta que podía afectar el matrimonio de los duques y no quería darle explicaciones a Regina, una enemistad familiar sería la cereza para terminar de decorar el pastel, no podía permitirlo y dos: ir en ese mismo momento al observatorio, enfrentarlo de nuevo pero para defender a Jonathan y ver que se tranquilizara en ese aspecto para que no siguiera sacando sus conclusiones al respecto, aunque en el fondo no estuviera tan equivocado. Lo haría por Jonathan, por él y por el hombro y pecho en el que lloré para desahogarme, lo haría sólo por él, me tragaría mi orgullo por él, intercedería por él, me humillaría de nuevo por él, arreglaría las cosas por él, por Jonathan estaba dispuesta a hacer lo que fuera para que la tranquilidad de él y de Regina a su vez no se viera afectada ni alterada. Con ese pensamiento me adentré al armario, me puse un abrigo gris encima de mi atuendo de dormir y salí de la habitación, me dirigí al observatorio para hablar con él haciendo a un lado mi orgullo y humillarme de nuevo ante el rey.

 

 

 

 

 

 

Nieblas del pasado 2
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