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Las orejas triangulares
El sonido de las campanillas de trineo
No tenía por qué regresar con prisas a casa. Aquella mañana, al salir, se me había ocurrido que tal vez podía volver tarde, así que le dejé a Sawara comida para dos días. Tal vez no le gustara al gato, pero por lo menos no pasaría hambre. Al pensarlo, me dio pereza volver a casa, pasar por el callejón, saltar el muro. Hablando en serio, no estaba convencido de poder saltar el muro. La conversación con Noboru Wataya me había agotado por completo. Sentía que algunas partes de mi cuerpo pesaban mucho, no podía hacer funcionar correctamente la cabeza. ¿Por qué aquel hombre me fatigaba siempre tanto? Quería acostarme y dormir un poco. Descansaré un rato y luego me iré a casa.
Saqué del armario del «probador» una manta y una almohada, las puse sobre el sofá, apagué la luz, me acosté, cerré los ojos. Mientras me dormía estuve pensando en el gato. Quería dormirme pensando en el gato. Dijeran lo que dijeran, él sí había vuelto a casa. En definitiva, era algo que había vuelto a mi lado, que había logrado volver desde algún lugar lejano. Debía de ser una especie de bendición. Recordé, con los ojos cerrados, el suave tacto de los cojincillos de sus patas, las orejas triangulares, frías, la lengua de color rosado. Sawara dormía tranquilamente aovillado en mi conciencia. Podía sentir su calor en las palmas de mis manos, oír su respiración regular. Mis nervios estaban más excitados que otros días, pero el sueño acudió de inmediato. Un sueño profundo, sin sueños.
Algo me despertó en mitad de la noche. Tenía la sensación de estar oyendo, a lo lejos, un sonido como de campanillas de trineo, como la música de fondo de un villancico.
¿Un sonido de campanillas de trineo?
Me incorporé en el sofá, busqué a tientas el reloj de pulsera que había dejado sobre la mesa. Las agujas fosforescentes del reloj marcaban la una y media. Al parecer había dormido más profundamente de lo que imaginaba. Agucé el oído. Sólo se oía el sonido seco del latido del corazón encerrado en mi pecho. Tal vez sólo había sido una ilusión. Tal vez había estado soñando. Para comprobarlo decidí echar una ojeada por la casa. Recogí los pantalones que estaban a mis pies, me los puse, fui a la cocina evitando hacer ruido al andar. Fuera del probador, el sonido era más nítido. Ciertamente, parecía el sonido de las campanillas de un trineo. Venía del cuarto de Cinnamon. Me coloqué ante la puerta del cuarto, agucé el oído, llamé a la puerta. A lo mejor mientras yo dormía había vuelto Cinnamon. No hubo respuesta. Entreabrí la puerta, atisbé el interior por la rendija.
En la oscuridad, a media altura, flotaba una luz blanca. Una luz recortada en forma de rectángulo. Era la luz que emitía la pantalla del ordenador. Las campanillas eran un sonido de llamada que el aparato iba repitiendo (un nuevo sonido de llamada que nunca había oído antes). El ordenador me estaba llamando. Me senté ante esa luz, como atraído por ella, y leí el mensaje en la pantalla.
Acaba de acceder al programa «Crónica del pájaro-que-da-cuerda».
Seleccione un documento entre el 1 y el 16.
Alguien había puesto en funcionamiento el ordenador y había accedido al programa de la «Crónica del pájaro-que-da-cuerda». No debe de haber, aparte de mí, nadie en la casa. ¿Quién ha podido poner en marcha el aparato manipulándolo desde el exterior? Si alguien lo ha hecho, ¿quién puede ser aparte de Cinnamon?
¿«Crónica del pájaro-que-da-cuerda»?
El sonido alegre de llamada, como de campanillas de trineo, seguía sonando sin cesar. Como en una mañana de Navidad. Era como si me pidiera que seleccionara un número. Dudé unos instantes y, sin que hubiera una razón especial, seleccioné el #8. El sonido de llamada dejó de sonar al instante y, como si se desplegara un rollo de escritura, se abrió el documento.