CAPÍTULO 28
Lunes, 2 de abril de 2012
Angela
Era extraño, pero había sido el chico, y no la periodista, quien le había hecho la pregunta que tanto temía. Que por qué pensaba que Alice era el bebé de las obras. No podía explicarlo desde un punto de vista racional, no había ningún vínculo entre ella o su bebé con Woolwich, y pensó que lo descartarían de inmediato. Pero no fue así.
—Este es Joe, mi becario —había dicho Kate Waters con tono displicente nada más llegar.
Sin embargo, había sido él quien la había puesto a prueba. Angela ya había respondido a todas las demás preguntas en otras ocasiones.
Había titubeado cuando Kate le dijo que quería saberlo todo; de repente, se había sentido de nuevo rodeada de policías, pero aun así había reaccionado a tiempo. Ese era el problema de invitar a periodistas a casa, ¿no? Nunca sabías dónde meterían las narices. Angela había decidido mencionar la decisión policial de investigarla a ella antes de que lo hicieran otros. En su momento, los medios de comunicación lo comentaron, por lo que estaba segura de que la periodista habría leído al respecto.
En cualquier caso, no tenía nada que ocultar.
La policía se había frustrado por la falta de pruebas, eso era todo. Se centraron en ella al ver que no encontraban nada más. Eso es lo que Nick le había dicho antes de que acudieran. Pero ninguno de ellos estaba preparado para lo que ocurrió.
Habían llamado antes de presentarse en casa, y Nick se lo anunció a su esposa justo después de colgar el teléfono.
—Quieren venir a hablar con nosotros, Angie. Sobre todo y nada, supongo —dijo, pero ella lo notó preocupado.
—¿Qué quieres decir con «sobre todo y nada»? —le preguntó—. ¿Saben algo nuevo? ¿Han encontrado algo?
—No, cariño —le contestó Nick, cogiéndole la mano—. El inspector Rigby ha dicho que quería charlar tranquilamente con nosotros.
Cuando llegó el inspector, lo hizo con dos de sus agentes, y mientras Angela y Nick se sentaban con él en la sala de estar, los otros dos registraron la casa. Angela se quedó sentada, asombrada y en silencio, mientras el inspector Rigby les hacía preguntas. Había sido incapaz de responder.
—Señora Irving, ¿cuándo fue la última vez que vio a Alice? —le preguntó. Era la primera vez en mucho tiempo que no la llamaba Angela, y Nick reaccionó de inmediato. A la defensiva. Fue un error.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —quiso saber, levantando demasiado la voz—. Sabe exactamente cuándo la vio por última vez.
—Cálmese, señor Irving —dijo Rigby—. Solo queremos estar absolutamente seguros de que la información que tenemos es correcta. Verá, únicamente tenemos un testigo y necesitamos comprobarlo todo.
—¿Un testigo? Ocho o nueve personas acudieron en cuanto Angela se puso a chillar.
—Pero eso fue después de afirmar que le habían robado el bebé, ¿no? —planteó el inspector a Angela. Esta ni siquiera levantó la mirada.
—¡¿Afirmar que se lo habían robado?! ¡¿Afirmar?! ¡¿Qué demonios quiere decir con eso?! —replicó Nick gritando—. El bebé desapareció. Alguien tuvo que llevárselo. ¿Qué está sugiriendo, por el amor de Dios?
Angela le había agarrado la mano a su marido para evitar que siguiera haciendo preguntas para las que no quería oír ninguna respuesta.
Nick la miró por primera vez y ella se preguntó qué veía el inspector, qué buscaba.
Angela se dio cuenta de que estaba llorando, pero era como si contemplara su propia reacción. Igual que en la habitación del hospital después de que desapareciera Alice. Se había sentido absolutamente distante desde el momento en el que las enfermeras llegaron corriendo. Posteriormente le diagnosticaron un shock traumático, pero la policía no encajó bien aquella reacción.
—¿Cómo es posible que no esté llorando? —oyó susurrar a una agente de policía ante la puerta de su habitación del hospital—. Si me hubieran quitado a mi bebé yo me estaría volviendo loca.
Pero Angela no podía interpretar ese papel de madre desesperada. Todas sus energías estaban dedicadas a continuar respirando, a seguir con vida. Al parecer, nadie fue capaz de entenderlo. Y en esos momentos tenía a la policía en casa, sugiriendo que podría haber sido ella misma la que se hubiese librado del bebé.
—Inspector —consiguió decir, incorporándose en su silla.
—¿Sí, señora Irving?
—Inspector, la última vez que vi a Alice estaba en la cuna. Fue cuando salí para ducharme. Se lo expliqué cuando vino al hospital.
El inspector asintió.
—¿Y por qué la dejó sola, señora Irving?
Aquello todavía no se lo había preguntado. «¿Qué clase de madre es usted?».
—Para ducharme. Salí para ducharme. Se había dormido —había tartajeado Angela.
El inspector se volvió hacia Nick.
—¿A qué hora se marchó con su hijo del hospital? —preguntó.
—¿Por qué nos pregunta lo mismo una y otra vez? —cuestionó Nick. Había bajado la voz, se le estaba agotando la ira—. ¿Por qué?
El inspector Rigby se frotó las rodillas con las manos.
—Tenemos que asegurarnos de que no nos olvidamos de nada. No nos lo perdonarían si llegara a darse el caso.
Angela asintió. No sería capaz de perdonarles algo semejante.
—Señora Irving —dijo el inspector, volviendo al interrogatorio—. ¿Cómo definiría usted lo que sentía por Alice?
La habitación quedó sumida en un silencio interrumpido únicamente por la respiración entrecortada de Angela.
—No entiendo la pregunta —dijo al fin—. ¿Que cómo definiría lo que sentía por mi bebé? La amaba.
—¿La amaba? —insistió el policía.
—La amaba, sí. ¿Por qué intenta confundirme? —replicó Angela.
—¿Y usted, señor Irving? ¿Cómo se sentía respecto a Alice? —preguntó Rigby con un tono de voz neutro, sin dramatizar.
Nick se hundió en su silla.
—Lo mismo. Lo siento, inspector, pero estoy agotado. No puedo pensar con claridad —dijo en un tono monótono y extenuado. Angela alargó un brazo para tocarle la mano.
El inspector se aclaró la garganta con inquietud.
«Hay más», pensó ella, agarrándose al borde del sofá como si estuviera a punto de caerse.
—Creo que han tenido problemas en su matrimonio —se arriesgó.
Angela levantó la mirada.
—Todas las parejas tienen sus problemas —dijo soltando la mano de Nick.
—¿Qué tipo de problemas eran? —preguntó con cordialidad.
—Será mejor que se lo pregunte a Nick —contestó ella, y acto seguido cerró los ojos.
Cuando oyó la voz de su marido fue como si estuviera en otra habitación, trastabillando al explicar que la había engañado.
—Cometí un error, inspector —confesó él—. Un error terrible: tuve una aventura. No significó nada.
Angela fue consciente de que su marido estaba utilizando las mismas palabras que le dijo a ella en su día, cuando se lo había confesado. En aquella ocasión también había titubeado. La había convencido, le había asegurado que podrían reparar el daño. Y a ella le asustaba demasiado la alternativa de decirle que no. Sus vidas estaban tan entrelazadas que no veía el modo de separarlas.
La soledad de una existencia sin Nick la abrumaba, de modo que se propuso enterrar la ira y el dolor. Nunca pronunció el nombre de la mujer en cuestión, ni siquiera en sus pensamientos. No tenía rostro, puesto que no la había visto jamás, eso la ayudaba; y tampoco tenía nombre. Era alguien que una noche había tentado al idiota de su marido después de que él hubiera estado bebiendo con sus amigotes.
Nunca habría llegado a enterarse si no hubiera llevado la chaqueta de Nick a la tintorería. Siguiendo la costumbre, le vació los bolsillos y encontró el envoltorio vacío de un condón.
—Fue solo una vez, Angie —le había dicho él llorando—. Estaba borracho y fui un estúpido. Por favor, perdóname. Os quiero mucho, a ti y a Patrick.
Unas semanas más tarde, Nick le había susurrado en la cama:
—Tengamos otro bebé. Eso te gustaría, ¿verdad, Angie? Eso volverá a unirnos.
Y de ahí salió Alice. Fue una especie de tirita para su matrimonio.
El problema fue que ella no sabía si su marido le había sido infiel en otras ocasiones, o si habría otras ocasiones en lo sucesivo. Que «la cabra tira al monte» era lo único que le venía a la cabeza cada vez que volvía tarde o que salía a dar una vuelta. Pero, si había reincidido, debió de ser más cuidadoso.
Angela abrió los ojos de nuevo cuando Nick hubo terminado la confesión. El inspector estaba sentado al borde de la silla, sopesando todas y cada una de las palabras.
—¿Por qué no nos contó todo esto antes, señor Irving?
—Porque no veía que tuviera nada que ver con Alice —respondió Nick.
—¿Y la mujer con la que tuvo ese «desliz»?
Angela cerró los ojos otra vez.
—Marian —dijo Nick.
—¿Apellido?
—No me lo dijo —respondió—. Ya le he dicho que cometí ese error porque iba borracho. No tiene nada que ver con nosotros ni con nuestro bebé. ¿Por qué nos pregunta estas cosas? ¿Por qué tiene que remover todo esto?
—Necesitamos saber todo el trasfondo, señor Irving —dijo el inspector—. Necesitamos saberlo todo.