CAPÍTULO 42
Miércoles, 11 de abril de 2012
Jude
No había salido desde hacía unos días. Tenía la sensación de flotar a la deriva por la realidad, como si estuviera en un sueño. Necesitaba encontrar un ancla, izar sus pensamientos. Necesitaba pensar, encontrarle sentido a la noticia.
Jude se puso sus cedés favoritos (hacía ya tiempo que no tenía los vinilos originales) e ignoró los porrazos frenéticos que daban en la pared los vecinos de al lado. La música la ayudaba a recordar. Era la banda sonora de su juventud, de cuando tenía veinte años. De su historia de amor con Charlie.
Lo había conocido cuando ella tenía veintiocho años, vivía en Londres y trabajaba para una editorial. No guardaba ninguna fotografía suya, las tiró todas cuando Emma empezó a preguntar por su padre. Se deshizo de ellas con la estúpida esperanza de que eliminar las pruebas resolvería la situación. Sin embargo, todavía era capaz de evocar ese rostro.
Era un músico improductivo y hermoso del que se enamoró perdidamente a pesar de las advertencias de sus amigas. Que se volvía tonta ante una cara bonita como la de Charlie, les decía.
Y, en cualquier caso, se sentía sola.
Había creído que en Londres, y trabajando en el mundo editorial, encontraría un montón de hombres interesantes, inteligentes y creativos, y a primera vista, cuando los veías con sus uniformes comprados en King’s Road, lo eran. Pero al final resultó que eso de ir a la moda era pura fachada, y tras las chaquetas entalladas y los pantalones de pitillo seguían siendo hijos de la posguerra, aferrados a las faldas de sus mamás, que lo único que querían era una mujer que les hiciese la cama y siempre estuviera dispuesta a meterse en ella, y eso a ella no le interesaba.
Había mantenido el furor sexual a raya con rollos de una noche y amigos con buena predisposición antes de conocer a Charlie. Él solo tenía cinco años menos que ella, pero al parecer procedía de una época completamente distinta, y sin lugar a dudas no buscaba una figura materna. Vivía en una casa ocupada de Brighton y se conocieron en un concierto de los Rolling Stones en Hyde Park, justo después de la muerte de Brian Jones. Ella hacía cola para conseguir una bebida y allí estaba él, con su pelo largo, su sonrisa ladeada y sus manos preciosas. Y, para ser sincera, no demostró el más mínimo interés por ella. Sin duda, suponía todo un reto para Jude y, por tanto, le pareció irresistible.
Tenía que ser para ella.
Llegó a obsesionarse con él. Gastaba dinero en él, le pagaba billetes a Londres, lo vestía como a un maniquí, lo invitaba al teatro y le prestaba libros de Mailer y Updike, siempre pendiente de cada palabra que él pudiera pronunciar con desgana.
Por supuesto, y como era de prever, Charlie resultó un mujeriego compulsivo. Al parecer iba con el oficio de músico, aunque, según él, esos idilios no significaban nada. O sea, jóvenes y groupies. Sin embargo, Jude se pegó a él como una lapa.
—Me hace reír, me hace sentir bien —les contaba a sus amigas—. Me lo paso bien con él y lo quiero.
En efecto, lo quería. Era el primer hombre desde Will, en la universidad, que conseguía que se sintiera viva.
Pero no lo llevó a casa para que conociera a sus padres. No necesitaba que demostrasen su desaprobación y le agriaran la felicidad que sentía. Se lo contaría cuando se sintiera preparada, cuando todo se hubiese consolidado.
Porque estaba decidida a casarse con Charlie a cualquier precio. Se le había disparado el reloj biológico y necesitaba amarrarlo como fuera, conseguir que él apreciase lo que Jude le ofrecía.
Sabía que Charlie consideraba que casarse era de carcas.
—Eso es para la gente mayor. Nosotros somos espíritus libres, Jude —le decía.
Pero al cabo de un año ella decidió forzar el asunto quedándose embarazada. No le importaba la deshonra si de ese modo conseguía casarse con él.
Estuvo tirando las píldoras anticonceptivas por el desagüe cada mañana, y cuando dejó de tener el período le anunció a Charlie que sería padre. Él estuvo a punto de echarse a llorar.
—¿Embarazada? ¿Cómo es posible? Me dijiste que tomabas la píldora —exclamó.
No habría costado nada mentirle, contarle que debió de haber olvidado tomar alguna o que había tenido problemas de estómago, pero lo que le dijo fue que se alegraba de estar embarazada. Que esperaba que él también se alegrara. Sin embargo, para Charlie no era tan sencillo.
Reaccionó dispuesto a coger la puerta y marcharse, aludiendo que no creía estar preparado. Incluso llegó a sugerir que se deshiciera del bebé.
Ella se indignó solo pensarlo.
—¡De ninguna manera! Pienso tener el bebé.
Por enésima vez, Jude se preguntó qué habría sido de su vida si hubiese aceptado la sugerencia de Charlie, si se hubiera librado del bebé en ese momento. Si no hubiese conseguido convencerlo contándole que sería un padre fantástico. Si no lo hubiera besado hasta conseguir que claudicase.
«Demasiado tarde para pensar en lo que podría haber sido y no fue», pensó. Había ganado la batalla inicial con Charlie y tendría que apechugar con las consecuencias.
A él le había costado un tiempo hacerse a la idea, pero hubo días en los que le había acariciado la barriga y había charlado con ella sobre nombres y sobre el futuro, si bien cada vez pasaba más y más tiempo fuera de casa. Decía que se marchaba de gira, y ella no estaba segura de que no fuera mentira, pero en cualquier caso decidió que prefería no saberlo. Al fin y al cabo, siempre acababa volviendo, y se convenció a sí misma de que Charlie sentaría la cabeza en cuanto hubiera nacido el bebé.