Capítulo XXXVII

 

Entre Brumas

 

Corrí hacia las caballerizas, con el frío del clima exigí en mi llanto que me ensillaran a Belladona lo más rápido posible, Napoleón y Josefina se encontraron conmigo y al verme se pusieron más ansiosos, les permití que me acompañaran. Montando a Belladona cabalgué sin rumbo, la instigué y me adentré a lo desconocido de la niebla, buscaba mi fin.

Corrí con el viento helado, mi corazón y mi alma al igual que mi cuerpo se congelaban, el abrigo que vestía no era suficiente. No supe qué rumbo tomé, dejé que Belladona me llevara, tampoco supe qué tanto me alejé, total ya estaba en un laberinto del cual no encontraba la salida, los perros corrieron intentando igualar la velocidad de Belladona, estaban agotados. La niebla no dejaba ver bien mi horizonte, la tierra estaba húmeda y lisa, a la velocidad que iba una caída hubiese sido fatal y como si presintiera mi punto sin retorno la detuve bruscamente, sus cascos se deslizaron, sus patas traseras la sentaron mientras que las delanteras estaban firmes hasta que nuestro peso hizo que las levantara quedando sentada sólo en sus patas traseras, perdió el equilibro, al inclinarse era obvio que se caería, siendo yo la que cayera de espaldas primero al suelo y ella, amenazando con caerme encima me hizo rodar ágilmente apartándome cayendo ella a mi lado y yo golpeándome más la parte baja de la espalda al chocar contra una roca, me retorcí de dolor en el suelo. Napoleón y Josefina me rodearon y al verme llorar y quejarme ellos también comenzaron a chillar y a querer lamer mi cara, Belladona se incorporó rápidamente sacudiéndose la caída mientras que yo seguía en el suelo sin poder levantarme, el dolor era insoportable y el frío me calaba hasta los huesos. Entre los perros que estaban encima de mí, el dolor y la niebla sentía que no podía respirar, mi cuerpo comenzó a dormirse y yo a desahogarme en llanto estando en el suelo boca abajo, enterré mi cara entre mis brazos.

Me había quedado quieta.

No sé cuánto tiempo pasó pero sintiendo el aliento de la misma Belladona en mi cabeza reaccioné. Napoleón y Josefina estaban a mi lado y yo no sabía qué hacer, intenté moverme pero no pude, el dolor volvió, temí las consecuencias de la caída, mi cuerpo estaba dormido y sentía un enorme hormigueo, estaba asustada, pero al parecer Belladona lo estaba más y parecía querer saber cómo estaba yo;

—Tranquila —le dije acariciando su nariz—. No fue tu culpa, todo es culpa mía, todo lo que me pase son las consecuencias de mis malas decisiones, perdóname por arrastrarte a esto —limpié mi lágrima.

Necesitaba ponerme de pie o al menos boca arriba y tratar de sentarme, flexioné una pierna para intentar levantarme pero sentía que me trituraban la espalda, me sentía impotente y ahí estaba, en un lugar desconocido y sola, sin poder moverme y sin saber cómo pedir ayuda. Estaba completamente sucia y llena de lodo, el silencio del lugar era espeluznante, a penas y se podía ver a un metro de distancia, la densa niebla hacía pesado el ambiente y eso me tenía bastante húmeda, estaba mojada, el rocío se volvió agua y tanto mi piel, cabello y ropa estaban mojados y sumado al frío sabía que iba a tener consecuencias en mi salud, estaba temblando de frío y del sombrío o lúgubre panorama que me rodeaba. Al momento se escuchó un disparo que hizo eco asustándonos a todos, Belladona relinchó, los perros que estaban echados cerca de mí se levantaron y se pusieron alertas, rugieron y yo ni siquiera podía arrastrarme para esconderme, estaba a merced de cualquiera que apareciera en escena fuera para ayudar o para… desaparecerme. La cabeza me dolía y el malestar del cuerpo era ya insoportable, estaba asustada, al momento el silencio volvió pero ni así los perros se confiaron, no bajaron la guardia, seguían alertas y no dejaban de rugir, eso no me gustaba, ellos presentían algo. Al instante se escuchó un silbido a lo lejos, ellos se alertaron más y al escucharlo de nuevo comenzaron a ladrar, estaban incontrolables, no pasó mucho tiempo cuando ambos corrieron perdiéndose entre la niebla, les grité para llamarlos pero no me obedecieron, al irse ellos me sentí peor, hice todo mi esfuerzo para intentar levantarme, tenía que hacerlo, sentía algo trabado en la espalda que me impedía moverme pero sabía que era mi imaginación, exhalé, flexioné la pierna derecha para intentar levantarme, no podía arquear mi cuerpo, estaba rígida, lo intenté de nuevo y el dolor fue insoportable, de pronto sentí que algo me tronó y mi espalda se liberó pero eso no me impidió gritar, el dolor se había despertado y sumado al frío me estaba triturando. Al momento el sonido de los cascos de un caballo que se acercaba me hizo levantar la cabeza, los perros ladraban y acompañaban al jinete, entre la niebla vi la silueta aproximarse y cuando estuvo más cerca pude respirar en paz, era Dylan.

—¡Majestad! —se asustó al verme y prácticamente se tiró del caballo corriendo hacia mí.

—Gracias a Dios es usted —susurré—. Me alegra mucho verlo.

—Majestad ¿Qué pasó? —se hincó e intentó ayudarme.

—No por favor —le rogué—. Me duele mucho la espalda.

—¿Puede moverse?

—No, no he podido, llevó mucho tiempo en el suelo.

—Puede ser peligroso moverla pero es necesario —insistió.

—¿Fue usted el que disparó?

—No, lo escuché y me asustó, creí que estaba usted en peligro.

—¿Cómo supo de mí? ¿Cómo pudo encontrarme? Ni yo misma sé donde estoy.

—La vi salir a todo galope de las caballerizas, yo acababa de regresar de dar un paseo matutino aprovechando el clima y justo cuando iba a dejar al caballo la vi, me asusté al ver su estado y la velocidad con la que cabalgaba y más cuando los perros la acompañaban. Me apresuré a preguntarle al encargado y me dijo lo que pasaba, usted estaba mal y llorando pidió a Belladona, lo primero que pensé fue en un nuevo problema con Ludwig y para ser sincero eso me tiene muy molesto, así que hice lo único que se me ocurrió; dar la orden para que le avisaran al rey y… yo tratar de seguirla, pero aunque corrí siguiendo su rumbo la perdí de vista.

—Gracias… —sujeté su mano.

—Los perros fueron pieza clave, sabía que iban a reconocer mi silbido y así fue, ellos me trajeron a usted.

Vi a mis canes y suspiré, no me dejaron sola, ellos fueron por ayuda;

—Majestad… —sujetó mi mano acariciándola y aún sucia la besó—. Yo… daría lo que fuera por evitarle todo esto, usted no lo merece —me miró fijamente y acercó su mano para apartar un poco el cabello de mi cara—. Daría lo que fuera porque… su tristeza se acabara y fuera feliz.

Bajé mi cara y evité llorar, él acarició a su vez mi mejilla. Los ladridos de los perros nos desconcentraron y asustaron, otro jinete se acercó y ese me si me asustó, agradecí no estar sola;

—¿Majestad…? —preguntó el hombre y yo comencé a temblar de nuevo, era Yves.

Dylan lo miró seriamente, ambos hombres se miraron;

—¿Quién es usted? —le preguntó Dylan—. Su cara me es conocida.

—Me llamo Yves Claymont —contestó bajando del caballo pero quedándose con él porque los perros le rugían y no lo dejaban acercarse.

—Qué casualidad señor Claymont —le dije intentando disimular—. ¿Usted por aquí?

—Bueno la verdad es un espléndido día para cabalgar, el clima es perfecto, no hay sol, no hay calor, la niebla hace el aire fresco, la verdad es mi día perfecto.

Y él salido de la niebla, montando un caballo negro parecía un ser… salido de un libro de terror, sería un perfecto vampiro, el escenario nos hacía transportarnos a Transilvania, sentía un ambiente sobrenatural;

—¿Puedo ayudarla majestad? —intentó acercarse pero los perros no lo dejaron, él levantó las manos rindiéndose a ellos, su abrigo y guantes negros lo hacían ver más lúgubre.

—Si quiere ayudar vaya al castillo —le dijo Dylan—. Ya deben estar buscando a la reina y siendo así, usted podría indicarles el camino y guiarlos hasta aquí.

El hombre miró seriamente a Dylan y él igual, parecía que no le agradaba seguir órdenes, era también bastante orgulloso;

—Por favor señor Claymont —le pedí—. Dylan tiene razón, ¿sería tan amable de hacer que vinieran a buscarme? creo que necesito un médico.

¡Por Dios! Suficiente tenía ya masticando la tierra, tenía un buen rato en el suelo y no iba a quedarme a vivir ahí, necesitaba levantarme.

—Como usted diga majestad —inclinó la cabeza y me sonrió, en cambio a Dylan lo miró seriamente de nuevo.

Subió al caballo y salió en la misma dirección en la había aparecido;

—Ese hombre… —dijo Dylan.

—Lo sé, le es conocido y la vez no fiable, seguramente lo conoció en la fiesta.

—Es verdad, fue allí, ese tipo acompañaba a…

Exhalé.

—Perdón, lo último que usted quiere es que se mencione a esa persona.

Negué sin decir nada;

—Majestad haga el intento de levantarse —me sujetó.

—No, me duele la espalda.

—¿Dónde exactamente?

—Desde la mitad hasta la parte baja, primero caí porque Belladona cayó también entonces rodé para que no me cayera encima y vine a pegar en esta roca.

—En parte es usted afortunada —observó la piedra que tenía un tamaño considerable—. Debajo de ella pudo haber estado anidando alguna serpiente y sin duda hubiera salido a morderla.

Me estremecí más arrugando la cara, en ningún momento había pensado en eso, quería levantarme, quería quitarme de allí. Puso su mano en mi espalda y apretó un poco;

—Cuidado —le dije dando un brinco.

—Dígame donde le duele más.

Comenzó a apretar lentamente a medida que bajaba, me dolía todo ese recorrido;

—Me duele todo por favor ya no siga —le dije sintiendo que bajaba mucho, su toque me hacía temblar más.

—Con seguridad deberá verla un médico, su columna puede estar afectada, parece que su malestar está entre la región lumbar y el sacro.

—Con que no sea grave me conformo.

—Majestad ¿dígame que le pasó? ¿por qué salió de esta manera? No sé si estaré equivocado pero creo que más adelante hay un gran abismo, tanto usted como la yegua y hasta los perros hubieran caído porque la niebla no deja ver, ¿Qué la hizo salir así y exponer su vida sin pensar? Una caída a la velocidad que iba hubiera sido fatal también, ya hay gente que ha muerto por una simple caída de caballo y la suya hubiera sido fatal e instantánea, ¿se da cuenta?

Asentí y una lágrima rodó, volví a hacerlo, volví a atentar contra mi vida sin pensar en nada ni en nadie y menos en mis hijos. Mi comportamiento no tenía justificación, sentía que ni Dios me iba a perdonar, sentí el peso de mi alma condenada por eso;

—Majestad por favor… —susurró limpiando mi lágrima—. ¿Ludwig fue el culpable otra vez? ¿Qué le hizo?

—Creí que las cosas se arreglarían, los sueños me están costando caro, estoy pagando un precio demasiado alto por engañarme, creo que ya no vale la pena.

—¿Qué pasó?

—Ahora todo fue por un libro.

—¿Qué?

—Enloqueció prácticamente por un libro, lo desconocí, fue muy grosero, lo rompió y me lanzó las hojas a la cara.

Dylan exhaló con decepción;

—Creo adivinar qué libro es —dijo negando.

—¿Cómo?

—Se trata de un clásico de Tolstói ¿verdad? La famosa Karenina.

—Sí, ¿Cómo la sabe?

—Una vez vi su reacción al respecto, en Inglaterra, estábamos departiendo en el descanso una tarde de sábado entre amigos y una cosa llevó a otra, terminamos hablando de libros aparte de los que teníamos que estudiar, el asunto es que no sé quien mencionó a Tolstói y noté su cambio de humor, en el momento no le hice mucho caso, Ludwig ha tenido un carácter especial, pero al entrar en controversia por algunas novelas clásicas alguien toco el tema de Karenina y él de manera tajante dio su punto de vista, dijo claramente que odiaba el libro y que no sabía a quién odia más, si al autor por escribir y publicarle eso al mundo o la protagonista por adúltera, incluso dijo que lo único rescatable del libro había sido su final y que si él lo hubiera escrito no la habría matado bajo las vías de un tren, dijo que merecía algo peor.

Me asusté, actuaba fuera de sí, escuchar eso no me hizo nada de gracia, me puso peor;

—El caso fue que se entró en una acalorada discusión con otro compañero que era ruso  —continuó—. Y obviamente hablar mal de un autor y una obra de su país de la manera en la que Ludwig lo hizo lo ofendió, pidió que se disculpara y obviamente el entonces príncipe no lo hizo, para colmo habíamos bebido un poco y los ánimos comenzaron a encenderse, el asunto terminó en un pleito de puños que le costó a ambos el encierro de un mes y algunas clases perdidas que obviamente tuvieron que reponer, incluso en su castigo no se les permitió acercarse a un avión, ni siquiera a los simuladores. Ludwig no se midió, ofendió a un autor y a su obra y eso para cualquier patriota ruso es una afrenta a su nación, el caso es que nunca más se volvieron a hablar y se tuvieron que soportar hasta la graduación.

—Es horrible, no conocía ese episodio, de hecho, creo que no conozco nada de mi marido —dije resignada y avergonzada.

—Creí que había madurado en ese aspecto y que ya se le había pasado, me parece el colmo que aún odie esa novela.

—Lo peor es que… al parecer me ha comparado con ella.

—¿Cómo? Eso es si una ofensa hacia usted.

En ese momento escuchamos más caballos y los perros volvieron a ladrar, ya venían por mí, el señor Claymont venía en el grupo que era liderado por Jonathan quien también se lanzó del caballo al verme en el suelo, me revisó y en efecto no estaba muy bien de mi espalda, me hizo morder su pañuelo y haciendo un leve masaje procedió a buscar el problema, estuvo de acuerdo con Dylan, casi toda mi columna vertebral no estaba muy bien.

Después de haberme acostumbrado al suelo que iba a echar de menos logré ponerme de pie y con mucho cuidado monté de nuevo a Belladona, eso no me iba a hacer bien pero no había remedio.

—Muchas gracias señor Claymont —me despedí de él dando por hecho que no quería que nos acompañara hasta el castillo.

Él asintió inclinando la cabeza, en el camino se había encontrado con Jonathan y las demás personas y sólo le bastó guiarlos a donde estaba.

Todos regresamos al castillo y yo, llevaba un dolor quiebra huesos que ya no soportaba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nieblas del pasado 2
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