CAPÍTULO 52

Sábado, 14 de abril de 2012

Emma

Harry ha propuesto que nos veamos en el sitio de siempre. En cuanto la he llamado ha sabido que ocurría algo, pero no ha hecho preguntas. Ella es así de buena. En lugar de eso me ha dicho:

—Vamos, Em, nos sentamos en el parque y me pones al día.

Debería verla más a menudo, pero las dos estamos demasiado ocupadas. Bueno, eso es lo que me digo a mí misma, aunque sé que en realidad mantengo cierta distancia porque Harry forma parte de mi pasado y tengo que esforzarme en separarlo de mi presente. Ha visto a Paul unas cuantas veces, pero me he asegurado de no dejarlos nunca solos. Ella sabe demasiadas cosas y no quiero que se vaya de la lengua.

Pobre Harry, no es culpa suya, y creo que lo siente cuando, de vez en cuando, no contesto a sus mensajes. Quizá sería más considerado por mi parte cortar toda relación con ella, pero no puedo. En días como hoy, es la única persona que me apetece ver. Paul quería que hablara con Jude, aunque no me veo capaz. Después de lo que me dijo, no. La imagino dándome con la puerta en las narices una vez más.

Salgo del metro y camino hasta la pequeña cafetería que tanto le gusta a Harry en Hyde Park, cerca del lago. Ella puede llegar andando desde su casa, y para mí es un verdadero regalo sentarme fuera y sentir el sol en la cara.

Paul cree que he ido a ver al médico. Me llamará al móvil dentro de una media hora y tendré que mentirle acerca de lo que piensa el doctor Fantástico. No pasa nada. Tengo claro lo que le diré, lo he estado ensayando en el metro.

Llego temprano, por lo que vuelvo a leer el reportaje de Kate Waters en el periódico. Es un reportaje extenso, cada vez se añaden más detalles y hay más gente implicada, con declaraciones y suposiciones sobre lo ocurrido. Sin embargo, en el centro de todo está la pequeña Alice Irving. Solo hay una foto del bebé, y es tan borrosa y antigua que resulta difícil distinguirla. Pero hay una foto de Angela Irving, la madre, en nuestro jardín de Howard Street.

Noto cómo la verdad revolotea cerca de mí. Acabarán viéndola, sin duda.

Estoy a punto de llamar a Kate Waters otra vez, para ver qué sospecha, pero diviso a Harry, que ya se acerca por el parque. Lo haré luego.

Me abraza con fuerza y luego se separa de mí para poder verme bien.

—Dios mío, Harry —le digo—. Estoy bien.

Pero las dos somos conscientes de que sabe que no es cierto. Harry se deja caer sobre una silla y en la que hay al lado deja un bolso enorme.

—Claro, claro —me dice—. Estás estupenda, por cierto.

—Estoy horrible. Se supone que he ido a ver al médico —le cuento, y ella recibe la información levantando mucho las cejas.

—¿Y por qué no has ido? —pregunta.

—No me apetecía —confieso, cogiendo la carta plastificada—. Pero bueno, lo digo porque si Paul me llama tendré que mentir, ¿vale? Vamos, no me mires así, tú has hecho cosas mucho peores.

Harry se ríe y me arrebata la carta de las manos.

—De hecho, se suponía que yo tenía que ir la semana pasada y me escaqueé, o sea que puedes estar tranquila por lo que a mí respecta.

—¿Para qué tenías que ir tú? —pregunto.

—Un bulto en el pecho —responde Harry con una mueca—. Bueno, no llega ni a bulto en realidad.

—¡Serás tonta! —exclamo—. Tienes que ir. Pide otra cita.

—Sí, sí, de acuerdo. Lo haré mañana. ¿Qué te apetece tomar?

La observo cuando entra en la cafetería y doy gracias a Dios por haberla conocido.


Fue Harry la que por fin me hizo ver lo desastrosa que era mi vida. En el verano de 1994 entró como si nada en el pub en el que yo trabajaba por aquel entonces. Tirando pintas, descongelando pasteles de carne y manteniéndome a flote como podía.

—¡Emma! —me llamó al verme sirviendo una bandeja de comida en la mesa de al lado. Fue muy extraño volver a verla. Habían pasado varios años y el contexto que habíamos compartido ya no existía, por lo que me resultó familiar y desconocida a la vez, como cuando ves a un famoso por la calle y tardas unos instantes en ubicarlo.

Y Harry no se parecía a mi mejor amiga tal como estaba la última vez que la había visto.

Esa Harry era muchísimo más elegante, con un traje chaqueta hecho a medida, la manicura impecable, el pelo alisado y los ojos ocultos tras unas gafas de sol exageradamente grandes.

Y supongo que yo tampoco me parecía a la que había sido su mejor amiga. Era más alta, me había decolorado el pelo y lo llevaba corto, y además estaba en los huesos. En las fotografías de esa época parecía una heroinómana.

—Hola, Emma —me dijo.

En cierto modo, había esperado que apareciera algún día. Supongo que en el fondo confiaba en ello. La echaba de menos cada vez que me permitía el lujo de pensar en mi vida anterior. Había pequeñas cosas que me transportaban a esos tiempos, como oír una canción que solíamos cantar juntas o una expresión que utilizábamos a menudo. En esas ocasiones, todo se detenía de repente y me convertía de nuevo en una adolescente. Solo por unos instantes, luego volvía a fregar platos grasientos o a tirar pintas.

Me costó verla y recordar lo unidas que habíamos estado. Al principio guardé las distancias, como si supusiera una especie de amenaza.

—Hola, Harry. No puedo pararme, lo siento. Tengo la cocina llena de pedidos.

Se puso las gafas a modo de diadema y me miró fijamente.

—No hay problema. Esperaré —me dijo.

Más tarde, cuando me senté con ella en el parque (en este mismo parque, con una lata de sidra en una mano y una bolsa de patatas fritas en la otra, como en los viejos tiempos), empecé a pensar que su reaparición era una especie de llamada a despertar.

Ella sabía que me había mudado a casa de mis abuelos, pero me había marchado sin despedirme, y cuando nos volvimos a ver seguía furiosa por el hecho de que la hubiera dejado tirada. Entonces pude contarle que Jude y Will me habían echado de casa y se le pasó el enfado. Ese día en el parque le dije que había dejado el instituto en cuanto pude porque no quería sentirme atada.

—Elegí la libertad a cambio de una licenciatura y una hipoteca —presumí—. Quería hacer lo que me viniese en gana, ir a donde me diera la gana.

Harry me lanzó otra de sus miradas antes de responder.

—Entonces, ¿por qué no te estás comiendo el mundo, Emma?

La sidra y la nostalgia me bajaron las defensas y me eché a llorar. Los lagrimones me caían dentro de la bolsa de patatas. En ese momento deseé volver a ser yo misma. La chica que había sido.

Harry me envolvió entre sus brazos y me achuchó sin decir nada.

—Porque no soy nada —conseguí decir.

—Yo no estoy de acuerdo —replicó. Y esperó.

Y entonces empecé a contarle cómo me sentía en realidad.

—Jude siempre me decía que podría ser lo que quisiera —dije—. Cuando era pequeña. Pero la realidad es que no soy nadie.

Tantos años trabajando en el pub y sirviendo copas en invierno; tantos veranos haciendo camas y limpiando retretes; tantas sábanas sucias, tantos desconocidos sucios, tanto cambiar de un empleo a otro… Todo aquello había hecho mella en mí.

—No levanto cabeza, Harry, ese es el problema. La mayor parte del tiempo siento como si me envolviera una densa niebla. No consigo vislumbrar lo que tengo por delante, me da miedo, demasiado miedo para continuar. Y podría ser incluso peor que eso. No paro de decirme a mí misma: «Quédate donde estás, es el lugar más seguro que puedes encontrar».

—¿Qué te pasó? —preguntó ella.

—Me quedé embarazada —dije.

—¡Oh, Em! —exclamó.

—No podía contártelo, ni a ti ni a nadie. Además, hice algo terrible.

Se quedó callada de nuevo.

—Lo siento muchísimo —suspiró—. Estoy segura de que tomaste la decisión más correcta.

Recuerdo que ese comentario me dejó perpleja. ¿Cómo era posible que lo que hice fuera lo más correcto? Pero luego caí en la cuenta de que había creído que me refería a un aborto; incluso estuve a punto de corregirla. Sin embargo, me detuvo el alivio que sentí al ver que no tendría que seguir dando explicaciones.

—¿Qué quieres ser cuando seas mayor? —preguntó cuando me hube calmado. Apoyé la cabeza en su hombro y me puse a soñar en el futuro.

—Estoy pensando en matricularme en la universidad, Harry.

—Muy bien —me animó ella—. Tendrás que aprobar la secundaria primero, pero con ese pedazo de cerebro que tienes…

—No estoy segura de si lo tengo todavía —murmuré, y me dio un apretón en la mano.

—De sobra —replicó—. Entonces, ¿qué?

—Una vez pensé en apuntarme a clases nocturnas.

—Eso parece un buen plan, Emma.

—Sí, volveré a estudiar —dije riendo, y en ese momento noté la cabeza más ligera de lo que la había sentido en mucho tiempo.


Sin embargo, la sensación que tengo ahora es diametralmente opuesta. El café se está enfriando y me debato entre contárselo todo a Harry y no contarle nada de nada.

Sé que sacará el tema de Alice Irving: la conexión con Howard Street es irresistible.

—¿Qué sabes de la noticia de ese bebé, Alice? —me pregunta—. Siempre nos sentábamos en tu jardín, ¿no? Ese último verano, antes de que te mudaras a casa de tus abuelos. Teníais tumbonas, ¿verdad? ¿Te acuerdas? Siempre nos peleábamos por la amarilla.

—Sospecho que el bebé de Howard Street es mío —digo—. Estoy soñando con ello.

Se me queda mirando fijamente mientras piensa en una respuesta.

—No lo es, Emma —me dice con voz cordial, como si hablara con una niña pequeña—. Es Alice Irving. Los análisis de la policía lo han demostrado. No tienes que decir esas cosas. Ya veo que esta noticia te ha alterado, pero ¿no crees que es a causa de tu aborto? Ha hecho emerger todo lo que sentías en esa época. Es absolutamente normal. Tuviste que enfrentarte a algo terrible. ¿Se lo has contado a Paul?

Niego con la cabeza.

—Bueno, pues quizá deberías planteártelo. Te quiere mucho, lo comprenderá.

Asiento.

—Pero no vuelvas a decir que es tu bebé. La gente no te creerá si dices ese tipo de cosas. ¿De acuerdo?

Asiento otra vez. Tiene razón. No diré nada hasta que lo descubran.