CAPÍTULO 53

Sábado, 14 de abril de 2012

Angela

El hipermercado estaba repleto de gente que llenaba los carros de bolsas de ganchitos y gritaba a sus hijos.

—¡Kylie, deja eso! —chilló la señora de la camiseta de fútbol del Southampton que iba tras ella en la cola de la caja, y Angela reaccionó al ruido agachando la cabeza.

—Perdona, cariño —se disculpó la señora—. Pero tengo que reprender a esos diablillos si se portan mal, ¿no?

Angela se puso a revolver el contenido del carro fingiendo haber olvidado algo y se apartó de la cola. Continuó andando hasta que salió del supermercado y se sentó en el coche con los ojos cerrados, tapándose los oídos con las manos. Su sensibilidad al ruido había llegado a un extremo insoportable desde que habían encontrado a Alice. De hecho, todo le parecía insoportable. Había creído que se sentiría mejor cuando supiese dónde estuvo su bebé todos aquellos años, pero no había sido así. Era la pieza extraviada de un rompecabezas que había quedado abandonado desde hacía mucho tiempo, aunque la imagen seguía incompleta, sin respuestas.

Se quedó sentada hasta que empezó a llover. Luego arrancó el motor y volvió a casa. Cuando llegó al sendero de acceso con los huesos entumecidos por el frío no recordaba algunas partes del trayecto. Nick salió de casa para recoger las bolsas de la compra del maletero. Entonces Angela se acordó de que había abandonado el carro con la compra en el supermercado.

—Lo siento —se disculpó cuando él abrió la puerta del coche—. No he traído nada. No soportaba estar ahí dentro. Todo el mundo gritaba…

Nick la rodeó con el brazo y entró con ella en casa.

—Tranquila, iré yo más tarde —dijo—. Dame la lista.


Angela miraba la televisión, aunque sin fijarse en nada. Nick había estado viendo deportes, pero las imágenes de Howard Street, el lodo y el precinto policial no desaparecían de su mente.

—No me siento mejor —dijo ella al ver que él se sentaba a su lado.

—Louise llegará enseguida. La he llamado.

—No deberías haberla llamado. Tiene su vida, no puede estar siempre aquí.

—Quiere venir, está preocupada por ti. Todos lo estamos.


Louise accedió por la puerta del salón con cautela, como si temiera despertarla, y Angela entró directamente en modo mamá: se levantó de un respingo para saludarla y ofrecerle una taza de té.

—¿Y un bocadillo? ¿Ya has comido, cariño? Tienes que cuidar tu alimentación.

Su hija le dio un gran abrazo, parecía que no quisiera soltarla.

—Estoy bien, mamá. Ya soy mayor. No necesito que sigas alimentándome. La pregunta es si tú estás comiendo bien. Papá dice que siempre dejas comida.

—No tengo mucho apetito —admitió Angela.

—No me extraña. Si papá cocinara para mí, yo también perdería el hambre —dijo Louise, y las dos sonrieron—. Salchichas y puré cada noche, ¿no? Te he traído provisiones de ayuda humanitaria: un estofado de cordero. Papá lo ha dejado en la cocina.

—Gracias, cielo. Nos cuidas mucho.

—Tonterías. Sois mi padre y mi madre y os quiero. Eso es todo.

Angela se puso a llorar. Ese sentimiento tan simple solo amplificaba su sensación de pérdida.

«¿Por qué no es suficiente? Eres una mujer afortunada, estás rodeada de gente que te quiere. Tienes dos hijos fantásticos».

Louise estaba hablando, por lo que Angela volvió a conectarse a la conversación justo a tiempo de oírle decir que quería llevársela a pasar un fin de semana fuera de casa.

—Ay, no puedo marcharme. Podría suceder algo y la policía tal vez me necesite.

—Tengo móvil. No tienes motivos para quedarte en casa todo el tiempo. Estás enfermando, mamá.

—Tranquila, estoy bien —afirmó, sacándose un pañuelo de papel de la manga para sonarse—. Tengo que quedarme aquí. Por Alice.

—Tienes que hacer lo que sea mejor para ti y para papá —dijo Louise con una expresión más severa—. Debes romper con todo esto. La policía hará su trabajo, y tú tienes que cuidarte. Hazlo por Paddy y por mí. Alice desapareció, pero nosotros todavía estamos vivos. Lo sabes, ¿no?

—¡Estoy aquí para lo que necesitéis! —le gritó a su hija. Como la señora del hipermercado.

Nick volvió a entrar.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó.

—Que mamá se ha alterado por mi culpa. No debería haber venido —se lamentó Louise—. Lo siento muchísimo.

—No, no es culpa tuya, sino mía. Últimamente ya no sé lo que digo ni lo que hago —repuso Angela.

—La llevaré de nuevo al médico —le dijo Nick a Louise—. No está haciendo progresos.

Y volvió al consultorio. El doctor Earnley ya debía de haber muerto. Pero solo serían unas palmaditas en el hombro y más palabras de ánimo.

—Lo superarás, Angela.