CAPÍTULO 36

Lunes, 9 de abril de 2012

Kate

Estaba hurgando en su bolso (al que Steve llamaba «el pozo sin fondo», igual que todos los fotógrafos que habían colaborado con ella), buscando un bolígrafo, cuando el teléfono sonó por segunda vez.

El nombre de Bob Sparkes apareció en la pantalla y Kate dejó caer el bolso al suelo.

—¿Bob? —dijo ella, levantando demasiado la voz.

—Perdona, ¿te pillo en un mal momento? ¿Quieres que te llame más tarde?

—No, no —respondió Kate—. Perdona, es que todo es un poco frenético por aquí. ¿Cómo estás?

—Bien. Sinclair me ha adelantado algo: coinciden.

Durante una fracción de segundo, Kate no estuvo segura de lo que había oído.

«Sin preámbulos, sin preliminares. Directo al grano».

—¡Joder, es genial! —graznó—. ¡Joder, genial es poco!

—Sí. Eso vendría a ser un buen resumen —dijo Sparkes, más animado pese a haberse propuesto mantener la calma.

—No me vengas con esa pose de poli cansado del mundo, Bob Sparkes —replicó Kate—. Sé que estás tan contento como yo. ¡Dios mío, ya verás cuando se lo diga a Angela! Ahora mismo voy hacia Winchester para contárselo. Me llevaré a Mick, tenemos que inmortalizar el momento en el que se lo diga.

—Espera, Kate —intentó decirle Sparkes. Pero ella no parecía dispuesta a escucharlo.

—Podemos meterlo en el periódico de mañana. «Han encontrado a Alice cuarenta años después», o «El reencuentro de una madre con su bebé».

—¡Kate! —gritó Sparkes.

—Perdona, Bob. ¿Qué me decías?

—Te decía que tienes que esperar. El inspector no se lo dirá a Angela hasta mañana. Quiere esperar a tener todo el papeleo sobre la mesa para poder ir personalmente a Hampshire.

—Pero me has dicho que coincidían.

—Así es. Le han llamado del laboratorio esta mañana para contárselo. Sin embargo, hay que seguir el reglamento: necesita los resultados por escrito para poder pronunciarse al respecto. Y eso será mañana.

—¡Es ridículo! —le espetó Kate—. ¿Qué sucedería si la llamara y le dijese que me he enterado de que las muestras de ADN coinciden…?

—Que Sinclair sabría que hemos hablado y me caería una gorda —dijo Sparkes con calma—. Confío en que me guardarás el secreto un día.

—Pero dentro de veinticuatro horas se lo contará a todo el mundo —aventuró Kate—. Perderemos la exclusiva, y nos ha costado mucho encontrar el vínculo con Angela.

Sparkes no respondió. Kate estaba furiosa, aunque sabía que no podía perjudicar a Sparkes revelando que era su fuente de información. Era uno de los mejores contactos que tenía y necesitaba conservarlo. Tendría que pensar en otra manera de presionar a la metropolitana.

—De acuerdo —dijo ella sin comprometerse a nada—. Te agradezco mucho que me hayas llamado, Bob. Te debo una, y de las grandes —añadió, preparándose para colgar enseguida—. Te mantendré informado.


Terry estaba en su pecera, el cubículo de paredes de cristal en el que se podía ver cómo mandaba a la mierda a la gente con el volumen silenciado.

Kate entró sin hacer ruido y se sentó en la silla miserable que había frente a su jefe.

—¿Qué quieres? —preguntó sin levantar la mirada.

«Mierda, está de malas —pensó ella—. Ese humor de lunes por la mañana que le dura toda la semana…».

—Tengo un bombazo —dijo Kate.

Terry levantó la cabeza.

—De acuerdo, te escucho, Kate.

—Se trata del bebé que desenterraron en las obras.

—Ah, eso —dijo Terry con un suspiro.

—No resoples, Terry. Hemos dado un salto adelante, pero tengo un problema y necesito tu sabia cabeza para resolverlo.

Terry asintió con su sabia cabeza y cerró el portátil.

—Tú dirás.

Kate hizo una pausa. «Hazte esperar», se dijo a sí misma, contando mentalmente hasta cinco, como los presentadores de concursos de pacotilla.

—El bebé es Alice Irving. La han encontrado cuarenta y pico años después. Me acaban de dar un soplo.

—¡Joder! —exclamó Terry. La máxima respuesta que podía obtenerse de él.

—Pues sí —respondió ella.

—Tenemos que dejarle espacio en el periódico. ¿Dónde está la madre? —preguntó Terry, con los ojos llenos de entusiasmo. Se levantó de la silla para sentarse en la mesa, de manera que quedó prácticamente rodilla contra rodilla con Kate—. Un momento, ¿cuál es el problema? —añadió de repente, en cuanto recordó cómo había empezado la conversación.

—Bueno, que tenemos que esperar hasta mañana si no quiero perder a mi mejor contacto.

Se quedaron en silencio hasta que Terry lo rompió con una bocanada de aire mezclada con palabras.

—Me cago en Dios y en todo lo que se menea…

Se levantó de la mesa y se puso a andar por el diminuto despacho intentando digerir la situación.

—¿Cuánta gente lo sabe? Los polis y los del laboratorio. Una docena de personas, al menos. Se filtrará. La noticia es demasiado buena para que no se filtre.

Kate asintió. Sabía que era cierto, por eso había previsto la respuesta.

Terry paró de andar de un lado a otro, y cuando volvió a sentarse en la mesa parecía más bien un hombre de negocios.

—De acuerdo. ¿Cómo podemos confirmarlo sin delatar a tu contacto? Es una lástima que Gordon ya no esté, él habría sabido cómo resolverlo. Y tampoco puedo llamarlo a casa, se ha llevado a Maggie a la Costa del Sol con el dinero de la indemnización.

—Estoy en ello, Terry. Creo que la clave está en Angela. Volveré a Winchester y conseguiré que hable con el poli que está reteniendo la información.

—Buena idea. Lo conseguirás, Kate. Eres mi periodista estrella.

Kate sonrió con la esperanza de estar transmitiendo modestia, aunque por dentro sintió una verdadera descarga de placer.

—Gracias, Terry. Pero no se lo digas todavía al director.

La cara de alegría de Terry desapareció de inmediato.

—¿Qué pasa? —preguntó Kate.

—Que me encantaría poder darle buenas noticias esta misma mañana, eso es todo.

—Se volverá loco si cree tener la historia y luego nos vemos obligados a renunciar a ella.

—Sí, claro —dijo Terry—. Llámame cuando sepas algo, da igual la hora que sea. Y dale un repaso a esa introducción que has estado preparando con tu niño prodigio.

Kate se levantó enseguida, aliviada por lo bien que había ido la conversación, y Terry dio la vuelta a la mesa para abrazarla. Ella se puso colorada como un tomate ante el achuchón inesperado de su jefe, un hombre poco dado a las demostraciones de afecto. Kate daba por sentado que el trato con matones ejecutivos a lo largo de los años le había creado una especie de coraza, por eso le quedó claro que estaba tan entusiasmado como ella misma.

Kate salió del despacho con la esperanza de que el de sucesos no hubiera presenciado el abrazo, pensando que lo aprovecharía para ensañarse. Luego recordó que no podría ensañarse porque ya no estaba y casi echó de menos sus burlas.

«¿Qué? ¿Besuqueando al jefe? —le habría dicho—. ¿Te subirá el sueldo?».

«Sí, al menos un dos por ciento más, deberías probarlo», pensó con la mirada fija en la silla vacía que había dejado su antiguo compañero.