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Hija de unas ranas estúpidas

El punto de vista de May Kasahara (5)

¡Hola, señor pájaro-que-da-cuerda!

Ahora son las dos y media de la madrugada. Las otras chicas están durmiendo como troncos. Yo no podía dormir, así que he saltado de la cama y me he puesto a escribirte esta carta. Si te digo la verdad, es tan difícil encontrar una noche en la que yo no pueda dormir como a un luchador de Sumoo al que le siente bien una boina. Por regla general, cuando llega la hora me duermo automáticamente, y cuando llega la hora de levantarme, me despierto automáticamente. Aunque tengo despertador, casi ni lo uso. Sólo muy de vez en cuando me pasa esto. De pronto me despierto y ya no puedo dormir más.

Pienso estar escribiéndote aquí sentada a la mesa hasta que me entre sueño. Quizá me entre sueño mientras la escribo. Así que ni yo misma sé si esta carta va a ser larga o corta. Bueno, digo esta carta, pero no es sólo ésta. Nunca lo sé hasta que he terminado de escribir.

¿Sabes lo que me parece a mí? Pues que la mayor parte de la gente vive creyendo que la vida y el mundo son, aunque con excepciones, básicamente coherentes. (Deberían serlo, claro). He llegado muchas veces a esta conclusión hablando con los que me rodean. Cuando ocurre algo, ya sea en el terreno social o en el personal, siempre hay uno que dice, «O sea, que ha pasado esto porque aquello era así y asá», y, en la mayoría de casos, todos exclaman: «¡Ah, claro!», y se quedan tan campantes, pero yo no acabo de entenderlo. Decir cosas del tipo: «Aquello es así», «Por eso ha pasado lo que ha pasado», es como meter en el microondas un chawan-mushi[20] instantáneo, pulsar el botón y, cuando suena el «tin», abrir la puerta y: ¡ya está listo el chawan-mushi! Y ¿dónde está la explicación? O sea, no sabes nada de nada de lo que ocurre, con la puerta bien cerrada, desde el instante en que pulsas el botón y hasta que la campanita hace «tin». Quizás, en la oscuridad, el chawan-mushi instantáneo se convierta, primero, en macarrones gratinados y, sólo luego, vuelva a ser, otra vez, chawan-mushi, sin que sospechemos siquiera lo ocurrido, ¿no? Puesto que hemos metido chawan-mushi instantáneo en el microondas, creemos que, como consecuencia lógica, ha de salir chawan-mushi. Pero eso no es más que una suposición. Yo, la verdad, me quedaría más tranquila si alguna vez, al abrir la puerta, salieran macarrones gratinados tras haber puesto chawan-mushi instantáneo en el microondas y pulsar el botón. Me sorprendería, no hace falta decirlo, pero, al mismo tiempo, me quedaría más tranquila. Creo que, al menos, no me sentiría tan confusa. Porque, en cierto sentido, eso me parecería más «realista».

Me resulta muy difícil explicarte de manera lógica por qué «me parecería más realista», pero si te paras a pensar, por ejemplo, en cómo ha sido mi vida hasta ahora, de pronto te das cuenta de que lo «coherente» brilla por su ausencia. En primer lugar, es un misterio que a un par de ranas aburridas como mis padres les saliera una hija como yo. Éste es un gran misterio. Porque, ya sé que yo no soy quien debería decirlo, pero lo cierto es que yo soy más normal que ellos dos juntos. No es que esté presumiendo, es la pura verdad. Y no digo que yo sea gran cosa si me comparo con ellos, pero, humanamente, sí puedo decir que soy más recta. Creo que si tú, señor pájaro-que-da-cuerda, tuvieras ocasión de ver a ese par, estoy segura de que me entenderías. Ese par cree que el mundo es tan coherente como la distribución de las habitaciones en una casa en venta construida en alguna zona residencial. Por eso creen que, si actúan de manera coherente, al fin todo les saldrá bien. Y se sienten confusos, tristes y enfadados porque yo no hago lo mismo.

¿Por qué tuvieron que traerme a este mundo unos padres tan estúpidos? ¿Y por qué habiendo sido criada por ellos no me habré convertido en la hija igualmente estúpida de esas ranas estúpidas? Vengo dándole vueltas a este asunto desde hace muchísimo tiempo. Pero no logro explicármelo bien. Me da la sensación de que debe de existir una razón precisa, aunque no se me ocurra. Aparte de eso, hay muchas más cosas que no tienen ninguna lógica. Por ejemplo, ¿por qué a todos los que me rodeaban acabé resultándoles tan antipática? Jamás hice nada especialmente malo. Llevaba una vida muy normal. Y, sin embargo, un día, de repente, me di cuenta de que no le caía bien a nadie. Y, la verdad, nunca he llegado a comprender por qué.

Creo que alguna cosa incoherente trajo consigo otra cosa incoherente y que así acabaron pasando diferentes cosas. Como, por ejemplo, conocer a aquel chico de la moto y provocar aquel estúpido accidente. En mis recuerdos, o por así decirlo, en la manera cómo los hechos se han ido ordenando en mi cabeza, no existe nada parecido a «esto es así, por lo tanto resulta asá». Más bien parece que, cada vez que abro la portezuela del microondas al sonar la campanita, «tin», tengan que salir cosas que antes no había visto.

Y te conocí a ti, señor pájaro-que-da-cuerda, en el momento en que había dejado de ir a la escuela y estaba en casa sin hacer nada, sin entender qué ocurría a mi alrededor. No, antes de eso ya había empezado a hacer encuestas para la empresa de pelucas. Pero ¿por qué para una empresa de pelucas? Ése es otro de los misterios. No puedo recordarlo bien. En el accidente me golpeé la cabeza y, a consecuencia de ello, tal vez la distribución de mi cerebro quedara en completo desorden. Quizás a consecuencia de la conmoción adquiriera el vicio de esconder rápidamente mis recuerdos en algún rincón. Como una ardilla que hace agujeros, esconde en ellos los frutos y luego olvida el lugar donde los ha enterrado. (Señor pájaro-que-da-cuerda, ¿lo has visto alguna vez? Yo sí lo he visto. Cuando todavía era una niña. Me reí de la ardilla tonta. Lo que yo no sabía entonces es que algún día yo también haría lo mismo).

De todos modos, hice las encuestas para la empresa de pelucas y así nació, por ellas, mi atracción fatal. Esto tampoco tiene coherencia, ¿verdad? ¿Por qué tenían que ser pelucas y no medias o palas para servir el arroz? Si en vez de pelucas hubiesen sido medias o palas para servir el arroz, ahora no estaría trabajando como una hormiguita en la fábrica de pelucas. ¿No es así? Si no hubiese tenido aquel accidente estúpido de moto no te hubiese conocido a ti, señor pájaro-que-da-cuerda, en el callejón detrás de casa aquel verano, y si yo no te hubiese conocido a ti, tú no habrías conocido el pozo de la casa de los Miyawaki y, por consiguiente, quizá no tendrías la mancha en la cara y tampoco estarías involucrado en ese asunto tan extraño… Y entonces pienso: «¿En qué parte del mundo está la coherencia?».

¿O no será, tal vez, que en el mundo hay diferentes tipos de personas y que para unos la vida y el mundo son coherentes al estilo chawan-mushi mientras que para los otros todo va al buen tuntún a la manera de los macarrones gratinados? Yo no lo acabo de entender. Pero imagino que si las ranas de mis padres pusieran chawan-mushi instantáneo en el microondas y, al hacer «tin», saliesen macarrones gratinados, se dirían: «Nos hemos equivocado. Lo que habíamos puesto eran macarrones gratinados», o quizá sacaran los macarrones gratinados y se dijeran a sí mismos intentando convencerse, «No, no, esto, a simple vista, tal vez parezca un plato de macarrones gratinados, pero en realidad esto es chawan-mushi». Y, por más que les explicara con toda amabilidad: «A veces, aunque pongamos chawan-mushi instantáneo en el microondas, salen macarrones gratinados», este tipo de personas seguro que no se lo creería, sino que, por el contrario, se enfadaría mucho. Señor pájaro-que-da-cuerda, ¿entiendes lo que te estoy queriendo decir?

Te escribí una vez en una carta que algún día te hablaría otra vez de tu mancha. ¿Lo recuerdas, señor pájaro-que-da-cuerda? Sobre cuando te la besé. Me parece que fue en la primera carta, ¿verdad? En realidad, desde que me despedí de ti el verano pasado, señor pájaro-que-da-cuerda, no he hecho más que pensar y pensar en aquel momento, seguía dándole vueltas como el gato que contempla la lluvia. ¿Qué demonios era aquello? Pero, a decir verdad, no creo que pueda explicártelo bien. Quizás algún día, dentro de un tiempo —no sé si diez o quizá veinte años—, si llega la oportunidad, cuando sea ya una mujer adulta y más inteligente, entonces tal vez pueda decirte: «En realidad…», y explicártelo bien. Pero de momento, por desgracia, me da la sensación de que ni tengo la capacidad ni la filosofía necesarias para transformarlo en palabras.

Voy a decirte francamente una cosa: me gustas más sin la mancha. No, no es eso. Tú has hecho que te saliera aposta y esta forma de hablar es un poco injusta, ¿verdad? Digámoslo de otra manera: a mí ya me estaba bien el señor pájaro-que-da-cuerda sin la mancha. ¿Qué te parece así? Claro que esto no explica gran cosa, ¿no?

Oye, señor pájaro-que-da-cuerda, yo pienso así. Tal vez esta mancha te dé algo importante. Pero también debe de estar quitándote algo, señor pájaro-que-da-cuerda. Una especie de intercambio. Y, a fuerza de que te vayan quitando cosas de este modo, posiblemente te vayas consumiendo y acabes desapareciendo. O sea, ¿cómo te lo diría?, lo que yo quiero expresar en realidad es que a mí no me importaría en absoluto que no tuvieras la mancha.

A decir verdad, a veces me pregunto si el hecho de que esté aquí haciendo pelucas en silencio no se deba a que en aquella ocasión te besé la mancha, señor pájaro-que-da-cuerda. Me pregunto si fue eso lo que me impulsó a irme de allí, a alejarme de ti lo máximo posible. Tal vez te sientas herido por hablarte de esta forma, pero posiblemente sea la verdad. Aunque, gracias a ello, por fin he podido encontrar aquí mi lugar. Así que, en cierto sentido, debo agradecértelo a ti. Aunque me parece que estar agradecido en cierto sentido no es algo muy agradable que digamos.

Creo que ya te he dicho todo lo que tenía que decirte. Ahora ya casi son las cuatro. Aún podré dormir algo más de tres horas, porque me levanto a las siete y media. Espero que pueda dormirme enseguida. De todos modos, te dejo. Adiós, señor pájaro-que-da-cuerda. Reza por mí, para que me duerma enseguida.