CAPÍTULO 85
Martes, 26 de mayo de 2013
Emma
Empecé a llamar «Katherine» al bebé a partir de los interrogatorios policiales, porque al fin y al cabo era una persona. Le puse ese nombre por Kate. Sin ella, todavía estaría viviendo en el infierno.
Paul también la llama Katherine. Nombrarla significa que podemos hablar de ella y llorar su muerte. Mi hija. No me había dado cuenta de lo mucho que la echaba de menos. Fue una presencia física en mi vida durante muy poco tiempo, el mismo que había tenido Angela conmigo, pero ha seguido formando parte de mí desde entonces como una hija fantasma.
Tuve que esperar una semana más para saber lo que haría la policía.
Fue el inspector Sinclair en persona quien me llamó. Dijo que me lo notificarían oficialmente, pero quería contarme que no había ninguna prueba que demostrara que le hubiera hecho daño alguno a mi bebé, por lo que recomendaba no llevar a cabo ninguna acción al respecto. Dijo que no tenía ningún interés público perseguirme veintisiete años después por un delito técnico: no haber inscrito a mi hija en el registro ni haber notificado su defunción. Intenté darle las gracias, pero fui incapaz de pronunciar ni una sola palabra, por lo que Paul tuvo que relevarme al teléfono y agradecérselo de mi parte.
Parecía que todo fuera a salir bien, tal como me decía Paul, aunque no pudimos despedirnos como es debido de Katherine hasta el final de los juicios. Primero tuvo lugar el de Jude, que de hecho acabó tan pronto como empezó. Declaración de culpabilidad, informe psiquiátrico certificando que había actuado de un modo consciente y sentencia de cárcel.
Se me quedó mirando mientras se la llevaban, pero ya no era Jude. Parecía más bien una cáscara vacía. Asentí para demostrarle que la había visto.
Me ha pedido que no vaya a visitarla a la cárcel, alegando que sería demasiado triste para las dos. Por eso he optado por escribirle.
Luego está Will: una historia de terror. Tuvieron que someter los huesos de mi pequeña a más pruebas de ADN para demostrar que Will Burnside era el padre. La policía me dijo que no habían dañado el cadáver cuando se lo pregunté. Han sido muy amables, tanto conmigo como con ella.
Cuando por fin subí al estrado, en enero, me temblaban las piernas. Sin embargo, quería estar allí de todos modos, para testificar contra él. El abogado de Will nos acusó a Barbara y a mí de inventarnos toda la historia. Basó esas acusaciones en mis problemas de salud mental, fingió preocupación y alegó que éramos unas zorras vengativas. Bueno, él no utilizó estas palabras, pero todos sabíamos que eran las que quería decir en realidad.
—Soy inocente —declaró Will cuando llegó su turno, después de haber activado su carisma como quien pulsa el botón de un control remoto.
—Difícilmente puede ser inocente —repuso el fiscal—. Ha admitido que mantuvo relaciones sexuales con varias mujeres, entre las cuales se cuentan varias exalumnas.
Will no vaciló ni un instante.
—Fue con su consentimiento —declaró ante el jurado, quitándose las gafas—. A veces las mujeres se entregan y luego se quejan si no respondes a sus cartas ni mantienes el contacto.
—Pero algunas eran jovencitas, no mujeres, ¿no es así, profesor Burnside? —preguntó el fiscal—. La señora Massingham tenía catorce años, ¿verdad?
No podía negarlo. Katherine lo había demostrado.
—Si mantuve relaciones sexuales con ellas fue porque lo deseaban —dijo, e intentó establecer contacto visual con el jurado—. Me lo pedían de rodillas.
—Cuesta creer que se lo pidieran de rodillas, profesor, teniendo en cuenta que estaban drogadas —matizó el fiscal.
—Eran otros tiempos. El sexo era mucho más habitual, igual que la experimentación con drogas —dijo Will.
Sin embargo, en el fondo debía de saber que su batalla estaba perdida de antemano. El jurado no estaba al corriente, pero Alistair Soames ya había admitido su parte y había confesado con todo lujo de detalles el uso que habían dado al Rohypnol.
El inspector Sinclair me dijo que el amigo que solía suministrárselo había fallecido muchos años atrás de una sobredosis accidental. Donde las dan, las toman.
El día que se reunió el jurado, a Will le retiraron la fianza y se lo llevaron a las celdas que había debajo del tribunal a la espera del veredicto. Era un mal augurio. Volvió para escuchar cómo el portavoz del jurado pronunciaba la palabra «culpable» una y otra vez, y la cadena perpetua silenció a todos los presentes, aunque él me lanzó una mirada cuando el juez quiso retirarse de la sala y todos nos pusimos de pie. Una mirada de puro odio.
Yo me limité a desviar la cabeza. Ya no significaba nada para mí.