V
Pero la incapacidad del federalismo para volverse completamente utópico no radica sólo en su incapacidad de realización práctica: el momento en el que se convierte en «exactamente eso», descendiendo de un ideal trascendental a un conjunto contingente de soluciones empíricas. Radica sobre todo en su carencia de representación, es decir, de la posibilidad de una fuerte catexis libidinal. No se puede conferir al federalismo el deseo asociado con el objeto perdido, imposible de hecho: la flor azul, esa «masa de rollos dulces» sobre la que agoniza el soñador Dvanov en Chevengur,[361] saltando febrilmente en la oscuridad, murmurando para sí, «¿pero dónde está entonces el socialismo?». En este punto el ideal colectivo se identifica con un tipo de objeto que el soñador ansía, y que aporta a los pensamientos políticos la densidad de la pasión y la fuerza para instar a la acción, y a la acción colectiva, por cierto. El federalismo parecería carecer de esa inversión apasionada que el nacionalismo posee de manera destacada; ese «resto de algo real, un núcleo de disfrute no discursivo que debe estar presente para que la nación, en cuanto efecto de entidad discursiva, alcance su congruencia ontológica».[362] De hecho, sería cuestión de gran interés político hacer un inventario no sólo de los diversos objetos perdidos que las pasiones nacionalistas modernas han planteado, sino también de qué ocurre cuando el federalismo funciona, al menos durante un tiempo, como en la ex Yugoslavia. Por su parte, muchos de los socialismos de éxito se han combinado con las energías del nacionalismo para producir visiones colectivas aún más fuertes; y tampoco está claro qué función desempeña el nacionalismo en los movimientos políticos de masas que se han autodenominado religiosos, y que han afirmado estar por encima de la raza, la nación o la ethnie. El nacionalismo es como mínimo el paradigma activo más notable y fructífero del gran proyecto colectivo y de los movimientos y las políticas colectivas; esto no significa en absoluto aceptarlo como idea política sino, por el contrario, una razón para utilizarlo como instrumento para evaluar otras posibilidades colectivas.
Desde un punto de vista puramente intelectual y nostálgico-teórico, el Mediterráneo de Braudel presenta ciertas analogías: el entusiasmo por la idea del Mediterráneo, por el concepto del Mediterráneo como objeto estructural y colectivo único; Porque la lucha por el control entre el Imperio español y el otomano lo convierte en objeto de deseo, y de hecho lo construye como tal. Y la energía fluye de nuevo a medida que este sistema que constituía el centro del mundo se ve desplazado gradualmente por el Atlántico: la entropía del deseo y la desinversión del objeto en sí.
A este respecto, por lo tanto, el cierre sigue siendo un rasgo del sistema del deseo, constituyendo el objeto propiamente dicho, sin importar que sea enorme o diminuto, aislándolo dentro de un campo perceptivo en el que se le puede nombrar: seguramente el requisito primero y fundamental para cualquier objeto del deseo perdido o hallado. Y lo mismo puede decirse de esa masa incomparablemente mayor que es el Marte de Kim Stanley Robinson: la Tierra se está convirtiendo sólo en un objeto de deseo comprensible a través de la pérdida o la sustracción (una catástrofe a menudo alegorizada en las versiones de la diáspora humana dispersa por el espacio galáctico dadas por la ciencia ficción), los humanismos de un solo mundo son en general demasiado débiles para producir estas energías, como el pacifismo enfrentado a la guerra, o la democracia ante el líder, a pesar de que dichos enfrentamientos estén calculados para hacer revivir y fortalecer a ambas partes.
Nuestra cuestión es, sin embargo, si la utopía podría convertirse de alguna forma en dicho objeto y despertar estas pasiones que los milenarismos religiosos revelan pero que, como cuestión histórica, sólo El año 2000 de Bellamy parece haber generado en la vida social real de las naciones, produciendo un movimiento político en Estados Unidos (curiosamente llamado «nacionalista»), y cientos de traducciones a otros idiomas. No basta decir que Bellamy parecía proporcionar algunas respuestas a esta desnuda situación industrializadora y sus masas obreras, así como a sus respetables estratos medios. Su libro es ciertamente una ilustración fundamental del análisis de Laclau-Mouffe sobre el significante vacío y su poder político para crear alianzas. Pero el enigma del deseo se mantiene, y ya no estamos bien situados para apreciar el secreto de Bellamy.
Debemos acabar esta línea de discusión volviendo al concepto de mecanismo utópico, que ahora parece adecuado reevaluar a la luz de la oposición entre la ilusión y la imaginación. La idea de mecanismo parece haber demostrado la necesidad de interrelación o cooperación entre la división del trabajo de estas dos fuerzas: por una parte, apelando al intelecto y al ingenio de lo utópico, y por la otra, demostrando que lo que se llamó imaginación resultó estar muy relacionado no sólo con el cierre del sistema, sino también con su capacidad de ser nombrado, es decir, con sus posibilidades de representación (y, por lo tanto, de inversión libidinal). Al mismo tiempo, el concepto de mecanismo, que ya contiene en sí mismo el proceso o la actividad como método o virtualidad, tiende a oscurecer esa característica estructural fundamental de la utopía, que la define y capacita plenamente en la misma medida en que trasmite el juicio sobre ella, a saber, la omisión de la agencia, la obligación de la utopía de mantenerse como fantasía irrealizable.