Querido lector,
Muchas gracias por haber elegido La madre. Es una historia que llevaba mucho tiempo oculta en algún lugar de mi cerebro, esperando el momento de salir a la luz. La inspiración me llegó igual que a mi reportera de ficción, Kate Waters. Cuando trabajaba como periodista, y me pasaba el día buscando reportajes, recortaba todo lo que me llamaba la atención en periódicos y revistas y lo metía en el bolso para leerlo más tarde. A menudo no eran más que unas líneas, pero siempre me atraían preguntas sin respuesta: ¿quién?, o ¿por qué? Uno de esos recortes que rondaba por el fondo de mi bolso relataba el descubrimiento de los restos de un bebé. Igual que Kate, me pregunté por la identidad de la víctima. Supongo que me dejó fascinada ese acto desesperado y la tragedia humana que imaginaba que debía de haber tras ella. El recorte del periódico desapareció hace mucho tiempo, lo descarté durante una de mis limpiezas de bolso rituales, pero la idea se quedó grabada en mi mente y siguió tentándome.
Porque eso es lo que han representado siempre los secretos para mí: un cebo tentador.
Cuando era pequeña, se trataba de guardar secretos: las aventuras inventadas que me imaginaba, las notas con tinta invisible y el temor asumido de que pudiera haber monstruos bajo la cama.
Luego empecé a leer libros de los estantes de mis padres y descubrí la emoción de descubrir los pensamientos y actos privados de otras personas. Comencé con las novelas policiacas: Sherlock Holmes y sus dotes de deducción, o las retahílas de pistas falsas de las novelas de Agatha Christie. Y, sobre todo, la sorpresa de un desenlace bien ocultado hasta el final.
Sin embargo, fue Rebeca, de Daphne du Maurier, la que lo cambió todo. A partir de entonces, dejé de ser una simple observadora del ingenio de detectives aficionados para vivir con intensidad cada momento de aquella narrativa emocionante, inquietante y absorbente, y quedé atrapada en el tejido de mentiras y silencios que rodeaban la historia real.
Ya estaba enganchada.
Fue la primera vez que me enfrenté a la revelación de que nunca podemos llegar a conocer a nadie del todo. Ni siquiera (o tal vez especialmente) a los que amamos.
Sospecho que esa fascinación por las vidas ocultas fue lo que me llevó a dedicarme al periodismo, porque consistía básicamente en desvelar la verdad de las personas.
Las preguntas que me hacía a mí misma en todo momento cuando entrevistaba a alguien eran: «¿Qué sabe?», «¿Qué no me está contando?» y «¿Por qué no me lo está contando?».
Porque realmente necesitaba saberlo. Y todavía lo necesito, aunque ahora me dedico a desentramar esas redes de engaños como escritora de thrillers. La ficción me ofrece la libertad de inventar móviles, giros argumentales, voces interiores, actos y sentimientos, pero todo cuanto escribo se alimenta de las experiencias acumuladas como reportera. Tengo el mejor repertorio de personajes que pueda imaginarse, tras más de treinta años observando y escuchando a personas involucradas en dramas, tragedias y conflictos.
El thriller lleva entre nosotros al menos desde 1938, cuando Du Maurier escribió su obra maestra, y aunque los superventas internacionales Perdida y La chica del tren llevan la delantera, sospecho que estamos viviendo un verdadero auge del género.
Se especula mucho acerca de lo que puede motivar que este sea tan buen momento para ello. Tal vez sea porque vivimos una época en la que puede saberse casi todo y, por consiguiente, hay que ocultar muchas más cosas.
Para la mayoría de nosotros, que nos descubran un secreto sería, a lo sumo, embarazoso. Para otros, en cambio, el hecho de que se conozca un secreto supone una amenaza seria que podría acabar con sus vidas. No puedo imaginar un estímulo más potente para una novelista.
Las vidas ocultas. Eso es lo que me motiva a escribir.
Ya lo tienes entre las manos. Como dijo el célebre autor Samuel Johnson hace mucho tiempo: «Un escritor solo empieza el libro. Es el lector, quien lo termina».
Espero que hayas disfrutado leyendo La madre. Yo he disfrutado mucho escribiéndola.
FIONA BARTON