CAPÍTULO 47

Jueves, 12 de abril de 2012

Angela

Fue Nick quien abrió la puerta a los agentes. Había venido a casa para comer y recoger una factura que se había dejado en la mesita del recibidor. No solía volver a casa durante el día, prefería llevarse una fiambrera o comerse un perrito caliente del puesto de la esquina, pero desde que habían empezado a aparecer noticias sobre su bebé encontraba cualquier excusa para pasar por casa. Angela sospechaba que en realidad lo hacía para cuidar de ella.

Había llorado con ella al saber que el bebé que habían descubierto era Alice. Ese día, al llegar a casa, se había encontrado a Angela sentada en silencio. No había encendido ni la radio ni el televisor para sentirse acompañada, como de costumbre. Cuando ella lo miró, él comprendió enseguida lo que sucedía.

—Es ella, ¿verdad? Es nuestro bebé —había dicho, y se había echado a llorar como si no fuera a parar jamás—. Nunca pensé que la encontraríamos, Angie —había confesado entre sollozos—. Todo parecía irreal durante estos años. Incluso empezaba a preguntarme si había llegado a nacer. Quiero decir que solo pude cogerla en brazos una vez antes de que desapareciera. Pensaba que era mi castigo por haberte hecho daño. Lo siento mucho, Angie. Siento mucho todo lo ocurrido.

Ella lo había hecho callar. Pero en el fondo se quedó conmovida: había sido la primera vez que le decía algo tan honesto sobre lo que sentía por su primera hija. O sobre su sentimiento de culpa. Nunca le había dicho algo semejante, ni siquiera durante los peores días, los primeros tras el incidente, y Angela se preguntaba si había sido ella quien le había impedido que abriera su alma. La ira y el dolor habían llenado la casa hasta el último rincón y él se había visto obligado a aguantar el tipo, pero ¿qué le había pasado por la cabeza durante todos esos años?

Angela tuvo la sensación de estar redescubriendo a su marido, y cómo habría sido su matrimonio si…

Lo acogió entre sus brazos para consolarlo hasta que los dos se calmaron un poco.

—¿Y ahora qué? —preguntó él, mirándola—. ¿Qué ocurrirá ahora?

—La policía vendrá a hablar con nosotros mañana. Intentarán descubrir quién se llevó a nuestro bebé, cariño.

—¿Y cómo piensan hacerlo habiendo pasado tanto tiempo?

—No lo sé, Nick. Pero al menos sabemos dónde está Alice.

Habían llamado por teléfono a sus hijos enseguida, antes de que se filtrara la noticia. Patrick escuchó las novedades en silencio mientras sus dos hijos, de fondo, remoloneaban para postergar el momento de acostarse.

—Dios mío, mamá, es que no lo entiendo —dijo al fin—. ¿Dónde encontraron el cadáver? ¿En Woolwich? Eso está a varios kilómetros de distancia. ¿Cómo llegó hasta allí? —preguntó.

«Se centra en los hechos», pensó Angela.

Louise se echó a llorar, tal como había previsto su madre.

—¿Cómo estás, mamá? ¿Y papá? Debes de estar hecha polvo. Paso a verte enseguida.

Era evidente que su hija había llamado a Patrick, porque él llegó justo después de su hermana y se quedó plantado con gesto incómodo en el umbral mientras Louise y Angela se abrazaban y lloraban de nuevo. Esta vez juntas.

Cuando acabaron y se sentaron, por fin todos reunidos, Angela les contó de nuevo la historia de la desaparición de Alice. Era la primera vez en veinte años que se mencionaba ese nombre en la familia, porque Nick siempre le decía a Angela que no amargara a los chicos y ella obedecía. Sin embargo, esa noche pudieron hablar de todo. Salvo de la infidelidad de Nick, claro, aunque Angela se preguntó si en algún momento él se decidiría a confesarlo todo. Al fin y al cabo, ese secreto era suyo. Pero no lo hizo. Hay cosas que quizá es mejor no contar jamás.

—¿O sea que saldrá en los periódicos de mañana? —preguntó Patrick—. ¿Los periodistas vendrán a casa?

—No lo sé, Paddy —contestó Angela—. Espero que no, pero si viene alguno no tienes por qué decir nada. Pídeles que se pongan en contacto con la policía.

—¡Oh, mamá!, lo pasaréis fatal —exclamó Louise—. ¿Quieres que me quede con vosotros unos días?

—Estaremos bien, cielo —había dicho Nick con firmeza—. Hemos superado la pérdida de Alice todos estos años. Podremos encajar todo esto también.

Pero a partir de entonces empezó a ir a casa a la hora de comer fingiendo haber olvidado algo o con la excusa de que le venía de paso. Ella lo amaba por cosas como esa.


La agente de enlace familiar, una mujer de rostro amable que se llamaba Wendy Turner, pasaba por su casa casi a diario para ponerlos al día de las novedades o hacerles preguntas, por lo que Nick abrió la puerta con toda tranquilidad.

—Ah, hola, Wendy. ¿Cómo estás? —le oyó decir Angela, y enseguida volvió a verter la sopa en la olla—. Ah, a ti no te esperábamos, Andy. Pero pasad, pasad, Angie está en la cocina.

El inspector Sinclair entró primero y Angela le ofreció una silla sin mediar palabra. Turner se quedó de pie con ella, apoyando la espalda en la encimera.

—Siento haber venido sin avisar —se disculpó el inspector Sinclair—. Pero quería ponerlos al día de la investigación.

Su tono fue muy formal, y Angela se sentó frente a él. Nick se quedó detrás, con las manos sobre los hombros de su esposa.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella.

—Bueno, que hemos determinado que el cadáver de Alice fue enterrado en Howard Street en los años ochenta. Lo sabemos por el historial de la finca y el análisis forense de los residuos que encontramos alrededor de su cuerpo —explicó el inspector.

Angela iba a hablar, pero Nick la detuvo.

—Deja que Andy termine, cariño —pidió en voz baja.

—Sé que todo esto es angustiante para ustedes, pero estamos haciendo todo lo posible para descubrir lo que le ocurrió a Alice. Solo quería dejárselo claro una vez más.

Nick fue el primero en intervenir.

—Gracias a ti por contárnoslo, Andy. ¿Ese dato te ayudará a encontrar a la persona que se llevó a Alice?

—Es posible —respondió el inspector—. Buscaremos a los que se mudaron a la finca de Howard Street a principios de los ochenta. Han pasado unos diez años menos que en el otro caso, por lo que los recuerdos puede que sean más claros.

—¿Quién enterraría un cadáver diez años después? —preguntó Angela.

—No lo sabemos —dijo el inspector Sinclair—. Todavía no.