CAPÍTULO 83
Miércoles, 2 de mayo de 2012
Emma
Angela y yo no podemos dejar de mirarnos. Incluso mientras el inspector Sinclair nos habla, continuamos descubriéndonos, empapándonos la una de la otra. Se parece a mí y yo me parezco a ella.
Tengo la sensación de estar viviendo una especie de sueño surrealista. No he parado de pensar en Jude como mi madre, pero también siento cariño por esa desconocida.
El inspector Sinclair habría preferido esperar para reunirnos, le preocupaba que tantas emociones pudieran superarnos.
—Su estado es frágil, Emma —me dijo el inspector mientras se llevaban a Jude a comisaría—. Tiene que asumir muchas cosas, ¿por qué no se toma uno o dos días para prepararse?
Y a pesar de todo no he querido que se marchara sin mí. Me aterrorizaba la posibilidad de que Angela pudiera rechazarme, y sin embargo tenía que verla. Tenía que asegurarme.
En el coche continuaba pensando que durante todo ese tiempo me había dedicado a buscar a mi padre, cuando en realidad era a mi madre a quien debería haber buscado. Paul se sentó a mi lado en la parte trasera del coche, agarrado a mi mano en todo momento, pero incapaz de decir nada.
Cuando la he visto salir por la puerta y se ha acercado corriendo hacia el coche, de inmediato he sabido que era ella. Quería tocarla para ver si era real y he puesto las manos en la ventanilla, al otro lado del cristal, justo donde las tenía ella.
No estoy segura de lo que sucederá ahora que ha desaparecido la euforia y no ha quedado más que un plácido zumbido en mi cabeza y unas punzadas de aprensión en el estómago. Todavía tengo miedo. Me asusta pensar cómo irá todo. Tal vez las pierda a las dos. Jude acabará en la cárcel por lo que hizo, y Angela… ¿Y si no me quiere?
—Alice —me dice, como si pudiera leerme los pensamientos—. No he dejado de pensar en ti en ningún momento. Nunca.
—Es verdad —corrobora Nick. Mi padre. Desvía los ojos de mí todo el rato, como si le costara asumirme. Angela, en cambio, me mira fijamente.
—Creí que estaríamos seguras en el hospital —me confiesa—. Pero me equivoqué. Cuando volví de la ducha, nada más entrar en la habitación me di cuenta de que estaba sola. El silencio era tan antinatural que la cabeza empezó a darme vueltas y tuve que agarrarme a la puerta. Algo iba mal, aunque no acertaba a saber qué era. Me acerqué a la cuna y no encontré más que el leve hueco en la sábana de color blanco que demostraba que habías estado allí. Metí la mano en la cuna, no podía creer que hubieras desaparecido, y te busqué por todos los rincones, por si te habías quedado escondida en alguna parte. Entonces fue cuando noté tu calor por última vez.
Mi madre llora.
—No recordaba si te había mirado de nuevo antes de salir. Nunca debería haberte dejado allí sola.
Levanto un brazo y le cojo una mano que me parece suave y cálida. Es la primera vez que nos tocamos.
—No fue culpa tuya —le digo.