CAPÍTULO 46
Jueves, 12 de abril de 2012
Kate
El piso de la señora Walker estaba vacío cuando llegaron, pero había una hoja de papel en la puerta para informar a las posibles visitas que había salido a hacer la compra.
Volveré hacia las 3 de la tarde
—Por el amor de Dios, solo le ha faltado añadir «P. D.: sírvanse ustedes mismos» —dijo Kate antes de arrancar la hoja de papel y guardársela en el bolsillo.
Al ver que empezaba a lloviznar, decidieron esperarla en el pub.
—Volverá dentro de veinte minutos —advirtió Kate.
Graham, el propietario del pub, se rio al verlos entrar.
—Nos echabais de menos, ¿eh? —dijo, y acto seguido se volvió hacia la parte trasera de la barra y exclamó—: ¡Toni, han vuelto los periodistas!
—¿Su esposa? —preguntó Kate.
—Sí, soy yo —dijo la propietaria, saliendo de la trastienda—. Graham me ha dicho que es usted periodista —declaró, como si fuera un secreto del que tuviese que sentirse culpable o una especie aparte. Kate esperó a que llegara el típico comentario sarcástico. Las cosas habían cambiado desde los tiempos en que la gente consideraba que el periodismo era una profesión glamurosa. En esos momentos, los periodistas estaban a la misma altura que los inspectores de hacienda y los guardias de tráfico.
Al parecer, cualquiera estaba legitimado para meterse con la prensa y sus métodos para conseguir información. De todos modos, hoy en día ya todo depende de la tecnología. Cuando Kate empezó en el oficio, tuvo un jefe en Fleet Street que le explicó cómo anular una cabina telefónica pública para que no pudieran utilizarla otros periodistas (desenroscando el auricular), y en una ocasión le pidió que se llevara una cámara oculta durante una guardia en el hospital para fotografiar a un paciente famoso.
Al final no hizo aquellas fotos clandestinas en la cama del hospital. Sin embargo, ese jefe le daba mucho miedo (era un alcohólico cuyo humor podía cambiar a lo largo del día en función de cómo se abría la puerta del despacho) y obedecía todas sus órdenes. Todas menos esa. Se fotografió el abrigo y fingió haber tenido problemas con la cámara. Sin embargo, lo que le había pedido su antiguo jefe era un juego de niños comparado con algunas de las malas artes modernas. Espiar contestadores telefónicos, cuentas bancarias e historiales médicos se había convertido en práctica habitual en algunas redacciones, y cada vez de un modo más flagrante. En algunas redacciones, no en todas, aunque ya no importaba quién había hecho esto o aquello. El público los veía a todos culpables por igual, y por eso todos tenían que enfrentarse a ese tipo de sospechas.
El periódico en el que trabajaba Kate se había salvado de una investigación policial por el acceso ilícito a bases de datos y el pago a agentes a cambio de información.
—Hasta la próxima vez —había dicho Terry mientras se tomaban una cerveza para ahogar la desesperación.
—No seas tonto —le había espetado ella—. Nunca he pirateado nada, ni siquiera sabría por dónde empezar.
Sin embargo, Kate sabía que eso no cambiaría la opinión pública de que todos los periodistas no eran más que escoria.
—Sí, pero una escoria selecta —había rematado Mick, el fotógrafo.
La dueña del pub se quedó callada, mirándola con expectación.
—Esto…, sí, soy Kate Waters, del Daily Post. Encantada de conocerla.
—Pues no parece usted periodista —apuntó la dueña.
Kate no supo qué decir. Se preguntó qué imagen debía de tener esa mujer de los periodistas. Probablemente la de un hombre vestido con un impermeable sucio, hurgando entre cubos de basura. Intentó no suspirar.
—Bueno, hay periodistas de todas clases, formas y tallas —bromeó Kate, riendo.
La dueña del local también se rio y le ofreció la mano.
—Me llamo Toni. Me han dicho que está preguntando por el bebé que encontraron en el jardín. Es increíble lo de esa niña…
—Increíble —repitió Kate, asintiendo—. Su marido me contó que usted se crio aquí, en esta calle, y que tal vez recordaría a algunos de los vecinos durante los setenta y los ochenta —dijo, apartándose un poco para que Toni tuviera sitio para sentarse.
—Sí, mis padres regentaban el pub por aquel entonces, y antes de eso estuvimos viviendo en el número sesenta y cinco durante años.
—¿Su apellido de soltera era Baker? —preguntó Kate.
—Exacto. ¿Cómo lo sabe? —inquirió Toni.
—He estado buscando en el registro electoral de esa época, nada más —le explicó Kate—. ¿Sus padres le vendieron el piso al señor Soames?
Toni puso los ojos en blanco.
—El depravado del barrio. Era asqueroso, un verdadero pulpo. Siempre iba detrás de las chicas. Yo intentaba mantenerme a distancia.
Kate subrayó la anotación «Localizar a Soames» en su cuaderno.
—¿Qué me dice de las chicas que usted conocía durante los años ochenta?
—Creía que habían secuestrado al bebé en los setenta —dijo Toni.
—Bueno, la policía está investigando un abanico temporal más amplio para asegurarse —se apresuró a aclarar Kate. Había estado a punto de revelar sus cartas. Sinclair se pondría furioso si contaba algo antes de que él le diera su consentimiento.
—De acuerdo. Bueno, veamos, había una buena pandilla. Vinieron todas a celebrar mi cumpleaños cuando cumplí los dieciséis, en 1985. Fue una fiesta fantástica, en una discoteca que había justo al lado del local de los escoltas. Dios mío, no puedo creer que hayan pasado casi treinta años desde entonces.
Kate sonrió de un modo triunfal.
—Entonces debemos de tener más o menos la misma edad —dijo. Kate tenía al menos seis años más, pero no importaba—. Fueron los mejores años de mi vida también. ¿Se acuerda de Jackie? Me encantaba esa revista, la leía cada semana y me colgaba los pósteres en las paredes de mi cuarto. ¡Y la moda! No puedo creer algunas cosas que llegué a ponerme. Cuando se lo cuento a mis hijos creen que me lo invento.
Toni se sumó al tema con entusiasmo.
—Yo celebré ese cumpleaños vestida con una minifalda y guantes de rejilla, como Madonna. Me parecía lo más. Creo que todavía debo de tener fotos de esa época por alguna parte.
—¡Oh, me encantaría verlas! —exclamó Kate enseguida.
—Voy a buscarlas —dijo la dueña muy animada. Se levantó y desapareció tras una puerta con un rótulo que rezaba PRIVADO.
—Acaba de despertar a la bestia —afirmó el propietario riendo—. Espero que no tenga nada que hacer durante el resto del día. A Toni le encanta buscar en el baúl de los recuerdos.
—Ah, entonces es igual que yo —repuso Kate—. Tengo todo el tiempo del mundo —añadió. Le lanzó una mirada de complicidad a Joe, esperando que no se impacientara.
Toni volvió a salir diez minutos más tarde cargada con un montón de álbumes de fotos y varias imágenes enmarcadas.
—No estoy segura de quién vino a la fiesta, por eso he traído todo lo que he encontrado. Y estas de los marcos estaban en la misma caja, por eso las he traído también.
Las dejó todas encima de la mesa y se levantó una nube de polvo.
—Hace una eternidad que no las miro —se disculpó mientras ahuyentaba el polvo agitando la mano en el aire.
Las dos mujeres se sentaron en el banco tapizado de velvetón y empezaron a hojear álbumes. Toni iba señalando las páginas entre risas mientras Joe consultaba su teléfono móvil. Graham limpiaba copas detrás de la barra.
—¡¿A las señoras les apetece una taza de té?! —gritó este último cuando hubo acabado. Joe levantó la mirada—. Perdón, amigo. ¿Té para todos?
—Sí, por favor, cariño —respondió Toni por encima del hombro—. Es un cielo. Ah, creo que estas deben de ser las de la fiesta.
De entre las páginas del álbum aparecieron un montón de tarjetas de felicitación y fotografías sueltas. Kate recogió unas cuantas que habían caído al suelo y las dejó sobre la mesa como si estuviera jugando a cartas.
—Esa es la pandilla —dijo Toni exultante—. Hay que ver lo guapas que estamos en estas fotos. Nos reunimos todas en mi cuarto antes de ir a la disco para maquillarnos y peinarnos a conciencia. Casi no se podía ni respirar de tanta laca y tanto perfume. Qué recuerdos…
Kate observó los rostros con detenimiento.
—¿Cuál de ellas eres tú?
Toni golpeó con un dedo una cara sonriente que estaba cerca del centro del grupo.
—Esa de ahí. En aquella época llevaba un corte emplumado. Todas nos creíamos Sheena Easton. Ahora me parece terrible, pero por aquel entonces era la bomba, la verdad —comentó con aire nostálgico mientras se alisaba la melena cortada por encima de los hombros—. Y fíjate en el maquillaje. Nos poníamos el colorete a paletadas.
—Parecéis recién salidas de la unidad de quemados —soltó Kate, riéndose a carcajadas—. ¿No nos poníamos lo mismo en los labios que en las mejillas? Recuerdo que era muy pegajoso y que olía a chicle.
—¡Sí! ¡Yo tenía un brillo de labios con sabor a fresa! ¡Era asqueroso!
—¿Y las demás? —preguntó Kate, impaciente por volver al tema original.
—Veamos, esa es Jill, esa es Gemma, Sarah B. y Sarah S… De esa no estoy segura, creo que solo estuvo en el instituto un trimestre… Me parece que esa es Harry Harrison y una amiga muy rara que tenía. Iban un curso por debajo, pero Harry conocía a mi hermano Malcolm. Bueno, de hecho estaba colada por él, como todas las chicas que yo conocía. Pobre Malcolm. Era demasiado guapo. En cualquier caso, Harry me suplicó que la invitara. Creo que salieron durante un tiempo, pero no me acuerdo bien… Es que hace un millón de años de todo eso. Lo que sí recuerdo es que Harry siempre se metía en problemas en el instituto, pero te tronchabas de risa con ella.
Kate fue anotando todos los nombres y, de vez en cuando, detenía aquel torrente de chismorreos y recuerdos para comprobar que había escrito bien algún apellido.
—¿Conoces a una tal Anne Robinson?
—Solo a la presentadora de The Weakest Link, ese concurso de la tele.
—No, no me refiero a esa —dijo Kate—. ¿Quién sigue viviendo por aquí? —preguntó, aprovechando que Toni hacía una pausa para tomar una segunda taza de té—. ¿A quién podría ir a ver?
—Las dos Sarahs viven cerca del polígono industrial, pero no las he visto desde que me hicieron el ligamento de trompas.
Kate asintió con una mueca compasiva. Ese nivel de intimidad instantánea siempre la asombraba. Hacía apenas media hora que hablaba con aquella mujer y ya sabía cuál era su historial reproductivo.
—Tardé una eternidad en recuperarme —relató Toni—. Me dijeron que podría levantarme de la cama al cabo de dos días. Y una mierda.
—Pobre —se solidarizó Kate, recurriendo a la respuesta comodín para detener los recuerdos indeseados de un entrevistado—. ¿Y qué me dices de Jill y Gemma? —preguntó para intentar que Toni se centrara de nuevo.
—Ah, se casaron y se mudaron a Kent, o a Essex, creo. Dios mío, hacía años que no me acordaba de ellas. En aquella época estábamos muy unidas, pero luego perdimos el contacto. Yo me mudé al oeste de Londres y viví allí durante unos años, cuando conseguí el primer empleo como administrativa; es lo que suele ocurrir, ¿no? Estuve un tiempo fuera, y cuando regresé ellas se habían marchado y yo me había casado.
—Sí —dijo Kate, removiendo el té con la cucharilla—. ¿Y las otras que salen en la foto? ¿Cuál es la chica a la que le gustaba tu hermano?
—¿Harry? Ah, sí. Aunque no sé adónde se marchó. No te estoy ayudando mucho, ¿verdad?
—¿Qué dices? Ha sido fantástico. Muchas gracias, Toni. Has sido un regalo del cielo.
La dueña del pub le devolvió la sonrisa.
—Me ha encantado. Esto ha despertado recuerdos, creo que voy a proponer una reunión. Regreso a 1985. Ahora mismo entro en Facebook y las busco a todas.
—Avísame si encuentras a alguna —dijo Kate. Ella también pensaba buscarlas en Facebook, pero sabía que Toni tenía muchas más posibilidades de encontrar a las chicas de la disco—. Y no te olvides de invitarme. Me encanta menear el esqueleto.
Toni soltó un graznido de emoción y empezó a bailar con los hombros.