II

Cualquier nueva solución formal, por lo tanto, necesita tener en cuenta las originalidades históricas del capitalismo tardío —tanto su tecnología cibernética como su dinámica globalizadora— y la emergencia, asimismo, de nuevas subjetividades tales como la sobrecarga de posiciones múltiples o «parceladas» del sujeto, características de la posmodernidad y tocadas en el capítulo anterior, de acuerdo con las cuales somos negros en un contexto, intelectuales en otro, mujeres en otro, angloparlantes en otro, y sujetos de clase media o burgueses en el quinto, quedando entendido que los «contextos» también se superponen y que, de hecho, nuestra situación histórica y nacional específica se define con mucha precisión por la coyuntura de todos estos contextos o marcos colectivos, que están sobredeterminados pero no son en absoluto indeterminados. La colectividad está así en nuestro interior con la misma plenitud que fuera de nosotros, en los múltiples mundos sociales en los que también habitamos todos al mismo tiempo. Pero si las utopías se pueden corresponder con este tipo de multiplicidad, serán con seguridad delanyanas, una polifonía bajtiniana desbocada, como en el caso del marido DJ hiperactivo de Oedipa Maas, de quien sus amigos dicen que cuando entran por la puerta «de repente la habitación se llena de gente».[346] Uno piensa irresistiblemente en las grandes reuniones políticas de La educación sentimental de Flaubert, en las que huestes de excéntricos políticos expresan de manera interminable sus opiniones y planes en una verdadera Babel, capaz de transmitir repulsión a las utopías, a los intelectuales y al gentío al mismo tiempo; tan fácil es pasar de un modelo de la psique al de la república.

De hecho, el modelo político más sobrio de este pluralismo de las posiciones de la psique del sujeto, que se corresponde con la retórica de la descentralización, parece haber perdido su carga política tanto en la izquierda como en la derecha (esta última evocando el derecho de los Estados, la primera defendiendo la autodeterminación local). Paradójicamente, lo que ha desplazado ambos ideales no es sino la propia globalización, que con el mero cambio de una valencia puede, de hecho, pasar sin esfuerzo de una visión distópica de control mundial a la celebración del multiculturalismo global.

En este plano macropolítico, por lo tanto, la oposición ideológica entre el sujeto centrado y su Otro ha sido sustituida por la diferenciación entre lo planetario y lo local, como si cualquier tipo de variedad de formas provinciales que uno pueda imaginarse pudiera resistirse al poder abrumador de las fuerzas del mercado planetarias, y no digamos desligarse de éstas y reconquistar su autonomía y autosuficiencia. Esta última ha sido sistemáticamente desmantelada por la obligatoria división planetaria del trabajo establecida por el nuevo sistema mundial: las industrias locales autosuficientes son conducidas a la quiebra por enormes corporaciones internacionales, que después se disponen a atender esas necesidades a precios más elevados.[347] Es difícil imaginar una situación en la que pudieran reconstruirse las formas más antiguas de autosubsistencia nacional, a no ser que se produjese una revolución que dispusiera de recursos de capital autóctonos.

En cuanto a la autonomía de lo local en cuestiones de cultura, dos fenómenos hacen improbable este tipo de tradicionalismo. Uno es el turismo, del que lo local, hoy en todas sus formas, es eminentemente dependiente, porque sus propias industrias nacionales desaparecen de modo gradual. El arte para turistas es ciertamente un nuevo espacio de creación y producción,[348] pero difícilmente una forma a través de la cual producir y reproducir una cultura nacional o local más antigua. La otra es, por supuesto, la disneyficación, otra palabra para la posmodernidad y sus simulacros, porque la disneyficación, como en Epcot (el complejo turístico de Disney),[349] es el proceso por el cual las imágenes culturales heredadas se reproducen ahora de manera artificial, como en todos esos centros urbanos reconstruidos con primor que son reproducciones «auténticas» de sus anteriores yo: en Japón, se dice, los templos de madera se reconstruyen por completo cada cincuenta años, conservando la identidad espiritual a través de todos los cambios en lo material, al igual que nuestros propios cuerpos renuevan y sustituyen todas las células viejas a lo largo de determinados ciclos de tiempo. Pero esto no es lo mismo que la simulación, que como su nombre sugiere es mucho más comparable a la falsificación y a la «reproducción» sistemática de un periodo en suntuosos escenarios cinematográficos de dramas de época. La elitización urbana, la disneyficación, deben verse también como componentes de esa especulación inmobiliaria que, como el capital financiero, también define de manera fundamental a la posmodernidad (o al capitalismo tardío). En todo caso, ninguno de estos procesos es muy tranquilizador respecto al futuro de lo local; el turismo y la disneyficación son rostros gemelos de ese futuro que mira primero al Tercer Mundo y después al Primero.

Podemos así suponer que la oposición entre lo planetario y lo local es un dualismo ideológico que no sólo genera problemas falsos, sino también soluciones falsas: pluralismo y multiculturalismo son descendientes gemelos de este dualismo cuando el mismo desea sintetizar sus rasgos buenos en un término complejo o en una imagen de solución. La multiplicidad se convierte en tema central de esa resolución imaginaria, cuyo dilema conceptual sigue siendo el del cierre. Pero bien podemos suponer que esta nueva evolución tendrá cierto impacto en la propia forma utópica, explicando la aparente extinción de sus variedades clásicas y la aparición de formas nuevas y más reflexivas.

Arqueologías del futuro
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